sábado, 6 de junio de 2015

Capitulo 4: De pesca


Capitulo 4: De pesca

Sayu se puso de pie de nuevo y alzó la lanza que minutos antes había creado, con un palo y una piedra afilada, atadas con muchos hilos. Se había pasado los dos días pasados sobreviviendo gracias a Bola de Pelo, que había encontrado un montón de fresas y bayas, pero aquella mañana había sido distinta. Aún sentía el corazón ardiendo y la emoción de haber visto aquel lago. Estaba en una explanada tan grande que podía ser llamada valle. En el centro había un lago enorme de aguas cristalinas, por las que sobresalían a ratos, saltando, un montón de peces. Eran aguas profundas, tan profundas que se podría haber considerado un abismo en el océano, pero estaba allí, en mitad de la tierra. Los árboles allí se encontraban de forma más dispersa. Un sauce enorme al lado de la orilla sur, uno de aquellos extraños cipreses enormes coloridos en mitad del claro del este. Todo así hasta que llegabas al bosque, que lo rodeaba todo como en un circulo perfecto. Sayu había decidido instalarse entre las raíces y las ramas del sauce, que creaban una especie de casa abovedada dese la que nadie podría verla desde la linde. Se había pasado un rato fabricándose aquella lanza, y tres más, además de unos pequeños cuchillos de piedra. Había apilado junto al sauce un montón de ramas para encender una fogata, y había partido por la mitad una especie de coco que no sabía de donde había salido, para crear un cazo. Y ahora estaba allí, de pie, con los pantalones empapados, la frente sudorosa y la lanza en alto. Estaba intentando pescar, cosa que no había hecho nunca en su vida, y era obvio dada su torpeza. Un pez de tamaño considerable y escamas plateadas se acercó hacia sus piernas. La joven se inclinó, y cuando estuvo cerca, arremetió con la punta de la lanza, pero el animal fue mas rápido y se escabulló agua adentro. Sayu volvió a perder el equilibrio y cayó de rodillas.

––¡Joder!––gritó, y empezó a darle puñetazos al agua. Recogió de nuevo la lanza y miró hacia el sauce, que estaba justo detrás. Bola de Pelo la observaba desde una de las raíces. Había atado al animal con la cuerda al tronco, dejándole un espacio para correr y que se sintiese libre, pero el animal se había limitado a sentarse y observarla. Parecía a veces como si la entendiese.––Son unos cabrones, ¿a que si? Pero no podrán escaparse mucho más tiempo.

Sintió la mirada del animal clavada en sus ojos, y le dedicó una sonrisa. Se puso en pie otra vez y miró de nuevo al suelo, buscando algún pez que volviese a atreverse a acercarse. Soltó la lanza con cuidado, se encogió, y cuando un gran pez de escamas moradas pasó por su lado, se lanzó sobre él. Se sumergió en el agua y agarro al animal con ambas manos, y se lo echó contra el pecho, pero coleaba, nadaba y la arrastraba con ella hacia el fondo. Puso los pies en el suelo e intento levantarse, pero no tenía la suficiente fuerza, y sintió como se le escurría entre los brazos. Salió a la superficie y nado de nuevo hacia la orilla. Le dio una patada a unas piedras, que salieron volando, y se sentó en la arena. ¿Por que era tan torpe? No era justo. Cogió una ramita y empezó a jugar con ella entre sus dedos, mientras miraba a los peces que saltaban por el agua. Y se le encendió la bombilla. Salió corriendo hacia el sauce, rebuscó en su mochila y cogió uno de los cuchillos.
 
––Ahora si.––Le rascó la cabeza a Bola de Pelo y volvió al agua––¡Enseguida vuelvo!

Se tiró de cabeza, y con el cuchillo en la mano derecha se sumergió. Buceo un par de metros, sacó la cabeza para coger aire, volvió a meterse y se quedó quieta, mirando a su alrededor. Sabía que tarde o temprano un banco de peces tendría que pasar cerca suyo, y entonces sería su oportunidad. Tuvo que subir a coger aire un par de veces más antes de que aquello sucediese. Unos peces esmeralda del tamaño de su brazo comenzaron a nadar hacia ella, y se quedó muy muy quieta. Cuando estuvieron a su alcance se lanzó sobre uno, atrapándolo con el brazo izquierdo, y acercó lo más rápido que pudo el cuchillo al costado del animal. El arma chocó con las escamas, que al parecer eran mas duras de lo esperado, y no consiguió hacerle ni un solo rasguño. Como resultado, acabó con el cuchillo roto y el pez escapándose a velocidad de vértigo hacia la oscuridad. Volvió a salir, y cuando pisó la orilla lanzó el cuchillo al agua, miró al cielo, apretó los puños y suspiró.

––¡Pues que os den!––gritó, casi con todas sus fuerzas, con los ojos cerrados, intentando que los peces se sintiesen ofendidos.
Se sentó en el suelo, cruzó los brazos y empezó a farfullar insultos sobre las madres y los genes de aquellos seres escamosos y escurridizos que no la dejaban cazarlos para comérselos. Pero no podía rendirse, comer era más importante que su orgullo. Cuando se le pasó el enfado, volvió a coger otro de los cuchillos, y se internó hasta que el agua le llegó a las rodillas, y repitió lo que había echo con el pez morado, pero esta vez con uno más pequeño. Cuando uno de aquellos escamados plateados paso por entre sus piernas un tiempo después, lo cogió con la mano izquierda y le intentó clavar el cuchillo en el vientre: con este si funcionó. Levantó a su presa por encima de su cabeza y se giró hacia su amigo.
––¿Ves, Bola de Pelo? ¡No hay quien pueda con nosotros!
Se pasó hasta que comenzó a atardecer recogiendo bayas con el conejo, y cuando terminaron, volvieron a su nuevo hogar, encendieron la hoguera y cocinó el pescado con las bayas, no sin haber reservado un puñado para Bola de Pelo. Cuando terminó de cocinar lo devoró todo en un instante, con cuidado de no tragar ninguna espina, y sintió como su estomago le agradecía la comida caliente. Recuperó tantas fuerzas que tuvo valor para hacer lo que llevaba días teniendo ganas de hacer. Subió con cuidado por las ramas del sauce, y cuando llegó a la copa se alzó por encima de las hojas. Estaba a veinticinco metros del suelo, y desde allí, podía verlo todo. El sol se estaba escondiendo por el oeste, y ahora parecía que estaba a su altura entre los árboles del bosque. Las copas de aquellos magnificaos seres vivos eran completamente naranjas, y casi dañaban la vista de lo mucho que deslumbraban. Por el norte se podían ver las grandes montañas hacia las que había estado yendo todo aquel tiempo, que eran de colores grisáceos y morados. En la punta de la cumbre más alta se podía ver que ya habían caído las primeras nevadas, y eso la hizo temblar un poco. Sobrevivir con aquellas temperaturas había sido fácil, ¿pero como iba a hacerlo cuando la nieve se cerniese sobre el bosque? Sacudió la cabeza, intentando no pensar en ello. Se sorprendió de lo que vio al este. Un poco más allá acababa el bosque, y lo siguiente que se veía era el mar. ¿Tanto había andado? Miro hacia las otras montañas, que ya no se veían muy bien y que estaban al noroeste, y que eran la cuna de la civilización. Si, había andado muchísimo, casi de una punta del continente a la otra. ¿Habría sido porque el río de la cascada le había llevado más lejos de lo que había pensado, o es que había corrido más de lo que se creía capaz? Al sur también estaba el mar, mucho más cerca que por el este, y el corazón se le hizo un puño con lo que vio. Bajó con cuidado del sauce, y se sentó en la raiz junto a Bola de Pelo.
––Creo... creo que ya se porque no tenemos puerto––fue lo único que dijo como respuesta a lo que había visto, y el animal le miró, con un brillo de comprensión en los ojos.
¿Por que nunca se había planteado aquella cuestión? Sabía que el pescado que comían provenía de ríos, nunca del mar, y sabía que jamás habían tenido flota pesquera, ni ningún tipo de barco, aunque en historia le habían enseñado lo que eran y que en la antigüedad se utilizaban para comerciar y explorar. Nunca se había planteado porque habían dejado de hacerlo. Tal vez había dado por hecho que era cosa de la magia, que les hacía poder verlo todo sin viajar. ¿Pero porque nadie tenía espíritu de explorador? ¿Por qué nadie había intentado, siquiera, saber que es lo que había en aquel bosque que tan cerca tenían? Suspiró. Ahora entendía una parte, pero seguía sin comprender porque nadie se internaba en aquella espesura que, aunque por las noches daba mucho miedo, y si no tenías cuidado podía matarte, era la cosa más bonita que había visto. Pensó en la ciudad, en todas aquellas estructuras altas de hormigón, piedra y ladrillo y suspiró. Ya no sentía ganas de volver. ¿Echaba de menos a su familia? Si, por supuesto, pero no echaba de menos la ciudad, ni las clases. No echaba de menos las voces de la gente ordenándole que es lo que debía hacer. Se tumbó cuan larga era, apoyando la espalda contra el tronco. Se sentía libre. Se pasaba la mitad del día muerta de miedo y la otra hambrienta, pero se sentía libre, y, sobretodo, útil. Cuando había conseguido dar caza a aquel pez había sentido algo que no había sentido nunca: que era capaz de cualquier cosa. Siempre se había sentido reprimida, extraña, fuera de lugar. Nunca podía lograr nada por su propia cuenta porque no tenía magia, pero ahora todo había cambiado. Solo tenía que entrenarse para ser más rápida y mas fuerte, practicar para esconderse y defenderse, y cazar comida. Solo tenía que aprender a coser pieles de animales para pasar el invierno. Solo tenía que ser ella, dejarse guiar por su instinto de supervivencia. Y si se aburría, cosa que dudaba con tanta adrenalina por sus venas, podía volver a subir a la copa de su sauce y ver aquel paisaje, y dibujarlo en su libreta, y sentir esa paz y armonía. Si quería música solo tenía que escuchar a los pájaros cantar. Podía pasear cuando quisiera, y, si le daba por ello, podía explorar, observar a las especies que no conocía, ponerles nombres, descubrir sus territorios. Podía, al fin, convertirse en una experta en algo. Apagó la hoguera antes de que se hiciese de noche, para no llamar la atención de ningún lobo. Metió a Bola de Pelo en la jaula y se lo llevó dentro de la bóveda de raíces y ramas, y se tumbó en la cama que había improvisado con hojas secas. Suspiró.
––Solos tu y yo, ¿verdad?––no obtuvo más respuesta que el sonido de su amigo convirtiéndose en una bolita dentro de la jaula––Solos tu y yo...
Suspiró. Por primera vez aquella idea empezaba a dejar de parecerle desagradable. Bola de Pelo, aunque era un conejo, era el primero en ver a la verdadera persona que era ella. No era una vaga, no era una inútil ni una irresponsable. Ahora iba a ser lo que ella quisiese, iba a ser Sayu, la expulsada de la civilización, la cazadora del bosque. Sonaba tan bonito. Un escalofrío recorrió su cuerpo al recordar los colmillos y gritos de aquellos monos que la habían perseguido. Sonaba muy bonito, pero no iba a serlo. Se le escapó una lágrima y se echó sobre el costado derecho. Podría haber sido bonito si hubiese sido su elección, si hubiese tenido la posibilidad de volver si dejaba de gustarle o pasaba mucho frío, hambre o miedo. Pero no era así. Era solo supervivencia, era cazar o ser cazado, tener cuidado o convertirte en pasto para los lobos, o cualquier otro animal salvaje que ella no conociese. Se hizo un ovillo, poniéndose en posición fetal, y lloró durante un rato, hasta que el cansancio la hizo quedarse dormida.

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