viernes, 12 de junio de 2015

Capitulo 10: ¿Y si...?


Capitulo 10: ¿Y si...?
Sayu
Me desperté de un sobresalto, con el corazón latiendo a mil por hora, y miré a mi alrededor. Seguía en la cabaña de Lurca. Las imágenes no dejaban de pasar a toda velocidad por mi cabeza. Aquel sueño... ¿era del pasado? Me incorporé en la cama y me senté en el borde, respirando con dificultad. Había otro niño. Idéntico a mi. En mi casa. No podía ser un recuerdo. Sacudi la cabeza. Pero eso explicaba por que me había sonado lo del Ritual de la Luna, por que había sabido su nombre antes de que Lurca lo mencionase. Me levanté y comencé a andar hacía la puerta: un estaba todo oscuro. La noche reinaba en el Bosque, y las estrellas y la luna iluminaban con fuerza el cielo. Me apoyé contra una de las paredes externas y observe aquel precioso paisaje. El Bosque, oscuro, era casi mas bonito que de día. Lurca tenía toda la razón: no era como los bosques que habíamos dado en Historia, que existían en la antigüedad. A pesar de que el sol no estaba presente, los pájaros no cesaban de cantar, y daba la impresión de que los brillos de la luna bailaban al son de su musica. Las estrellas, más grandes de lo que recordaba que eran en la ciudad, parecían danzar a su alrededor, como las luciérnagas del claro en el ritual. Era difícil no sentirse en paz. Y entonces lo escuché. 
 
Por encima del canto de los pájaros empezó a sonar, aumentando de volumen, otro cántico distinto, más preciso, con una letra clara que no conseguía entender. Miré a mi alrededor, en busca del lugar del que procedía el sonido, pero por algún motivo sentía que no debía acercarme, que no debía verlo: que me estaba prohibido. Cuando se escuchó más alto, identifique a la perfección lo que era: el canto de un montón de elfos. Era un sonido dulce, solemne, potente y estremecedor, que te ponía la piel de gallina y te hacia tener escalofríos. Era una mezcla entre una canción melancólica y un cántico de guerra. Era una obra maestra, a pesar de que las voces que parecían más jóvenes desafinasen un poco. Era una música que se alzaba, como una alabanza y una petición a la naturaleza ,por todo el Bosque hacía el firmamento. Noté como se me encogía el corazón y se me llenaban de lágrimas los ojos. No entendía las palabras, ni por que cantaban, pero sentía que mi alma me pedía cantar con ellos. Al cabo de unos segundos noté como la música de los pajaros y los elfos se enlazaban entre si, formando una canción de dos voces, en espiral: un segundo se oia mas la letra, otro mas la melodía del piar de las aves. Me senté en el suelo, me encogí y me abrace las rodillas. Alcé la mirada al cielo y solté un suspiro. Los humanos no sabíamos vivir. No teníamos nada bello, nada estremecedor, nada solemne: los humanos teníamos rutinas simples y aburridas. Los elfos basaban su vida en la caza y la adrenalina, en buscar un bien natural común: que el Bosque no muriese. Los humanos solo buscaban su beneficio. Eran una raza a la que pertenecía, pero a la que sentía que no debía seguir, obedecer ni mostrar lealtad, si no más bien a la que debía odiar. Cerré el puño al recordar la imagen del sueño de mi padre, profanando el Ritual de la Luna. No sabía como había aprendido que era, pero si que lo había mancillado utilizando la magia para realizarlo y no el poder de la naturaleza, porque, ¿era eso lo que había hecho, no? Usar la magia.
Estuve allí sentada un largo rato, perdida en mis pensamientos, hasta que sin darme cuenta me quedé dormida bajo la increíble música de las criaturas del bosque, y caí lentamente sobre el suelo.

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––Humana––me despertó una voz de pronto. Abrí los ojos y vi que comenzaba a amanecer, lo que indicaba que era la hora de desayunar y de ponerse a correr hasta el medio día.––Levanta.––Escuché de nuevo la voz, y me tumbé boca arriba, para encontrarme con la mirada atenta de los ojos amarillos de Zarh.––Después de correr volverás con los cazadores––añadió, y se alejó por el camino de tierra que unía la cabaña de Lurca con la calle principal del pueblo. 
 
Bostecé y me estiré cuan larga era, apartando la manta de pelo que alguien me había echado por encima en algún momento de la noche: sentía todo el cuerpo entumecido por no haber dormido en una cama blanda. Me puse en pie y miré el cielo. Estaba todo cubierto de nubes blancas que anunciaban una gran nevada. Sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo, y entré en la cabaña. Me puse una camiseta de más, y la malla y el peto de color esmeralda, que se iba convirtiendo poco a poco en mi segunda piel. Salí de nuevo al exterior justo cuando empezaban a caer los primeros copos de nieve. Me abracé el torso, solté un suspiro y me dirigí hacia la cantina. El desayuno siempre estaba compuesto por un extraño néctar que sacaban de las raíces de los arboles morados, que sabía a una mezcla de zumo de naranja y leche de soja, unos cereales hechos con plantas secas y trozos de bayas, y un pedazo de algo que, en textura, te recordaba a un suculento pedazo de carne y en sabor a la menta: en realidad no era ni más ni menos que las hojas, tan gruesas como mis brazos, de un pequeño arbusto que crecía en las cunetas de los caminos. Además, si llegabas temprano, podías disfrutar de unas rebanadas de pan tostado con piñones y mermelada. No era el mejor desayuno del mundo, pero era mejor que alimentarse a base de fresas. Algún día les contaría a los elfos que era la mantequilla, y lo bueno que estaría con aquella mermelada de frutos. Cuando el desayuno terminó, salí al exterior, cogí aire y me puse a correr, como cada mañana.

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Era la hora del almuerzo, y a pesar de la fuerte ventisca de nieve que azotaba todo el bosque, moviendo las ramas con violencia y perlando todo de blanco, Lurca me guió de nuevo hasta el grupo de caza del día anterior. Me dieron de nuevo un arco y un carcaj, y en cuanto estuvimos listos echamos a correr. Esta vez Lurca y yo nos separamos hacia el sur, durante veinte minutos, hasta que llegamos a un riachuelo.
 
––Los exploradores nos han dicho que esta mañana han avistado por aquí a Jabalíes plateados, así que hoy vamos juntas, en silencio, a intentar cazar uno.––dijo en un susurro, y me quedé mirándola como si me hubiese hablado de un extraño planeta mas allá de las estrellas.
 
––¿Jabalí plateado?––pregunté, atónita. El único jabalí que recordaba haber visto tenía el pelaje rojizo y era tan grande como yo. No estaba segura de si quería volver a encontrarme con otro ser así. Ella se río y me dio una palmada en el hombro, en señal de comprensión.
 
Sin contestarme, se agachó, saco el arco, tensó una flecha, me indicó que la imitase y empezó a andar por la orilla del río. La seguí sin miramientos: a Lurca no me importaba obedecerla sin explicaciones. A ella si le debía muchas cosas, y siempre me sentía mejor cuando ella estaba a mi lado, aunque no lograba saber exactamente el por qué. Estuvimos largo rato andando así, casi a hurtadillas, por la orilla, hasta que, sin querer y por la falta de costumbre de caminar así, resbalé y caí de bruces en el agua, haciendo bastante ruido. Lurca se giró al instante y miró por encima de mi con los ojos muy abiertos y el rostro desencajado.
 
––¡Sayu, levanta y corre, imbécil!––gritó con todas sus fuerzas, mientras ella misma se echaba a un lado y tensaba mas la flecha. En ese mismo instante escuché unas enormes pisadas correr hacía mi y sentí un terremoto bajo mi cuerpo. 
 
Me gire a toda velocidad y vi algo que me hizo sentir mil veces más pánico que los monos y el jabali juntos: un jabalí plateado. No era como el que había visto. No era para nada como el que había visto meses atrás. Medía la mitad que uno de los arboles grandes, y sus colmillos negros, retorcidos y en espiral terminaban en un pincho puntiagudo que se dirigía hacía mi con toda la velocidad y la fuerza de su peso. Sus ojos eran negros como el carbón. De lo cerca que estaba ya no me daba tiempo a escapar. 
 
––¡Cúbrete, joder!––gritó la elfa, y no dude en hacerla caso.

Me encogí sobe mi misma, crucé los brazos sobre la cabeza y la escondí entre las rodillas y el cuerpo. Noté como toda la furia de aquel animal me golpeaba y me lanzaba casi diez metros mas lejos. Por suerte caí sobre un enorme arbusto amarillo, parando el golpe, aunque me clave un montón de espinas de las rosas que lo cubrían. Escuché el sonido del vuelo de las flechas del arco de Lurca, y como el animal rugía, enfureciéndose mas. Sentí de nuevo en la tierra el terremoto que se formaba, y me levanté tan rápido como la planta en la que había caído me permitía. Conseguí salir de ella, y vi como el jabalí corría contra Lurca, que se dirigía hacia un árbol: no iba a darle tiempo a subir a una de las ramas. Tensé una de las flechas en el arco y la disparé: se clavo en uno de sus cuartos traseros.
 
––¡Eh, tu cerebro de mamut, ven a por mi! ¡Eh, vamos!––grité, mientras daba saltos y le lanzaba las flechas contra sus patas para llamar su atención.
 
El animal frenó, se giró y me miro con cara de pocos amigos. Le dedique una sonrisa burlona, y eché a correr hacia el árbol que tenia mas cerca.
 
––¡Sayu, no! ¡Muerde!––grito Lurca en el momento en el que el jabalí estaba justo detrás de mi, y yo me impulsaba contra el tronco del árbol para saltar por encima de él haciendo un mortal como meses atrás había hecho con su peludo pariente lejano.
 
El animal levantó la cabeza, abrió la boca y noté como sus dientes afilados se clavaban en mi tobillo. El jabalí dio un giro de cabeza, y volvió a lanzarme por los aires, manchando de sangre su hocico y todas las plantas sobre las que volé hasta caer sobre el río: las aguas empezaron a tomar un color rojizo. Me incorpore y me miré la pierna. Por suerte el tobillo seguía unido por el hueso al resto de la pierna. Me levanté a duras penas para ver como aquel gigante carnívoro volvía a lanzarse a la carrera contra mi: vi en sus enormes ojos negros el reflejo de la muerte y tragué saliva.
 
––¡Dispara a los ojos!––gritó mi compañera mientras corría detrás de la bestia e intentaba dispararle a la cabeza.––¡Tras sus ojos esta el cerebro!
 
La miré y asentí. Lo siguiente sucedió como a cámara lenta. Alcé el arco, cargué y disparé cuando la sombra del animal ya me tapaba. La flecha voló y se clavó en su ojo derecho, y el enorme ser cayó derrapando. Salté para evitar que me aplastase, pero por la energía cinética que llevaba el animal antes de morir, su cabeza golpeó mis piernas, y caí contra su lomo inerte. Tardó un minuto en dejar de deslizarse el cuerpo por la tierra. Me levante sobre el cadáver del animal con un gruñido de dolor, y salté al suelo. Lurca corrió hacia mi, con un puñal en la mano, y empecé a andar hacia atrás mientras me amenazaba con él, hasta que choqué contra el tronco del árbol, estiro el brazo pues aun estaba un poco lejos de mi y me colocó el filo del arma en el cuello. Sus ojos estaban llenos de ira.
 
––Debería matarte por gilipollas y por imprudente. Debería rajarte el cuello y sacarte las entrañas aquí mismo, Sayu.––dijo con rabia, y noté como mi corazón se aceleraba al notar la cercanía de su cuerpo––¡¿Te has vuelto loca?!––continuó gritando, y moviendo sus labios a toda velocidad, pasando poco a poco a hablar élfico y ahí perdí el hilo de sus palabras.
 
Mentiría si os dijese que la miraba a los ojos mientras seguía gritándome todo tipo de insultos y burradas en aquel idioma que entendía tan poco. Os mentiría si dijese que le miraba a los suaves labios carnosos que tenía, sus caderas, su pecho, o cualquiera de la curvas de su cuerpo. Pero no os mentiría si os digo que estaba absorta en el giro de su cuello. En su piel blanquecina con tonos olivas. Parecía suave. Se le veían las venas, azules, por debajo de la carne, y en su yugular se notaba el latido de su corazón, que se aceleraba con cada paso que daba hacía mi. Casi podía escucharlo en mi cabeza. Pum, pum. La sangre recorriendo su bello cuerpo, llenándola de oxigeno y de vida. Bajo el cuchillo y agarró mi barbilla y me hizo mirarla a los ojos. Eran verdes. No verdes como las escamas esmeralda de mi peto. No verdes como las aceitunas, ni como el césped o las hojas de los árboles. Era verde brillante. Era verde espuma de mar. Era un verde salvaje, lleno de vida y de fuerza. Era el verde más bonito que había visto en mi vida, un verde que te absorbe e hipnotiza. No era bonito en plan delicado ni perfecto. Era bonito en plan furia, rabia, adrenalina. Era un verde que prometía unos besos salvajes por parte de sus labios. Y así, absorta en todo eso, no supe en ningún segundo que me decía. No supe nada, excepto lo que quería: besarla. Tirarla al suelo y besarla con todas mis fuerzas, dejarme el alma besando su cuerpo. Recorrerlo entero a besos. Y morder su cuello. Notar su respiración contra mi cuerpo y sus manos acariciando su piel. Y fui consciente de por que me sentía tan a gusto a su lado. Fui tan consciente como de lo mucho que me sudaban las manos por lo nerviosa que me ponía su presencia.
 
––...¿entendido?––escuché de pronto, y asentí de forma automática sin saber que estaba afirmando. Me soltó la barbilla y se alejó un poco de mi.
 
Sentí el nudo en el pecho: no quería que se alejase, quería que se acercase más, quería escuchar su voz susurrar a su oído. Quería que me abrazase. Se giró y dio un par de pasos mas, se cubrió la cara con la mano derecha y soltó un suspiro.
 
––Eres estresante.––fue lo único que añadió, y me reí.
 
––Y tu eres muy intensa.––le respondí, y se giró de nuevo hacía mi. Sus ojos salvajes ahora desprendían temor, y le dediqué una sonrisa.––No voy a morirme, no te..––intenté terminar la frase, pero noté como todo empezaba a dar vueltas y el mundo se nublaba: la sangre seguía saliendo por la herida de mi tobillo, y la adrenalina ya no mantenía mi corazón latiendo. Sentí como caía, y como Lurca me cogía en sus brazos. Y oscuridad.

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Lurca

––Esta bien––dijo una voz a mi derecha, sacándome de mis pensamientos. Alcé la cabeza y vi a Hrate, el médico jefe mirándome con una sonrisa. Suspiré en señal de alivio y le devolví la sonrisa.––Tengo que ponerlo en el informe de la partida médica de caza, Lurca. ¿Que paso exactamente?
 
Me quedé pensando unos instantes y me mordí el labio. No podía contar la verdad. Sayu había sido muy imbécil, pero no podía condenarla de ese modo. Con cualquier otro lo habría hecho. No me gustaba mentir, pero Sayu... no. Con ella no. Mire a Hrate a los ojos y me encogí de hombros.
 
––No estoy segura, creo que siguió nuestro rastro. No hicimos ningún ruido, pero salió de la nada y la embistió, después fue contra mi y Sayu evitó que me aplastase distrayéndole. Después fue a por ella, intento esquivarle pero le hizo lo del tobillo. Fue Sayu quien lo mató.––Él escribía mientras yo hablaba, y cuando acabé se quedó mirándome, intentando descifrar si decía la verdad. Asintió y se levantó.
 
––Dime una cosa Lurca––dijo parándose antes de entrar de nuevo en la cabaña médica.––¿Merece la pena perder tu reputacion de sincera por esa humana?––Me miró y solté un suspiro.
 
––Hrate.. yo. No es eso, es que..
 
––Tranquila. Lo entiendo. Es valiente––dijo a la vez que me dedicaba una sonrisa. ––Lo escribo y os defenderé. Pero espero que sepas lo que estas haciendo. La dejaré salir mañana, pero que vaya con un grupo de caza de novatos.
 
Vi como se alejaba y suspiré. Tal vez había sido mi culpa. Por mi egoísmo la había llevado con un grupo de caza avanzado. Debía salir con los novatos. Sonreí ante ese pensamiento. Y sabía exactamente con que novato debía juntarse. Me puse en pie y anduve lentamente por el pueblo, rumbo hacia las casetas del bloque norte, donde vivía Zarh. Cuando llegué entré en la cabaña decidida, y me encontré con una escena acogedora. Arinhia, la esposa de Zarh estaba sentada en una de las camas, tejiendo una manta de cuero del jabalí plateado que habíamos cazado, mientras que Zarh estaba sentado con su hijo de doce años en el suelo, tallando el primer arco de él.
 
––¡Lurca!––dijo Zurdha al verme, se puso en pie de un salto y corrió a abrazarme. Era mas o menos de la altura de Sayu. Le devolví el abrazo con ternura y miré a su padre.
 
Tenía el pelo rojo como el fuego, un ojo color amarillo, fruto de su padre, y otro negro como la noche, fruto de su madre. Era el único caso de ojos de dos colores que se había visto en los elfos, y según algunas leyendas y cánticos, indicaba que estaba destinado a ser un héroe. Otras que era un demonio. Su dulce personalidad te indicaba que, lo que era, es ni mas ni menos que el mejor amigo que alguien podía tener.
 
––¿Mañana sale a cazar por primera vez, no?––Zarh me contestó con una carcajada y se puso en pie.
 
––Sabía que a ti también se te ocurriría. No creo que ella y Zurdha puedan ser mas parecidos––puso los brazos en jarra y miró hacia el techo, con la sonrisa aun en la cara.––doy mi consentimiento.
 
Zurdha nos miraba intermitentemente a uno y a otro, sin comprender a que nos referíamos, y su madre rompió el silencio con una fuerte risotada.
 
––¿Te acuerdas de que querías conocer a la humana?––dijo su madre, levantándose y acercándose a su niño. El joven asintió, y al ver la sonrisa de todos abrió los ojos con asombro e ilusión y se echo a reír.
 
––¡¿Yo poder cazar con ella?!––gritó, en un idioma humano bastante pobre, y asentí. Se puso a dar saltos y echó a correr por la calle.
 
––Le vendrá bien tener un amigo––dijo Zarh, y su gesto se tornó sombrío.––es demasiado especial. El resto de elfos le miran siempre que como si fuese un bicho raro.
 
––Sayu y él se sentirán como en casa juntos––contesté. Iban a ser una pareja de caza excelente.

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