Capitulo
16: Conspiran.
Zurdha
––No
te duele, ¿no?––me preguntó Hrate mientras me hacía mover el
hombro, y yo negué con la cabeza.
Aquella
herida era la cosa mas fea que había visto en mi vida. La piel
cicatrizaba a la altura del cuello, rodeando parte del pecho y el
omoplato hasta llegar al brazo. Todo el hueso del hombro estaba a la
vista. Hrate sacó una venda de un cajón y me tapó el hombro.
Después me puse una camiseta azul y el peto esmeralda. Me levanté
de la cama en la que me encontraba y suspiré. ¿Por que tenían que
pasarme a mi esas cosas? Zurdha, el de los ojos raros. Zurdha, el del
hombro de hueso. Me mordí el labio. La verdad es que no sonaba mal.
Zurdha hombro de hueso. Podía ser un buen mote para un soldado. No
pude evitar soltar una carcajada y Hrate me miró como si estuviese
loco.
––Perdón––dije,
agachando la cabeza y sonrojándome.
––Zurdha––le
miré y vi su expresión seria.––debo preguntarte algo mas.
¿Habías quedado con alguien en el bosque cuando te ataco.––Asentí
con la cabeza––¿Con Diarthia?
––Si...––le
contesté, ruborizándome más. ¿Como lo sabía? Y entonces
caí.––¿Estar ella bien? No decir tu que..
––Ha
desaparecido. Llevamos sin saber nada de ella desde ayer antes de
comer. Salió con los exploradores y..
No
le dejé terminar. Salí a toda velocidad de la cabaña y me choqué
contra Sayu. Caímos al suelo y ella y Lurca, que estaba sentada en
la tierra se quedaron mirándome sin comprender. Sin pararme a decir
nada volví a ponerme en pie y me adentré a toda velocidad en el
Bosque.
––¡Zurdha!––escuché
la voz de Lurca a mi espalda––¡¿Adonde vas?!
Escuché
las pisadas de mis dos amigas siguiéndome mientras corría, pero no
les hice ni caso. Era mi culpa, totalmente mi culpa. No debí haber
pegado a aquel humano. Negué con la cabeza. No, no lo era. Que me
hubiesen atacado a mi si era mi culpa, me lo merecía. Pero haberla
atacado a ella... eso no era una venganza justa. Era crueldad pura y
dura.
Llegué
al río al cabo de unos pocos minutos y miré a mi alrededor. ¿Donde
podían habérsela llevado? ¿Dónde? Me agaché y puse la mano sobre
la raíz de uno de los árboles. Cerré los ojos. “Bosque, oh
querido Bosque. ¿Donde esta Diarthia?” pregunté en mi cabeza,
y al instante obtuve respuesta “Humanos.”. Abrí los ojos
justo en el instante en el que Sayu y Lurca llegaron hasta donde me
encontraba.
––¿Zurdha?––preguntó
la humana. Negué con la cabeza y volví a echar a correr.––¡Espera!
¡Dinos que pasa!
Me
moví a toda velocidad por el Bosque, con la agilidad propia de una
gacela, saltando raíces. Al cabo de un rato me pasé a subir a las
ramas, y a saltar de una a otra para ir más rápido. El latido de mi
corazón era tan fuerte que parecía que iba a empujarme contra el
suelo. Mi respiración, a diferencia de lo que debería, no estaba
agitada ni entrecortada por el ejercicio. Sentía dentro de mi una
fuerza y unas ansias de sangre y venganza que no había sentido
nunca. Con cada salto que daba, acercándome más y más a la linde
del Bosque que conectaban con la civilización, me iba sintiendo más
animal que elfo. Mi vista empezó a cambiar, y pude ver sin problemas
como a doscientos metros comenzaban los caminos de asfalto que
sorteaban campos de trigo para adentrarse en un nuevo bosque, de
pavimentos y edificios de metal y cristal. ¿En que parte podían
tenerla? Y lo vi claro. La mansión abovedada, dorada y
resplandeciente que se alzaba en el centro. Debía estar allí.
Aullé. No se por que pero aullé en señal de victoria. Pasé de
saltar con las piernas a apoyarme también en los brazos. Me agazapé
en la última rama antes de salir a la luz del sol invernal, y justo
cuando iba a saltar algo me golpeó y me tiró contra el suelo.
––¡Zurdha!
¡Para!––me gritó una voz, y me zafé de aquello que me
aplastaba y me zarandeaba empujándolo con las piernas. Me puse en
pie y sentí un nuevo golpe en mi cuerpo, pero esta vez me estamparon
contra el tronco de un árbol. Vi la cara borrosa de Sayu, y sentí
su bofetada en la cara.––¡PARA!––me gritó con todas sus
fuerzas y los ojos llenos de lágrimas.
Sentí
como la necesidad de andar apoyándome en los brazos desaparecía, y
la vista me volvió a la normalidad. Vi a Sayu con nitidez: estaba
llorando. A su lado Lurca me miraba con el rostro desencajado, como
si yo fuese un fantasma y no un joven de trece años. La angustia, el
dolor y la confusión se apoderaron de mi. Se la habían llevado.
Eché mi cabeza sobre el hombro de Sayu y me abrazó. Le agarre de
las mangas de la camiseta beige que llevaba debajo del peto y sentí
en la mejilla el frío del metal de las escamas esmeralda. Se la
había llevado. Sentí un nuevo impulso de aullar, pero me reprimí.
El corazón volvió a latirme con fuerza y se me nubló la vista. Las
ansias de volver a correr a por ella regresaron, pero mi amiga me
apretaba con fuerza, manteniéndome entre el árbol y su pecho, y no
podía moverme.
––Ellos
llevársela––susurré en alto, y las lágrimas empezaron a brotar
de mis ojos.––Tengo que ir a por ella.
Al
decir eso la ira volvió a mi, y dando uso de una fuerza que no creía
tener en mi tiré a Sayu al suelo e intente volver a echar a correr,
pero ella me hizo la zancadilla y se me puso encima, clavando sus
rodillas contra mi cuerpo y sujetando los brazos.
––¡Déjame
yo ir por ella!––le grité, y le solté sin darme cuenta un
gruñido y un ladrido, mientras mi respiración se aceleraba. Intenté
girarme para morderla.
––¡Suicidándote
no vas a lograr nada!.––gritó, y me propinó otra
bofetada.––¡¿Que crees que te harán si te ven?! ¡Expulsan a
los que son de su raza y no son magos! ¡A los elfos os quemarían
vivos, o algo peor! ¡Es lo que quieren, que vayas a por ella!
¡Quieren que los ataques!
Mi
respiración volvió a la normalidad, y el extraño instinto animal
desapareció de mi interior. Sentí un dolor atroz en la herida de mi
hombro y grité de rabia con todas mis fuerzas. ¿Que me estaba
pasando? ¿Por que me comportaba así? Sayu se quito de encima de mi
y sacó su espada, apuntándome, dispuesta a saltar sobre mi si volvía
a intentar huir. Me puse en pie y me abracé al árbol más cercano.
¿Por que era tan débil? ¿Por que no había podido ver venir que
iban a vengarse, que no me dejarían golpear a uno de ellos sin
consecuencias? Resbalé hasta el suelo y me giré, apoyando la
espalda contra el tronco. Lloré con todas mis fuerzas.
––Ya
pasó––dijo Lurca, sentándose a mi lado y abrazándome.
Sayu
seguía apuntándome con la espada, y vi que tenía una herida en la
mejilla con la forma de mis uñas. ¿Yo le había hecho eso?
Tiró
la espada al suelo cuando Lurca le lanzó una mirada asesina, y se
sentó en frente de nosotros. Su gesto de miedo y rabia pasó al de
la preocupación. Se mordió el labio y soltó un suspiro.
––¿Que...
que decir tu antes?––le pregunté, limpiándome la cara con la
manga de la camiseta, y ella me miró sin entender.––Lo de que
ellos buscar que yo ir por ella.
––Ah..––me
contestó, y se quedó pensativa unos segundos mientras Lurca y yo la
observábamos sin movernos––No se. Creo que si hubiesen querido
hacerla daño lo habrían hecho aquí, en el Bosque, y la habrían
dejado a la vista de todos. Creo que lo que buscan es torturarte
psicológicamente, y que vayas a buscarla para poder matarte.
Además...––suspiró y cerró los ojos––si tu entras en su
territorio sin permiso... creo que atacarán el Bosque.
Abrí
mucho los ojos. No había caído en esa opción. Secuestrándola
llevaban todas las de ganar. El tío de Sayu podía vengarse de mi, y
los humanos, si querían, tendrían un motivo para atacar a los
elfos.
––Pero...––empecé,
pero Lurca me hizo callarme y negó con la cabeza.
––Sayu
tiene razón. La retendrán. No la matarán––hizo una pausa y se
puso en pie. Me tendió la mano y me ayudó a levantarme.––debemos
decírselo al jefe y los generales. Ellos actuarán como es debido.
Comenzamos
a andar en dirección al pueblo, y no pude evitar mirar hacía atrás,
hacía la ciudad. Volvió a corroerme aquella rabia y furia que jamás
había experimentado. “Corre a por ella ahora. Están
desprevenidas, no podrán pararte.” sonó una voz tentadora en
mi cabeza.
––Zurdha––dijo
Sayu, sacando aquellas ganas de ir a buscar a Diarthia de forma
imprudente de mi cabeza––Antes... tu...
––Parecías
un lobo––terminó su frase Lurca, de forma mordaz. Las dos me
miraron de reojo y agaché la cabeza.
––No..
no se que me ha pasado. Yo.. no quería hacerte daño––les
contesté, mirando a Sayu. Ella se quedó seria, pero al instante me
dedicó una sonrisa.
––Lo
se––volvió a poner aquel gesto preocupado––Es solo que nos
has asustado.
––Se...
¿se lo contaréis a los demás?
––No.––dijo
Lurca, y me dedicaron ambas una tierna sonrisa––Al menos no hasta
que sepamos que te pasa y como podemos ayudarte.
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Lurca
Llegamos
al pueblo al cabo de un rato, y les dije que se fuesen a comer algo
para reponer energías y distraerse mientras yo iba a la cabaña del
Maeru para convocar la reunión con los generales de nuestro
ejercito. Caminé en silencio por los caminos de tierra, que estaban
abarrotados de elfos que se dirigían a la cantina. Me sentía como
un pez nadando a contracorriente. Alcé un poco la vista y miré al
bosque. Las copas de los arboles estaban teñidas del blanco de las
nevadas, aunque ahora en el pueblo solo quedaba nieve sucia y barro,
por la cantidad de gente que transitaba las calles. Llegué a la
cabaña varios minutos después, y me encontré al Maeru Sadheri
sentado en una silla frente a la mesa grande del comedor.
––¿Lurca?––preguntó,
curioso, al verme entrar. Desde que había llegado Sayu al poblado
había ido a visitarle más veces que en toda mi vida.
––Maeru––contesté,
haciendo una pequeña reverencia.––¿Has oído lo del ataque a
Zurdha y la desaparición de Diarthia?
––Si.
Debió de ser un lobo muy grande el que atacó al joven hijo de
Zarh––Le miré y fruncí el ceño. ¿Hrate no le había contado
que era una herida mágica, no una animal?
––No
fue un lobo. La herida de Zurdha es mágica, los hum...
––Lurca.––me
cortó, con gesto serio. Se puso en pie y se acercó a mi. Parecía
casi furioso.––No tenemos pruebas de eso. ¿Quieres acusarles de
atacarnos y secuestrar a uno de nosotros? ¿De verdad? Porque solo
provocaría una guerra. Nosotros protegemos al Bosque, no hacemos la
guerra con otras razas pacificas––Me mordí el labio y cerré con
fuerza los puños ante sus palabras.
¿Los
humanos raza pacifica? Eran el demonio en nuestra cultura. Habían
soltado a los depredadores y habían estado al borde de matar al
Bosque. Y echaban de su civilización a personas tan dulces,
fascinantes e increíbles como Sayu, solo por el hecho de no tener
magia. Nosotros no expulsábamos a nadie, ni siquiera a los elfos
torpes que no encajaban como guerreros, exploradores, cazadores,
cocineros, artesanos ni ninguna otra destreza. Les poníamos a
ayudar. A guardar los arsenales de armas, a dar clases del idioma de
los humanos o, simple y llanamente, les dejábamos no hacer nada.
––Han
sido unos lobos. Habrá partidas de búsqueda––continuó, y le
dediqué una mirada llena de odio. Él soltó una carcajada y me
entraron ganas de golpearlo.
––No
se a que estas jugando, Sadheri.––Le dije, sin dedicarle ningún tipo de respeto––Pero no me gusta. No deberías
defender a una raza que sabes que también secuestró y mató a tu
hijo.––le repliqué en tono mordaz
––¡Fuera
de aquí!––gritó con odio––¡Tu no sabes nada de lo que
sucedió!––Me giré y caminé hacia la puerta de la
cabaña.––Lurca––me paró, en un tono amenazador––Como
escuche que le dices esto a alguien...
Le
enseñé los colmillos y eché a correr hacia el claro de
entrenamiento, donde había quedado con Sayu y Zurdha después de
comer. No pasé por la cantina. Tenía un nudo en el estomago.
––¿Se
va a convocar la..?––empezó Zurdha, pero se calló al ver mi
expresión.
Me
senté al lado de Sayu y enfrente de Zurdha y le di un puñetazo a la
tierra mientras empezaba a susurrar insultos. Los dos se quedaron
callados, mirándose, con gesto sorprendido. Era la segunda vez en mi
vida que perdía los nervios. La primera había sido el día
anterior, y lo había pagado con Sayu.
––¿Lurca?––sonó
su dulce voz por encima de mis pensamientos, y noté como me cogía
de la mano. Tenía la piel tan suave. Tragué saliva.––¿Estas
bien?
––Debemos
andarnos con cuidado. Sadheri no hará nada. Dice que fueron lobos y
habrá partidas de búsqueda. Y me ha amenazado.––A medida que
hablaba vi como la expresión de mis compañeros se convertía en una
mascara de rabia. Temí que a Zurdha volviese a darle alguno de
aquellos arrebatos que le convertían en una especie de bestia.
––¡¿Que?!––preguntó
él. Se puso en pie de un salto y empezó a dar vueltas en
círculos.––¡¿Y que hacemos ahora?! ¡No podemos abandonarla!
––Baja
la voz––le rogó Sayu al ver que varios elfos se habían quedado
mirándonos.
––Lo
único que podemos hacer. Vosotros entrenaros para ser guerreros y
poder adentraron en el Bosque sin que sea extraño. Yo vigilaré de
cerca al Maeru. Aquí hay algo raro––suspiré y me quedé
pensativa.––Hace un par de días, en el Bosque, de noche, vi a
dos humanos. Uno de verde y otro de morado––Sayu se giró
rápidamente hacía mi, con los ojos como platos.––¿Pasa algo?
––¿Como
se llamaban?
––Ighil
y Mir. Creo––su gesto se convirtió en una mascara de dolor, y se
quedó muy quieta, sin decir nada.––¿Sayu?
––Mi
padre y mi antiguo mejor amigo––susurró, y Zurdha se sentó de
golpe, perplejo. El nudo de mi estomago volvió con mas fuerza y se
me hizo un puño el corazón.––Desde... desde hace días––rompió
ella misma el silencio varios minutos después.––tengo sueños.
Creo que son recuerdos. No lo se, porque hay otro niño. Como yo,
idéntico, de mi edad. Pero.. pero yo no recuerdo tener un
hermano––Cerró los ojos con fuerza y vi como una pequeña
lágrima rodaba por su mejilla derecha.––Es imposible, ¿no? Que
tenga un hermano y lo haya olvidado.
––¿Que
ver tu en sueños?––preguntó Zurdha.
––En
el primero vi a mi padre haciendo el Ritual de la Luna, porque mi
her.. ese chico. Josh. Había matado a un pájaro. En el segundo él
nos llamaba humanos del Bosque por tener las orejas puntiagudas.
––Definitivamente
tu padre sabe mucho de el Bosque, y el Maeru le protege y oculta
algo... ¿pero el que?
Se
encogieron de hombros y me miraron. No lograba encontrar un solo
pensamiento lógico en mi cabeza que le diese una explicación a todo
aquello, pero lo encontraría tarde o temprano. No iba a rendirme.
––Bien.
Entonces lo dicho. Vosotros no os preocupéis, entrenaros. Yo
investigaré todo esto.––miré a Zurdha a los ojos––sacaremos
de allí a Diarthia.
––Ten
cuidado––dijo Sayu––Si el Maeru te pilla...
Asentí
con la cabeza y apreté fuerte la mano con la que aun me cogía la
mía, en señal de que todo iba a ir bien.
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Sayu
Dorian,
de apenas siete años, estaba escondida tras la puerta del despacho
de su padre, junto a su hermano Josh. Ambos tenían la reja pegada a
la puerta de madera de Furhüi, un enorme árbol morado que crecía
en el Bosque salvaje. Nunca se habían parado a preguntarse como
conseguían los adultos aquellas maderas del centro del lugar
prohibido para todos los humanos y, probablemente, nunca lo harían.
––¿De
verdad crees que saldrá bien? ¿Que lo mantendrán en
secreto?––preguntó en el interior de la habitación
cerrada la voz de el tío de los dos niños. Se escuchó la
estridente carcajada de su padre.
––No
les queda otra a esos salvaje. El mínimo agravio contra nosotros y
les incendiamos las chozas de ramas que usan como casas––Sus
palabras llevaban un tono de total odio y desprecio contra aquellos
seres de los que hablaban.
––El
Bosque nos atacará.
––No
si tenéis cuidados, no como esos soldados torpes del toro día.
¿Como se les ocurre partir una rama?––Se oyó un
suspiro y un golpe de carne contra madera: había dado un puñetazo
al escritorio.––¿Que habéis hecho con ellos?
––Muertos.
Pasto de los... lobos––Se río de una forma tan
tetrica con aquellas palbras que a los pequeños espias se les
pusieron los pelos de punto y echaron a correr escaleras abajo, hacía
el jardín.
Abrí
los ojos, despertándome de aquel.. ¿sueño?, y miré a mi
izquierda. Lurca dormía plácidamente en la cama de al lado. Me puse
en pie, me vestí y salí al frío de la noche. Cogí una de las
capas azules colgadas en una rama de la pared exterior y me la puse
por encima. Otra vez ese Josh. Y esta vez tenía siete años. Cerré
los ojos con fuerza. Todo estaba negro en mis recuerdos. No recordaba
nada anterior a mis doce años. ¿Por que nunca me había percatado
de que había olvidado toda mi infancia? Me adentré, en silencio, en
la espesura oscura del Bosque, y caminé durante dos horas hasta la
linde que limitaba el territorio de los elfos y el de los humanos. Me
subí a un árbol y me senté en una de las ramas. Saqué mi espada,
con el mango del color de las llamas, y me quedé mirándola. Veía
mi pelo rubio, desaliñado, en el reflejo del filo. Mis ojos estaban
provistos de dos buenas ojeras. Apenas lograba dormir desde el día
en el que había visto a aquellos humanos cuando salíamos a cazar.
––Hijo
de puta...––susurré cuando el rostro de mi tío apareció en mi
cabeza, con aquella sonrisa tierna que me dedicaba, después de la
escuela, cuando me regalaba dulces que no debía comer a escondidas.
¿Como
podía tener una familia tan cruel sin haberme dado cuenta antes?
¿Era por que no recordaba mi pasado? Suspiré y volví a esforzarme
cerrando los ojos.
––¡Corre,
Josh, Corre!––grité mientras yo hacía lo propio. Teníamos
apenas doce años.
Escuché
el aullido de un lobo a mi espalda y cerré los ojos con fuerza,
evitando mirar hacia detrás. Los abrí y vi a mi hermano corriendo
por delante de mi. Recorríamos a toda velocidad los caminos que
sorteaban los campos de trigo, en dirección al Bosque. Aquel lugar
salvaje que nos estaba vedado era más seguro ahora que nuestra
propia casa.
Sentí
el aliento de algo a pocos metros por detrás de mi y el sonido de
cuatro patas chocando contra el suelo a toda velocidad, y entonces
cometí el error. Giré la cabeza y le miré a aquellos potentes ojos
azules sedientos de sangre. Bajé un poco la mirada y sus afilados
colmillos me sonrieron en una mueca de victoria. Tropecé y caí al
suelo. Vi como el animal de pelaje rubio saltaba contra mi, me
protegí la cara con los brazos y cerré los ojos, esperando me
muerte. Escuché un golpe y un gemido animal y volví a mirar.
Delante de mi estaba Josh, sosteniendo en sus brazos una rama del
tamaño de su brazo. Tenía un arañazo en la mejilla.
––¡A
mi hermana no la toque, lobo de mierda!––gritó con furia cuando
el depredador volvía saltar contra él. Se giró hacia mi
rápidamente––¡Dorian, sácanos de aquí con magia!
––¡No
puedo!––le dije, negando con la cabeza, y el me miró y
comprendió. Se mordió el labio y se giró de nuevo hacía el lobo,
justo cuando este saltaba contra él.––¡¡¡JOSH!!!––chillé
lo más fuerte que pude cuando escuché el sonido del cuerpo de mi
hermano caer al suelo, y el tétrico aullido de victoria del
animales.
––¡¡¡SAYU!!!––gritó
él, alzando su mano hacía mi. De su palma salió un brillo cegador,
y cuando volví a abrir los ojos estaba en nuestra habitación.
Salí
a toda velocidad del cuarto y corrí en busca de mis padres. No
estaban en el salón, ni en su cuarto, ni en el jardín . Entré a
toda velocidad en el despacho y los vi sentados, leyendo.
––¡PAPA!––grité
y me eché a sus brazos. Él me abrazó con fuerza––¡Papa, un
lobo...! ¡Josh esta en el campo, lo va a matar!
Vi
su mirada sombría hacia mi madre y ambos se pusieron en pie y
corrieron escaleras abajo hacía la puerta, mientras yo los seguía.
––Quédate
aquí y cierra la puerta, cielo––me dijo mi madre tras
acariciarme la cara y salir por la puerta––¡No le abras a nadie!
Al
día siguiente Josh había dejado de existir para el mundo entero,
como si jamás hubiese nacido, como si fuese un amigo imaginario que
yo me había inventado.
Abrí
los ojos, sobresaltada, y miré a mi alrededor. Me había quedado
dormida encima del árbol. Miré al suelo. No me había caído de
milagro. Bajé a la hierba con cuidado. Estaba amaneciendo y los
árboles empezaban a teñirse de tonos anaranjados. Me senté en el
césped y miré al cielo. Sentí como acudían a mi las ganas de
llorar y dejarme llevar por el dolor. Eran recuerdos. Estaba segura.
Eran recuerdos que alguien me había hecho olvidar. Me abracé el
cuerpo y apoyé la cabeza en el suelo. Si hubiese sabido magia... si
hubiese sido maga él estaría vivo. Tragué saliva. Tenía un
hermano, que había muerto por salvarme la vida. Cerré los ojos. Yo
le había dejado morir. Si hubiese sido más como él, me habría
puesto en pie y ambos habríamos peleado, y tal vez... tal vez...
Negué con la cabeza. Sería mi secreto. Prefería que nadie supiese
que era mi culpa. Era algo con lo que debía cargar solo yo.
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