martes, 23 de junio de 2015

Capitulo 21: El príncipe


Capitulo 21: El príncipe

Sayu
 

Llegamos al poblado al cabo de veinte minutos corriendo a máxima velocidad, y nos paramos en seco, confusas. No había enemigo. Algunos elfos estaban peleando entre ellos, con furia, en mitad del pueblo, mientras el resto de elfos salía corriendo y gritando para esconderse. Miré a Lurca, pero ella tenía la vista clavada en la cabaña de Sadheri, y corrió hacía allí.
 

––¡Espera!––grité, pero no se giró a mirarme.
 

La seguí tan rápido como pude, esquivando a los grupos de elfos que se peleaban. Entré en la cabaña segundos después que ella, y vi como Zarh, Zurdha y el resto de generales y capitanes rodeaban y apuntaban con sus armas a Sadheri. Abrí mucho los ojos. ¿Se habían revelado? ¿Por que? Vale, Sadheri era un cabrón, y era obvio que ocultaba algo, pero, ¿tan grave era como para provocar una especie de guerra interna? Zurdha nos miró de reojo con gesto serio, y nos quedamos en silencio.
 

––¿Como te has atrevido?––preguntó Zarh con furia. Colocó el filo de su espada sobre el cuello de Sadheri.––¡Eres nuestro jefe! ¡¿Como te has atrevido?!
 

––¡No tenía otra opción! ¡No son humanos, son bestias! ¡Lo hice por protegeros––contestó a gritos. Las lágrimas empezaban a rodar por sus mejillas.
 

––¡Proteger a tu pueblo no es esclavizarla en secreto! ¡¿Sabes cuantos elfos han muerto desde que aumentaste el numero de dos partidas de caza a la semana a hacerlas a diario?! ¡Nadie puede aguantar eso! ¡¿Por que ocultaste el motivo?!––Zarh estaba más furioso de lo que le había visto nunca. Me quedé mirándole y contuve el aire. ¿Por que se gritaban? ¿Por que le acusaba de haber esclavizado a los elfos?
 

––No tenía otra––esta vez Sadheri solo puso susurrar entre sollozos. El filo del arma de Zarh se alejó un poco de su cuello.
 

––Decir que te habían amenazado––dijo de pronto Zurdha y le miré frunciendo el ceño––Decir que te habían dicho que o cazábamos también para ellos o nos harían arder. 
 

Y entonces, con esas palabras, lo entendí todo. Siempre nos habían hecho pensar en la ciudad se creaba la comida con la magia, y que por eso no necesitábamos tener cazadores o ganado, aunque a mi me había sonado siempre un poco surrealista. Ahora todo encajaba. Los humanos utilizaban a escondidas a los elfos para que les consiguieran la comida, amenazándolos con la muerte. Pensé en mi padre, y en aquella conversación que había escuchado con Josh de pequeños. No les queda otra a esos salvaje. El mínimo agravio contra nosotros y les incendiamos las chozas de ramas que usan como casas”. Era un hijo de puta. Cerré los puños con fuerza, clavándome las uñas en las palmas de las manos. No solo había matado a su hijo y dejado que su hija corriese la misma suerte. No solo había mentido a toda su raza sobre la verdad del Bosque. Había esclavizado y puesto en peligro las vidas de miles de elfos. Sentí como se me revolvía el estomago al pensar en su risa y el como me había llamado traidora. Si yo era eso, ¿el que era?
 

––¿Decirlo?––preguntó Sadheri, y soltó una pequeña carcajada––No sabéis de que son capaces. Habríamos muerto todos.
 

De pronto, sin previo aviso salió del suelo la raíz de un árbol, que rodeo a Sadheri, mientras todos nos apartábamos, algo asustados. La raíz se metió debajo de s camiseta, y le arrancó el collar que llevaba al cuello. Todo el Bosque tembló, y el pelo de Sadheri pasó de ser blanco a recuperar un color castaño oscuro. Las arrugas de su rostro desaparecieron sin más, y aparentó la edad que tenía: unos cincuenta años. Tragué saliva. La raíz empezó a moverse por la habitación, rodeó los pies de Zurdha y le puso el collar en el cuello. Todos nos quedamos en silencio, mirándole, mientras la raíz desaparecía por donde había venido.
 

––No... no puedes hacer esto––le dijo Sadheri a la nada. Se puso en pie y salió corriendo de la cabaña: nadie intentó detenerlo.
 

Zarh se acercó a su hijo, con los ojos y la boca abiertos, en señal de asombro. Miré a Lurca, y vi como tenía el rostro totalmente pálido. De pronto, todos hincaron la rodilla en el suelo y le hicieron una reverencia a Zurdha: todos menos su padre.
 

––¿Que te ha dicho?––preguntó su progenitor, y Zurdha llevó su mano derecha al collar.
 

––Que yo ser el nuevo Príncipe del Bosque.––miró a su padre, con lágrimas en los ojos.––pero yo no querer.
 

Se abrazaron, y sentí como mi corazón se aceleraba. ¿Zurdha príncipe del Bosque? ¿Por que? Sentí como empezaba a dolerme la cabeza. No entendía absolutamente nada. Todos volvieron a ponerse en pie, y uno de los generales salió rápidamente al exterior. Al instante dejaron de escucharse los sonidos de las espadas, y el resto salimos al exterior. Nos quedamos en la perta y poco a poco todos los elfos se acercaron.
 

––El Bosque ha quitado el rango de Maeru a Sadheri––dijo Zarh en alto, y la gente empezó a murmurar cosas.––Y ha nombrado príncipe del Bosque a Zurdha––colocó su mano izquierda sobre el hombro derecho de su hijo, y un brillo de preocupación recorrió su rostro.
 

Abrió la boca para continuar hablando, pero de pronto la gente empezó a hacer un pasillo desde el Bosque hasta donde nos encontrábamos, y por el apareció un humano ataviado con una túnica blanca. Se acercó a Zarh, le tendió un sobre y se fue por donde había venido. El elfo se quedó mirándolo. Lo abrió rápidamente y se quedó pálido.
 

––¡Los humanos nos han declarado la guerra!––gritó, y la gente se quedó totalmente paralizada––Exploradores, cazadores y guerreros, quedaos. El resto que vaya a sus casas y cojan todo lo necesario para ir a un lugar seguro.
 

Los elfos empezaron a movilizarse a toda velocidad, y al final quedamos allí reunidos solo un cuarto de población de la que eramos antes. Zarh se giró hacia Lurca y hacia mi.
 

––¿Que os dijo Lobo?
 

––Nos avisó de esto––le contestó Lurca rápidamente––de guerra. Y nos dijo que nos reuniésemos con el en las montañas, en tres días.
 

––Bien––dijo, y me miró a mi––Sayu, se que eres guerrera, pero tu no has nacido aquí, no tienes control sobre el Bosque, debes adquirirlo. Debes ir con Lobo Calavera, y llévate a Zurdha. El Bosque debía estar al tanto, por eso lo ha llamado Príncipe y no Rey. Debe estar vivo cuando acabe la guerra.


––¡No!––se reveló Zurdha ante esas palabras, y se puso delante de su padre––¡Yo guerrero! ¡Yo querer luchar!
 

––No, no. Tienes que sobrevivir, Zurdha. Si mueres, el Bosque morirá contigo. Ahora estáis conectados.
 

Zurdha tenía la respiración acelerada, y las lágrimas se acumulaban en sus ojos, pero acabó por asentir. Se acercó a mi, y Zarh nos dedicó una sonrisa.
 

––Voy con ellos.
 

––No, Lurca. Tu eres de las mejores elfas con las armas, te necesito.––Le puso las manos en los hombres y la miró con decisión, después se volvió a girar hacia nosotros––partid ya, id al norte, a las montañas.
 

Asentimos y empezamos a andar hacia la linde. Sentí como mi corazón dio un vuelco cuando Lurca me paró y me besó. 
 

––Nos volveremos a encontrar––me dijo con na sonrisa tras el beso, y me abrazó con fuerza.
 

––Mantente viva, por favor..––Le susurré, mientras le devolvía el abrazo.
 

Nos separamos y Zurdha y yo nos adentramos en el Bosque. Sentía el miedo recorrer todos y cada uno de mis huesos. Una guerra. No quería alejarme de Lurca, pero Zarh tenía razón. Los humanos tenían la magia y los elfos controlaban el Bosque. Yo no tenía nada. Y Zurdha debía mantenerse a salvo.
 

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Lurca
 

Una guerra. Aquello no había pasado nunca en la historia, que yo supiese. Me quedé un rato mirando como Zurdha y Sayu desaparecían en la espesura. ¿Que se le pasaba a Zarh por la cabeza para que pensar que con el loco de Lobo Calavera estarían a salvo? Por lo que yo sabía, aquel muchacho era capaz de descuartizarlos tal y como había hecho con aquellos humanos. Cerré los ojos con fuerza ante aquella posibilidad. No debían morir.
 

––Bien––sonó la voz de Zarh detrás de mi––Vamos a pedirle al Bosque que cree una muralla para proteger la linde, y otra para el pueblo. Los guerreros y los cazadores protegerán los muros. Además, los cazadores harán dos salidas a la semana para cazar comida.––su tono era potente y autoritario. Era obvio que al ser su hijo el príncipe, el “jefe en funciones” durante la guerra debía ser él––Los exploradores se encargaran de llevarla a las cuevas donde se están resguardando el resto de elfos––continuó, mirando hacia el resto de cabañas, de las que entraba y salía la gente, aprovisionándose––después la traeréis cocinada para abastecernos. Si cualquiera de vosotros ve un humano: matadlo, sin contemplaciones.
 

Todos asintieron y empezaron a movilizarse para prepararlo todo. Al final Zarh y yo nos quedamos solos, y suspiramos.
 

––¿Que crees que planea el Bosque nombrando príncipe a Zurdha?––pregunté en un susurro, para que absolutamente nadie pudiese escucharnos. Él me miró, parecía triste.
 

––No tengo ni idea. Por sangre, debería haberte nombrado a ti.––suspiró, pensativo––No importa. Vamos a pedirle al Bosque las murallas.
 

Nos dirigimos al enorme árbol que había rozando las aguas del manantial de curaciones, y nos arrodillamos. Pusimos las manos contra el tronco y cerramos los ojos. “Bosque, ha llegado la hora. Protégete, y protégenos.” susurré en mi cabeza. Abrí los ojos y vi como las raices y las ramas empezaban a moverse a nuestro alrededor, a toda velocidad. Cuando volvimos al claro del pueblo, los arboles se habían juntado y entrelazado, formando una bóveda de madera alrededor del pueblo. Había pequeños huecos en lo alto a los que se podía subir para proteger que nadie intentase atacarnos. Tragué saliva cuando pasamos por uno de los muros: estaban cubiertos de pinchos.
 

––Ha sido nuestra culpa––dije, cuando volvimos a entrar en la cabaña del Maeru. Zarh se giró para mirarme y negó con la cabeza.
 

––Fue una trampa lo de Diarthia, si, pero no es culpa vuestra. Los culpables son ellos, por ser tan crueles y retorcidos––me contestó mientras se sentaba en el suelo. Se cubrió la cara con las manos y me arrodillé delante de él.––Sadheri tiene razón. Casi nadie sabe de que con capaces esos humanos.
 

––¿A que te refieres?
 

––No ha sido la primera vez que han secuestrado a un elfo, y lo sabes––soltó un suspiro y me miró con tristeza. Mi padre. Y en aquel momento tampoco fue el único––No sabemos porqué lo hacen, porqué los quieren. Creo que esta guerra va a ser más cruel que lo que las guerras suelen ser.
 

Me quedé mirándole en silencio, y un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Tenía miedo, mucho miedo. No quería ver a ninguno de los mios morir.
 

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Zurdha
 

Llevábamos dos horas caminando, y desde hacía un buen rato me había ido fijando en que el Bosque se movía por detrás de nosotros. Miré un poco de reojo y vi como las ramas cerraban el paso por el que habíamos venido, y se llenaban de espinas, protegiéndonos de todo aquel que intentasen seguirnos. “Ahora eres el Príncipe del Bosque.” recordé aquellas palabras en mi cabeza e hice una mueca. ¿Por que yo? ¿Por que a mi? Yo no quería serlo, yo no tenía madera para serlo. Era un simple elfo con miedo a perderlo todo y con ganas de hacerse fuerte para protegerles. No era noble, no era caballeroso, y mucho menos sabía ni quería mandar sobre la gente. Y encima, ahora que Diarthia estaba bien, tenía que alejarme de ella. ¿Y si le pasaba algo? Solté el aire con fuerza y aquella ira empezó a invadirme. Era culpa de los humanos. ¿Por que eran tan egoístas, tan crueles? Sentí ganas de aullar, y perdí el control sobre mi cuerpo. Antes de que pudiese darme cuenta ya estaba corriendo hacia el oeste, en dirección a la ciudad.
 

––¡Zurdha!––gritó la voz de Sayu, detrás de mi, estaba muy cerca.
 

Intenté gritar que me parase, pero no fui capaz de abrir la boca, era como si de pronto mi cuerpo no lo controlase yo. Sentí como empezaba a correr a cuatro patas y un dolor atroz me recorrió el cuerpo, como si estuviese cambiando de forma. Aullé, como si de pronto me sintiese libre. Mi vista mejoro y empecé a ver y escuchar cosas a kilómetros de distancia: La ciudad no estaba lejos, y sentí una mezclado de alivio y angustia. Bajé sin querer un poco la vista y vi que mis brazos no eran mas que unas patas peludas de color rojo. Era un lobo. Completo. Tuve ganas de chillar, de revelarme, de volver a ser yo y expulsar aquello que se había apoderado de mi cuerpo. Noté un golpe en la nuca y caí al suelo, y volví a poder controlar mis movimientos. Me giré y vi a Sayu con la espada en la mano: el mango tenía un poco de sangre.
 

––Lo siento––dijo, tenía la respiración entrecortada y los ojos muy abiertos.––Tu eras... un... eras...
 

Me puse en pie a toda velocidad: la ira había desaparecido. Me llevé la mano a la nuca y sentí dolor. Me miré los dedos. Por suerte la herida no era grande y apenas sangraba. Me acerqué y la abracé, agradecido.
 

––Perdón. Yo no saber... que... yo no controlarme.––Me devolvió el abrazó y negó con la cabeza.
 

––No se que te hizo mi tío, Zurdha, pero te curaré.––Me prometió al oído, y no pude evitar sonreír.
 

Nos separamos y guardo su arma. Me hizo un gesto y volvimos a dirigirnos al norte, en silencio. Mi corazón iba a mil por hora. Tenía miedo. Me había transformado en un lobo, como había hecho el tío de Sayu. ¿Y si en vez de limitarme a correr atacaba a alguien mientras dormíamos? Suspiré. ¿Me había escogido el Bosque por esto? ¿Por que yo era como el enemigo, tenía dos razas en mi interior?
 

––Zurdha...––dijo Sayu sacándome de mis pensamientos al cabo de un rato, mientras se quedaba quieta.
 

Alcé la vista y vi a dos ciervos delante de nosotros. Me miraron, doblaron las patas e hicieron una reverencia. Al segundo un montón de conejos aparecieron en las ramas de los arboles e hicieron lo mismo. Me quede boquiabierto. Se apartaron y nos hicieron un pequeño camino por el que pasar. Miré a Sayu: tenía el mismo gesto incrédulo que yo. Los animales del Bosque me hacían reverencias. No recordaba que nunca le hubiesen hecho aquello a Sadheri. Empezamos de nuevo a andar, despacio, mirando a aquellos animales. Alcé una mano y un cervatillo dejo que le acariciase la cabeza. En cuanto dejé de hacerlo se puso a dar saltos, como si aquello fuese lo mejor que le hubiese pasado en la vida. Tragué saliva. Sin duda algo estaba cambiando en el interior del Bosque. Los animales nos siguieron durante un trecho, a una distancia prudente. Parecían sentir curiosidad por saber adonde nos dirigíamos.
 

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Lobo Calavera
 

Me alejé de las cuevas subterráneas cuando estaban completamente provistas de alimentos para los elfos que iban a refugiarse en ellas. Lo había hecho a petición del Bosque, como casi todo en mi vida.
 

––¿Vamos al corazón?––Preguntó Lobo en cuanto me subí a su lomo y rodeé su cuello con mis brazos.


––Si. Tenemos que esperarles allí, como nos ha pedido––le contesté, y solté un bufido.


Iba a tener que hacer de niñera para aquella semihumana y para un elfo. ¿Por que no podía pedirme simplemente que viviese en soledad como un ermitaño? Odiaba la compañía de la gente, y más aún si se atrevían a tocarme, como aquella elfa había hecho. Me mordí el labio con fuerza, haciéndome sangre, y Lobo echó a correr hacia las montañas. Había hecho un pacto con el corazón del Bosque, pero en un principio mi misión era solo recuperar almas de elfos. ¿Por que ahora me mandaba estas cosas? No era justo. Lobo empezó a aumentar de velocidad con cada paso, superado con creces la que podía alcanzar un lobo normal. Llegamos a las montañas tres horas después, y me bajé de su lomo. El se sacudió y me miró sonriendo.
 

––Pesas como un saco de huesos––me soltó en tono burlón, y le di una patada en el estomago: se encogió y se echó a llorar.
 

––Si, claro, como que voy a hacerte daño. No cuela––le repliqué mientras andaba por el camino que iba entre las dos montañas.
 

Lobo se puso en pie y caminó conmigo, a mi lado, rascándose contra mi pierna para intentar volver a ganarse mi cariño: me llegaba casi por los hombros de lo grande que era.
 

––Vas a acabar tirándome, perro del demonio––le solté y le di un empujón para que se alejase un poco.
 

Continuamos nuestro camino en silencio. Mi corazón empezó a acelerarse con cada paso qe dábamos hacia el corazón del Bosque. Al cabo de unos minutos llegamos a nuestro destino. Era un lago enorme entre las montañas, tan profundo que las aguas eran totalmente negras. Estaba rodeado de arboles de formas retorcidas que subían en espiral hasta los picos de las montañas. Un montón de luciérnagas danzaban por encima del agua. Miré a la otra orilla, y sentí como un deseo animal recorría todo mi cuerpo: las ninfas me miraban atentamente, sonriendo de forma juguetona. Estaban completamente desnudas. Su piel era blanca, casi etérea y transparente, y sus melenas, que les llegaban hasta la cintura, eran de tonos verdes y morados. Me quité la capa, me deshice de la camisa y de los pantalones y me metí desnudo en el agua. Sentí como una potente energía me recorría, y nadé hasta el centro. Cuando llegué, cogí aire y me sumergí. “Bosque. Toma mi energía para hacerte fuerte” susurré en mi cabeza, y noté como las aguas mansas empezaban a agitarse. Sentí como la corriente me golpeaba y un montón de heridas empezaron a abrirse por todo mi cuerpo. El torrente de energía me paralizó y me hizo soltar el aire y tragar el agua. Sentí como poco a poco mi vida desaparecía, como mi cuerpo moría, y me desmayé. 
 


Abrí los ojos con esfuerzo. Me encontraba tumbado en el suelo de una cueva, y lo primero que vi fue el rostro etéreo de Niah'eler, la princesa de las ninfas, observándome. Sus ojos brillaban con amor, y sentí angustia. Yo también la amaba, con todo mi ser. Me acarició la cara y sonrió. Bajé un poco la vista y me fije en sus perfectos pechos redondeados. El deseo me recorrió y ella soltó una carcajada. Me fije en que yo también estaba desnudo, y que era evidente en mi cuerpo que lo que veía me gustaba: si hubiese podido me habría sonrojado. 
 

––Que dulce eres, Calavera––dijo ella, mientras escrutaba cada centímetro de mi piel.
 

––No digas eso, princesa.––susurré, y aparté la mirada. No me merecía su amor, aunque la correspondía. Yo no era humano ya. Ni elfo. Ni nada.
 

Ella me giró la cara y me dio un beso. No sentí deseos de cerrar los ojos, ni de disfrutar. No sentía su piel contra la mía, no sentía su lengua rozándome, porque mi piel no era real. Solo eran reales mis huesos y mis órganos sujetos a ellos. Cerré los ojos y recordé aquel día, en el que un lobo me había arrancado en el Bosque toda la piel a mordiscos. Sentí aquel dolor atroz y tuve ganas de llorar. Abrí los ojos y vi que Niah se había sentado a horcajadas sobre mis piernas, sonriendo de forma dulce, bajé la mirada: estaba dentro de ella. Tragué saliva. Era injusto. Sabía que debía disfrutar, que estábamos hechos el uno para el otro, porque la había amado antes de que el lobo me atacase, antes de hacer el pacto con el Bosque: por eso me fugaba de casa cuando era pequeño y me internaba en aquel lugar peligroso para los humanos. La había conocido una noche, cuando teníamos doce años. Yo había sido incapaz de no sentir curiosidad ante las prohibiciones de mi padre respecto al Bosque, y había entrado para investigar. Ella también tenía doce años, y me había salvado de un jabalí: había sido amor a primera vista. Recordé el primer beso, ocho escapadas después, y el como había sentido por primera vez deseo hacia su cuerpo, cuando había cumplido trece. Recordé como ese mismo día al volver a casa el lobo me había atacado, y como había intentado volver al Bosque, con mi amada, pero me había dado alcance antes. El Bosque me había permitido seguir vivo si le servía, yo había aceptado para seguir amando a Niah, para seguir a su lado, pero no había sabido que parte del pacto era perder todo lo que yo tenía como humano, el solo ser capaz de sentir deseo y amor porque era lo último que había sentido antes de morir, y el no poder liberar mi deseo al no sentir el tacto de las cosas. No tenía nervios, no tenia cuerpo ni sentimientos: solo era un esqueleto con órganos. La gente si veía mi piel, y yo también la veía, salvo cuando alguien que no fuese Niah me tocaba. Pero todo aquello ella no lo sabía. Nunca se lo había contado: habría llorado, se habría sentido aterrorizada y habría huido de mi, y sabia que cuando era humano yo no habría querido eso, ahora no se si me habría importado. Sentñia amor, pero no sentía tristeza. Levanté una mano y le acaricié el pelo mientras ella se sonrojaba por el esfuerzo de moverse sobre mis caderas. Bajo la cabeza y me besó con pasión. Esta vez si cerré los ojos, para fingir, y seguí el beso. Me giré y me puse sobre ella. Lo hacia solo por hacerla feliz. Escuché sus gemidos y vi el sudor sobre su piel, y el placer en su mirada. No sabía lo que era sentir aquello, no había podido sentirlo antes de convertirme en el siervo del Bosque.

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