Capitulo
4: De pesca
Sayu
se puso de pie de nuevo y alzó la lanza que minutos antes había
creado, con un palo y una piedra afilada, atadas con muchos hilos. Se
había pasado los dos días pasados sobreviviendo gracias a Bola de
Pelo, que había encontrado un montón de fresas y bayas, pero
aquella mañana había sido distinta. Aún sentía el corazón
ardiendo y la emoción de haber visto aquel lago. Estaba en una
explanada tan grande que podía ser llamada valle. En el centro había
un lago enorme de aguas cristalinas, por las que sobresalían a
ratos, saltando, un montón de peces. Eran aguas profundas, tan
profundas que se podría haber considerado un abismo en el océano,
pero estaba allí, en mitad de la tierra. Los árboles allí se
encontraban de forma más dispersa. Un sauce enorme al lado de la
orilla sur, uno de aquellos extraños cipreses enormes coloridos en
mitad del claro del este. Todo así hasta que llegabas al bosque,
que lo rodeaba todo como en un circulo perfecto. Sayu había decidido
instalarse entre las raíces y las ramas del sauce, que creaban una
especie de casa abovedada dese la que nadie podría verla desde la
linde. Se había pasado un rato fabricándose aquella lanza, y tres
más, además de unos pequeños cuchillos de piedra. Había apilado
junto al sauce un montón de ramas para encender una fogata, y había
partido por la mitad una especie de coco que no sabía de donde había
salido, para crear un cazo. Y ahora estaba allí, de pie, con los
pantalones empapados, la frente sudorosa y la lanza en alto. Estaba
intentando pescar, cosa que no había hecho nunca en su vida, y era
obvio dada su torpeza. Un pez de tamaño considerable y escamas
plateadas se acercó hacia sus piernas. La joven se inclinó, y
cuando estuvo cerca, arremetió con la punta de la lanza, pero el
animal fue mas rápido y se escabulló agua adentro. Sayu volvió a
perder el equilibrio y cayó de rodillas.
––¡Joder!––gritó,
y empezó a darle puñetazos al agua. Recogió de nuevo la lanza y
miró hacia el sauce, que estaba justo detrás. Bola de Pelo la
observaba desde una de las raíces. Había atado al animal con la
cuerda al tronco, dejándole un espacio para correr y que se sintiese
libre, pero el animal se había limitado a sentarse y observarla.
Parecía a veces como si la entendiese.––Son unos cabrones, ¿a
que si? Pero no podrán escaparse mucho más tiempo.
Sintió
la mirada del animal clavada en sus ojos, y le dedicó una sonrisa.
Se puso en pie otra vez y miró de nuevo al suelo, buscando algún
pez que volviese a atreverse a acercarse. Soltó la lanza con
cuidado, se encogió, y cuando un gran pez de escamas moradas pasó
por su lado, se lanzó sobre él. Se sumergió en el agua y agarro al
animal con ambas manos, y se lo echó contra el pecho, pero coleaba,
nadaba y la arrastraba con ella hacia el fondo. Puso los pies en el
suelo e intento levantarse, pero no tenía la suficiente fuerza, y
sintió como se le escurría entre los brazos. Salió a la superficie
y nado de nuevo hacia la orilla. Le dio una patada a unas piedras,
que salieron volando, y se sentó en la arena. ¿Por que era tan
torpe? No era justo. Cogió una ramita y empezó a jugar con ella
entre sus dedos, mientras miraba a los peces que saltaban por el
agua. Y se le encendió la bombilla. Salió corriendo hacia el sauce,
rebuscó en su mochila y cogió uno de los cuchillos.
––Ahora
si.––Le rascó la cabeza a Bola de Pelo y volvió al
agua––¡Enseguida vuelvo!
Se
tiró de cabeza, y con el cuchillo en la mano derecha se sumergió.
Buceo un par de metros, sacó la cabeza para coger aire, volvió a
meterse y se quedó quieta, mirando a su alrededor. Sabía que tarde
o temprano un banco de peces tendría que pasar cerca suyo, y
entonces sería su oportunidad. Tuvo que subir a coger aire un par de
veces más antes de que aquello sucediese. Unos peces esmeralda del
tamaño de su brazo comenzaron a nadar hacia ella, y se quedó muy
muy quieta. Cuando estuvieron a su alcance se lanzó sobre uno,
atrapándolo con el brazo izquierdo, y acercó lo más rápido que
pudo el cuchillo al costado del animal. El arma chocó con las
escamas, que al parecer eran mas duras de lo esperado, y no consiguió
hacerle ni un solo rasguño. Como resultado, acabó con el cuchillo
roto y el pez escapándose a velocidad de vértigo hacia la
oscuridad. Volvió a salir, y cuando pisó la orilla lanzó el
cuchillo al agua, miró al cielo, apretó los puños y suspiró.
––¡Pues
que os den!––gritó, casi con todas sus fuerzas, con los ojos
cerrados, intentando que los peces se sintiesen ofendidos.
Se
sentó en el suelo, cruzó los brazos y empezó a farfullar insultos
sobre las madres y los genes de aquellos seres escamosos y
escurridizos que no la dejaban cazarlos para comérselos. Pero no
podía rendirse, comer era más importante que su orgullo. Cuando se
le pasó el enfado, volvió a coger otro de los cuchillos, y se
internó hasta que el agua le llegó a las rodillas, y repitió lo
que había echo con el pez morado, pero esta vez con uno más
pequeño. Cuando uno de aquellos escamados plateados paso por entre
sus piernas un tiempo después, lo cogió con la mano izquierda y le
intentó clavar el cuchillo en el vientre: con este si funcionó.
Levantó a su presa por encima de su cabeza y se giró hacia su
amigo.
––¿Ves,
Bola de Pelo? ¡No hay quien pueda con nosotros!
Se
pasó hasta que comenzó a atardecer recogiendo bayas con el conejo,
y cuando terminaron, volvieron a su nuevo hogar, encendieron la
hoguera y cocinó el pescado con las bayas, no sin haber reservado un
puñado para Bola de Pelo. Cuando terminó de cocinar lo devoró todo
en un instante, con cuidado de no tragar ninguna espina, y sintió
como su estomago le agradecía la comida caliente. Recuperó tantas
fuerzas que tuvo valor para hacer lo que llevaba días teniendo ganas
de hacer. Subió con cuidado por las ramas del sauce, y cuando llegó
a la copa se alzó por encima de las hojas. Estaba a veinticinco
metros del suelo, y desde allí, podía verlo todo. El sol se estaba
escondiendo por el oeste, y ahora parecía que estaba a su altura
entre los árboles del bosque. Las copas de aquellos magnificaos
seres vivos eran completamente naranjas, y casi dañaban la vista de
lo mucho que deslumbraban. Por el norte se podían ver las grandes
montañas hacia las que había estado yendo todo aquel tiempo, que
eran de colores grisáceos y morados. En la punta de la cumbre más
alta se podía ver que ya habían caído las primeras nevadas, y eso
la hizo temblar un poco. Sobrevivir con aquellas temperaturas había
sido fácil, ¿pero como iba a hacerlo cuando la nieve se cerniese
sobre el bosque? Sacudió la cabeza, intentando no pensar en ello. Se
sorprendió de lo que vio al este. Un poco más allá acababa el
bosque, y lo siguiente que se veía era el mar. ¿Tanto había
andado? Miro hacia las otras montañas, que ya no se veían muy bien
y que estaban al noroeste, y que eran la cuna de la civilización.
Si, había andado muchísimo, casi de una punta del continente a la
otra. ¿Habría sido porque el río de la cascada le había llevado
más lejos de lo que había pensado, o es que había corrido más de
lo que se creía capaz? Al sur también estaba el mar, mucho más
cerca que por el este, y el corazón se le hizo un puño con lo que
vio. Bajó con cuidado del sauce, y se sentó en la raiz junto a Bola
de Pelo.
––Creo...
creo que ya se porque no tenemos puerto––fue lo único que dijo
como respuesta a lo que había visto, y el animal le miró, con un
brillo de comprensión en los ojos.
¿Por
que nunca se había planteado aquella cuestión? Sabía que el
pescado que comían provenía de ríos, nunca del mar, y sabía que
jamás habían tenido flota pesquera, ni ningún tipo de barco,
aunque en historia le habían enseñado lo que eran y que en la
antigüedad se utilizaban para comerciar y explorar. Nunca se había
planteado porque habían dejado de hacerlo. Tal vez había dado por
hecho que era cosa de la magia, que les hacía poder verlo todo sin
viajar. ¿Pero porque nadie tenía espíritu de explorador? ¿Por qué
nadie había intentado, siquiera, saber que es lo que había en aquel
bosque que tan cerca tenían? Suspiró. Ahora entendía una parte,
pero seguía sin comprender porque nadie se internaba en aquella
espesura que, aunque por las noches daba mucho miedo, y si no tenías
cuidado podía matarte, era la cosa más bonita que había visto.
Pensó en la ciudad, en todas aquellas estructuras altas de hormigón,
piedra y ladrillo y suspiró. Ya no sentía ganas de volver. ¿Echaba
de menos a su familia? Si, por supuesto, pero no echaba de menos la
ciudad, ni las clases. No echaba de menos las voces de la gente
ordenándole que es lo que debía hacer. Se tumbó cuan larga era,
apoyando la espalda contra el tronco. Se sentía libre. Se pasaba la
mitad del día muerta de miedo y la otra hambrienta, pero se sentía
libre, y, sobretodo, útil. Cuando había conseguido dar caza a aquel
pez había sentido algo que no había sentido nunca: que era capaz de
cualquier cosa. Siempre se había sentido reprimida, extraña, fuera
de lugar. Nunca podía lograr nada por su propia cuenta porque no
tenía magia, pero ahora todo había cambiado. Solo tenía que
entrenarse para ser más rápida y mas fuerte, practicar para
esconderse y defenderse, y cazar comida. Solo tenía que aprender a
coser pieles de animales para pasar el invierno. Solo tenía que ser
ella, dejarse guiar por su instinto de supervivencia. Y si se
aburría, cosa que dudaba con tanta adrenalina por sus venas, podía
volver a subir a la copa de su sauce y ver aquel paisaje, y dibujarlo
en su libreta, y sentir esa paz y armonía. Si quería música solo
tenía que escuchar a los pájaros cantar. Podía pasear cuando
quisiera, y, si le daba por ello, podía explorar, observar a las
especies que no conocía, ponerles nombres, descubrir sus
territorios. Podía, al fin, convertirse en una experta en algo.
Apagó la hoguera antes de que se hiciese de noche, para no llamar la
atención de ningún lobo. Metió a Bola de Pelo en la jaula y se lo
llevó dentro de la bóveda de raíces y ramas, y se tumbó en la cama
que había improvisado con hojas secas. Suspiró.
––Solos
tu y yo, ¿verdad?––no obtuvo más respuesta que el sonido de su
amigo convirtiéndose en una bolita dentro de la jaula––Solos tu
y yo...
Suspiró.
Por primera vez aquella idea empezaba a dejar de parecerle
desagradable. Bola de Pelo, aunque era un conejo, era el primero en
ver a la verdadera persona que era ella. No era una vaga, no era una
inútil ni una irresponsable. Ahora iba a ser lo que ella quisiese,
iba a ser Sayu, la expulsada de la civilización, la cazadora del
bosque. Sonaba tan bonito. Un escalofrío recorrió su cuerpo al
recordar los colmillos y gritos de aquellos monos que la habían
perseguido. Sonaba muy bonito, pero no iba a serlo. Se le escapó una
lágrima y se echó sobre el costado derecho. Podría haber sido
bonito si hubiese sido su elección, si hubiese tenido la posibilidad
de volver si dejaba de gustarle o pasaba mucho frío, hambre o miedo.
Pero no era así. Era solo supervivencia, era cazar o ser cazado,
tener cuidado o convertirte en pasto para los lobos, o cualquier otro
animal salvaje que ella no conociese. Se hizo un ovillo, poniéndose
en posición fetal, y lloró durante un rato, hasta que el cansancio
la hizo quedarse dormida.
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