Capitulo
9: Nuevo comienzo
Sayu
El
sonido de las pisadas sobre el barro y los charcos. Esa era la
sintonía de todas mis mañanas. Correr de ocho a doce. Los primeros
dos días había sido mortal, y al tercero no había sido capaz de
levantarme de la cama de plumas. Pensé que me echarían, que
aquellos elfos iban a matarme por decepcionarles, pero ya era el
séptimo día y seguía ahí. Tal vez sus amenazas no iban tan en
serio. Al cuarto día había dejado de hacer calor, y las agujetas de
mi cuerpo habían agradecido aquellas brisas repentinas. Al quinto
día había empezado a llover. Ahora nevaba: el invierno se cernía
sobre nosotros, y aunque el peto esmeralda era cálido y pesado, el
frío se adueñaba de mis huesos. Notaba el vaho salir de mi boca
cada vez que soltaba el aire, y poco a poco me costaba más respirar
por la nariz. Era como si mis pulmones se llenasen de estalactitas en
vez de oxigeno. Giré una esquina en uno de los caminos del pueblo, y
paré, apoyando la espalda contra un árbol. Mi cuerpo me pedía
hidratarme, y aunque sabía que solo podía parar dos veces en esas
cuatro horas, me daba igual: lo necesitaba.
––¿Cansada,
humana?––sonó una voz grave y feroz por encima de mi cabeza, y
no pude reprimir la sonrisa irónica de mis labios.––Toma.––dijo,
a la vez que una cantimplora caía sobre mis manos desde una de las
ramas mas bajas de aquel gigante vegetal.––Creí que con el frío
aguantarías mas hasta la primera toma de agua.
––Y
yo creí que con el frío te sería mas difícil espiarme, Zarh––Le
respondí en tono borde y sarcástico, haciendo énfasis en el
“espiarme”, soltando toda la rabia ue llevaba acumulada en mi
interior. Escuché su risa y noté como el árbol temblaba un poco.
Al segundo lo tenía en frente, mirándome con esos ojos amarillos. A
veces, cuando se ponía serio, parecía un maníaco. Cuando sonreía,
parecía un psicópata, y al hablar te lo confirmaba todo.
––Te
estas volviendo una impertinente. Vuelve a correr––soltó de
forma tan fría que la nieve parecía cálida arena de río en
verano, y me arrancó la cantimplora de las manos, sin darme tiempo a
beber––Has perdido tu derecho a beber hasta que aprendas lo que
es el respeto.
Solté
un suspiro. Todos los días igual. Se lo tomaba todo como una falta
de respeto, cuando el nunca me respetaba a mi. Me incorporé
empujándome contra el tronco del árbol, y aun sedienta eché a
correr. Otra vez el sonido de las pisadas en el barro y los charcos.
Otra vez la sensación de frío y humedad en las piernas por culpa de
los pantalones mojados. Aguanté media hora más, hasta que en uno de
los caminos que zigzagueaban entre las raíces de los árboles
tropecé y caí al suelo. Sentía la boca totalmente pastosa, y mis
piernas se negaban a responder. El sudor bajaba por mi frente como
una catarata, y notaba el doloroso latido de mi corazón contra mi
tórax. Intenté coger aire por la boca, pero me atragante. Note como
alguien me observaba desde arriba.
––Lo
siento.––dije en tono mordaz, tragándome mi orgullo. Noté como
la cantimplora caía a mi izquierda, y me giré para cogerla. Me bebí
todo el agua casi de un trago. Seguía con sed.––Gracias.
No
hubo respuesta. Me puse en pie, y seguí corriendo durante las
siguientes dos horas, hasta que el sol estuvo en lo alto del cielo,
colando sus rayos entre los pequeños huecos de las nubes blancas,
rebotando en las motas de nieve y creando un paisaje lleno de colores
del arcoiris.
Me
tiré en la hierba cubierta de nieve de la zona de esgrima, sin que
me importase que iba a empaparme, y solté un suspiro. Me dolían
todos los músculos. Cerré los ojos y sentí el frío de la nieve en
mis huesos: después de tanto ejercicio era casi como darse una ducha
con agua helada. Sentaba bien. Escuche acercarse por mi derecha las
pisadas de Zarh, y aun si abrir los ojos lo dedique una sonrisa
burlona. Sentí el fuerte dolor de su patada en mi costado, y me
encogí con una mueca.
––Joder,
¿era eso necesario?––me senté y me apreté los brazos contra
las costillas.––Podrías haberme roto algo.
––Y
tu podrías haber muerto si hubiese sido un depredador. Siempre
alerta, Nal.––Su tono era de reproche, como el de un padre al
regañar a su hijo por jugar a golpear un avispero.
Solté
un bufido. Estaba hasta las narices de que todo el mundo allí me
llamase pequeña. Y estaba harta de que todo el mundo pudiese
faltarme al respeto y yo tuviese que callarme y aguantarme. ¿Debía
estar agradecida de que me hubiesen salvado? Si, pero debía
agradecérselo a Lurca. Era quien me había llevado allí y quien,
sinceramente, me trataba bien. El resto no se estaba ganando mi
respeto, solo mi odio.
––Levanta.––ordenó
con aquella voz siniestra.
––Ya
va––dije alargando las vocales, y me puse en pie, frotándome por
ultima vez el trozo de carne donde había recibido su golpe, que
estaba adquiriendo un tono más rosado por debajo dela ropa––iba
a ponerme con el arco ahora, no te..
––No––me
cortó, antes de que pudiese continuar––te vas con Lurca.
Alcé
la cabeza, sorprendida, y la vi parada justo delante de mi. Llevaba
el pelo recogido en una trenza con un lazo verde que hacía juego con
su peto y con sus ojos, y me miraba atentamente. Cuando nuestros ojos
se cruzaron me dedicó una dulce y amable sonrisa. No pude evitar
sonrojarme al instante: me había visto hacer el imbécil y quejarme
de una simple patada. Sentí como mi corazón se aceleraba un poco,
probablemente fruto de la emoción de salir de aquella rutina. Me
puse recta y la seguí por el pueblo. Nunca estaba por allí a esas
horas, y me fije en que había mucho mas revuelo de lo que yo había
visto como normal. Un montón de elfos todos con aquellos petos
esmeralda, se repartían arcos y se juntaban en grupos de seis.
Cuando un equipo estaba completo, se internaban corriendo en el
bosque, como movidos por una canción silenciosa. Lo hacían todo de
forma sutil, sin hablar, casi como si danzasen un baile que llevaban
años practicando. Eran ágiles y ligeros, y daba la sensación de
que una simple corriente de viento podría alzarlos y llevárselos
entre los arboles, como una hoja caída más.
Lurca
me hizo un gesto, y la seguí hasta un grupo en el que de momento
solo había cuatro personas. Un hombre bastante mas viejo que los
demás me tendió un arco y un carcaj con flechas de plumas coloridas
al pasar por su lado, y asintió con la cabeza, como dándome su
aprobación. Le dediqué una sonrisa tímida, y abriendo mucho los
ojos, con gesto de pánico, me giré hacía Lurca, que también había
cogido un arco. Ella me puso una mano en el hombro, se colgó el arco
a la espalda y me indicó que guardase silencio y la imitase. Me
enganché el arco y el carcaj a la parte de atrás del peto, que
tenía unas hebillas pensadas para ello, y seguí a Lurca y a los
otros cuatro elfos hacia el bosque. La mujer que iba mas adelante dio
una seña, y el grupo empezó a separarse por parejas. Lurca me
agarro de la mano y tiró de mi hacia la izquierda, en dirección
norte. Estuvimos andando a buena velocidad durante un cuarto de hora,
y después me hizo un gesto para que parase en cuanto llegamos a un
pequeño claro.
––No
te alejes más de cinco minutos de aquí. Ve en silencio. Tenemos que
cazar al menos una persa cada una. Si cazas, aúlla.
––¿Que?––dije,
sin comprender. ¿Como que aullase? ¿Que tipo de señal era esa?
––Que
aúlles. Como un lobo. Usando las manos para darte eco––hizo el
gesto sin pronunciar ningún sonido, y soltó una pequeña risa al
ver mi cara de desconcierto––tu hazlo.
Asentí
con la cabeza, y sin mediar más palabras nos separamos, yendo cada
una hacia un extremo opuesto. Estuve dando vueltas un buen rato,
respirando hondo para que no se me acelerasen las pulsaciones por la
tensión, y procurando pisar despacio para no hacer ruido con el
crujido de las plantas bajo mis pies. Mantuve la mente en blanco, con
una flecha en tensión en la cuerda del arco, esperando algún
movimiento a mi al rededor. Tuve que esperar un buen rato hasta que
un ciervo entró en mi campo de visión. Tenía el pelaje rojizo con
manchas negras, y unos cuernos enormes ue se alzaban en espiral sobre
su cabeza. Estaba pastando un poco de hierba. Apunte la flecha hacía
él, y voló recta hasta clavarse en la cabeza, matándolo al
instante. Coloqué las manos como Lurca me había dicho, y aullé.
Para mi sorpresa el sonido se hizo eco por todo el bosque.
––¿Que
has hecho?––preguntó de pronto su voz a mi espalda,
sobresaltándome: no la había escuchado llegar. Me giré y vi ue
miraba el cuerpo inerte del ciervo con los ojos abiertos llenos de
pánico.
––¿He
hecho algo mal?––pregunté, sin comprender su reacción.
Ella
se acercó y se agachó junto al cuerpo, soltó un suspiro y le cerró
los ojos al animal. Susurró algo en aquel idioma que me estaba
costando tanto aprender, y me hizo un gesto para que me agachase
junto a ella.
––El
idiota de Zarh no te explicó nada, ¿verdad?––preguntó en un
susurro, y asentí. Volvió a suspirar y me miró a los ojos––Es
imbécil. Debió saber que esto pasaría––negó con la cabeza y
miró al cielo.––Veras, Nal, nosotros no cazamos ni comemos
animales herbívoros. Solo carnívoros. El bosque necesita a los
herbívoros para sobrevivir. No es un bosque como los que te habrán
explicado. No solo se alimenta de agua y luz. Necesita organismos.
Cuando un herbívoro muere por causas naturales, el bosque se apodera
de su carne––No pude evitar que me diese un escalofrío ante
aquella explicación. ¿Un bosque carnívoro que se alimenta de
ciervos? ¿Y si se moría un humano, se lo comía? Tragué saliva
para intentar deshacer el nudo que se había formado en la boca de mi
estomago––Es una simbiosis––continuó––Uno necesita al
otro para sobrevivir. En este bosque antiguamente no había
carnívoros. Los humanos los desterrasteis aquí, y el bosque empezó
a morir por no tener alimento. Entonces nos creó a nosotros, hijos
del bosque, que cazasen a las criaturas que le hacen daño. A cambio,
el bosque nos protege y beneficia. Si haces daño al bosque, el
bosque te atacará.
Me
quedé en silencio pensando en sus palabras. Los elfos eran hijos del
bosque, creados para protegerlo. Ahora tenía sentido que no se
relacionasen con los humanos, que desforestaban y vivían en ciudades
que contaminaban el ambiente. Y si era cierto que habían soltado a
los depredadores... solté un suspiro. La miré a los ojos.
––¿Entonces
el bosque ahora se vengara de mi?––Me sonrió al escuchar mis
palabras y negó con la cabeza.
––Por
suerte no, Sayu. No lo sabías, si hacemos lo correcto según las
normas del bosque él te perdonará y me perdonará por no haberte
avisado.––dijo, mientras se ponía en pie y me hacía una señal
para que la imitase.
Al
escuchar sus palabras sentí un dejavu. Según las normas del bosque.
Eso me sonaba familiar. Me quedé en silencio mientras ella empezaba
a traer un montón de ramas y hojas secas. Noté como me miraba de
reojo, sin entender porque me había quedado así. Según las normas
del bosque. ¿Donde había escuchado eso yo antes? Un hormigueo
recorrió todo mi cuerpo, y empecé a forzar la mente, recordando
todos y cada uno de los momentos de mi vida en busca de aquello.
Según las normas del bosque... susurró una voz familiar en
mi cabeza, pero no logré identificarla.
––Debemos
hacer el Ritual de la Luna––dijimos a la vez, y Lurca se quedó
mirándome. Se acercó rápidamente a mi, con el ceño fruncido.
––¿Como
lo sabes?
––¿Que?––La
miré, saliendo de mis pensamientos. No me había percatado de que
había dicho aquello en alto.
––¿Como
sabes lo que debemos hacer, Sayu, humana?––noté rabia y furia en
sus palabras, y de pronto su dulce cara angelícal empezó a adquirir
rasgos más afilados. Noté como una chispa roja se encendía en sus
ojos. Parecía que los colmillos le habían crecido. En un segundo
todo aquello desapareció, y volvió a sonreír con aquella dulzura
tan habitual en ella. Sacudí la cabeza. Habían sido imaginaciones
mías––Perdona, es que es algo de aquí. Los humanos no sabéis
nada. No sabéis rendir tributo a la naturaleza. Sois.. sois..
––Tranquila,
tranquila, ¿vale?––dije, mientras alzaba las manos en señal de
paz––Solo creo que lo he escuchado en alguna parte. Tal vez se lo
oí a alguien mientras corría por la mañana uno de estos días. No
pretendía ofenderte––ella soltó un suspiro, y pareció valerle
mi respuesta. Me puso un montón de ramas secas en las manos, y
arrastró el cuerpo del animal hasta las enormes raíces salientes de
uno de los árboles.––¿que debo hacer con esto?
––Ven.––La
hice caso y me acerqué hasta donde estaba.––Cubre el cuerpo con
las ramas.
Me
agaché y empecé a sepultar al animal, creando una especie de
tumba-boveda improvisada. Entonces Lurca hizo la cosa más increíble
que había visto en mi vida. Se puso de rodillas, hundió sin ningún
esfuerzo la mano derecha en la tierra y colocó la izquierda sobre
las ramas muertas. Al instante, un montón de gotas de agua empezaron
a subir por su brazo, rodearon el cuello y bajaron hasta las ramas
secas, por el otro brazo. Las ramas empezaron a tener brotes verdes y
a unirse a las raíces del árbol. Se entrelazaron y formaron una
bóveda perfecta alrededor del ciervo, no dejando ni un solo espacio
para que pasase la luz.
––Kilhir
nis hisant adú. Te devolvemos lo que te pertenece, Bosque.––dijo,
en tono solemne, con los ojos cerrados. Después se levantó, se giró
hacía mi y soltó una carcajada.––cierra la boca o te entraran
bichos.
La
miré a los ojos y me di cuenta de que llevaba todo el rato con la
boca abierta, la cerré y le dediqué una sonrisa avergonzada. Ella
volvió a reírse, y al pasar por mi lado me dio una palmada en la
espalda, en gesto de comprensión.
––¿Que
te esperabas, que los elfos fuésemos simples seres que viven en el
bosque sin habilidades especiales sobre los humanos?––dijo ella
con burla cuando empecé a seguirla, en dirección al pueblo.
––¿Sinceramente?
Si, eso era exactamente lo que esperaba––le contesté mientras me
daba prisa para ponerme a su altura. Cuando lo conseguí, la mire a
los ojos y nos sonreímos––Nunca me habéis dado motivos para
pensar lo contrario.
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Lurca
Andaba
por las calles del poblado, perdida en mis pensamientos, con el
corazón acelerándose por momentos, rumbo a la cabaña del jefe. Lo
más probable es que aquella humana me hubiese metido en líos al
aullar y que el resto viese que no traíamos ninguna presa. Tal vez
el jefe sentía miedo de que el Bosque les castigase a ellos por
nuestra culpa. Sacudí la cabeza. Era culpa de Zarh, no mía. El no
había avisado a la estúpida de Sayu de que no debía cazar
herbívoros, y ella no había dudado ni un segundo en matar al ciervo
en cuanto lo había visto. Y esa sonrisa que había puesto cuando
llegue a donde estaba... “¿He hecho algo mal?” escuché
el recuerdo de su voz en la cabeza. A pesar de todo lo que le había
hecho su raza, era tan dulce, tan inocente, tan bella. Solté un
suspiro. No, lo que era es estúpida. ¿Como era capaz de no sentir
nada de ira cuando la habían expulsado por algo que no era su culpa?
Ý caí en ello. Si la expulsábamos ahora, nosotros seríamos
iguales. Ella no era culpable de que nadie le hubiese avisado. Era
imposible que el Bosque no la perdonase, era sabio y justo, y lo
sabía todo sobre quienes habitaban en él, además, lo que había
pasado el primer día que la había visto. Sin duda el Bosque no
tenía nada contra ella.
Llegue
a la cabaña tiempo antes de la hora lunar a la que me habían
llamado, y me apoyé en el tronco del árbol más grande que
conformaba las paredes de ramas. Iba a soltar un bufido cuando
escuche voces en el interior.
––...¿contárselo
a Lurca?––escuché decir a la primera voz. Me sonaba muy
familiar, pero con solo esas palabras no lograba identificarla.
––No,
ella no es de fiar. Tiene un sentido de la justicia... distinto. Se
lo contaría a todos––Noté como se formaba un nudo en el
estomago y como mi sangre empezaba a hervir de ira. Era la voz del
jefe.––Y ya sabes lo que pasará si se enteran. Nuestro poblado
esta mejor guardando este secreto, si no habrá una guerra y todos
moriremos. Este asunto no tiene solución.
––Pero
Lurca llegará pronto a jefa de caza. ¿Como esperas que no se
entere? Si se lo explicamos bien...
––No,
Malehir. No hay forma de explicárselo bien o mal: para esto solo hay
una explicación, y sabes tan bien como yo que haría Lurca. Además,
tiene ahora demasiado en la cabeza con la joven semihumana.
––¿Semihumana?
¿De que demonios estas hablando, jefe?
––Malehir.
Tu también lo has notado. Y sabes que lo correcto no es llamarla
humana. Parece uno, pero no se comporta como uno. Solo hay que ver lo
rapido que se ha adaptado a abandonar su ciudad. Aunque puede que sea
de su raza, no es uno de ellos.––Noté como suspiraba, y me
pregunté si estaba haciendo bien escuchando aquella conversación.
Agaché la cabeza. Iba sobre mi, si, pero escuchar a hurtadillas no
era lo mejor en lo que uno podía emplear su noche.––El tiempo
decidirá esas cosas. Vete y encárgate de que estén contentos.
¿Vale?
Al
escuchar las pisadas hacia la puerta de la cabaña, me alejé
rápidamente y me escondí detrás de aquel enorme árbol, intentando
controlar mi respiración. Todavía no daba credito a lo que había
escuchado. En lo de Sayu tenían razón, era todo muy extraño. ¿Pero
que yo no era de fiar? ¿Que era aquello tan importante que no
dudaría en contarle a todo el mundo? Sin duda debía ser algo que
nos hacía daño. Pero en el pueblo todo parecía ir bien. Tenía que
haber algo que fallase, algo que llevaba tiempo pasando por alto.
Dejé pasar cuatro de las miles estrellas fugaces que sobrevolaban el
cielo cada noche, y que marcaban nuestro horario. Cogí aire, me
dediqué una sonrisa y entré en la cabaña.
––Oh,
Lurca, arish, te estaba esperando––dijo el jefe, con total
dulzura, alzando los brazos hacía mi, como si la conversación que
había escuchado nunca hubiese existido.
––Buenas
noches, Maeru Saderhi. ¿Por que me has hecho llamar? ¿Kiniu nisnae
Halthin?
––No,
no ha pasado nada––dijo mientras corría las cortinas en los
pequeños huecos que dejaban las ramas y que usábamos como
ventanas.––Y no me hables en elfico, si hay algún niño
merodeando por donde no debe podría entendernos.––soltó una
pequeña carcajada y asentí en señal de disculpa. Hizo un gesto y
me senté en el suelo. Él se sentó enfrente.––¿Debo castigar a
Zahr por el incidente que creo que ha sucedido hoy?
––No,
Maeru, si no la tomaría mas con la Sayu Nal. Ella ya sabe como debe
actuar. No volverá a cometer ese error.––Se quedó todo en
silencio unos segundos, y escuché el canto de los pájaros nocturnos
a la luna.––¿Algo más?
Negó
con la cabeza, me levanté, hice una reverencia y me alejé
lentamente hacia la puerta, escuchando atentamente el canto de los
pájaros: auguraban mas nevadas para el día siguiente.
––Ah,
Lucra––dijo Saderhi antes de que saliese por la puerta, y me giré
para mirarle.––Llévate a Sayu al Ritual de la Luna
Solté
un suspiro. Seguro que en aquello la humana también metía la pata.
Asentí, salí y me dirigí hacia mi cabaña. Cuando llegue Sayu
estaba a punto de meterse en la cama. Carraspeé y se giró hacia mi.
––Sígueme––fue
lo único que le dije, y ella obedeció. No me gustaba nada tenerle
que enseñarle las sagradas costumbres tan rápido. Ni siquiera se
había ganado aun un puesto entre nosotros.
Llegamos
al pequeño claro donde estaba la bóveda con el cuerpo del ciervo, y
sonreí al ver que todo ya había comenzado. Las copas de los árboles
se habían apartado del cielo para dejar pasar los rayos de la luna,
que caían en perfecta trayectoria sobre aquella tumba. Las
luciérnagas, rojas, azules, moradas y amarillas revoloteaban por
todas partes. Si no te fijabas bien podía parecer que lo hacían sin
rumbo, pues volaban en círculos, pero si te fijabas te dabas cuenta
de que estaban danzando, con movimientos suaves y elegantes, en señal
de tributo al Bosque.
––Es
lo más bonito que he visto en toda mi vida––escuché decir a la
ahora entrecortada voz de Sayu a mi derecha, y me giré para mirarla.
Tenía los ojos muy abiertos, y unas pequeñas lágrimas caían de
ellos. Me miró y me dedicó una sonrisa.
No
pude evitar devolvérsela. Parecía ahora tan tierna. Di unos pasos
para acercarme a tumba. Le hice un gesto y nos arrodillamos, una
enfrente de la otra, dejando a mi izquierda la tumba. Puse mis
rodillas chocando con las suyas, y le cogí la mano derecha con mi
mano derecha.
––Cierra
los ojos, y pon la mano izquierda sobre las ramas––hice lo mismo,
y noté como pasaba el brazo por encima de los nuestros entrelazados.
En
cuanto sus dedos tocaron las ramas, las chispas de energía empezaron
a recorrernos el cuerpo. Escuche su grito de asombro. Estuvimos así
un buen rato, en silencio, sintiendo el torrente vital del Bosque por
nuestros cuerpos, hasta que este cesó. Note como un montón de
luciérnagas se enganchaban en mi ropa y tiraban para levantarme.
Abrí los ojos y vi que con Sayu hacían exactamente lo mismo. Nos
pusieron en pie, y empezaron a empujarnos para juntarnos mas.
––¿Que
están haciendo?––preguntó ella justo antes de que nuestras
frentes se chocasen por culpa de lo cerca que estábamos ahora.
––No
lo se––dije inmediatamente, y la mire a los ojos.
Eran
los ojos más azules que había visto en mi vida. Eran tan
cristalinos como el agua de un río en calma. Cuando posó su mirada
en mi noté como su color cambiaba, turbándose un poco y volviéndose
algo más oscuros. Seguían siendo preciosos, hipnóticos. Bajé un
poco la mirada y vi como poco a poco sus suaves labios rosados
sonreían. Noté como sus mejillas se sonrojaban, y como las mías
empezaban a arder. Me aparté antes de que lo hiciesen por completo,
con el corazón un poco acelerado.
––Creo
que el bosque nos dice que nos marchemos––solté rápidamente, y
sin pensarlo eche a andar hacia el poblado. Noté su mirada clavada
en la nuca.––Vamos, o mañana no aguantaras el ritmo de la
partida de caza.
Cuando
llegamos a la cabaña, Sayu se quedó dormida inmediatamente, pero yo
me dediqué a darle vueltas a lo que había sucedido.
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<<Ighil
estaba recostado contra la verja, sonriente, mirando el cielo por
encima del suelo de su jardín. Y escuchó las voces. Un chico de no
más de tres años, entró corriendo desde la casa.
––¡Api,
mira lo que he cazado!
Ighil
se giró, justo en el momento en el que su segunda hija entraba,
llorando y soltando insultos contra su hermano. No pudo evitar
sonreír. Estaban los dos juntos, y eran físicamente idénticos a
pesar de ser niño y niña. El mismo pelo rubio revuelto, fruto de su
madre, y los mismos ojos azules cristalinos, propios de su padre. En
personalidad eran tan distintos. Suspiró al ver que el joven llevaba
algo entre sus manos. Las abrió, y dejó ver a un pájaro muerto.
Igjil se puso serio y negó con la cabeza.
––Josh,
no deberías haber hecho eso. No se cazan animales herbívoros.
––¿Que?––El
niño puso cara triste, y se echó a llorar. Hasta llorando eran
idénticos.
Ighil
esbozó una sonrisa, y volvió a agacharse, esta ves para abrazarlos
con la ternura propia de un padre ue no quiere que sus hijos sufran
nunca.
––Vale,
tranquilos. No pasa nada. ¿Sabéis que haremos?––dijo mientras
se apartaba de ellos y los miraba. Los niños le miraron confusos,
sin saber como nada podía arreglar el hecho de que el pobre pájaro
estaba muero.––Haremos el Ritual de la Luna, pediremos perdón a
la naturaleza y su alma será enviada a una nueva vida.
Los
hermanos se miraron, dejaron de llorar y pusieron cara de
desconcierto. Era obvio que no sabían de que les estaba hablando su
padre.
Cuando
cayó la noche, el hombre les llevó al jardín, puso el pájaro al
lado de uno de loas arbolitos que tenían plantados y lo cubrió con
ramas secas. Ante el desconcierto de los niños, Ighil clavo una mano
en la tierra, puso otra sobre las ramas y estas empezaron a tomar
vida y a crear una bóveda sobre el cuerpo inerte del animal. Cuando
el proceso termino, Ighil miró a sus hijos.
––¿Como
has hecho eso?––preguntaron ambos a la veza, asombrados y con la
boca abierta.
––Magia.
Es una de las cualidades de nuestra especie.>>
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