Capitulo
19: Demasiado tarde
Zurdha
La
lluvia caía a raudales, dificultando nuestro paso, pero ayudándonos
a ocultarnos en la oscuridad. La noche anterior habíamos aclarado el
plan, y se nos había unido un miembro más al “equipo de rescate”:
Garhio, el joven de pelo azul que había conocido en el torneo. Nos
había seguido hasta el claro cuando Sayu iba a mostrarnos el mapa,
había adivinado nuestras intenciones y había dejado claro que si no
le incluíamos en el plan no delataría. La verdad es que iba a
sernos de ayuda. Entraríamos juntos en la mansión de los padres de
Sayu, y después íbamos a separarnos en dos grupos para cubrir mas
terreno en menos tiempo mientras buscábamos a Diarthia. Por un lado
estaríamos Lurca y yo, y por el otro Sayu y Garhio.
Alcanzamos
la linde del Bosque lo más rápida y silenciosamente que pudimos, y
nos agazapamos en los árboles que daban al camino que sorteaba los
campos de cereales. Solo se escuchaba el sonido de la lluvia
golpeando contra las hojas y contra el suelo, y el piar de algún
pájaro rezagado en las gruesas ramas que se negaba a irse a dormir.
––Bien,
recordad––dijo Sayu en un susurro––Nada de ruido, hay que
correr hasta el palacio. No os separéis. Cuando lleguemos a la
puerta yo me encargaré de que entremos, ¿entendido?
Asentimos
con la cabeza y al instante saltamos al suelo y echamos a correr por
el recorrido previamente planeado. No tardamos demasiado en entrar en
la ciudad, pero si nos llevó un buen rato llegar al palacio: tuvimos
que utilizar callejones y escalar muros de metal para no pasar por la
vista de ningún humano fortuito que se encontrase mirando por la
ventana. Nos paramos frente a la puerta de la antigua casa de Sayu y
observamos atónitos como ella tecleaba dígitos en una especie de
pantalla luminosa. Al instante el enorme portón de metal se abrió
sin hacer ni un solo ruido, y nos adentramos en el interior de la
mansión. Sayu hizo un gesto y nos dividimos. Lurca y yo nos
dirigimos al lado este de la casa, donde se encontraban el salón y
las escaleras que daban al sótano: era el lugar idóneo para retener
a alguien sin que nadie mas se enterase. Recorrimos el pasillo
principal despacio y con cautela, para no hacer ruido, y nos metimos
por la única puerta que había. Entramos en una sala con el suelo
cubierto por una alfombra de pelo negro, y las paredes llenas de
cuadros. En el centro de la habitación había tres sofás girados
hacia una de aquellas extrañas pantallas, aunque esta se encontraba
apagada.
––Vamos,
hay que darse prisa––dijo Lurca, sacándome de mis pensamientos y
tirando de mi brazo.
La
seguí por la sala hasta las escaleras que había en el fondo. Las
bajamos tan rápido como pudimos y abrimos la puerta. El sótano no
era muy extenso. Era bastante más pequeño que una de nuestras
cabañas, y estaba cubierto de armarios por las paredes y cajones
esparcidos por el suelo. Empezamos a abrir todas las puertas, pero
allí abajo no había nadie. Sentí la ira fluir por mi interior y le
di una patada al suelo.
––Joder.
––Tranquilo––me
contestó mi amiga y me dirigió una sonrisa.––seguro que esta en
la casa, daremos con ella.
Abrí
la boca para decir algo, pero entonces sonó un grito desde algún
lado de la casa: Era la voz de Garhio. Echamos a correr.
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Garhio
Sayu
me condujo directamente escaleras arriba, sin pararse a revisar la
parte oeste que nos tocaba del piso de abajo: parecía muy decidida.
¿A caso sabía exactamente donde podían tenerla? ¿Por que no se lo
había dicho a los otros para ahorrarse trabajo? Me mordí el labio.
Esperaba con toda mi alma que Diarthia estuviese bien. Sin ella a mi
lado me sentía solo, perdido, sin saber que hacer con mi vida.
Recorrimos tres o cuatro pasillos antes de pararnos ante una puerta
de madera negra como el carbón. Sayu puso la mano sobre el pomo, se
giró para mirarme y poso su dedo índice sobre sus labios para
indicarme que guardase silencio.
––¿...vendrán?––escuché
de pronto una voz en el interior, y se me pusieron los pelos de
punta. Parecía una voz humana, pero había algo en ella, algo animal
que hacía que sintiese ganas de echar a correr.
Cerré
los puños con fuerza. No podía marcharme, no sin ella. Jamás la
abandonaría. Ya me sentía culpable por haberla dejado ir al río
sola a aquel encuentro nocturno.
––Lo
harán, tarde o temprano. No dejarán que la muchacha muera.––Aquella
voz no tenía algo animal que la impregnaba, pero sonaba cruel y
misteriosa y se me revolvieron las tripas. Me sonaba de algo, aunque
no sabía exactamente de que.
––¿Dejaremos
que se la lleven?
––Claro,
ya no nos sirve para nada. Aunque, claro, siempre podemos matarla
ahora mismo...
Se
escuchó dentro el sonido de una espada saliendo de su funda, y no
pude resistirlo mas. Eché a correr, aparte a Sayu de un empujón y
abrí la puerta de par en par y me paré en seco. Lo primero que vi
fue el cuerpo de Diarthia en el suelo, en una esquina. Estaba
encogida, visiblemente desmejorada, con los ojos abiertos y la mirada
perdida en algún punto del techo.
––¡Diarthia!––grité
con todas mis fuerzas, pero ella no reaccionó.
Corrí
hacia ella sin fijarme ni un solo instante en los dos hombres,
rubios, de ojos azules, que me impedían el paso. En cuanto llegue a
su altura, el mas alto, que era el que portaba el arma, me dio con su
mango en el estomago y me hizo caer al suelo del dolor: rodé sobre
mi mismo un par de vueltas y me encogí. Me miré la tripa y escupí
un poco de sangre.
––¡Déjale!––gritó
la voz de Sayu cuando aquel hombre levantaba el arma para
atacarme.––No es a él a quien buscas, Ighil.
Ighil.
Ese nombre me era familiar. Fruncí el ceño y vi como el humano se
giraba hacia mi compañera, con una sonrisa de oreja a oreja.
Aproveché el despiste para acercarme a rastras hasta Diarthia. En
cuanto le toque la frente con los labios para darle un beso ella me
miro.
––Hermano...––susurró
y fijo los ojos morados en los mios. Estaba pálida y el brillo de su
mirada había desaparecido por completo. Parecía más un muñeco que
una muchacha de trece años.
Sentí
como el dolor me impregnaba y la abracé con todas mis fuerzas. La di
besos en la frente mientras le acariciaba el pelo. ¿Que le habían
hecho? Me giré hacia la puerta
––Ve
a buscar a los dos elfos.––dijo Ighil, mirando al otro hombre,
que salió disparado hacia el pasillo bajo la atenta mirada de
Sayu.––Tienes mucho valor para presentarte aquí, traidora.
––Dejaste
morir a tu hijo.––dijo únicamente, y el humano se quedó muy
quito. Parecía sorprendido por aquella información.
––¿Como
has...?
––Callate.––le
cortó ella––Eres un hijo de puta. Un misero y egoísta hijo de
puta––vi como sus ojos se llenaban de lágrimas. Miré a mi
hermana. Sabía como se sentía.
Hice
un gran esfuerzo y me puse en pie. Me acerqué a la mesa y cogí con
las dos manos una bola de cristal que había encima. Mire a Sayu y vi
el brillo de comprensión en sus ojos. Empezó a andar hacia el lado
contrario del que me encontraba yo, para dejar a su padre dándome la
espalda.
––No
era mi hijo.––soltó él, y Sayu frunció el ceño––al igual
que tu. Los hijos son fieles, vosotros sois meros bastardos de
vuestra madre.
Sayu
sacó su espada y apuntó hacia él. Era obvio el odio que sentía
por aquel hombre, y no pude evitar sentir pena. Aquella humana debía
haberlo pasado fatal. Me acerqué despacio pero de forma decidida
hacia Ighil. Levanté la bola por encima de él y cuando estuve lo
suficientemente cerca la dejé caer sobre su cabeza, pero fue mas
rápido que yo. Se giró rápidamente, esquivando el impacto, y sentí
un dolor atroz en el pecho.
––¡AHHHHHHHH!––chillé
con todas mis fuerzas mientras notaba como algo se deslizaba por el
interior de mi pecho hacia afuera.
Caí
al suelo y me tape con las manos el agujero que me atravesaba el
pecho, en la zona del corazón. Sentía como la sangre salia por la
herida, y como mi corazón empezaba a dejar de latir. Observé como
Sayu se quedaba paralizada, mirándome con los ojos abiertos por el
pánico: estaba en shock. Sentí unas manos sobre mi y me giré.
Diarthia me miraba, sin ver, y me acariciaba la cara, y lo comprendí:
estaba ciega, por eso su mirada parecía perdida.
––Garhio...––susurró,
y noté como la sangre se me atragantaba en la garganta: no podía
contestarla.––Garhio no te mueras... Garhio por favor. No me
dejes tu también.
Levanté
con esfuerzo mi mano izquierda y rodeé la suya. La acerqué a mis
labios y le di un beso en el dorso. Sus lágrimas cayeron sobre mis
mejillas, y noté como se tumbaba y apretaba su cabeza contra mi
pecho ensangrentado.
––Di..ar...thia––conseguí
decir. La tos me invadió, cada segundo tenía menos fuerzas, cada
instante notaba menos el tacto de su piel entre mis dedos y el olor
húmedo de flores de su pelo.––Pro...prométeme... prométeme que
seras feliz––dije al fin de un tirón.
––No,
Garhio. Cállate. No me dejes, no seas tonto... no te mueras...––noté
como lloraba con fuerza y le volví a acariciar el pelo, haciendo
acopio de todas mis fuerzas.
––Que
tierno––sonó de pronto la voz de aquel hombre. La ira volvió a
invadirme.
Aparte
a Diarthia de encima y logré ponerme en pie, movido por aquel
sentimiento. Me acerqué a trompicones al hombre que me había
sentenciado a muerte, y cuando estuve lo suficientemente cerca le
lancé un puñetazo que impactó directamente en su mandíbula. Al
instante sentí el frío roce del filo del metal contra mi garganta,
y caí de nuevo al suelo.
––¡Eres
un cabrón!––gritó la voz de Sayu, y escuché el sonido del
metal contra el metal. Lo ultimo que vi fue a Diarthia de pie,
girando la cabeza hacia todas partes, en busca de mi voz.
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Lurca
Zurdha
y yo entramos a toda velocidad en la habitación del piso de arriba
de la que había venido aquel grito, y nos quedamos paralizados. Sayu
y su padre estaban recorriendo la habitación peleando con la espada,
mientras que en el suelo yacía el cuerpo inerte y ensangrentado de
Garhio. Diarthia estaba de pie en mitad de la habitación, quieta, en
silencio. Tenía la mirada perdida. Me giré hacia Zurdha justo para
ver como él vomitaba sobre el suelo, asqueado por la imagen de
nuestro compañero muerto.
––Vaya,
vaya. Pero si es el lobito pelirrojo––sonó una voz a nuestra
espalda y me giré. Era el tío de Sayu. Vi por el rabillo del ojo
como Zurdha también se giraba hacia él.
––Tu..––sonó
la voz de mi amigo. Estaba lleno de ira.
––Zurdha,
contrólate––dije, pero ya era tarde.
El
elfo se abalanzó sobre el tío de Sayu, y este le esquivó sin
ningún problema. Zurdha consiguió no caer al suelo. Se giró a toda
velocidad y volvió a saltar sobre él: esta vez consiguió atraparlo
y ambos rodaron por las baldosas. Miré a mi espalda y vi como Sayu
se encontraba contra la pared, esquivando con dificultad los golpes
de su padre. Me sentí impotente. ¿A quien debía ayudar?
––Garhio...––sonó
de pronto una voz femenina. Diarthia había conseguido localizarse y
arrodillarse sobre él––dime algo, Garhio.––suplicaba, pero
el chico de pelo azul estaba pálido y frío. Se podía apreciar
todavía el lento subir y bajar de su pecho: le quedaba poco de vida.
Me
acerqué rápidamente a ellos y me agaché a su lado. Diarthia estaba
llorando, y era incapaz de moverse.
––Diarthia––susurré,
y ella se sobresaltó. Cuando se posaron sus ojos en mi un escalofrío
me recorrió, y sentí un dolor atroz en mi interior: aquello iba a
destrozar a Zurdha. Tragué saliva––Tenemos que sacarlo de aquí,
aun vive.
Ella
asintió con la cabeza. Me incorporé un poco y cogí al joven elfo
en brazos. Me giré hacia Sayu y ella me miró, mientras esquivaba
golpes. Me dedicó una pequeña sonrisa, paró el golpe que le
dirigía su padre, le dio una patada en la espinilla y lo empujó al
suelo. Ella corrió hacia nosotros, y se paso un brazo de Diarthia
por el hombro.
––¡Zurdha!––gritó,
y este nos miró mientras golpeaba con los puños la cara del hombre
de túnica azul.––¡Vámonos!
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Sayu
Habíamos
conseguido escapar. De hecho, ni siquiera nos habían perseguido, y
sentí enseguida un mal presentimiento. Habiamos recorrido lo más
rápido que podíamos los caminos en dirección al Bosque, en
silencio. Lurca había cargado en brazos el cuerpo casi muerto de
Garhio, y Zurdha y yo habíamos acompañado a Diarthia, que se
apoyaba sobre nuestros hombros para no caerse. El joven elfo no había
dicho absolutamente nada desde que habíamos salido de la mansión.
Tenía la vista fija en el suelo y su rostro era una mascara de dolor
y culpabilidad: no era el único. Yo también me sentía culpable.
Habíamos tardado demasiado en ir a buscarla, y no les había dicho
que debíamos ir todos al despacho de mi padre, donde seguramente nos
estarían esperando. Cerré los ojos con fuerza. Otra vez alguien
había muerto por mi culpa. Ahora nos encontrábamos sentados los
tres en el claro donde solíamos reunirnos. Garhio y Diarthia habían
sido llevados por Hrate y el resto de médicos al manantial, y no
habíamos sentido ganas de acompañarlos: el daño estaba hecho,
tanto si se recuperaban como no, no iban a perdonarnoslo, y nosotros
tampoco íbamos a hacerlo.
––Si
nosotros ir antes...––dijo Zurdha rompiendo el silencio: todavía
llovía, y el pelo rojo fuego que le caracterizaba parecía mas
apagado al estar aplastado contra su cara––y si no le hubiésemos
dejado a él venir...
––No
siguió el plan––dijo Lurca, como intentando quitarnos algo de
culpa, pero no funcionó. Los tres nos encontrábamos agotados y
destrozados.
Cerré
los ojos y recordé a Josh, ensangrentado, tirado en el suelo.
Aquella vez también había entrado en shock, y si él no hubiese
usado el hechizo, ambos habríamos muerto.
––Vosotros deber
dejarme ir. Aquel día. En cuanto yo enterar que ella atrapada––dijo Zurdha,
furioso, mientras se ponía en pie.––tu no deber pararme––me
miró a los ojos y vi la ira en su mirada. Agaché la cabeza.
––No
tengo escusa––logré decir después de unos segundos––fui
egoísta. Me importabas mas tu que ella, y no pensé en que sin ella
tu sufrirías.
Se
echó a llorar. No como el primer día de caza, que lloraba de miedo,
no. Lloraba con toda su alma. Cayó al suelo de rodillas y todo su
cuerpo se convulsionó en sollozos. Me acerqué a él y le abracé
con todas mis fuerzas, pero se apartó enseguida, se levantó de
nuevo y se fue corriendo. Sentí los brazos de Lurca rodeándome la
espalda, y su aliento en la nuca.
––No
es tu culpa. Ahora esta enfadado.
––Si
lo es. Es mi culpa. Como lo de Josh.––nada más decir eso ella me
giró la cara, sin comprender. Le conté mis sueños con él, lo que
había pasado hacía unos días en mitad de la noche y el como mi
padre me había confirmado que era real, no simples sueños.––fue
mi culpa.––terminé.––si yo hubiese sido maga...
––Eso
es algo que no controlas. Es como has nacido.
––...si
hubiese sido valiente y hubiese pelado con él––seguí,
ensimismada en mis pensamientos, casi sin oírla. Me cogió la cara
con las manos y me sonrió.
––Entonces
su muerte no habría tenido sentido, y tu también hubieses muerto. Y
no estaríamos aquí y... y yo no sería así de feliz. No te
lamentes por el pasado, haz que su sacrifico tenga sentido. Y por
Zurdha no te preocupes, él también lo sabe: los únicos culpables
viven en la ciudad.
Me
quedé mirándola a los ojos. Apenas había entendido el final de lo
qe había dicho. “y yo no sería así de feliz...”
resonaba su voz en mi cabeza. La miré a los labios. Eran tan suaves,
y sabían siempre tan bien.
––Encontré
mi chaqueta debajo de tu cama––dije sin pensar, y ella me dedicó
una sonrisa dulce. Noté como por primera vez, que yo supiese, se
sonrojaba.
––Estaba
en el Bosque, el día que entraste. En la linde. El Bosque me dijo
que fuese. Escuché lo que dijo tu padre, te seguí mientras corrías,
y te velé cuando te quedaste dormida. Yo... yo, no se. No podía
dejarte morir.
Sentí
como mi corazón empezaba a latir a mil por hora, y un montón de
mariposas empezaron a danzar por mi estomago.
––Zurdha
me dijo que tenías un conejo como Bola de Pelo––Vi como se
sonrojaba cada vez más.
––Me
daba miedo aparecerme ante ti, pero no quería que estuvieses sola
así que...
No
aguanté más, ni sus palabras ni lo irresistible que estaba con el
pelo y la ropa mojados pegados a la piel. Me acerqué a sus labios y
la besé con todas mis fuerzas. Abrió los ojos, sorprendida, y se
dejó llevar. Mi lengua acarició la suya, y nos tumbamos
en el suelo, yo encima de ella. Sentía como el calor subía por mi
piel desde el punto de la cintura en el que ella me agarraba con sus
manos. Sentí el latido de su corazón contra el mio. Nuestras
respiraciones empezaron a acelerarse, ella giró un poco y se puso
encima de mi. Se sentó sobre mis piernas y apartó su boca de la
mía. Me mordí el labio, mientras ella tiraba con fuerza de las
hebillas de mi peto para quitármelo: terminé haciendo lo mismo con
el suyo. Metí mis manos por debajo de su camiseta y acaricié su
tripa mientras ella me miraba a los ojos, con más intensidad con la
que lo había hecho nunca. Me deseaba, y yo a ella. La quería. Con todo mi corazón. Y en su mirada se veía que ella a mi también. Se agachó y nuestros labios volvieron a
juntarse, mordí su lengua y escuché el gemido en su garganta. Subí
lentamente su camiseta por el torso, sintiendo sus temblores y sus escalofríos y se la quité torpemente mientras ella me
quitaba la mía, de forma más rápida y acertada. Estaba nerviosa. Solo podía sonreír y mirarla, y sentir aquel volar de las mariposas por mi estomago. Se tumbó sobre mi y sentí el calor de sus pechos
desnudos contra la piel de los mios. El calor empezaba a ser
insoportable. Deslicé mi mano derecha por debajo de su cintura y le
desabroche el pantalón. Empezó a bajar a besos por mi cuello, el
pecho, la tripa... con cada roce de su boca contra mi cuerpo sentía
un escalofrío. Me quitó el pantalón y me dio un pequeño mordisco
en la cadera mientras volvía a recorrerme a besos. Me dio un segundo
mordisco, esta vez en el lóbulo de la oreja izquierda, y le terminé de quitar
los pantalones a toda velocidad. Volvimos a besarnos, con más
pasión, con mas velocidad. Sentí el tacto de sus dedos girando
alrededor de mis pechos y me quedé sin aire. Bebí de su boca sus
besos, con ansia. Tenía unas ganas irremediables de recorrerla
entera a besos, a mordiscos, de hacerla sentir como nunca. Tuve que
parar un segundo para coger aire cuando noté como su mano bajaba por
entre mis piernas, cerré los ojos con fuerza y me dejé llevar.
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