sábado, 13 de junio de 2015

Capitulo 11: Heterocromía


Capitulo 11: Heterocromía
Lurca
––Buenos días, suicida Nal––le sonreí a Sayu cuando salió de la cabaña medica al amanecer, y ella me sacó la lengua en señal de burla. Comenzamos a andar hacia la cantina, y vi ue todavía cojeaba un poco.––¿Que tal tu tobillo?
––Mejor de lo ue pensé que podría estar––me contestó, y se miró la pierna. Llevaba el tobillo vendado, pero aunque cojeaba, no parecía dolerle mucho.––Tenéis que enseñarme que es lo que hacéis para curara a los heridos sin magia. Cuando me he despertado me estaban cambiando las vendas, y la herida estaba ya cerrada y casi cicatrizada. A veces creo que me mentís en eso de que no sois magos.
No pude evitar echarme a reír con sus palabras. Era normal que un humano no entendiese que pudiésemos curar heridas tan rápidamente sin magia, y era normal que quisiese saber como lo hacíamos. Entramos en la cantina y nos sentamos juntas en una mesa. Aquel fue uno de los primeros días que no desayuné a toda velocidad: no tenía ganas de ir a entrenar. Tenía ganas de pasar tiempo con Sayu, de enseñarle más sobre nosotros y el Bosque, y evitar asi que ese día pudiese volver a estar al borde de morir.
––Hoy vas a ir con los novatos––dije cuando ella ya había devorado su trozo de carne––y no hará falta que corras hasta el mediodía. Tu tobillo no debe sobre esforzarse.
––¿Hay grupos de novatos?––preguntó boquiabierta, mirándome a los ojos, y vi una chispa de duda en su mirada. 
 
Miré al suelo y me mordí un poco el labio. Ni siquiera yo sabía dar una razón lógica a porqué la había llevado conmigo en vez de dejarla ir con los nuevos. Y menos aún porqué la había llevado contra los jabalíes plateados. Me negaba a pensar que era solo por querer estar con ella. Suspiré. Me había convencido de que ella era muy distinta a los humanos y, aunque era así, era básicamente como un elfo recien instruido.
––Si, hay grupos de novatos.––guardé unos segundos el silencio y alcé la cabeza para mirarla a los ojos––lo siento. Te puse en peligro de forma innecesaria.––De pronto ella se río.
––Fue divertido, la verdad.––Me quedé mirándola, perpleja, y le dirigí una tímida sonrisa.––No estoy loca. Me refiero a que fue emocionante, no se. Cuando estaba sola en el Bosque...––noté que dudaba al contarme eso. Miró al techo y sonrió––me enfrenté a un jabalí mas pequeño. No se cuantas hostias me di contra los arboles, pero creí que iba a morir. Ayer solo sentí eso cuando ya tenía el tobillo machacado, y aún así no se. Sabía que no me dejarías morir.
Dijo aquello mientras se terminaba el ultimo trozo de pan tostado y se levantaba. Vi como se sonrojaba con sus ultimas palabras. Me dedicó una sonrisa y empezó a andar hacia la salida. Me termine rápidamente mi desayuno y eché a correr tras ella sin pensármelo dos veces.
––Sayu––dije, cuando la alcancé en el camino de tierra. Giró la cabeza para mirarme, y sentí como mi corazón aumentaba de velocidad. Mire al suelo y carraspeé. ––¿Quieres ir al mercado antes de ir a cazar?––La miré a los ojos.––puedo enseñarte como curamos a los heridos.

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El cielo, por primera vez en días, estaba despejado, aunque el frío seguía impregnándolo todo. Sayu y yo andábamos por las calles del mercado, que no eran más que caminos cubiertos de cajas y puestos cubiertos por toldos de tela en los que la gente vendía sus artesanías, mientras le explicaba como se fabricaba cada cosa y ella me contaba como los humanos no eran capaces ni de tejer unos calcetines cogiendo las agujas con las manos. Cada día que pasaba allí Sayu parecía mas un elfo que un ser de ciudad.
––Una vez, cuando era pequeña––empezó a contarme mientras probaba un trozo de Miel verde que se sacaba de las algas acuáticas de los ríos y que sabía a frutos secos endulzados––pude comprobar con mis propios ojos como mi madre usaba la magia para mover la ropa y vestirse. No se si la he visto hacerlo más veces o era fruto de la vagueza de ese día, pero recuerdo que pensé que el ser humano era un ser altamente imbécil y tonto.
––Entonces ya se de donde has salido tu––dije sin pensarlo, y ella me miró con gesto ofendido. Me eché a reír y alce las manos.––Me lo has dejado fácil, Nal.
––Se dice me lo has puesto a huevo––La mire sin comprender, y ella también río.––También “me lo has puesto en bandeja”
Me paré y fruncí el ceño mientras la miraba. Soltó un suspiro, sacudió la cabeza, miró al suelo y puso los brazos en jarras. No entendía porqué no estaba conforme con mi forma de expresarme en su idioma.
––Eres quien mejor habla mi idioma, ¿verdad?
––¿Sinceramente?––dije, imitando el tono de voz condescendiente que ella usaba con Zarh––Si.
––No me hables en ese tono, elfa, o usaré la magia de mi raza para invocar al demonio y enviarte al infierno––Alzó las manos e hizo un símbolo de una cruz. Fruncí aún más el ceño sin comprender––Lo dí en historia, no me juzgues. Antes de la magia los humanos creían en un cielo, un infierno y no se qué cosas dependiendo de si eras bueno o malo.
––Que idiotez––respondí––y solo usaba el tono que usas con Zarh.––le comenté mientras volvía a andar por los caminos.
––¿Que? Yo no uso ese tono––me replicó, andando a mi lado. La miré y asentí.––¿Lo hago? Bueno. Tal vez es porqué el es un borde.
––Además, si tu tuvieses un solo ápice de magia, no estaríamos manteniendo esta conversación ni nos conoceríamos.
––Me alegro de no tener ni un ápice de magia.
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Sayu
Pasar la mañana con Lucra había sido lo mejor que me había pasado en días. Antes de separarnos para ir a cazar, me alejó de los caminos y las cabañas del pueblo y me llevó a un pequeño manantial que se escondía entré las raíces de unos arboles en el este. Estaba rodeado por aquellas preciosas luciérnagas de colores que había visto en el Ritual de la Luna, y observé como un montón de conejos, unas ardillas enanas negras y algunos animales más correteaban y jugaban alrededor del manantial.
––Esto es vivir en paz y lo demás son tonterías––dije, sorprendida, y Lurca me propinó un codazo en el estomago para que me mantuviese en silencio. 
 
Nos sentamos en la orilla del agua, que era de un color verde intenso y estaba cubierta de nenúfares por los que un montón de ranas saltaban. Lurca se subió la manga izquierda de su camiseta, y mostró un pequeño corte en el antebrazo que no sabía cuando se había hecho. Acercó la mano a la superficie verdosa, y en cuanto sus dedos la tocaron el agua subió por su brazo hasta el corte, que se cerró a toda velocidad hasta dejar una simple linea roja. Aparto el brazo y volvió a colorase bien la manga de tela. Me miró y se río.
––Siempre te quedas con la boca abierta––Cerré la boca al instante y cogí su brazo.
––¿Es así de simple?––pregunté. Aunque los hechizos de magia eran los mas simples, para un mago realizarlos era una tarea bastante costosa que requería de toda tu concentración.
––En realidad no––me contestó, y noté como al empezar a subirle la manga para ver lo ue antes era un corte se aceleraba su pulso. Apartó rápidamente el brazo, se echó hacia atrás y se medió tumbo apoyándose en los brazos.––cuando tenemos un herido lo traemos. Si el Bosque le acepta, le cura. Pero tampoco hace milagros. Si la herida es muy profunda la cura y la cierra, pero no puede cicatrizarla del todo.
Me quedé en silencio. ¿El Bosque me aceptaba? No pude evitar sonreír. Los humanos no, pero los elfos y un Bosque con vida si me aceptaban. Mi raza no, pero un vegetal gigante si. Sentí la ira y la rabia invadiendo mi cuerpo. Lurca me miró y me cogió de las manos. Me hizo un gesto con la cabeza, se puso en pie y comenzó a andar hacia el poblado. La seguí hacia la plaza central, donde ya se estaban formando los grupos de caza. Me señaló un grupo con un adulto y tres elfos que medían poco más que yo, y me dirigí hacia allí. Me dieron un arco y un carcaj y el adulto, que debía ser el jefe de grupo, me dedicó una sonrisa.
––Bienvenida al grupo de los novatos, Sayu. Tu vas a ir con Zurdha––Me dijo, señalando al joven que tenía a mi derecha.––Aquí no salimos por grupo, salimos directamente en pareja, cuando estéis listos partid hacia la zona norte––continuó, señalando esta vez hacia la linde del bosque mas cercana––buscad jabalíes pequeños o grupos reducidos de lobos. Si estáis en apuros, gritad.
El chico y yo asentimos con la cabeza, y me giré para mirarle a los ojos. Me miraba con la sonrisa mas dulce y esplendida que había visto nunca, y no pude evitar devolvérsela al ver que tenían un ojo amarillo y otro negro. Era un chico distinto.
––Hola, soy Sayu––le dije aún sonriendo.
––Hola, yo feliz de ser tu compañero. Yo ser hijo de Zarh, yo conocer tu.––Cerró los ojos y sonrió aún más. 
 
Me reí un poco por su forma de expresarse y fruncí el ceño. Con lo simpático que era, no parecía el hijo de aquel elfo grandote y siniestro que parecía que solo quería matarme de cansancio y sed. Nos dimos la mano, nos echamos las armas al hombro y empezamos a correr por el bosque. Paramos un rato después, y empezamos a mirar a nuestro alrededor. Sacamos los arcos, nos agachamos y empezamos a andar en silencio, atentos por si veíamos algo. Al cabo de unos minutos, una pareja de lobos, tan grandes como nosotros, de pelaje azul oscuro, visiblemente hambrientos y moribundos entraron en nuestro campo de visión, y al notar que estábamos allí empezaron a gruñirnos. Nuestras flechas volaron al instante y se clavaron en sus yugulares, matándolos al instante.
––Guau. Que fácil.––dije, y me giré para mirar a mi compañero.
A pesar de que había disparado con total rapidez y su flecha había dado en el blanco, Zurdha tenía los ojos llenos de pánico y temblaba. Me acerqué a el para ver que le pasaba.
––¿Estas bien?––Puse una mano en su hombro para intentar tranquilizarle, y sin pensárselo dos veces se sentó en el suelo y se echó a llorar. Me di cuenta entonces de que debía tener al menos dos años menos que yo. Me senté a su lado y le pasé el brazo por encima de sus hombros.––Tranquilo, ya esta. No te van a hacer nada. ¿Vale? No dejaré que te hagan nada.
––¿Tu ver lo grandes que son?––dijo entre sollozos, y apenas pude entenderle.
Estuvimos un minuto así, hasta que se tranquilizó y me volvió a mirar con aquella mirada de pánico, y esta ves sabía porqué.
––No se lo voy a contar a nadie.
Nos pusimos en pie, y con cuidado, arrastramos los lobos hasta el pueblo, donde el jefe de grupo nos felicitó por haber sido tan rápidos. Me pase el resto de la tarde con el hijo de Zarh, explicándole como eran los animales que yo había encontrado en el bosque: no le conté nada del jabalí plateado. Si lo hubiese sabido, probablemente no habría querido volver a salir a cazar en su vida. Cuando cayó la noche me dirigí a la cabaña de Lurca, y suspire decepcionada al ver que ella todavía no estaba allí. Me tumbe en la cama y cerré los ojos. ¿Donde se había metido? Había estado buscándola mientras hablaba y paseaba con Zurdha, pero no había ni rastro de ella por el pueblo. ¿Seguiría aun cazando? Suspiré y me puse a recordar el día anterior.
Podría haber dormido mil y una noches o más, fuera de aquella ciudad de elfos. Podría haber andado infinitos kilómetros y estar en otro continente. Podría haber hecho lo que fuese en cualquier lugar, pero habría seguido soñando con total nitidez con Lurca, su sonrisa y sus ojos verdes, y me habría seguido despertando con el corazón a mil por hora, preguntándome que me estaba sucediendo. Podría haber vivido más de mil años y habría seguido recordando cada matiz de ella como si estuviese allí a mi lado. Podría haber conocido a todas las personas y seres del mundo y ninguna me habría parecido ni un uno por ciento de lo maravillosa que era ella. Podría haber vivido tanto, haber visto tanto, que tal vez podría haber dejado de sentir el dolor que aparecía en mi corazón cada vez que me preguntaba si ella me recordaría cuando yo ya no estuviese allí. Pero el caso es que nada de eso había sucedido, y probablemente, no sucedería. Estaba allí, en la misma habitación que ella, aunque en otra cama. Estaba todo oscuro, salvo por el brillo de las estrellas que se colaba entre los huecos del abovedado techo de ramas. El viento mecía mi pelo y las hojas que se alzaban a mis lados. El canto de un búho me hacía sentir la paz del bosque, y aun así, con todo ello, yo no era capaz de dormir. No era capaz de dejar de pensar en el sonido de su voz. No era capaz de sacármela de la cabeza, y empezaba a acostumbrarme y aceptar que nunca jamás lo haría, que estaba condenada a sentir aquello, fuese lo que fuese.

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