viernes, 5 de junio de 2015

Capitulo 3: Milagro.


Capitulo 3: Milagro.

Se creyó que estaba soñando cuando abrió los ojos, pero se le pasó enseguida al escuchar el aullido de un lobo, lo cual no la reconfortó demasiado. Se incorporó de golpe, asustada, y su mente empezó a recordar lo que había sucedido. ¿Como había podido ser tan idiota? En ningún momento se le había ocurrido que aquello debía estar lleno de todo tipo de frutos y cosas venenosas. Tal vez era ese el motivo por el que el conejo ni se había acercado, claro. El tenía más experiencia comiendo esas cosas que ella. Se quedó sentada unos segundos, mirando a su alrededor. Sin duda era un milagro que estuviese viva. No solo podrían haberla matado las bayas directamente, si no que cualquier animal podría haberla devorado mientras estaba inconsciente, pero no, estaba viva. Había tenido más suerte que nunca en su vida, y pensó que tal vez la parte más peligrosa del bosque ya la había pasado. Se giró rápidamente, buscando su mochila, y las heridas de la espalda volvieron a molestarla, aunque con menos intensidad. Era buena señal: se le estaban curando. Vio la mochila justo detrás, y la abrió para comprobar que su nuevo amigo siguiese dentro, y así era.
 
––Joder, menos mal––susurró, y cogió la jaula para mirar dentro. El pequeño animal estaba aún durmiendo.––¿Que, ya no quieres escapar, bola de pelo?
 
Se río ella sola. Bola de Pelo. No era del todo un mal nombre para un animal así. Volvió a guardar la jaula y se echó la mochila a la espalda, lo cual esta vez no le produjo un dolor irresistible. Echó a andar lentamente, intentando ver el sol por detrás de los árboles. Se siguió dirigiendo al este, con el estomago volviendo a rugirle. Al cabo de un rato, se sentó en una raíz, sacó el bloc de dibujo y los lapices que le habían regalado hacía unos días, sacó las bayas y las dibujo, asegurándose de escribir en grande a su lado un “No comer bajo ninguna circunstancia”. Después las tiró al suelo, y siguió con su camino. Decidió en ese instante que a partir de ahora solo comería lo que Bola de Pelo quisiese comer, para asegurarse de que no volviese a tener ningún susto. Mientras andaba no pudo evitar fijarse, por primera vez, en la naturaleza que la rodeaba. Los árboles que en un principio le habían parecido pinos no lo eran, para nada. Eran mucho más altos, y en vez de estar colmados de espinas, tenía también hojas enormes, mas grandes que su cabeza, por las copas. De las ramas sobresalían, coloridas y brillantes, un montón de flores de diversos tamaños y formas. La hierba a sus pies era enorme. Le llegaba casi por las rodillas, y tenían un grosor como el de su brazo. Las raíces de los árboles eran completamente desproporcionadas incluso para los más de treinta metros que medía cada uno. Eran tan robustas y anchas como los troncos, y entraban y salían del suelo como serpientes gigantes. Los matorrales que veía de vez en cuando eran demasiado pequeños como para encajar en aquella enorme selva. Las hojas que tenían eran de colores rojizos y dorados, y las bayas eran todas de colores naranjas. Se preguntó si serían todas venenosas. En clase les habían enseñado que la mayoría de plantas salvajes utilizaban coloraciones llamativas para llamar la atención de sus depredadores y así matarles o aturdirles con el veneno de sus frutos, para que no volviesen a atacarles. Tenía bastante sentido, pero, entonces, ¿como iba a encontrar ella algo de comer? Y se le ocurrió. Sacó la jaula y la cuerda, y abriéndola con cuidado cogió a Bola de Pelo con ambas manos, que volvía a mirarla con expresión de pánico, aunque esta vez teñida con algo parecido a la curiosidad e incertidumbre. Le ató la cuerda con sumo cuidado, rodeándole el vientre y asegurándose de que no podría escapar. Se ató el otro extremo a la muñeca, guardo la jaula y miró al animal.
 
––Vale, tu tienes hambre, yo tengo hambre, así que vamos a colaborar ¿entendido?––Bola de Pelo la miraba sin entender, moviendo el hocico para olfatear el ambiente.––Te voy a dejar en el suelo. Nada de escapar o te zampo. Busca bayas, si las encuentras, tu comerás y yo comeré. Y ambos seremos felices.
 
Sin esperar respuesta alguna, pues sabía que su amigo ni siquiera la había entendido, le puso en el suelo, y le soltó. Bola de Pelo ni se movió. Se encogió haciéndose una bola y la miró de reojo. Era obvio que no entendía nada de lo que estaba sucediendo. Sayu se sentó a su lado, cruzando las piernas, echándose un poco hacia atrás y sujetándose con los brazos. Levantó la cabeza y miró al cielo, esperando. No sabía si así lograría darle a entender al conejo que no iba a hacerle daño, que solo quería que tuviese la oportunidad de darse un paseo y comer. Al cabo de unos segundos sintió presión y un cosquilleo en la rodilla izquierda, y miró. Bola de Pelo se le había subido, y avanzaba a saltitos por su pierna, olfateando.
 
––Hola––dijo, intentando parecer amistosa. Se incorporó un poco y acercó la mano izquierda, pero el animal volvió a hacerse una bola y paró en seco, quedándose allí. Al cabo de unos segundos el animal alzó la cabeza, y le olfateó los dedos, y Sayu pudo acariciarle.––No te haré daño, ni dejaré que te hagan daño. 
  
Cogió al pequeño y se levantó, volvió a colocarlo en el suelo y le dedicó una sonrisa. El animal empezó a caminar por la espesura, tirando de la cuerda y guiándola. Pasaron así las dos horas siguientes, avanzando siempre hacia el este, lo cual era bastante complicado porque cada cinco minutos Bola de Pelo intentaba salir corriendo para cualquier otro lado. Lo único en lo que estaban de acuerdo era en que no había que hacer ruido. Cada vez que escuchaban algo alarmante a su alrededor se tiraban al suelo y se escondían entre la maleza, intentando pasar desapercibidos, aunque sabían que probablemente en un ataque real eso solo serviría para morir. Cuando Sayu ya iba a tirar la toalla, de pronto Bola de Pelo volvió a tirar con fuerza. Se creyó que volvía a intentar escapar, pero cuando miro vio que el animal estaba comiendo fresas silvestres. Corrió junto a él y se tiró de rodillas. Empezó a coger fresas, asegurándose de no tocar las que su amigo estaba comiendo, y las devoró con ganas. Se guardó un par de puñados para después, y cuando ambos estuvieron saciados, cogió a Bola de Pelo, lo desató y volvió a guardarlo en la jaula: el animal pareció ponerse triste.
 
––Te prometo que luego te sacaré otro rato, ¿vale?
 
Se levantó y continuó hacia el este, esta vez más deprisa, pues no tenía que lidiar con los intentos de huida de su pequeño compañero. No supo exactamente que es lo que iba a encontrar si seguía con aquel rumbo, ni si se moriría de sed antes de conseguir encontrar algo de agua, pero no tenía ninguna intención de parar ni de rendirse. El haber comido algo le había dado más ganas de beber aun, si es que eso era posible, y notaba la garganta tan seca que hasta empezaba a costarle respirar. Había pasado al menos una hora cuando empezó a escuchar el típico sonido del correr del agua cuando encuentras un río o un arroyo, y echó a correr hacia el lugar del que venia el sonido, sin importarle llamar la atención de algún animal cercano. Lo que encontró no era para nada lo que esperaba, pero le servía. Era un pequeño riachuelo escarpado entre un montón de rocas, que discurría zigzagueando entre bastantes árboles. Se agachó, y con las dos manos cogió agua y empezó a beber. Cuando se hubo saciado, saco a Bola de Pelo de su jaula, sujetándole bien, para que pudiese beber sin correr riesgos de que se escapara; después volvió a guardarle, y echó un vistazo a su alrededor. Estaba comenzando a anochecer. El cielo se había vuelto de un naranja intenso, y las pocas nubes que lo cubrían brillaban con tonos morados y rojizos. Se quedó un rato absorta, mirándolo. Aquella luz provocaba que las plantas fuesen aún más preciosas. Estaban todas teñidas de brillos morados, y las flores que cubrían a los árboles la mayor parte del día se iban cerrando poco a poco para pasar la noche. Los pocos pájaros que habían cantado y alborotado a su alrededor habían desaparecido, y el silencio se había adueñado de todo. Se levantó rápidamente y recogió sus cosas, dejando en su mente el único pensamiento de que tenia que buscar un escondite donde dormir. Saco uno de los pequeños botes de pintura que llevaba, del regalo de sus abuelos, y pintó una cruz roja en la corteza de uno de los arboles, para indicar que había llegado por allí. Anduvo un rato entre los arboles, y para cuando la oscuridad ya comenzaba a adueñarse del todo de su entorno, encontró una especie de madriguera entre dos raíces. No era probablemente el lugar más seguro en el que pasar la noche, pero si el único que iba a encontrar.
 
Se agachó con cuidado, quitándose la mochila para no romperla por si rozaba con algo, y se metió dentro, asegurándose antes de que ningún animal viviese allí. Sacó las prendas de ropas echas jirones de su encuentro con la cascada, las hizo una bola, se las puso como almohada, cerró los ojos y soltó un suspiro. Ya era el tercer día que estaba allí, y seguía sin saber del todo como iba a sobrevivir mas, ni como lo había logrado hasta ahora. Probablemente solo había sido casualidad que ningún animal le hubiese dado caza aún, y su suerte seguramente no duraría mucho tiempo, y aunque lo hiciese, o aprendía a cazar o moriría de hambre. El rugido de su estomago la hizo salir de sus preocupaciones, sacó algunas de las fresas que se había guardado y se las comió. Pronto sus pensamientos se volcaron en su viejo hogar, y en su familia, y se pregunto una vez mas si alguien la estaría echando de menos. Recordó la cara de su madre y se murió de ganas de abrazarla, pero al recordar la de su padre solo pudo apretar los puños intentando reprimir las lágrimas. Todo era culpa de él, estaba segura, y cada vez lo odiaba mas. Sacó a Bola de Pelo de la mochila, le dio un par de fresas que aceptó con mucho gusto y se quedó mirándole. Ahora ese animalillo que no confiaba en ella era su única compañía, su única familia.
 
––Vamos a sobrevivir, ¿a que si?––le susurró, aunque sabía que hablar con un conejo no era la cosa más útil que podía hacer, pero decir sus pensamientos en alto la ayudaban a sentirse mejor.––No los necesitamos, ni a ellos ni a nadie. Tu y yo podemos con todas las fieras que se nos pongan por delante, ¿a que si?––Le rascó la cabeza y miró al cielo. Se filtraba la luz de las estrellas por los huecos entre las dos raíces, y supo que si se ponía a llover probablemente moriría de hipotermia al empaparse y quedarse quieta, y ni se enteraría. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo, y miró de nuevo a su compañero de cuatro patas.––Ahora tenemos que descansar. Buenas noches, Bola de Pelo.
 
Abrazó la jaula, intentando infundirle algo de calor, y que a su vez el le infundiese algo de esperanza. Si un conejo podía sobrevivir allí solo toda su vida, ¿por que ella no iba a poder? Además, podía hacerse algún tipo de arco o de lanza, en Historia había visto como se hacían. Estaba agotada de tanto caminar, y no le costó nada quedarse dormida.

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