Capitulo
1:
Peligro.
La
tensión en el ambiente, y en el pequeño cuerpo de quince años de
Sayu era palpable. Andaba lentamente sin mirar al suelo, abrazándose
los costados, con los ojos llenos de pánico. Casi a cada paso que
daba escuchaba algo que la aterraba. Unas veces era el simple sonido
del crujido de las hojas bajo sus pies, otras, el alteo o el canto de
un pájaro desde la rama alta de uno de los muchos árboles que la
rodeaban; pero algunas veces era el gruñido de una fiera hambrienta
que, probablemente, la acechaba preguntándose si podía darle caza.
Sentía millares de miradas clavadas en la nuca, y el nudo de su
estomago y su garganta se hacían cada vez más fuertes: si le
hubiese tocado gritar no habría podido, aunque, claro esta, nadie la
habría escuchado, con lo cual no era algo preocupante. Se preguntó
una vez más si había sido buena idea salir corriendo de aquella
forma al despedirse de su padre, y dormirse nada más encontrar un
hueco entre las raíces. Había olvidado por completo por donde se
volvía a la civilización. Tal vez debería haber suplicado para que
la dejasen quedarse. Negó bruscamente con la cabeza, intentando
quitarse aquellos pensamientos de su cabeza. No había sido nada
justo ni humano el como la habían tratado, y lo último que estaba
dispuesta a perder era la dignidad que, según su padre, no tenía
(cosa que era totalmente mentira). Al recordar a su padre no puedo
evitar darle una patada a una pequeña rama rota tirada en el suelo,
y luego un puñetazo al tronco de un árbol, con casi todas sus
fuerzas, lo cual le hizo bastante daño, pero también que se
sintiese mejor. Iba a soltar un insulto, olvidando por completo donde
se encontraba, cuando escuchó un gruñido a sus espaldas. Se paró
en seco y se quedo completamente quieta, agudizando el oído por si
había escuchado mal: pero notaba claramente como tenía algo detrás.
Se giró lentamente, con el corazón latiendole a mil por hora a
punto de salirsele del pecho, pero no vio nada. Soltó un suspiro, e
iba a dar media vuelta cuando el gruñido volvió, y esta vez no tuvo
problemas en identificar de donde venía. En una rama, a un par de
metros por encima de su cabeza, había una especie de mono de pelaje
completamente rojo. La miraba fijamente con unos pequeños ojos
negros, que sobresalían, saltones, por detrás de una nariz
achatada. Ere un ser de lo más curioso. Sus brazos eran muy largos,
casi un tercio más que sus piernas, y estaban agarrados con fuerza a
la rama sobre la que se encontraba. Sayu dio un pequeño paso hacia
atrás, aterrorizada. Sabía que los monos no solían ser carnívoros,
pero eran muy territoriales y agresivos. El animal soltó otro
gruñido, y le enseñó los colmillos, mientras levantaba los brazos
para agarrarse a la rama que tenía encima. Sayu se quedó totalmente
quieta, y empezó a escuchar movimiento a su alrededor. Giró
despacio la cabeza y vio que se hallaba completamente rodeada de una
manada de aquellos animales, que la observaban enseñando los
colmillos, en un gesto amenazador. Se encogió lentamente, poniéndose
en posición para echar a correr, y vio que los monos comenzaban a
tensar sus músculos. Sabía perfectamente, sin comprender como, lo
que iba a suceder, y cuando el primer mono chilló y saltó hacia
ella, echó a correr sin rumbo fijo. La velocidad que cogió le
sorprendió hasta a ella. Logró esquivar a los animales furiosos,
que se quedaron confusos un instante, pero después empezaron a
perseguirla. Al cabo de unos segundos se encontró saltando raíces y
esquivando ramas entre un montón de gritos furiosos y de pisadas
rápidas detrás de ella. Siguió corriendo, esquivando todos los
obstáculos que le salían al paso hasta que llego a un precipicio,
de unos tres metros de alto, que daba a las aguas de un río. Se giro
y vio como los monos volvían a rodearla, y empezaban a tirarle
piedras y palos. El que debía ser el jefe de la manada, porque era
el mas grande, dio un paso al frente, se puso sobre sus cuartos
traseros y proliferó un rugido nervioso, y los animales entendieron
la orden y saltaron contra ella. Antes de pensar si quiera lo que
estaba haciendo ya había saltado al agua, tirándose de cabeza.
Escuchó los gritos de frustración de sus perseguidores, y antes de
que rozase la superficie del río tuvo la sensación de que iba a
morir. Era una caída demasiado alta y ella apenas sabía nadar.
Cuando su pequeño cuerpo golpeo contra las aguas del río sintió un
dolor atroz en las extremidades, pero se negó a dejarse llevar por
ello, pues habría soltado el aire de sus pulmones, que ahora los
sentía mas oprimidos que si se hubiese chocado contra un bloque de
hormigón. Salió a la superficie haciendo acopio de todas su
fuerzas, y no fue capaz de coger valor para respirar, intentó nadar
hacia la orilla, pero la corriente la arrastraba con fuerza hacía el
horizonte, donde vio que el agua caía con violencia: una cascada.
Había tenido tanta suerte de llegar al trozo de río que justo
llegaba a la cascada. Soltó un grito, y se sumergió. Intentó
bucear con todas sus ganas hacia la orilla, pero cuando quiso darse
cuenta ya estaba al borde del acantilado. Sacó la cabeza para, esta
vez si, coger aire con todas sus fuerzas, y alzó las manos
intentando agarrarse a alguna de las ramas que había por encima de
su cabeza, pero en cuanto cogía una se le resbalaba la mano o se
partía en su puño, astillandose y clavandosele en las palmas. Antes
de que pudiese volver a intentar asirse de nuevo a una, cayó de
espaldas hacia el fondo, entre la nube de espuma que se levantaba
cuando el agua chocaba con violencia contra la continuación del río.
Consiguió girar en el aire justo a tiempo para no darse en la nuca
contra nada, pero una vez más sintió aquel dolor atroz en todos y
cada uno de los huesos de su cuerpo, y soltó el aire. Tragó agua, y
antes de que pudiese intentar salir a flote una roca le golpeó en la
espalda, desgarrándole la piel, haciéndola abrir la boca y tragar
mas agua. Al cabo de unos minutos, desesperada, logró salir a flote,
aunque solo durante unos segundos. Volvió a sumergirse, una roca le
dio en la frente, y se quedó inconsciente.
Abrió
los ojos lentamente, y tosió para expulsar todo el agua que había
tragado, lo que también le hizo vomitar toda la bilis de su estomago
vacío. Sentía como por sus piernas seguía corriendo las aguas del
río, pero su torso estaba en el exterior, sobre la orilla. Movió la
cabeza hacia la derecha, apoyando la mejilla izquierda sobre la arena
y las piedrecitas, y vio a unos cuantos metros la cascada. No
recordaba como había salido del agua. Apoyó los brazos e intentó
levantarse, pero la cabeza le dio vueltas y cayó de rodillas. Se
tocó la frente y cuando miro su mano esta estaba empapada de sangre.
Iba a morir. ¿Como iba a curarse una herida así sin ningún tipo de
recurso? Miró hacia el otro lado, y vio allí tirada su mochila,
empapada. La cogió y la acercó, y miró en su interior. Estaba la
cuerda, un poco de pan empapado, que ya era incomestible, un papel
con un trozo de mantequilla del almuerzo del colegio que ya se había
derretido, unas cuantas mudas de ropa también mojadas... unos
pañuelos, sus regalos, agujas e hilos. ¿Que hacía eso allí? Y
entonces recordó que su madre había empezado a intentar enseñarle
a coser con magia tiempo atrás. Miró al cielo, y dio gracias,
aunque no supo bien a quien. Logró ponerse en pie después de un par
de intentos, y entonces notó el dolor y el escozor en su espalda,
que tenía un montón de cortes fruto de su encuentro con aquella
dichosa roca afilada. Anduvo despacio hasta una parte del río menos
turbia, y miro su reflejo. Estaba hecha un desastre. Tenía
toda la cara llena de sangre, y su camisa no era ahora más que un
montón de jirones sobre su piel desnuda, rojiza por los golpes y el
sol. La chaqueta que llevaba había desaparecido en algún momento.
Se limpió la cara con agua y uno de los pañuelos, saco una de las
agujas, le enganchó uno de los hilos y lo acercó a la herida. Le
daba pánico. Nunca le habían cosido un corte. Juntó los bordes con
los dedos de la mano izquierda, y se mordió el labio para evitar
gritar, pero cuando la aguja traspasó su piel con el primer pinchazo
chilló con todas sus fuerzas. Tardó más de lo pensado en cosersela
del todo, pues el dolor era casi insoportable para ella, que no había
tenido una herida en su vida, y le hacia pararse con cada pinchazo.
Tras eso, uso el resto de pañuelos para limpiarse y taparse las de
la espalda, y se puso otra camisa, que al estar mojada se le adhería
a la piel dolorida y la hacía temblar. Se tumbó boca abajo en la
tierra, completamente cansada, y cerró los ojos, sin preocuparse por
si alguna fiera salvaje la devoraba mientras dormía. Lo prefería a
que sucediese mientras estaba despierta.
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