miércoles, 3 de junio de 2015

Capitulo 1: Peligro.


Capitulo 1: Peligro.

La tensión en el ambiente, y en el pequeño cuerpo de quince años de Sayu era palpable. Andaba lentamente sin mirar al suelo, abrazándose los costados, con los ojos llenos de pánico. Casi a cada paso que daba escuchaba algo que la aterraba. Unas veces era el simple sonido del crujido de las hojas bajo sus pies, otras, el alteo o el canto de un pájaro desde la rama alta de uno de los muchos árboles que la rodeaban; pero algunas veces era el gruñido de una fiera hambrienta que, probablemente, la acechaba preguntándose si podía darle caza. Sentía millares de miradas clavadas en la nuca, y el nudo de su estomago y su garganta se hacían cada vez más fuertes: si le hubiese tocado gritar no habría podido, aunque, claro esta, nadie la habría escuchado, con lo cual no era algo preocupante. Se preguntó una vez más si había sido buena idea salir corriendo de aquella forma al despedirse de su padre, y dormirse nada más encontrar un hueco entre las raíces. Había olvidado por completo por donde se volvía a la civilización. Tal vez debería haber suplicado para que la dejasen quedarse. Negó bruscamente con la cabeza, intentando quitarse aquellos pensamientos de su cabeza. No había sido nada justo ni humano el como la habían tratado, y lo último que estaba dispuesta a perder era la dignidad que, según su padre, no tenía (cosa que era totalmente mentira). Al recordar a su padre no puedo evitar darle una patada a una pequeña rama rota tirada en el suelo, y luego un puñetazo al tronco de un árbol, con casi todas sus fuerzas, lo cual le hizo bastante daño, pero también que se sintiese mejor. Iba a soltar un insulto, olvidando por completo donde se encontraba, cuando escuchó un gruñido a sus espaldas. Se paró en seco y se quedo completamente quieta, agudizando el oído por si había escuchado mal: pero notaba claramente como tenía algo detrás. Se giró lentamente, con el corazón latiendole a mil por hora a punto de salirsele del pecho, pero no vio nada. Soltó un suspiro, e iba a dar media vuelta cuando el gruñido volvió, y esta vez no tuvo problemas en identificar de donde venía. En una rama, a un par de metros por encima de su cabeza, había una especie de mono de pelaje completamente rojo. La miraba fijamente con unos pequeños ojos negros, que sobresalían, saltones, por detrás de una nariz achatada. Ere un ser de lo más curioso. Sus brazos eran muy largos, casi un tercio más que sus piernas, y estaban agarrados con fuerza a la rama sobre la que se encontraba. Sayu dio un pequeño paso hacia atrás, aterrorizada. Sabía que los monos no solían ser carnívoros, pero eran muy territoriales y agresivos. El animal soltó otro gruñido, y le enseñó los colmillos, mientras levantaba los brazos para agarrarse a la rama que tenía encima. Sayu se quedó totalmente quieta, y empezó a escuchar movimiento a su alrededor. Giró despacio la cabeza y vio que se hallaba completamente rodeada de una manada de aquellos animales, que la observaban enseñando los colmillos, en un gesto amenazador. Se encogió lentamente, poniéndose en posición para echar a correr, y vio que los monos comenzaban a tensar sus músculos. Sabía perfectamente, sin comprender como, lo que iba a suceder, y cuando el primer mono chilló y saltó hacia ella, echó a correr sin rumbo fijo. La velocidad que cogió le sorprendió hasta a ella. Logró esquivar a los animales furiosos, que se quedaron confusos un instante, pero después empezaron a perseguirla. Al cabo de unos segundos se encontró saltando raíces y esquivando ramas entre un montón de gritos furiosos y de pisadas rápidas detrás de ella. Siguió corriendo, esquivando todos los obstáculos que le salían al paso hasta que llego a un precipicio, de unos tres metros de alto, que daba a las aguas de un río. Se giro y vio como los monos volvían a rodearla, y empezaban a tirarle piedras y palos. El que debía ser el jefe de la manada, porque era el mas grande, dio un paso al frente, se puso sobre sus cuartos traseros y proliferó un rugido nervioso, y los animales entendieron la orden y saltaron contra ella. Antes de pensar si quiera lo que estaba haciendo ya había saltado al agua, tirándose de cabeza. 
 
Escuchó los gritos de frustración de sus perseguidores, y antes de que rozase la superficie del río tuvo la sensación de que iba a morir. Era una caída demasiado alta y ella apenas sabía nadar. Cuando su pequeño cuerpo golpeo contra las aguas del río sintió un dolor atroz en las extremidades, pero se negó a dejarse llevar por ello, pues habría soltado el aire de sus pulmones, que ahora los sentía mas oprimidos que si se hubiese chocado contra un bloque de hormigón. Salió a la superficie haciendo acopio de todas su fuerzas, y no fue capaz de coger valor para respirar, intentó nadar hacia la orilla, pero la corriente la arrastraba con fuerza hacía el horizonte, donde vio que el agua caía con violencia: una cascada. Había tenido tanta suerte de llegar al trozo de río que justo llegaba a la cascada. Soltó un grito, y se sumergió. Intentó bucear con todas sus ganas hacia la orilla, pero cuando quiso darse cuenta ya estaba al borde del acantilado. Sacó la cabeza para, esta vez si, coger aire con todas sus fuerzas, y alzó las manos intentando agarrarse a alguna de las ramas que había por encima de su cabeza, pero en cuanto cogía una se le resbalaba la mano o se partía en su puño, astillandose y clavandosele en las palmas. Antes de que pudiese volver a intentar asirse de nuevo a una, cayó de espaldas hacia el fondo, entre la nube de espuma que se levantaba cuando el agua chocaba con violencia contra la continuación del río. Consiguió girar en el aire justo a tiempo para no darse en la nuca contra nada, pero una vez más sintió aquel dolor atroz en todos y cada uno de los huesos de su cuerpo, y soltó el aire. Tragó agua, y antes de que pudiese intentar salir a flote una roca le golpeó en la espalda, desgarrándole la piel, haciéndola abrir la boca y tragar mas agua. Al cabo de unos minutos, desesperada, logró salir a flote, aunque solo durante unos segundos. Volvió a sumergirse, una roca le dio en la frente, y se quedó inconsciente.

Abrió los ojos lentamente, y tosió para expulsar todo el agua que había tragado, lo que también le hizo vomitar toda la bilis de su estomago vacío. Sentía como por sus piernas seguía corriendo las aguas del río, pero su torso estaba en el exterior, sobre la orilla. Movió la cabeza hacia la derecha, apoyando la mejilla izquierda sobre la arena y las piedrecitas, y vio a unos cuantos metros la cascada. No recordaba como había salido del agua. Apoyó los brazos e intentó levantarse, pero la cabeza le dio vueltas y cayó de rodillas. Se tocó la frente y cuando miro su mano esta estaba empapada de sangre. Iba a morir. ¿Como iba a curarse una herida así sin ningún tipo de recurso? Miró hacia el otro lado, y vio allí tirada su mochila, empapada. La cogió y la acercó, y miró en su interior. Estaba la cuerda, un poco de pan empapado, que ya era incomestible, un papel con un trozo de mantequilla del almuerzo del colegio que ya se había derretido, unas cuantas mudas de ropa también mojadas... unos pañuelos, sus regalos, agujas e hilos. ¿Que hacía eso allí? Y entonces recordó que su madre había empezado a intentar enseñarle a coser con magia tiempo atrás. Miró al cielo, y dio gracias, aunque no supo bien a quien. Logró ponerse en pie después de un par de intentos, y entonces notó el dolor y el escozor en su espalda, que tenía un montón de cortes fruto de su encuentro con aquella dichosa roca afilada. Anduvo despacio hasta una parte del río menos turbia, y miro su reflejo. Estaba hecha un desastre. Tenía toda la cara llena de sangre, y su camisa no era ahora más que un montón de jirones sobre su piel desnuda, rojiza por los golpes y el sol. La chaqueta que llevaba había desaparecido en algún momento. Se limpió la cara con agua y uno de los pañuelos, saco una de las agujas, le enganchó uno de los hilos y lo acercó a la herida. Le daba pánico. Nunca le habían cosido un corte. Juntó los bordes con los dedos de la mano izquierda, y se mordió el labio para evitar gritar, pero cuando la aguja traspasó su piel con el primer pinchazo chilló con todas sus fuerzas. Tardó más de lo pensado en cosersela del todo, pues el dolor era casi insoportable para ella, que no había tenido una herida en su vida, y le hacia pararse con cada pinchazo. Tras eso, uso el resto de pañuelos para limpiarse y taparse las de la espalda, y se puso otra camisa, que al estar mojada se le adhería a la piel dolorida y la hacía temblar. Se tumbó boca abajo en la tierra, completamente cansada, y cerró los ojos, sin preocuparse por si alguna fiera salvaje la devoraba mientras dormía. Lo prefería a que sucediese mientras estaba despierta.

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