Capitulo
11: Heterocromía
Lurca
––Buenos
días, suicida Nal––le sonreí a Sayu cuando salió de la cabaña
medica al amanecer, y ella me sacó la lengua en señal de burla.
Comenzamos a andar hacia la cantina, y vi ue todavía cojeaba un
poco.––¿Que tal tu tobillo?
––Mejor
de lo ue pensé que podría estar––me contestó, y se miró la
pierna. Llevaba el tobillo vendado, pero aunque cojeaba, no parecía
dolerle mucho.––Tenéis que enseñarme que es lo que hacéis para
curara a los heridos sin magia. Cuando me he despertado me estaban
cambiando las vendas, y la herida estaba ya cerrada y casi
cicatrizada. A veces creo que me mentís en eso de que no sois magos.
No
pude evitar echarme a reír con sus palabras. Era normal que un
humano no entendiese que pudiésemos curar heridas tan rápidamente
sin magia, y era normal que quisiese saber como lo hacíamos.
Entramos en la cantina y nos sentamos juntas en una mesa. Aquel fue
uno de los primeros días que no desayuné a toda velocidad: no tenía
ganas de ir a entrenar. Tenía ganas de pasar tiempo con Sayu, de
enseñarle más sobre nosotros y el Bosque, y evitar asi que ese día
pudiese volver a estar al borde de morir.
––Hoy
vas a ir con los novatos––dije cuando ella ya había devorado su
trozo de carne––y no hará falta que corras hasta el mediodía.
Tu tobillo no debe sobre esforzarse.
––¿Hay
grupos de novatos?––preguntó boquiabierta, mirándome a los
ojos, y vi una chispa de duda en su mirada.
Miré
al suelo y me mordí un poco el labio. Ni siquiera yo sabía dar una
razón lógica a porqué la había llevado conmigo en vez de dejarla
ir con los nuevos. Y menos aún porqué la había llevado contra los
jabalíes plateados. Me negaba a pensar que era solo por querer estar
con ella. Suspiré. Me había convencido de que ella era muy distinta
a los humanos y, aunque era así, era básicamente como un elfo
recien instruido.
––Si,
hay grupos de novatos.––guardé unos segundos el silencio y alcé
la cabeza para mirarla a los ojos––lo siento. Te puse en peligro
de forma innecesaria.––De pronto ella se río.
––Fue
divertido, la verdad.––Me quedé mirándola, perpleja, y le
dirigí una tímida sonrisa.––No estoy loca. Me refiero a que fue
emocionante, no se. Cuando estaba sola en el Bosque...––noté que
dudaba al contarme eso. Miró al techo y sonrió––me enfrenté a
un jabalí mas pequeño. No se cuantas hostias me di contra los
arboles, pero creí que iba a morir. Ayer solo sentí eso cuando ya
tenía el tobillo machacado, y aún así no se. Sabía que no me
dejarías morir.
Dijo
aquello mientras se terminaba el ultimo trozo de pan tostado y se
levantaba. Vi como se sonrojaba con sus ultimas palabras. Me dedicó
una sonrisa y empezó a andar hacia la salida. Me termine rápidamente
mi desayuno y eché a correr tras ella sin pensármelo dos veces.
––Sayu––dije,
cuando la alcancé en el camino de tierra. Giró la cabeza para
mirarme, y sentí como mi corazón aumentaba de velocidad. Mire al
suelo y carraspeé. ––¿Quieres ir al mercado antes de ir a
cazar?––La miré a los ojos.––puedo enseñarte como curamos a
los heridos.
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El
cielo, por primera vez en días, estaba despejado, aunque el frío
seguía impregnándolo todo. Sayu y yo andábamos por las calles del
mercado, que no eran más que caminos cubiertos de cajas y puestos
cubiertos por toldos de tela en los que la gente vendía sus
artesanías, mientras le explicaba como se fabricaba cada cosa y ella
me contaba como los humanos no eran capaces ni de tejer unos
calcetines cogiendo las agujas con las manos. Cada día que pasaba
allí Sayu parecía mas un elfo que un ser de ciudad.
––Una
vez, cuando era pequeña––empezó a contarme mientras probaba un
trozo de Miel verde que se sacaba de las algas acuáticas de los ríos
y que sabía a frutos secos endulzados––pude comprobar con mis
propios ojos como mi madre usaba la magia para mover la ropa y
vestirse. No se si la he visto hacerlo más veces o era fruto de la
vagueza de ese día, pero recuerdo que pensé que el ser humano era
un ser altamente imbécil y tonto.
––Entonces
ya se de donde has salido tu––dije sin pensarlo, y ella me miró
con gesto ofendido. Me eché a reír y alce las manos.––Me lo has
dejado fácil, Nal.
––Se
dice me lo has puesto a huevo––La mire sin comprender, y ella
también río.––También “me lo has puesto en bandeja”
Me
paré y fruncí el ceño mientras la miraba. Soltó un suspiro,
sacudió la cabeza, miró al suelo y puso los brazos en jarras. No
entendía porqué no estaba conforme con mi forma de expresarme en su
idioma.
––Eres
quien mejor habla mi idioma, ¿verdad?
––¿Sinceramente?––dije,
imitando el tono de voz condescendiente que ella usaba con Zarh––Si.
––No
me hables en ese tono, elfa, o usaré la magia de mi raza para
invocar al demonio y enviarte al infierno––Alzó las manos e hizo
un símbolo de una cruz. Fruncí aún más el ceño sin
comprender––Lo dí en historia, no me juzgues. Antes de la magia
los humanos creían en un cielo, un infierno y no se qué cosas
dependiendo de si eras bueno o malo.
––Que
idiotez––respondí––y solo usaba el tono que usas con
Zarh.––le comenté mientras volvía a andar por los caminos.
––¿Que?
Yo no uso ese tono––me replicó, andando a mi lado. La miré y
asentí.––¿Lo hago? Bueno. Tal vez es porqué el es un borde.
––Además,
si tu tuvieses un solo ápice de magia, no estaríamos manteniendo
esta conversación ni nos conoceríamos.
––Me
alegro de no tener ni un ápice de magia.
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Sayu
Pasar
la mañana con Lucra había sido lo mejor que me había pasado en
días. Antes de separarnos para ir a cazar, me alejó de los caminos
y las cabañas del pueblo y me llevó a un pequeño manantial que se
escondía entré las raíces de unos arboles en el este. Estaba
rodeado por aquellas preciosas luciérnagas de colores que había
visto en el Ritual de la Luna, y observé como un montón de conejos,
unas ardillas enanas negras y algunos animales más correteaban y
jugaban alrededor del manantial.
––Esto
es vivir en paz y lo demás son tonterías––dije, sorprendida, y
Lurca me propinó un codazo en el estomago para que me mantuviese en
silencio.
Nos
sentamos en la orilla del agua, que era de un color verde intenso y
estaba cubierta de nenúfares por los que un montón de ranas
saltaban. Lurca se subió la manga izquierda de su camiseta, y mostró
un pequeño corte en el antebrazo que no sabía cuando se había
hecho. Acercó la mano a la superficie verdosa, y en cuanto sus dedos
la tocaron el agua subió por su brazo hasta el corte, que se cerró
a toda velocidad hasta dejar una simple linea roja. Aparto el brazo y
volvió a colorase bien la manga de tela. Me miró y se río.
––Siempre
te quedas con la boca abierta––Cerré la boca al instante y cogí
su brazo.
––¿Es
así de simple?––pregunté. Aunque los hechizos de magia eran los
mas simples, para un mago realizarlos era una tarea bastante costosa
que requería de toda tu concentración.
––En
realidad no––me contestó, y noté como al empezar a subirle la
manga para ver lo ue antes era un corte se aceleraba su pulso. Apartó
rápidamente el brazo, se echó hacia atrás y se medió tumbo
apoyándose en los brazos.––cuando tenemos un herido lo traemos.
Si el Bosque le acepta, le cura. Pero tampoco hace milagros. Si la
herida es muy profunda la cura y la cierra, pero no puede
cicatrizarla del todo.
Me
quedé en silencio. ¿El Bosque me aceptaba? No pude evitar sonreír.
Los humanos no, pero los elfos y un Bosque con vida si me aceptaban.
Mi raza no, pero un vegetal gigante si. Sentí la ira y la rabia
invadiendo mi cuerpo. Lurca me miró y me cogió de las manos. Me
hizo un gesto con la cabeza, se puso en pie y comenzó a andar hacia
el poblado. La seguí hacia la plaza central, donde ya se estaban
formando los grupos de caza. Me señaló un grupo con un adulto y
tres elfos que medían poco más que yo, y me dirigí hacia allí. Me
dieron un arco y un carcaj y el adulto, que debía ser el jefe de
grupo, me dedicó una sonrisa.
––Bienvenida
al grupo de los novatos, Sayu. Tu vas a ir con Zurdha––Me dijo,
señalando al joven que tenía a mi derecha.––Aquí no salimos
por grupo, salimos directamente en pareja, cuando estéis listos
partid hacia la zona norte––continuó, señalando esta vez hacia
la linde del bosque mas cercana––buscad jabalíes pequeños o
grupos reducidos de lobos. Si estáis en apuros, gritad.
El
chico y yo asentimos con la cabeza, y me giré para mirarle a los
ojos. Me miraba con la sonrisa mas dulce y esplendida que había
visto nunca, y no pude evitar devolvérsela al ver que tenían un ojo
amarillo y otro negro. Era un chico distinto.
––Hola,
soy Sayu––le dije aún sonriendo.
––Hola,
yo feliz de ser tu compañero. Yo ser hijo de Zarh, yo conocer
tu.––Cerró los ojos y sonrió aún más.
Me
reí un poco por su forma de expresarse y fruncí el ceño. Con lo
simpático que era, no parecía el hijo de aquel elfo grandote y
siniestro que parecía que solo quería matarme de cansancio y sed.
Nos dimos la mano, nos echamos las armas al hombro y empezamos a
correr por el bosque. Paramos un rato después, y empezamos a mirar a
nuestro alrededor. Sacamos los arcos, nos agachamos y empezamos a
andar en silencio, atentos por si veíamos algo. Al cabo de unos
minutos, una pareja de lobos, tan grandes como nosotros, de pelaje
azul oscuro, visiblemente hambrientos y moribundos entraron en
nuestro campo de visión, y al notar que estábamos allí empezaron a
gruñirnos. Nuestras flechas volaron al instante y se clavaron en sus
yugulares, matándolos al instante.
––Guau.
Que fácil.––dije, y me giré para mirar a mi compañero.
A
pesar de que había disparado con total rapidez y su flecha había
dado en el blanco, Zurdha tenía los ojos llenos de pánico y
temblaba. Me acerqué a el para ver que le pasaba.
––¿Estas
bien?––Puse una mano en su hombro para intentar tranquilizarle, y
sin pensárselo dos veces se sentó en el suelo y se echó a llorar.
Me di cuenta entonces de que debía tener al menos dos años menos
que yo. Me senté a su lado y le pasé el brazo por encima de sus
hombros.––Tranquilo, ya esta. No te van a hacer nada. ¿Vale? No
dejaré que te hagan nada.
––¿Tu
ver lo grandes que son?––dijo entre sollozos, y apenas pude
entenderle.
Estuvimos
un minuto así, hasta que se tranquilizó y me volvió a mirar con
aquella mirada de pánico, y esta ves sabía porqué.
––No
se lo voy a contar a nadie.
Nos
pusimos en pie, y con cuidado, arrastramos los lobos hasta el pueblo,
donde el jefe de grupo nos felicitó por haber sido tan rápidos. Me
pase el resto de la tarde con el hijo de Zarh, explicándole como
eran los animales que yo había encontrado en el bosque: no le conté
nada del jabalí plateado. Si lo hubiese sabido, probablemente no
habría querido volver a salir a cazar en su vida. Cuando cayó la
noche me dirigí a la cabaña de Lurca, y suspire decepcionada al ver
que ella todavía no estaba allí. Me tumbe en la cama y cerré los
ojos. ¿Donde se había metido? Había estado buscándola mientras
hablaba y paseaba con Zurdha, pero no había ni rastro de ella por el
pueblo. ¿Seguiría aun cazando? Suspiré y me puse a recordar el día
anterior.
Podría
haber dormido mil y una noches o más, fuera de aquella ciudad de
elfos. Podría haber andado infinitos kilómetros y estar en otro
continente. Podría haber hecho lo que fuese en cualquier lugar, pero
habría seguido soñando con total nitidez con Lurca, su sonrisa y
sus ojos verdes, y me habría seguido despertando con el corazón a
mil por hora, preguntándome que me estaba sucediendo. Podría haber
vivido más de mil años y habría seguido recordando cada matiz de
ella como si estuviese allí a mi lado. Podría haber conocido a
todas las personas y seres del mundo y ninguna me habría parecido ni
un uno por ciento de lo maravillosa que era ella. Podría haber
vivido tanto, haber visto tanto, que tal vez podría haber dejado de
sentir el dolor que aparecía en mi corazón cada vez que me
preguntaba si ella me recordaría cuando yo ya no estuviese allí.
Pero el caso es que nada de eso había sucedido, y probablemente, no
sucedería. Estaba allí, en la misma habitación que ella, aunque en
otra cama. Estaba todo oscuro, salvo por el brillo de las estrellas
que se colaba entre los huecos del abovedado techo de ramas. El
viento mecía mi pelo y las hojas que se alzaban a mis lados. El
canto de un búho me hacía sentir la paz del bosque, y aun así, con
todo ello, yo no era capaz de dormir. No era capaz de dejar de pensar
en el sonido de su voz. No era capaz de sacármela de la cabeza, y
empezaba a acostumbrarme y aceptar que nunca jamás lo haría, que
estaba condenada a sentir aquello, fuese lo que fuese.
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