Capitulo
3: Milagro.
Se
creyó que estaba soñando cuando abrió los ojos, pero se le pasó
enseguida al escuchar el aullido de un lobo, lo cual no la reconfortó
demasiado. Se incorporó de golpe, asustada, y su mente empezó a
recordar lo que había sucedido. ¿Como había podido ser tan idiota?
En ningún momento se le había ocurrido que aquello debía estar
lleno de todo tipo de frutos y cosas venenosas. Tal vez era ese el
motivo por el que el conejo ni se había acercado, claro. El tenía
más experiencia comiendo esas cosas que ella. Se quedó sentada unos
segundos, mirando a su alrededor. Sin duda era un milagro que
estuviese viva. No solo podrían haberla matado las bayas
directamente, si no que cualquier animal podría haberla devorado
mientras estaba inconsciente, pero no, estaba viva. Había tenido más
suerte que nunca en su vida, y pensó que tal vez la parte más
peligrosa del bosque ya la había pasado. Se giró rápidamente,
buscando su mochila, y las heridas de la espalda volvieron a
molestarla, aunque con menos intensidad. Era buena señal: se le
estaban curando. Vio la mochila justo detrás, y la abrió para
comprobar que su nuevo amigo siguiese dentro, y así era.
––Joder,
menos mal––susurró, y cogió la jaula para mirar dentro. El
pequeño animal estaba aún durmiendo.––¿Que, ya no quieres
escapar, bola de pelo?
Se
río ella sola. Bola de Pelo. No era del todo un mal nombre para un
animal así. Volvió a guardar la jaula y se echó la mochila a la
espalda, lo cual esta vez no le produjo un dolor irresistible. Echó
a andar lentamente, intentando ver el sol por detrás de los árboles.
Se siguió dirigiendo al este, con el estomago volviendo a rugirle.
Al cabo de un rato, se sentó en una raíz, sacó el bloc de dibujo y
los lapices que le habían regalado hacía unos días, sacó las
bayas y las dibujo, asegurándose de escribir en grande a su lado un
“No comer bajo ninguna circunstancia”. Después las tiró al
suelo, y siguió con su camino. Decidió en ese instante que a partir
de ahora solo comería lo que Bola de Pelo quisiese comer, para
asegurarse de que no volviese a tener ningún susto. Mientras andaba
no pudo evitar fijarse, por primera vez, en la naturaleza que la
rodeaba. Los árboles que en un principio le habían parecido pinos
no lo eran, para nada. Eran mucho más altos, y en vez de estar
colmados de espinas, tenía también hojas enormes, mas grandes que
su cabeza, por las copas. De las ramas sobresalían, coloridas y
brillantes, un montón de flores de diversos tamaños y formas. La
hierba a sus pies era enorme. Le llegaba casi por las rodillas, y
tenían un grosor como el de su brazo. Las raíces de los árboles
eran completamente desproporcionadas incluso para los más de treinta
metros que medía cada uno. Eran tan robustas y anchas como los
troncos, y entraban y salían del suelo como serpientes gigantes. Los
matorrales que veía de vez en cuando eran demasiado pequeños como
para encajar en aquella enorme selva. Las hojas que tenían eran de
colores rojizos y dorados, y las bayas eran todas de colores
naranjas. Se preguntó si serían todas venenosas. En clase les
habían enseñado que la mayoría de plantas salvajes utilizaban
coloraciones llamativas para llamar la atención de sus depredadores
y así matarles o aturdirles con el veneno de sus frutos, para que no
volviesen a atacarles. Tenía bastante sentido, pero, entonces, ¿como
iba a encontrar ella algo de comer? Y se le ocurrió. Sacó la jaula
y la cuerda, y abriéndola con cuidado cogió a Bola de Pelo con
ambas manos, que volvía a mirarla con expresión de pánico, aunque
esta vez teñida con algo parecido a la curiosidad e incertidumbre.
Le ató la cuerda con sumo cuidado, rodeándole el vientre y
asegurándose de que no podría escapar. Se ató el otro extremo a la
muñeca, guardo la jaula y miró al animal.
––Vale,
tu tienes hambre, yo tengo hambre, así que vamos a colaborar
¿entendido?––Bola de Pelo la miraba sin entender, moviendo el
hocico para olfatear el ambiente.––Te voy a dejar en el suelo.
Nada de escapar o te zampo. Busca bayas, si las encuentras, tu
comerás y yo comeré. Y ambos seremos felices.
Sin
esperar respuesta alguna, pues sabía que su amigo ni siquiera la
había entendido, le puso en el suelo, y le soltó. Bola de Pelo ni
se movió. Se encogió haciéndose una bola y la miró de reojo. Era
obvio que no entendía nada de lo que estaba sucediendo. Sayu se
sentó a su lado, cruzando las piernas, echándose un poco hacia
atrás y sujetándose con los brazos. Levantó la cabeza y miró al
cielo, esperando. No sabía si así lograría darle a entender al
conejo que no iba a hacerle daño, que solo quería que tuviese la
oportunidad de darse un paseo y comer. Al cabo de unos segundos
sintió presión y un cosquilleo en la rodilla izquierda, y miró.
Bola de Pelo se le había subido, y avanzaba a saltitos por su
pierna, olfateando.
––Hola––dijo,
intentando parecer amistosa. Se incorporó un poco y acercó la mano
izquierda, pero el animal volvió a hacerse una bola y paró en seco,
quedándose allí. Al cabo de unos segundos el animal alzó la
cabeza, y le olfateó los dedos, y Sayu pudo acariciarle.––No te
haré daño, ni dejaré que te hagan daño.
Cogió
al pequeño y se levantó, volvió a colocarlo en el suelo y le
dedicó una sonrisa. El animal empezó a caminar por la espesura,
tirando de la cuerda y guiándola. Pasaron así las dos horas
siguientes, avanzando siempre hacia el este, lo cual era bastante
complicado porque cada cinco minutos Bola de Pelo intentaba salir
corriendo para cualquier otro lado. Lo único en lo que estaban de
acuerdo era en que no había que hacer ruido. Cada vez que escuchaban
algo alarmante a su alrededor se tiraban al suelo y se escondían
entre la maleza, intentando pasar desapercibidos, aunque sabían que
probablemente en un ataque real eso solo serviría para morir. Cuando
Sayu ya iba a tirar la toalla, de pronto Bola de Pelo volvió a tirar
con fuerza. Se creyó que volvía a intentar escapar, pero cuando
miro vio que el animal estaba comiendo fresas silvestres. Corrió
junto a él y se tiró de rodillas. Empezó a coger fresas,
asegurándose de no tocar las que su amigo estaba comiendo, y las
devoró con ganas. Se guardó un par de puñados para después, y
cuando ambos estuvieron saciados, cogió a Bola de Pelo, lo desató y
volvió a guardarlo en la jaula: el animal pareció ponerse triste.
––Te
prometo que luego te sacaré otro rato, ¿vale?
Se
levantó y continuó hacia el este, esta vez más deprisa, pues no
tenía que lidiar con los intentos de huida de su pequeño compañero.
No supo exactamente que es lo que iba a encontrar si seguía con
aquel rumbo, ni si se moriría de sed antes de conseguir encontrar
algo de agua, pero no tenía ninguna intención de parar ni de
rendirse. El haber comido algo le había dado más ganas de beber
aun, si es que eso era posible, y notaba la garganta tan seca que
hasta empezaba a costarle respirar. Había pasado al menos una hora
cuando empezó a escuchar el típico sonido del correr del agua
cuando encuentras un río o un arroyo, y echó a correr hacia el
lugar del que venia el sonido, sin importarle llamar la atención de
algún animal cercano. Lo que encontró no era para nada lo que
esperaba, pero le servía. Era un pequeño riachuelo escarpado entre
un montón de rocas, que discurría zigzagueando entre bastantes
árboles. Se agachó, y con las dos manos cogió agua y empezó a
beber. Cuando se hubo saciado, saco a Bola de Pelo de su jaula,
sujetándole bien, para que pudiese beber sin correr riesgos de que
se escapara; después volvió a guardarle, y echó un vistazo a su
alrededor. Estaba comenzando a anochecer. El cielo se había vuelto
de un naranja intenso, y las pocas nubes que lo cubrían brillaban
con tonos morados y rojizos. Se quedó un rato absorta, mirándolo.
Aquella luz provocaba que las plantas fuesen aún más preciosas.
Estaban todas teñidas de brillos morados, y las flores que cubrían
a los árboles la mayor parte del día se iban cerrando poco a poco
para pasar la noche. Los pocos pájaros que habían cantado y
alborotado a su alrededor habían desaparecido, y el silencio se
había adueñado de todo. Se levantó rápidamente y recogió sus
cosas, dejando en su mente el único pensamiento de que tenia que
buscar un escondite donde dormir. Saco uno de los pequeños botes de
pintura que llevaba, del regalo de sus abuelos, y pintó una cruz
roja en la corteza de uno de los arboles, para indicar que había
llegado por allí. Anduvo un rato entre los arboles, y para cuando la
oscuridad ya comenzaba a adueñarse del todo de su entorno, encontró
una especie de madriguera entre dos raíces. No era probablemente el
lugar más seguro en el que pasar la noche, pero si el único que iba
a encontrar.
Se
agachó con cuidado, quitándose la mochila para no romperla por si
rozaba con algo, y se metió dentro, asegurándose antes de que
ningún animal viviese allí. Sacó las prendas de ropas echas
jirones de su encuentro con la cascada, las hizo una bola, se las
puso como almohada, cerró los ojos y soltó un suspiro. Ya era el
tercer día que estaba allí, y seguía sin saber del todo como iba a
sobrevivir mas, ni como lo había logrado hasta ahora. Probablemente
solo había sido casualidad que ningún animal le hubiese dado caza
aún, y su suerte seguramente no duraría mucho tiempo, y aunque lo
hiciese, o aprendía a cazar o moriría de hambre. El rugido de su
estomago la hizo salir de sus preocupaciones, sacó algunas de las
fresas que se había guardado y se las comió. Pronto sus
pensamientos se volcaron en su viejo hogar, y en su familia, y se
pregunto una vez mas si alguien la estaría echando de menos. Recordó
la cara de su madre y se murió de ganas de abrazarla, pero al
recordar la de su padre solo pudo apretar los puños intentando
reprimir las lágrimas. Todo era culpa de él, estaba segura, y cada
vez lo odiaba mas. Sacó a Bola de Pelo de la mochila, le dio un par
de fresas que aceptó con mucho gusto y se quedó mirándole. Ahora
ese animalillo que no confiaba en ella era su única compañía, su
única familia.
––Vamos
a sobrevivir, ¿a que si?––le susurró, aunque sabía que hablar
con un conejo no era la cosa más útil que podía hacer, pero decir
sus pensamientos en alto la ayudaban a sentirse mejor.––No los
necesitamos, ni a ellos ni a nadie. Tu y yo podemos con todas las
fieras que se nos pongan por delante, ¿a que si?––Le rascó la
cabeza y miró al cielo. Se filtraba la luz de las estrellas por los
huecos entre las dos raíces, y supo que si se ponía a llover
probablemente moriría de hipotermia al empaparse y quedarse quieta,
y ni se enteraría. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo, y miró
de nuevo a su compañero de cuatro patas.––Ahora tenemos que
descansar. Buenas noches, Bola de Pelo.
Abrazó la jaula, intentando
infundirle algo de calor, y que a su vez el le infundiese algo de
esperanza. Si un conejo podía sobrevivir allí solo toda su vida,
¿por que ella no iba a poder? Además, podía hacerse algún tipo de
arco o de lanza, en Historia había visto como se hacían. Estaba
agotada de tanto caminar, y no le costó nada quedarse dormida.
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