Capitulo
10: ¿Y si...?
Sayu
Me
desperté de un sobresalto, con el corazón latiendo a mil por hora,
y miré a mi alrededor. Seguía en la cabaña de Lurca. Las imágenes
no dejaban de pasar a toda velocidad por mi cabeza. Aquel sueño...
¿era del pasado? Me incorporé en la cama y me senté en el borde,
respirando con dificultad. Había otro niño. Idéntico a mi. En mi
casa. No podía ser un recuerdo. Sacudi la cabeza. Pero eso explicaba
por que me había sonado lo del Ritual de la Luna, por que había
sabido su nombre antes de que Lurca lo mencionase. Me levanté y
comencé a andar hacía la puerta: un estaba todo oscuro. La noche
reinaba en el Bosque, y las estrellas y la luna iluminaban con fuerza
el cielo. Me apoyé contra una de las paredes externas y observe
aquel precioso paisaje. El Bosque, oscuro, era casi mas bonito que de
día. Lurca tenía toda la razón: no era como los bosques que
habíamos dado en Historia, que existían en la antigüedad. A pesar
de que el sol no estaba presente, los pájaros no cesaban de cantar,
y daba la impresión de que los brillos de la luna bailaban al son de
su musica. Las estrellas, más grandes de lo que recordaba que eran
en la ciudad, parecían danzar a su alrededor, como las luciérnagas
del claro en el ritual. Era difícil no sentirse en paz. Y entonces
lo escuché.
Por
encima del canto de los pájaros empezó a sonar, aumentando de
volumen, otro cántico distinto, más preciso, con una letra clara
que no conseguía entender. Miré a mi alrededor, en busca del lugar
del que procedía el sonido, pero por algún motivo sentía que no
debía acercarme, que no debía verlo: que me estaba prohibido.
Cuando se escuchó más alto, identifique a la perfección lo que
era: el canto de un montón de elfos. Era un sonido dulce, solemne,
potente y estremecedor, que te ponía la piel de gallina y te hacia
tener escalofríos. Era una mezcla entre una canción melancólica y
un cántico de guerra. Era una obra maestra, a pesar de que las voces
que parecían más jóvenes desafinasen un poco. Era una música que
se alzaba, como una alabanza y una petición a la naturaleza ,por
todo el Bosque hacía el firmamento. Noté como se me encogía el
corazón y se me llenaban de lágrimas los ojos. No entendía las
palabras, ni por que cantaban, pero sentía que mi alma me pedía
cantar con ellos. Al cabo de unos segundos noté como la música de
los pajaros y los elfos se enlazaban entre si, formando una canción
de dos voces, en espiral: un segundo se oia mas la letra, otro mas la
melodía del piar de las aves. Me senté en el suelo, me encogí y me
abrace las rodillas. Alcé la mirada al cielo y solté un suspiro.
Los humanos no sabíamos vivir. No teníamos nada bello, nada
estremecedor, nada solemne: los humanos teníamos rutinas simples y
aburridas. Los elfos basaban su vida en la caza y la adrenalina, en
buscar un bien natural común: que el Bosque no muriese. Los humanos
solo buscaban su beneficio. Eran una raza a la que pertenecía, pero
a la que sentía que no debía seguir, obedecer ni mostrar lealtad,
si no más bien a la que debía odiar. Cerré el puño al recordar la
imagen del sueño de mi padre, profanando el Ritual de la Luna. No
sabía como había aprendido que era, pero si que lo había
mancillado utilizando la magia para realizarlo y no el poder de la
naturaleza, porque, ¿era eso lo que había hecho, no? Usar la magia.
Estuve
allí sentada un largo rato, perdida en mis pensamientos, hasta que
sin darme cuenta me quedé dormida bajo la increíble música de las
criaturas del bosque, y caí lentamente sobre el suelo.
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––Humana––me
despertó una voz de pronto. Abrí los ojos y vi que comenzaba a
amanecer, lo que indicaba que era la hora de desayunar y de ponerse a
correr hasta el medio día.––Levanta.––Escuché de nuevo la
voz, y me tumbé boca arriba, para encontrarme con la mirada atenta
de los ojos amarillos de Zarh.––Después de correr volverás con
los cazadores––añadió, y se alejó por el camino de tierra que
unía la cabaña de Lurca con la calle principal del pueblo.
Bostecé
y me estiré cuan larga era, apartando la manta de pelo que alguien
me había echado por encima en algún momento de la noche: sentía
todo el cuerpo entumecido por no haber dormido en una cama blanda. Me
puse en pie y miré el cielo. Estaba todo cubierto de nubes blancas
que anunciaban una gran nevada. Sentí un escalofrío recorrer mi
cuerpo, y entré en la cabaña. Me puse una camiseta de más, y la
malla y el peto de color esmeralda, que se iba convirtiendo poco a
poco en mi segunda piel. Salí de nuevo al exterior justo cuando
empezaban a caer los primeros copos de nieve. Me abracé el torso,
solté un suspiro y me dirigí hacia la cantina. El desayuno siempre
estaba compuesto por un extraño néctar que sacaban de las raíces
de los arboles morados, que sabía a una mezcla de zumo de naranja y
leche de soja, unos cereales hechos con plantas secas y trozos de
bayas, y un pedazo de algo que, en textura, te recordaba a un
suculento pedazo de carne y en sabor a la menta: en realidad no era
ni más ni menos que las hojas, tan gruesas como mis brazos, de un
pequeño arbusto que crecía en las cunetas de los caminos. Además,
si llegabas temprano, podías disfrutar de unas rebanadas de pan
tostado con piñones y mermelada. No era el mejor desayuno del mundo,
pero era mejor que alimentarse a base de fresas. Algún día les
contaría a los elfos que era la mantequilla, y lo bueno que estaría
con aquella mermelada de frutos. Cuando el desayuno terminó, salí
al exterior, cogí aire y me puse a correr, como cada mañana.
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Era
la hora del almuerzo, y a pesar de la fuerte ventisca de nieve que
azotaba todo el bosque, moviendo las ramas con violencia y perlando
todo de blanco, Lurca me guió de nuevo hasta el grupo de caza del
día anterior. Me dieron de nuevo un arco y un carcaj, y en cuanto
estuvimos listos echamos a correr. Esta vez Lurca y yo nos separamos
hacia el sur, durante veinte minutos, hasta que llegamos a un
riachuelo.
––Los
exploradores nos han dicho que esta mañana han avistado por aquí a
Jabalíes plateados, así que hoy vamos juntas, en silencio, a
intentar cazar uno.––dijo en un susurro, y me quedé mirándola
como si me hubiese hablado de un extraño planeta mas allá de las
estrellas.
––¿Jabalí
plateado?––pregunté, atónita. El único jabalí que recordaba
haber visto tenía el pelaje rojizo y era tan grande como yo. No
estaba segura de si quería volver a encontrarme con otro ser así.
Ella se río y me dio una palmada en el hombro, en señal de
comprensión.
Sin
contestarme, se agachó, saco el arco, tensó una flecha, me indicó
que la imitase y empezó a andar por la orilla del río. La seguí
sin miramientos: a Lurca no me importaba obedecerla sin
explicaciones. A ella si le debía muchas cosas, y siempre me sentía
mejor cuando ella estaba a mi lado, aunque no lograba saber
exactamente el por qué. Estuvimos largo rato andando así, casi a
hurtadillas, por la orilla, hasta que, sin querer y por la falta de
costumbre de caminar así, resbalé y caí de bruces en el agua,
haciendo bastante ruido. Lurca se giró al instante y miró por
encima de mi con los ojos muy abiertos y el rostro desencajado.
––¡Sayu,
levanta y corre, imbécil!––gritó con todas sus fuerzas,
mientras ella misma se echaba a un lado y tensaba mas la flecha. En
ese mismo instante escuché unas enormes pisadas correr hacía mi y
sentí un terremoto bajo mi cuerpo.
Me
gire a toda velocidad y vi algo que me hizo sentir mil veces más
pánico que los monos y el jabali juntos: un jabalí plateado. No era
como el que había visto. No era para nada como el que había visto
meses atrás. Medía la mitad que uno de los arboles grandes, y sus
colmillos negros, retorcidos y en espiral terminaban en un pincho
puntiagudo que se dirigía hacía mi con toda la velocidad y la
fuerza de su peso. Sus ojos eran negros como el carbón. De lo cerca
que estaba ya no me daba tiempo a escapar.
––¡Cúbrete,
joder!––gritó la elfa, y no dude en hacerla caso.
Me
encogí sobe mi misma, crucé los brazos sobre la cabeza y la escondí
entre las rodillas y el cuerpo. Noté como toda la furia de aquel
animal me golpeaba y me lanzaba casi diez metros mas lejos. Por
suerte caí sobre un enorme arbusto amarillo, parando el golpe,
aunque me clave un montón de espinas de las rosas que lo cubrían.
Escuché el sonido del vuelo de las flechas del arco de Lurca, y como
el animal rugía, enfureciéndose mas. Sentí de nuevo en la tierra
el terremoto que se formaba, y me levanté tan rápido como la planta
en la que había caído me permitía. Conseguí salir de ella, y vi
como el jabalí corría contra Lurca, que se dirigía hacia un árbol:
no iba a darle tiempo a subir a una de las ramas. Tensé una de las
flechas en el arco y la disparé: se clavo en uno de sus cuartos
traseros.
––¡Eh,
tu cerebro de mamut, ven a por mi! ¡Eh, vamos!––grité, mientras
daba saltos y le lanzaba las flechas contra sus patas para llamar su
atención.
El
animal frenó, se giró y me miro con cara de pocos amigos. Le
dedique una sonrisa burlona, y eché a correr hacia el árbol que
tenia mas cerca.
––¡Sayu,
no! ¡Muerde!––grito Lurca en el momento en el que el jabalí
estaba justo detrás de mi, y yo me impulsaba contra el tronco del
árbol para saltar por encima de él haciendo un mortal como meses
atrás había hecho con su peludo pariente lejano.
El
animal levantó la cabeza, abrió la boca y noté como sus dientes
afilados se clavaban en mi tobillo. El jabalí dio un giro de cabeza,
y volvió a lanzarme por los aires, manchando de sangre su hocico y
todas las plantas sobre las que volé hasta caer sobre el río: las
aguas empezaron a tomar un color rojizo. Me incorpore y me miré la
pierna. Por suerte el tobillo seguía unido por el hueso al resto de
la pierna. Me levanté a duras penas para ver como aquel gigante
carnívoro volvía a lanzarse a la carrera contra mi: vi en sus
enormes ojos negros el reflejo de la muerte y tragué saliva.
––¡Dispara
a los ojos!––gritó mi compañera mientras corría detrás de la
bestia e intentaba dispararle a la cabeza.––¡Tras sus ojos esta
el cerebro!
La
miré y asentí. Lo siguiente sucedió como a cámara lenta. Alcé el
arco, cargué y disparé cuando la sombra del animal ya me tapaba. La
flecha voló y se clavó en su ojo derecho, y el enorme ser cayó
derrapando. Salté para evitar que me aplastase, pero por la energía
cinética que llevaba el animal antes de morir, su cabeza golpeó mis
piernas, y caí contra su lomo inerte. Tardó un minuto en dejar de
deslizarse el cuerpo por la tierra. Me levante sobre el cadáver del
animal con un gruñido de dolor, y salté al suelo. Lurca corrió
hacia mi, con un puñal en la mano, y empecé a andar hacia atrás
mientras me amenazaba con él, hasta que choqué contra el tronco del
árbol, estiro el brazo pues aun estaba un poco lejos de mi y me
colocó el filo del arma en el cuello. Sus ojos estaban llenos de
ira.
––Debería
matarte por gilipollas y por imprudente. Debería rajarte el cuello y
sacarte las entrañas aquí mismo, Sayu.––dijo con rabia, y noté
como mi corazón se aceleraba al notar la cercanía de su
cuerpo––¡¿Te has vuelto loca?!––continuó gritando, y
moviendo sus labios a toda velocidad, pasando poco a poco a hablar
élfico y ahí perdí el hilo de sus palabras.
Mentiría
si os dijese que la miraba a los ojos mientras seguía gritándome
todo tipo de insultos y burradas en aquel idioma que entendía tan
poco. Os mentiría si dijese que le miraba a los suaves labios
carnosos que tenía, sus caderas, su pecho, o cualquiera de la curvas
de su cuerpo. Pero no os mentiría si os digo que estaba absorta en
el giro de su cuello. En su piel blanquecina con tonos olivas.
Parecía suave. Se le veían las venas, azules, por debajo de la
carne, y en su yugular se notaba el latido de su corazón, que se
aceleraba con cada paso que daba hacía mi. Casi podía escucharlo en
mi cabeza. Pum, pum. La sangre recorriendo su bello cuerpo,
llenándola de oxigeno y de vida. Bajo el cuchillo y agarró mi
barbilla y me hizo mirarla a los ojos. Eran verdes. No verdes como
las escamas esmeralda de mi peto. No verdes como las aceitunas, ni
como el césped o las hojas de los árboles. Era verde brillante. Era
verde espuma de mar. Era un verde salvaje, lleno de vida y de fuerza.
Era el verde más bonito que había visto en mi vida, un verde que te
absorbe e hipnotiza. No era bonito en plan delicado ni perfecto. Era
bonito en plan furia, rabia, adrenalina. Era un verde que prometía
unos besos salvajes por parte de sus labios. Y así, absorta en todo
eso, no supe en ningún segundo que me decía. No supe nada, excepto
lo que quería: besarla. Tirarla al suelo y besarla con todas mis
fuerzas, dejarme el alma besando su cuerpo. Recorrerlo entero a
besos. Y morder su cuello. Notar su respiración contra mi cuerpo y
sus manos acariciando su piel. Y fui consciente de por que me sentía
tan a gusto a su lado. Fui tan consciente como de lo mucho que me
sudaban las manos por lo nerviosa que me ponía su presencia.
––...¿entendido?––escuché
de pronto, y asentí de forma automática sin saber que estaba
afirmando. Me soltó la barbilla y se alejó un poco de mi.
Sentí
el nudo en el pecho: no quería que se alejase, quería que se
acercase más, quería escuchar su voz susurrar a su oído. Quería
que me abrazase. Se giró y dio un par de pasos mas, se cubrió la
cara con la mano derecha y soltó un suspiro.
––Eres
estresante.––fue lo único que añadió, y me reí.
––Y
tu eres muy intensa.––le respondí, y se giró de nuevo hacía
mi. Sus ojos salvajes ahora desprendían temor, y le dediqué una
sonrisa.––No voy a morirme, no te..––intenté terminar la
frase, pero noté como todo empezaba a dar vueltas y el mundo se
nublaba: la sangre seguía saliendo por la herida de mi tobillo, y la
adrenalina ya no mantenía mi corazón latiendo. Sentí como caía, y
como Lurca me cogía en sus brazos. Y oscuridad.
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Lurca
––Esta
bien––dijo una voz a mi derecha, sacándome de mis pensamientos.
Alcé la cabeza y vi a Hrate, el médico jefe mirándome con una
sonrisa. Suspiré en señal de alivio y le devolví la
sonrisa.––Tengo que ponerlo en el informe de la partida médica
de caza, Lurca. ¿Que paso exactamente?
Me
quedé pensando unos instantes y me mordí el labio. No podía contar
la verdad. Sayu había sido muy imbécil, pero no podía condenarla
de ese modo. Con cualquier otro lo habría hecho. No me gustaba
mentir, pero Sayu... no. Con ella no. Mire a Hrate a los ojos y me
encogí de hombros.
––No
estoy segura, creo que siguió nuestro rastro. No hicimos ningún
ruido, pero salió de la nada y la embistió, después fue contra mi
y Sayu evitó que me aplastase distrayéndole. Después fue a por
ella, intento esquivarle pero le hizo lo del tobillo. Fue Sayu quien
lo mató.––Él escribía mientras yo hablaba, y cuando acabé se
quedó mirándome, intentando descifrar si decía la verdad. Asintió
y se levantó.
––Dime
una cosa Lurca––dijo parándose antes de entrar de nuevo en la
cabaña médica.––¿Merece la pena perder tu reputacion de
sincera por esa humana?––Me miró y solté un suspiro.
––Hrate..
yo. No es eso, es que..
––Tranquila.
Lo entiendo. Es valiente––dijo a la vez que me dedicaba una
sonrisa. ––Lo escribo y os defenderé. Pero espero que sepas lo
que estas haciendo. La dejaré salir mañana, pero que vaya con un
grupo de caza de novatos.
Vi
como se alejaba y suspiré. Tal vez había sido mi culpa. Por mi
egoísmo la había llevado con un grupo de caza avanzado. Debía
salir con los novatos. Sonreí ante ese pensamiento. Y sabía
exactamente con que novato debía juntarse. Me puse en pie y anduve
lentamente por el pueblo, rumbo hacia las casetas del bloque norte,
donde vivía Zarh. Cuando llegué entré en la cabaña decidida, y me
encontré con una escena acogedora. Arinhia, la esposa de Zarh estaba
sentada en una de las camas, tejiendo una manta de cuero del jabalí
plateado que habíamos cazado, mientras que Zarh estaba sentado con
su hijo de doce años en el suelo, tallando el primer arco de él.
––¡Lurca!––dijo
Zurdha al verme, se puso en pie de un salto y corrió a abrazarme.
Era mas o menos de la altura de Sayu. Le devolví el abrazo con
ternura y miré a su padre.
Tenía
el pelo rojo como el fuego, un ojo color amarillo, fruto de su padre,
y otro negro como la noche, fruto de su madre. Era el único caso de
ojos de dos colores que se había visto en los elfos, y según
algunas leyendas y cánticos, indicaba que estaba destinado a ser un
héroe. Otras que era un demonio. Su dulce personalidad te indicaba
que, lo que era, es ni mas ni menos que el mejor amigo que alguien
podía tener.
––¿Mañana
sale a cazar por primera vez, no?––Zarh me contestó con una
carcajada y se puso en pie.
––Sabía
que a ti también se te ocurriría. No creo que ella y Zurdha puedan
ser mas parecidos––puso los brazos en jarra y miró hacia el
techo, con la sonrisa aun en la cara.––doy mi consentimiento.
Zurdha
nos miraba intermitentemente a uno y a otro, sin comprender a que nos
referíamos, y su madre rompió el silencio con una fuerte risotada.
––¿Te
acuerdas de que querías conocer a la humana?––dijo su madre,
levantándose y acercándose a su niño. El joven asintió, y al ver
la sonrisa de todos abrió los ojos con asombro e ilusión y se echo
a reír.
––¡¿Yo
poder cazar con ella?!––gritó, en un idioma humano bastante
pobre, y asentí. Se puso a dar saltos y echó a correr por la calle.
––Le
vendrá bien tener un amigo––dijo Zarh, y su gesto se tornó
sombrío.––es demasiado especial. El resto de elfos le miran
siempre que como si fuese un bicho raro.
––Sayu
y él se sentirán como en casa juntos––contesté. Iban a ser una
pareja de caza excelente.
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