Capitulo
21: El príncipe
Sayu
Llegamos
al poblado al cabo de veinte minutos corriendo a máxima velocidad, y
nos paramos en seco, confusas. No había enemigo. Algunos elfos
estaban peleando entre ellos, con furia, en mitad del pueblo,
mientras el resto de elfos salía corriendo y gritando para
esconderse. Miré a Lurca, pero ella tenía la vista clavada en la
cabaña de Sadheri, y corrió hacía allí.
––¡Espera!––grité,
pero no se giró a mirarme.
La
seguí tan rápido como pude, esquivando a los grupos de elfos que se
peleaban. Entré en la cabaña segundos después que ella, y vi como
Zarh, Zurdha y el resto de generales y capitanes rodeaban y apuntaban
con sus armas a Sadheri. Abrí mucho los ojos. ¿Se habían revelado?
¿Por que? Vale, Sadheri era un cabrón, y era obvio que ocultaba
algo, pero, ¿tan grave era como para provocar una especie de guerra
interna? Zurdha nos miró de reojo con gesto serio, y nos quedamos en
silencio.
––¿Como
te has atrevido?––preguntó Zarh con furia. Colocó el filo de su
espada sobre el cuello de Sadheri.––¡Eres nuestro jefe! ¡¿Como
te has atrevido?!
––¡No
tenía otra opción! ¡No son humanos, son bestias! ¡Lo hice por
protegeros––contestó a gritos. Las lágrimas empezaban a rodar
por sus mejillas.
––¡Proteger
a tu pueblo no es esclavizarla en secreto! ¡¿Sabes cuantos elfos
han muerto desde que aumentaste el numero de dos partidas de caza a
la semana a hacerlas a diario?! ¡Nadie puede aguantar eso! ¡¿Por
que ocultaste el motivo?!––Zarh estaba más furioso de lo que le
había visto nunca. Me quedé mirándole y contuve el aire. ¿Por que
se gritaban? ¿Por que le acusaba de haber esclavizado a los elfos?
––No
tenía otra––esta vez Sadheri solo puso susurrar entre sollozos.
El filo del arma de Zarh se alejó un poco de su cuello.
––Decir
que te habían amenazado––dijo de pronto Zurdha y le miré
frunciendo el ceño––Decir que te habían dicho que o cazábamos
también para ellos o nos harían arder.
Y
entonces, con esas palabras, lo entendí todo. Siempre nos habían
hecho pensar en la ciudad se creaba la comida con la magia, y que por
eso no necesitábamos tener cazadores o ganado, aunque a mi me había
sonado siempre un poco surrealista. Ahora todo encajaba. Los humanos
utilizaban a escondidas a los elfos para que les consiguieran la
comida, amenazándolos con la muerte. Pensé en mi padre, y en
aquella conversación que había escuchado con Josh de pequeños. “No
les queda otra a esos salvaje. El mínimo agravio contra nosotros y
les incendiamos las chozas de ramas que usan como casas”.
Era
un hijo de puta. Cerré los puños con fuerza, clavándome las uñas
en las palmas de las manos. No solo había matado a su hijo y dejado
que su hija corriese la misma suerte. No solo había mentido a toda
su raza sobre la verdad del Bosque. Había esclavizado y puesto en
peligro las vidas de miles de elfos. Sentí como se me revolvía el
estomago al pensar en su risa y el como me había llamado traidora.
Si yo era eso, ¿el que era?
––¿Decirlo?––preguntó
Sadheri, y soltó una pequeña carcajada––No sabéis de que son
capaces. Habríamos muerto todos.
De
pronto, sin previo aviso salió del suelo la raíz de un árbol, que
rodeo a Sadheri, mientras todos nos apartábamos, algo asustados. La
raíz se metió debajo de s camiseta, y le arrancó el collar que
llevaba al cuello. Todo el Bosque tembló, y el pelo de Sadheri pasó
de ser blanco a recuperar un color castaño oscuro. Las arrugas de su
rostro desaparecieron sin más, y aparentó la edad que tenía: unos
cincuenta años. Tragué saliva. La raíz empezó a moverse por la
habitación, rodeó los pies de Zurdha y le puso el collar en el
cuello. Todos nos quedamos en silencio, mirándole, mientras la raíz
desaparecía por donde había venido.
––No...
no puedes hacer esto––le dijo Sadheri a la nada. Se puso en pie y
salió corriendo de la cabaña: nadie intentó detenerlo.
Zarh
se acercó a su hijo, con los ojos y la boca abiertos, en señal de
asombro. Miré a Lurca, y vi como tenía el rostro totalmente pálido.
De pronto, todos hincaron la rodilla en el suelo y le hicieron una
reverencia a Zurdha: todos menos su padre.
––¿Que
te ha dicho?––preguntó su progenitor, y Zurdha llevó su mano
derecha al collar.
––Que
yo ser el nuevo Príncipe del Bosque.––miró a su padre, con
lágrimas en los ojos.––pero yo no querer.
Se
abrazaron, y sentí como mi corazón se aceleraba. ¿Zurdha príncipe
del Bosque? ¿Por que? Sentí como empezaba a dolerme la cabeza. No
entendía absolutamente nada. Todos volvieron a ponerse en pie, y uno
de los generales salió rápidamente al exterior. Al instante dejaron
de escucharse los sonidos de las espadas, y el resto salimos al
exterior. Nos quedamos en la perta y poco a poco todos los elfos se
acercaron.
––El
Bosque ha quitado el rango de Maeru a Sadheri––dijo Zarh en alto,
y la gente empezó a murmurar cosas.––Y ha nombrado príncipe del
Bosque a Zurdha––colocó su mano izquierda sobre el hombro
derecho de su hijo, y un brillo de preocupación recorrió su rostro.
Abrió
la boca para continuar hablando, pero de pronto la gente empezó a
hacer un pasillo desde el Bosque hasta donde nos encontrábamos, y
por el apareció un humano ataviado con una túnica blanca. Se acercó
a Zarh, le tendió un sobre y se fue por donde había venido. El elfo
se quedó mirándolo. Lo abrió rápidamente y se quedó pálido.
––¡Los
humanos nos han declarado la guerra!––gritó, y la gente se quedó
totalmente paralizada––Exploradores, cazadores y guerreros,
quedaos. El resto que vaya a sus casas y cojan todo lo necesario para
ir a un lugar seguro.
Los
elfos empezaron a movilizarse a toda velocidad, y al final quedamos
allí reunidos solo un cuarto de población de la que eramos antes.
Zarh se giró hacia Lurca y hacia mi.
––¿Que
os dijo Lobo?
––Nos
avisó de esto––le contestó Lurca rápidamente––de guerra. Y
nos dijo que nos reuniésemos con el en las montañas, en tres días.
––Bien––dijo,
y me miró a mi––Sayu, se que eres guerrera, pero tu no has
nacido aquí, no tienes control sobre el Bosque, debes adquirirlo.
Debes ir con Lobo Calavera, y llévate a Zurdha. El Bosque debía estar
al tanto, por eso lo ha llamado Príncipe y no Rey. Debe estar vivo
cuando acabe la guerra.
––¡No!––se
reveló Zurdha ante esas palabras, y se puso delante de su padre––¡Yo
guerrero! ¡Yo querer luchar!
––No,
no. Tienes que sobrevivir, Zurdha. Si mueres, el Bosque morirá
contigo. Ahora estáis conectados.
Zurdha
tenía la respiración acelerada, y las lágrimas se acumulaban en
sus ojos, pero acabó por asentir. Se acercó a mi, y Zarh nos dedicó
una sonrisa.
––Voy
con ellos.
––No,
Lurca. Tu eres de las mejores elfas con las armas, te necesito.––Le
puso las manos en los hombres y la miró con decisión, después se
volvió a girar hacia nosotros––partid ya, id al norte, a las
montañas.
Asentimos
y empezamos a andar hacia la linde. Sentí como mi corazón dio un
vuelco cuando Lurca me paró y me besó.
––Nos
volveremos a encontrar––me dijo con na sonrisa tras el beso, y me
abrazó con fuerza.
––Mantente
viva, por favor..––Le susurré, mientras le devolvía el abrazo.
Nos
separamos y Zurdha y yo nos adentramos en el Bosque. Sentía el miedo
recorrer todos y cada uno de mis huesos. Una guerra. No quería
alejarme de Lurca, pero Zarh tenía razón. Los humanos tenían la
magia y los elfos controlaban el Bosque. Yo no tenía nada. Y Zurdha
debía mantenerse a salvo.
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Lurca
Una
guerra. Aquello no había pasado nunca en la historia, que yo
supiese. Me quedé un rato mirando como Zurdha y Sayu desaparecían
en la espesura. ¿Que se le pasaba a Zarh por la cabeza para que
pensar que con el loco de Lobo Calavera estarían a salvo? Por lo que
yo sabía, aquel muchacho era capaz de descuartizarlos tal y como
había hecho con aquellos humanos. Cerré los ojos con fuerza ante
aquella posibilidad. No debían morir.
––Bien––sonó
la voz de Zarh detrás de mi––Vamos a pedirle al Bosque que cree
una muralla para proteger la linde, y otra para el pueblo. Los
guerreros y los cazadores protegerán los muros. Además, los
cazadores harán dos salidas a la semana para cazar comida.––su
tono era potente y autoritario. Era obvio que al ser su hijo el
príncipe, el “jefe en funciones” durante la guerra debía ser
él––Los exploradores se encargaran de llevarla a las cuevas
donde se están resguardando el resto de elfos––continuó,
mirando hacia el resto de cabañas, de las que entraba y salía la
gente, aprovisionándose––después la traeréis cocinada para
abastecernos. Si cualquiera de vosotros ve un humano: matadlo, sin
contemplaciones.
Todos
asintieron y empezaron a movilizarse para prepararlo todo. Al final
Zarh y yo nos quedamos solos, y suspiramos.
––¿Que
crees que planea el Bosque nombrando príncipe a Zurdha?––pregunté
en un susurro, para que absolutamente nadie pudiese escucharnos. Él
me miró, parecía triste.
––No
tengo ni idea. Por sangre, debería haberte nombrado a ti.––suspiró,
pensativo––No importa. Vamos a pedirle al Bosque las murallas.
Nos
dirigimos al enorme árbol que había rozando las aguas del manantial
de curaciones, y nos arrodillamos. Pusimos las manos contra el tronco
y cerramos los ojos. “Bosque, ha llegado la hora. Protégete, y
protégenos.” susurré en mi cabeza. Abrí los ojos y vi como
las raices y las ramas empezaban a moverse a nuestro alrededor, a
toda velocidad. Cuando volvimos al claro del pueblo, los arboles se
habían juntado y entrelazado, formando una bóveda de madera
alrededor del pueblo. Había pequeños huecos en lo alto a los que se
podía subir para proteger que nadie intentase atacarnos. Tragué
saliva cuando pasamos por uno de los muros: estaban cubiertos de
pinchos.
––Ha
sido nuestra culpa––dije, cuando volvimos a entrar en la cabaña
del Maeru. Zarh se giró para mirarme y negó con la cabeza.
––Fue
una trampa lo de Diarthia, si, pero no es culpa vuestra. Los
culpables son ellos, por ser tan crueles y retorcidos––me
contestó mientras se sentaba en el suelo. Se cubrió la cara con las
manos y me arrodillé delante de él.––Sadheri tiene razón. Casi
nadie sabe de que con capaces esos humanos.
––¿A
que te refieres?
––No
ha sido la primera vez que han secuestrado a un elfo, y lo
sabes––soltó un suspiro y me miró con tristeza. Mi padre. Y en
aquel momento tampoco fue el único––No sabemos porqué lo hacen,
porqué los quieren. Creo que esta guerra va a ser más cruel que lo
que las guerras suelen ser.
Me
quedé mirándole en silencio, y un escalofrío recorrió todo mi
cuerpo. Tenía miedo, mucho miedo. No quería ver a ninguno de los
mios morir.
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Zurdha
Llevábamos
dos horas caminando, y desde hacía un buen rato me había ido
fijando en que el Bosque se movía por detrás de nosotros. Miré un
poco de reojo y vi como las ramas cerraban el paso por el que
habíamos venido, y se llenaban de espinas, protegiéndonos de todo
aquel que intentasen seguirnos. “Ahora eres el Príncipe del
Bosque.” recordé aquellas palabras en mi cabeza e hice una
mueca. ¿Por que yo? ¿Por que a mi? Yo no quería serlo, yo no tenía
madera para serlo. Era un simple elfo con miedo a perderlo todo y con
ganas de hacerse fuerte para protegerles. No era noble, no era
caballeroso, y mucho menos sabía ni quería mandar sobre la gente. Y
encima, ahora que Diarthia estaba bien, tenía que alejarme de ella.
¿Y si le pasaba algo? Solté el aire con fuerza y aquella ira empezó
a invadirme. Era culpa de los humanos. ¿Por que eran tan egoístas,
tan crueles? Sentí ganas de aullar, y perdí el control sobre mi
cuerpo. Antes de que pudiese darme cuenta ya estaba corriendo hacia
el oeste, en dirección a la ciudad.
––¡Zurdha!––gritó
la voz de Sayu, detrás de mi, estaba muy cerca.
Intenté
gritar que me parase, pero no fui capaz de abrir la boca, era como si
de pronto mi cuerpo no lo controlase yo. Sentí como empezaba a
correr a cuatro patas y un dolor atroz me recorrió el cuerpo, como
si estuviese cambiando de forma. Aullé, como si de pronto me
sintiese libre. Mi vista mejoro y empecé a ver y escuchar cosas a
kilómetros de distancia: La ciudad no estaba lejos, y sentí una
mezclado de alivio y angustia. Bajé sin querer un poco la vista y vi
que mis brazos no eran mas que unas patas peludas de color rojo. Era
un lobo. Completo. Tuve ganas de chillar, de revelarme, de volver a
ser yo y expulsar aquello que se había apoderado de mi cuerpo. Noté
un golpe en la nuca y caí al suelo, y volví a poder controlar mis
movimientos. Me giré y vi a Sayu con la espada en la mano: el mango
tenía un poco de sangre.
––Lo
siento––dijo, tenía la respiración entrecortada y los ojos muy
abiertos.––Tu eras... un... eras...
Me
puse en pie a toda velocidad: la ira había desaparecido. Me llevé
la mano a la nuca y sentí dolor. Me miré los dedos. Por suerte la
herida no era grande y apenas sangraba. Me acerqué y la abracé,
agradecido.
––Perdón.
Yo no saber... que... yo no controlarme.––Me devolvió el abrazó
y negó con la cabeza.
––No
se que te hizo mi tío, Zurdha, pero te curaré.––Me prometió al
oído, y no pude evitar sonreír.
Nos
separamos y guardo su arma. Me hizo un gesto y volvimos a dirigirnos
al norte, en silencio. Mi corazón iba a mil por hora. Tenía miedo.
Me había transformado en un lobo, como había hecho el tío de Sayu.
¿Y si en vez de limitarme a correr atacaba a alguien mientras
dormíamos? Suspiré. ¿Me había escogido el Bosque por esto? ¿Por
que yo era como el enemigo, tenía dos razas en mi interior?
––Zurdha...––dijo
Sayu sacándome de mis pensamientos al cabo de un rato, mientras se
quedaba quieta.
Alcé
la vista y vi a dos ciervos delante de nosotros. Me miraron, doblaron
las patas e hicieron una reverencia. Al segundo un montón de conejos
aparecieron en las ramas de los arboles e hicieron lo mismo. Me quede
boquiabierto. Se apartaron y nos hicieron un pequeño camino por el
que pasar. Miré a Sayu: tenía el mismo gesto incrédulo que yo. Los
animales del Bosque me hacían reverencias. No recordaba que nunca le
hubiesen hecho aquello a Sadheri. Empezamos de nuevo a andar,
despacio, mirando a aquellos animales. Alcé una mano y un cervatillo
dejo que le acariciase la cabeza. En cuanto dejé de hacerlo se puso
a dar saltos, como si aquello fuese lo mejor que le hubiese pasado en
la vida. Tragué saliva. Sin duda algo estaba cambiando en el
interior del Bosque. Los animales nos siguieron durante un trecho, a
una distancia prudente. Parecían sentir curiosidad por saber adonde
nos dirigíamos.
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Lobo
Calavera
Me
alejé de las cuevas subterráneas cuando estaban completamente
provistas de alimentos para los elfos que iban a refugiarse en ellas.
Lo había hecho a petición del Bosque, como casi todo en mi vida.
––¿Vamos
al corazón?––Preguntó Lobo en cuanto me subí a su lomo y
rodeé su cuello con mis brazos.
––Si.
Tenemos que esperarles allí, como nos ha pedido––le contesté, y
solté un bufido.
Iba
a tener que hacer de niñera para aquella semihumana y para un elfo.
¿Por que no podía pedirme simplemente que viviese en soledad como
un ermitaño? Odiaba la compañía de la gente, y más aún si se
atrevían a tocarme, como aquella elfa había hecho. Me mordí el
labio con fuerza, haciéndome sangre, y Lobo echó a correr hacia las
montañas. Había hecho un pacto con el corazón del Bosque, pero en
un principio mi misión era solo recuperar almas de elfos. ¿Por que
ahora me mandaba estas cosas? No era justo. Lobo empezó a aumentar
de velocidad con cada paso, superado con creces la que podía
alcanzar un lobo normal. Llegamos a las montañas tres horas después,
y me bajé de su lomo. El se sacudió y me miró sonriendo.
––Pesas
como un saco de huesos––me soltó en tono burlón, y le di
una patada en el estomago: se encogió y se echó a llorar.
––Si,
claro, como que voy a hacerte daño. No cuela––le repliqué
mientras andaba por el camino que iba entre las dos montañas.
Lobo
se puso en pie y caminó conmigo, a mi lado, rascándose contra mi
pierna para intentar volver a ganarse mi cariño: me llegaba casi por
los hombros de lo grande que era.
––Vas
a acabar tirándome, perro del demonio––le solté y le di un
empujón para que se alejase un poco.
Continuamos
nuestro camino en silencio. Mi corazón empezó a acelerarse con cada
paso qe dábamos hacia el corazón del Bosque. Al cabo de unos
minutos llegamos a nuestro destino. Era un lago enorme entre las
montañas, tan profundo que las aguas eran totalmente negras. Estaba
rodeado de arboles de formas retorcidas que subían en espiral hasta
los picos de las montañas. Un montón de luciérnagas danzaban por
encima del agua. Miré a la otra orilla, y sentí como un deseo
animal recorría todo mi cuerpo: las ninfas me miraban atentamente,
sonriendo de forma juguetona. Estaban completamente desnudas. Su piel
era blanca, casi etérea y transparente, y sus melenas, que les
llegaban hasta la cintura, eran de tonos verdes y morados. Me quité
la capa, me deshice de la camisa y de los pantalones y me metí
desnudo en el agua. Sentí como una potente energía me recorría, y
nadé hasta el centro. Cuando llegué, cogí aire y me sumergí.
“Bosque. Toma mi energía para hacerte fuerte” susurré en
mi cabeza, y noté como las aguas mansas empezaban a agitarse. Sentí
como la corriente me golpeaba y un montón de heridas empezaron a
abrirse por todo mi cuerpo. El torrente de energía me paralizó y me
hizo soltar el aire y tragar el agua. Sentí como poco a poco mi vida
desaparecía, como mi cuerpo moría, y me desmayé.
Abrí
los ojos con esfuerzo. Me encontraba tumbado en el suelo de una
cueva, y lo primero que vi fue el rostro etéreo de Niah'eler, la
princesa de las ninfas, observándome. Sus ojos brillaban con amor, y
sentí angustia. Yo también la amaba, con todo mi ser. Me acarició
la cara y sonrió. Bajé un poco la vista y me fije en sus perfectos
pechos redondeados. El deseo me recorrió y ella soltó una
carcajada. Me fije en que yo también estaba desnudo, y que era
evidente en mi cuerpo que lo que veía me gustaba: si hubiese podido
me habría sonrojado.
––Que dulce eres, Calavera––dijo ella, mientras escrutaba
cada centímetro de mi piel.
––No
digas eso, princesa.––susurré, y aparté la mirada. No me
merecía su amor, aunque la correspondía. Yo no era humano ya. Ni
elfo. Ni nada.
Ella
me giró la cara y me dio un beso. No sentí deseos de cerrar los
ojos, ni de disfrutar. No sentía su piel contra la mía, no sentía
su lengua rozándome, porque mi piel no era real. Solo eran reales
mis huesos y mis órganos sujetos a ellos. Cerré los ojos y recordé
aquel día, en el que un lobo me había arrancado en el Bosque toda
la piel a mordiscos. Sentí aquel dolor atroz y tuve ganas de llorar.
Abrí los ojos y vi que Niah se había sentado a horcajadas sobre mis
piernas, sonriendo de forma dulce, bajé la mirada: estaba dentro de
ella. Tragué saliva. Era injusto. Sabía que debía disfrutar, que
estábamos hechos el uno para el otro, porque la había amado antes
de que el lobo me atacase, antes de hacer el pacto con el Bosque: por
eso me fugaba de casa cuando era pequeño y me internaba en aquel
lugar peligroso para los humanos. La había conocido una noche,
cuando teníamos doce años. Yo había sido incapaz de no sentir
curiosidad ante las prohibiciones de mi padre respecto al Bosque, y
había entrado para investigar. Ella también tenía doce años, y me
había salvado de un jabalí: había sido amor a primera vista.
Recordé el primer beso, ocho escapadas después, y el como había
sentido por primera vez deseo hacia su cuerpo, cuando había cumplido
trece. Recordé como ese mismo día al volver a casa el lobo me había
atacado, y como había intentado volver al Bosque, con mi amada, pero
me había dado alcance antes. El Bosque me había permitido seguir
vivo si le servía, yo había aceptado para seguir amando a Niah,
para seguir a su lado, pero no había sabido que parte del pacto era
perder todo lo que yo tenía como humano, el solo ser capaz de sentir
deseo y amor porque era lo último que había sentido antes de morir,
y el no poder liberar mi deseo al no sentir el tacto de las cosas. No
tenía nervios, no tenia cuerpo ni sentimientos: solo era un
esqueleto con órganos. La gente si veía mi piel, y yo también la
veía, salvo cuando alguien que no fuese Niah me tocaba. Pero todo
aquello ella no lo sabía. Nunca se lo había contado: habría
llorado, se habría sentido aterrorizada y habría huido de mi, y
sabia que cuando era humano yo no habría querido eso, ahora no se si
me habría importado. Sentñia amor, pero no sentía tristeza.
Levanté una mano y le acaricié el pelo mientras ella se sonrojaba
por el esfuerzo de moverse sobre mis caderas. Bajo la cabeza y me
besó con pasión. Esta vez si cerré los ojos, para fingir, y seguí
el beso. Me giré y me puse sobre ella. Lo hacia solo por hacerla
feliz. Escuché sus gemidos y vi el sudor sobre su piel, y el placer
en su mirada. No sabía lo que era sentir aquello, no había podido
sentirlo antes de convertirme en el siervo del Bosque.
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