lunes, 22 de junio de 2015

Capitulo 19: Demasiado tarde


Capitulo 19: Demasiado tarde
 
Zurdha
 
La lluvia caía a raudales, dificultando nuestro paso, pero ayudándonos a ocultarnos en la oscuridad. La noche anterior habíamos aclarado el plan, y se nos había unido un miembro más al “equipo de rescate”: Garhio, el joven de pelo azul que había conocido en el torneo. Nos había seguido hasta el claro cuando Sayu iba a mostrarnos el mapa, había adivinado nuestras intenciones y había dejado claro que si no le incluíamos en el plan no delataría. La verdad es que iba a sernos de ayuda. Entraríamos juntos en la mansión de los padres de Sayu, y después íbamos a separarnos en dos grupos para cubrir mas terreno en menos tiempo mientras buscábamos a Diarthia. Por un lado estaríamos Lurca y yo, y por el otro Sayu y Garhio.
 
Alcanzamos la linde del Bosque lo más rápida y silenciosamente que pudimos, y nos agazapamos en los árboles que daban al camino que sorteaba los campos de cereales. Solo se escuchaba el sonido de la lluvia golpeando contra las hojas y contra el suelo, y el piar de algún pájaro rezagado en las gruesas ramas que se negaba a irse a dormir.
 
––Bien, recordad––dijo Sayu en un susurro––Nada de ruido, hay que correr hasta el palacio. No os separéis. Cuando lleguemos a la puerta yo me encargaré de que entremos, ¿entendido?
 
Asentimos con la cabeza y al instante saltamos al suelo y echamos a correr por el recorrido previamente planeado. No tardamos demasiado en entrar en la ciudad, pero si nos llevó un buen rato llegar al palacio: tuvimos que utilizar callejones y escalar muros de metal para no pasar por la vista de ningún humano fortuito que se encontrase mirando por la ventana. Nos paramos frente a la puerta de la antigua casa de Sayu y observamos atónitos como ella tecleaba dígitos en una especie de pantalla luminosa. Al instante el enorme portón de metal se abrió sin hacer ni un solo ruido, y nos adentramos en el interior de la mansión. Sayu hizo un gesto y nos dividimos. Lurca y yo nos dirigimos al lado este de la casa, donde se encontraban el salón y las escaleras que daban al sótano: era el lugar idóneo para retener a alguien sin que nadie mas se enterase. Recorrimos el pasillo principal despacio y con cautela, para no hacer ruido, y nos metimos por la única puerta que había. Entramos en una sala con el suelo cubierto por una alfombra de pelo negro, y las paredes llenas de cuadros. En el centro de la habitación había tres sofás girados hacia una de aquellas extrañas pantallas, aunque esta se encontraba apagada.
 
––Vamos, hay que darse prisa––dijo Lurca, sacándome de mis pensamientos y tirando de mi brazo.
 
La seguí por la sala hasta las escaleras que había en el fondo. Las bajamos tan rápido como pudimos y abrimos la puerta. El sótano no era muy extenso. Era bastante más pequeño que una de nuestras cabañas, y estaba cubierto de armarios por las paredes y cajones esparcidos por el suelo. Empezamos a abrir todas las puertas, pero allí abajo no había nadie. Sentí la ira fluir por mi interior y le di una patada al suelo.
 
––Joder.
 
––Tranquilo––me contestó mi amiga y me dirigió una sonrisa.––seguro que esta en la casa, daremos con ella.
 
Abrí la boca para decir algo, pero entonces sonó un grito desde algún lado de la casa: Era la voz de Garhio. Echamos a correr.

 
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Garhio
 
Sayu me condujo directamente escaleras arriba, sin pararse a revisar la parte oeste que nos tocaba del piso de abajo: parecía muy decidida. ¿A caso sabía exactamente donde podían tenerla? ¿Por que no se lo había dicho a los otros para ahorrarse trabajo? Me mordí el labio. Esperaba con toda mi alma que Diarthia estuviese bien. Sin ella a mi lado me sentía solo, perdido, sin saber que hacer con mi vida. Recorrimos tres o cuatro pasillos antes de pararnos ante una puerta de madera negra como el carbón. Sayu puso la mano sobre el pomo, se giró para mirarme y poso su dedo índice sobre sus labios para indicarme que guardase silencio.
 
––¿...vendrán?––escuché de pronto una voz en el interior, y se me pusieron los pelos de punta. Parecía una voz humana, pero había algo en ella, algo animal que hacía que sintiese ganas de echar a correr.
 
Cerré los puños con fuerza. No podía marcharme, no sin ella. Jamás la abandonaría. Ya me sentía culpable por haberla dejado ir al río sola a aquel encuentro nocturno.
 
––Lo harán, tarde o temprano. No dejarán que la muchacha muera.––Aquella voz no tenía algo animal que la impregnaba, pero sonaba cruel y misteriosa y se me revolvieron las tripas. Me sonaba de algo, aunque no sabía exactamente de que.
 
––¿Dejaremos que se la lleven?
 
––Claro, ya no nos sirve para nada. Aunque, claro, siempre podemos matarla ahora mismo...
 
Se escuchó dentro el sonido de una espada saliendo de su funda, y no pude resistirlo mas. Eché a correr, aparte a Sayu de un empujón y abrí la puerta de par en par y me paré en seco. Lo primero que vi fue el cuerpo de Diarthia en el suelo, en una esquina. Estaba encogida, visiblemente desmejorada, con los ojos abiertos y la mirada perdida en algún punto del techo.
 
––¡Diarthia!––grité con todas mis fuerzas, pero ella no reaccionó.
Corrí hacia ella sin fijarme ni un solo instante en los dos hombres, rubios, de ojos azules, que me impedían el paso. En cuanto llegue a su altura, el mas alto, que era el que portaba el arma, me dio con su mango en el estomago y me hizo caer al suelo del dolor: rodé sobre mi mismo un par de vueltas y me encogí. Me miré la tripa y escupí un poco de sangre.
 
––¡Déjale!––gritó la voz de Sayu cuando aquel hombre levantaba el arma para atacarme.––No es a él a quien buscas, Ighil.
 
Ighil. Ese nombre me era familiar. Fruncí el ceño y vi como el humano se giraba hacia mi compañera, con una sonrisa de oreja a oreja. Aproveché el despiste para acercarme a rastras hasta Diarthia. En cuanto le toque la frente con los labios para darle un beso ella me miro.
 
––Hermano...––susurró y fijo los ojos morados en los mios. Estaba pálida y el brillo de su mirada había desaparecido por completo. Parecía más un muñeco que una muchacha de trece años.
Sentí como el dolor me impregnaba y la abracé con todas mis fuerzas. La di besos en la frente mientras le acariciaba el pelo. ¿Que le habían hecho? Me giré hacia la puerta
 
––Ve a buscar a los dos elfos.––dijo Ighil, mirando al otro hombre, que salió disparado hacia el pasillo bajo la atenta mirada de Sayu.––Tienes mucho valor para presentarte aquí, traidora.
 
––Dejaste morir a tu hijo.––dijo únicamente, y el humano se quedó muy quito. Parecía sorprendido por aquella información.
 
––¿Como has...?
 
––Callate.––le cortó ella––Eres un hijo de puta. Un misero y egoísta hijo de puta––vi como sus ojos se llenaban de lágrimas. Miré a mi hermana. Sabía como se sentía.
 
Hice un gran esfuerzo y me puse en pie. Me acerqué a la mesa y cogí con las dos manos una bola de cristal que había encima. Mire a Sayu y vi el brillo de comprensión en sus ojos. Empezó a andar hacia el lado contrario del que me encontraba yo, para dejar a su padre dándome la espalda.
 
––No era mi hijo.––soltó él, y Sayu frunció el ceño––al igual que tu. Los hijos son fieles, vosotros sois meros bastardos de vuestra madre.
 
Sayu sacó su espada y apuntó hacia él. Era obvio el odio que sentía por aquel hombre, y no pude evitar sentir pena. Aquella humana debía haberlo pasado fatal. Me acerqué despacio pero de forma decidida hacia Ighil. Levanté la bola por encima de él y cuando estuve lo suficientemente cerca la dejé caer sobre su cabeza, pero fue mas rápido que yo. Se giró rápidamente, esquivando el impacto, y sentí un dolor atroz en el pecho. 
 
––¡AHHHHHHHH!––chillé con todas mis fuerzas mientras notaba como algo se deslizaba por el interior de mi pecho hacia afuera.
 
Caí al suelo y me tape con las manos el agujero que me atravesaba el pecho, en la zona del corazón. Sentía como la sangre salia por la herida, y como mi corazón empezaba a dejar de latir. Observé como Sayu se quedaba paralizada, mirándome con los ojos abiertos por el pánico: estaba en shock. Sentí unas manos sobre mi y me giré. Diarthia me miraba, sin ver, y me acariciaba la cara, y lo comprendí: estaba ciega, por eso su mirada parecía perdida.
 
––Garhio...––susurró, y noté como la sangre se me atragantaba en la garganta: no podía contestarla.––Garhio no te mueras... Garhio por favor. No me dejes tu también.
 
Levanté con esfuerzo mi mano izquierda y rodeé la suya. La acerqué a mis labios y le di un beso en el dorso. Sus lágrimas cayeron sobre mis mejillas, y noté como se tumbaba y apretaba su cabeza contra mi pecho ensangrentado.
 
––Di..ar...thia––conseguí decir. La tos me invadió, cada segundo tenía menos fuerzas, cada instante notaba menos el tacto de su piel entre mis dedos y el olor húmedo de flores de su pelo.––Pro...prométeme... prométeme que seras feliz––dije al fin de un tirón.
 
––No, Garhio. Cállate. No me dejes, no seas tonto... no te mueras...––noté como lloraba con fuerza y le volví a acariciar el pelo, haciendo acopio de todas mis fuerzas.
 
––Que tierno––sonó de pronto la voz de aquel hombre. La ira volvió a invadirme.
 
Aparte a Diarthia de encima y logré ponerme en pie, movido por aquel sentimiento. Me acerqué a trompicones al hombre que me había sentenciado a muerte, y cuando estuve lo suficientemente cerca le lancé un puñetazo que impactó directamente en su mandíbula. Al instante sentí el frío roce del filo del metal contra mi garganta, y caí de nuevo al suelo. 
 
––¡Eres un cabrón!––gritó la voz de Sayu, y escuché el sonido del metal contra el metal. Lo ultimo que vi fue a Diarthia de pie, girando la cabeza hacia todas partes, en busca de mi voz.
 

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Lurca
Zurdha y yo entramos a toda velocidad en la habitación del piso de arriba de la que había venido aquel grito, y nos quedamos paralizados. Sayu y su padre estaban recorriendo la habitación peleando con la espada, mientras que en el suelo yacía el cuerpo inerte y ensangrentado de Garhio. Diarthia estaba de pie en mitad de la habitación, quieta, en silencio. Tenía la mirada perdida. Me giré hacia Zurdha justo para ver como él vomitaba sobre el suelo, asqueado por la imagen de nuestro compañero muerto.
 
––Vaya, vaya. Pero si es el lobito pelirrojo––sonó una voz a nuestra espalda y me giré. Era el tío de Sayu. Vi por el rabillo del ojo como Zurdha también se giraba hacia él.
 
––Tu..––sonó la voz de mi amigo. Estaba lleno de ira.
 
––Zurdha, contrólate––dije, pero ya era tarde.
 
El elfo se abalanzó sobre el tío de Sayu, y este le esquivó sin ningún problema. Zurdha consiguió no caer al suelo. Se giró a toda velocidad y volvió a saltar sobre él: esta vez consiguió atraparlo y ambos rodaron por las baldosas. Miré a mi espalda y vi como Sayu se encontraba contra la pared, esquivando con dificultad los golpes de su padre. Me sentí impotente. ¿A quien debía ayudar?
 
––Garhio...––sonó de pronto una voz femenina. Diarthia había conseguido localizarse y arrodillarse sobre él––dime algo, Garhio.––suplicaba, pero el chico de pelo azul estaba pálido y frío. Se podía apreciar todavía el lento subir y bajar de su pecho: le quedaba poco de vida.
 
Me acerqué rápidamente a ellos y me agaché a su lado. Diarthia estaba llorando, y era incapaz de moverse.
 
––Diarthia––susurré, y ella se sobresaltó. Cuando se posaron sus ojos en mi un escalofrío me recorrió, y sentí un dolor atroz en mi interior: aquello iba a destrozar a Zurdha. Tragué saliva––Tenemos que sacarlo de aquí, aun vive.
 
Ella asintió con la cabeza. Me incorporé un poco y cogí al joven elfo en brazos. Me giré hacia Sayu y ella me miró, mientras esquivaba golpes. Me dedicó una pequeña sonrisa, paró el golpe que le dirigía su padre, le dio una patada en la espinilla y lo empujó al suelo. Ella corrió hacia nosotros, y se paso un brazo de Diarthia por el hombro.
 
––¡Zurdha!––gritó, y este nos miró mientras golpeaba con los puños la cara del hombre de túnica azul.––¡Vámonos!

 
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Sayu
Habíamos conseguido escapar. De hecho, ni siquiera nos habían perseguido, y sentí enseguida un mal presentimiento. Habiamos recorrido lo más rápido que podíamos los caminos en dirección al Bosque, en silencio. Lurca había cargado en brazos el cuerpo casi muerto de Garhio, y Zurdha y yo habíamos acompañado a Diarthia, que se apoyaba sobre nuestros hombros para no caerse. El joven elfo no había dicho absolutamente nada desde que habíamos salido de la mansión. Tenía la vista fija en el suelo y su rostro era una mascara de dolor y culpabilidad: no era el único. Yo también me sentía culpable. Habíamos tardado demasiado en ir a buscarla, y no les había dicho que debíamos ir todos al despacho de mi padre, donde seguramente nos estarían esperando. Cerré los ojos con fuerza. Otra vez alguien había muerto por mi culpa. Ahora nos encontrábamos sentados los tres en el claro donde solíamos reunirnos. Garhio y Diarthia habían sido llevados por Hrate y el resto de médicos al manantial, y no habíamos sentido ganas de acompañarlos: el daño estaba hecho, tanto si se recuperaban como no, no iban a perdonarnoslo, y nosotros tampoco íbamos a hacerlo.
 
––Si nosotros ir antes...––dijo Zurdha rompiendo el silencio: todavía llovía, y el pelo rojo fuego que le caracterizaba parecía mas apagado al estar aplastado contra su cara––y si no le hubiésemos dejado a él venir...
 
––No siguió el plan––dijo Lurca, como intentando quitarnos algo de culpa, pero no funcionó. Los tres nos encontrábamos agotados y destrozados.
 
Cerré los ojos y recordé a Josh, ensangrentado, tirado en el suelo. Aquella vez también había entrado en shock, y si él no hubiese usado el hechizo, ambos habríamos muerto.
 
––Vosotros deber dejarme ir. Aquel día. En cuanto yo enterar que ella atrapada––dijo Zurdha, furioso, mientras se ponía en pie.––tu no deber pararme––me miró a los ojos y vi la ira en su mirada. Agaché la cabeza.
 
––No tengo escusa––logré decir después de unos segundos––fui egoísta. Me importabas mas tu que ella, y no pensé en que sin ella tu sufrirías.
 
Se echó a llorar. No como el primer día de caza, que lloraba de miedo, no. Lloraba con toda su alma. Cayó al suelo de rodillas y todo su cuerpo se convulsionó en sollozos. Me acerqué a él y le abracé con todas mis fuerzas, pero se apartó enseguida, se levantó de nuevo y se fue corriendo. Sentí los brazos de Lurca rodeándome la espalda, y su aliento en la nuca.
 
––No es tu culpa. Ahora esta enfadado.
 
––Si lo es. Es mi culpa. Como lo de Josh.––nada más decir eso ella me giró la cara, sin comprender. Le conté mis sueños con él, lo que había pasado hacía unos días en mitad de la noche y el como mi padre me había confirmado que era real, no simples sueños.––fue mi culpa.––terminé.––si yo hubiese sido maga...
 
––Eso es algo que no controlas. Es como has nacido.
 
––...si hubiese sido valiente y hubiese pelado con él––seguí, ensimismada en mis pensamientos, casi sin oírla. Me cogió la cara con las manos y me sonrió.
 
––Entonces su muerte no habría tenido sentido, y tu también hubieses muerto. Y no estaríamos aquí y... y yo no sería así de feliz. No te lamentes por el pasado, haz que su sacrifico tenga sentido. Y por Zurdha no te preocupes, él también lo sabe: los únicos culpables viven en la ciudad.
 
Me quedé mirándola a los ojos. Apenas había entendido el final de lo qe había dicho. “y yo no sería así de feliz...” resonaba su voz en mi cabeza. La miré a los labios. Eran tan suaves, y sabían siempre tan bien.
 
––Encontré mi chaqueta debajo de tu cama––dije sin pensar, y ella me dedicó una sonrisa dulce. Noté como por primera vez, que yo supiese, se sonrojaba.
 
––Estaba en el Bosque, el día que entraste. En la linde. El Bosque me dijo que fuese. Escuché lo que dijo tu padre, te seguí mientras corrías, y te velé cuando te quedaste dormida. Yo... yo, no se. No podía dejarte morir.
 
Sentí como mi corazón empezaba a latir a mil por hora, y un montón de mariposas empezaron a danzar por mi estomago.
 
––Zurdha me dijo que tenías un conejo como Bola de Pelo––Vi como se sonrojaba cada vez más.
 
––Me daba miedo aparecerme ante ti, pero no quería que estuvieses sola así que...
 
No aguanté más, ni sus palabras ni lo irresistible que estaba con el pelo y la ropa mojados pegados a la piel. Me acerqué a sus labios y la besé con todas mis fuerzas. Abrió los ojos, sorprendida, y se dejó llevar. Mi lengua acarició la suya, y nos tumbamos en el suelo, yo encima de ella. Sentía como el calor subía por mi piel desde el punto de la cintura en el que ella me agarraba con sus manos. Sentí el latido de su corazón contra el mio. Nuestras respiraciones empezaron a acelerarse, ella giró un poco y se puso encima de mi. Se sentó sobre mis piernas y apartó su boca de la mía. Me mordí el labio, mientras ella tiraba con fuerza de las hebillas de mi peto para quitármelo: terminé haciendo lo mismo con el suyo. Metí mis manos por debajo de su camiseta y acaricié su tripa mientras ella me miraba a los ojos, con más intensidad con la que lo había hecho nunca. Me deseaba, y yo a ella. La quería. Con todo mi corazón. Y en su mirada se veía que ella a mi también. Se agachó y nuestros labios volvieron a juntarse, mordí su lengua y escuché el gemido en su garganta. Subí lentamente su camiseta por el torso, sintiendo sus temblores y sus escalofríos y se la quité torpemente mientras ella me quitaba la mía, de forma más rápida y acertada. Estaba nerviosa. Solo podía sonreír y mirarla, y sentir aquel volar de las mariposas por mi estomago. Se tumbó sobre mi y sentí el calor de sus pechos desnudos contra la piel de los mios. El calor empezaba a ser insoportable. Deslicé mi mano derecha por debajo de su cintura y le desabroche el pantalón. Empezó a bajar a besos por mi cuello, el pecho, la tripa... con cada roce de su boca contra mi cuerpo sentía un escalofrío. Me quitó el pantalón y me dio un pequeño mordisco en la cadera mientras volvía a recorrerme a besos. Me dio un segundo mordisco, esta vez en el lóbulo de la oreja izquierda, y le terminé de quitar los pantalones a toda velocidad. Volvimos a besarnos, con más pasión, con mas velocidad. Sentí el tacto de sus dedos girando alrededor de mis pechos y me quedé sin aire. Bebí de su boca sus besos, con ansia. Tenía unas ganas irremediables de recorrerla entera a besos, a mordiscos, de hacerla sentir como nunca. Tuve que parar un segundo para coger aire cuando noté como su mano bajaba por entre mis piernas, cerré los ojos con fuerza y me dejé llevar.

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