Capitulo
15: Abre los ojos
Sayu
Me
desperté sobresaltada por aquella pesadilla, con el corazón en un
puño y el sudor resbalando por mi frente. Tenía la respiración más
agitada que nunca. Miré a mi alrededor y vi que Lurca no estaba en
su cama. Me incorporé y me senté en el borde, apoyando los codos en
las rodillas. Me eché el pelo hacia atrás con las manos y solté un
suspiro, mirando al suelo. ¿Que me estaba pasando? ¿Que eran todos
esos sueños? ¿Estaba recordando mi infancia? Cerré los ojos. Esos
años de mi vida estaban en negro. Pero si hubiese habido allí otro
niño, un hermano mellizo mio... ¿como podría haberlo olvidado? No
puede omitir la existencia de un hermano. Tragué saliva y me miré
las manos.
––Pero..
¿que?––dije, mientras las giraba sin da crédito a lo que veía.
Mi
piel era mucho más blanca que cuando había entrado. De hecho, era
blanca. Apenas tenía tintes color carne en las palmas. Me puse en
pie y abrí y cerré los ojos varáis veces, perpleja: el color
seguía siendo el mismo. ¿Que me estaba pasando? Salí a toda
velocidad de la cabaña en mitad de la noche, y fui al manantial de
curaciones. La luz de la luna hacía que ahora su agua verdosa fuese
totalmente cristalina. Me puse de rodillas y me miré. Mi reflejo era
totalmente pálido. Por detrás del pelo rubio sobresalían mis
orejas. No eran grandes como las de los elfos, eran pequeñas como
las de un humano, pero Zurdha tenía razón. Eran orejas pequeñas y
puntiagudas. Cerré los puños y le di un puñetazo al agua, haciendo
que mi reflejo se volviese un conjunto turbio de brillos de la luna.
Me eché hacia atrás y me tumbé sobre el césped. ¿Que era yo? ¿Un
humano? No. ¿Un elfo? Imposible. ¿Entonces? Giré la cabeza y
empecé a acariciar con el dorso de la mano izquierda la hierba. Las
lágrimas empezaron a rodar por mi cara, y sentí como mi respiración
se aceleraba. Todo en lo que confiaba había desaparecido cuando
entré en el Bosque. Todo lo que creía cierto había muerto al
encontrar a los elfos. Todo lo que pensaba que era se había hecho
añicos a medida que pasaban los días. Me puse de costado y me
encogí, abrazándome las rodillas. Me dejé llevar por la tristeza y
me quedé allí tirada, sollozando, sin entender nada. ¿Por que a
mi? ¿Que había hecho yo para merecer aquello? Debía de haber sido
una persona horrible en mi anterior vida, o alguien debía odiarme
mucho.
Cuando
llegó el amanecer noté como alguien se acercaba desde la espesura,
pero me negué a moverme. Sentí como alguien se tumbaba a mi
espalda, y un brazo me rodeó la cintura. El otro pasó por debajo de
mi cuello. Noté como su mano me acariciaba la frente. No necesité
mirarla para saber que era Lurca. Agarré su mano izquierda con la
mía y le di un beso en los dedos. Su presencia aliviaba un poco el
dolor y la confusión que sentía. Sentí como se levantaba un poco,
y al instante sus labios rozaron mi mejilla. Se acercó a mi oreja.
––No
llores––me susurró, y me acercó más a ella y me abrazó con
más fuerza.––No debes llorar, nunca. Todo pasará, todo ira a
mejor. Estoy contigo.
Me
giré y vi que ella también estaba llorando. Levanté la mano
derecha y le limpié las lágrimas. Me incorporé un poco, le di un
beso, suave y corto, y volví a tumbarme. Con su presencia se me
cortaba la respiración y cada vez me costaba más coger aire, pero a
la vez tenía un efecto sedante.
––Lurca,
yo...
––Ssh––me
cortó, y se agachó para devolverme el beso.
El
suyo fue mas intenso. Sentí su lengua jugar con la mía y me dejé
llevar. Le acaricié la mejilla y el cuello con los dedos, y noté
como con el roce de mis dedos contra su piel el corazón se le
aceleraba. El beso se volvió más rápido, mas intenso, y metió su
mano debajo de mi camiseta. Me quedé sin aire en el instante en el
que se apartó y me miró a los ojos.
––¿Sabes
que ya no tenemos vuelta atrás, no?––me dijo, y asentí con la
cabeza.––Ya no podemos negar nada... por eso debes centrarte en
entrenar. ¿vale?––Volví a asentir––Si lo haces bien en las
pruebas, seras parte de los elfos. Y ya nada podrá separarnos.
Volvió
a bajar me dio un beso en la frente. Sentí un escalofrío y un
cumulo de electricidad recorrer todo mi cuerpo y se me puso sonrisa
de imbécil. Ella me devolvió la misma sonrisa. Nos sentamos y
miramos al cielo, que volvía a estar cubierto de nubes. Me puse en
pie y le tendí la mano. La ayudé a levantarse y le di un abrazo.
––Gracias
por existir––le dije, apoyando la cabeza en su pecho. Aunque para
los humanos yo ya era alta, los elfos adultos me sacaban mas de una
cabeza.
––Anda,
tonta, ve a entrenar.
Le
di otro suave beso y eché a correr hacia el claro de entrenamiento.
Cuando llegué, Zurdha y Zarh estaban peleando con las espadas, y no
pude evitar soltar una carcajada ante la torpeza de mi amigo contra
su padre. Pararon y se giraron hacia mi.
––Por
fin te dignas a aparecer, nal.––dijo Zarh, con un tono menos
siniestro que de normal. Supuse que era más dulce ante la presencia
de su hijo, aunque prefería no intentar aprovecharme de ello.
––Bueno..––suspiré.––Tampoco
es que hayas venido a buscarme.
Zarh
soltó una carcajada y asintió con la cabeza. Me quedé de piedra.
¿No me regañaba? ¿Aceptaba mi contestación como si nada? Miré a
Zurdha y me guiñó un ojo. Sonreí. Ahora entrenar si iba a ser
divertido.
Nuestro
maestro nos llevó al lago que había utilizado como casa semanas
atrás. Los recuerdos vinieron a mi y sentí nostalgia. Era un sitio
tan bonito. Corrí hacia el sauce y me agaché entre las raíces. Leí
lo que ponía en el tronco en voz alta cuando mis dos acompañantes
se acercaron.
––“Aquí
yace Bola de Pelo, un gran conejo, y aún mejor amigo. Sin él no
estaría viva. Descansa en paz”––Sonreí mientras acariciaba
las letras que había tallado yo misma con un puñal de piedra y me
giré para mirar a Zurdha.
––Tu
hacer Ritual de la Luna.––sonó la voz de Zarh al otro lado, y
abrí mucho los ojos.
Volví
a mirar la tumba y asentí. Había enterrado a aquel pequeño entre
la bóveda de raíces, creada de forma natural, del árbol. Bóveda
que ahora se encontraba cerrada sobre la tumba, sin dejar pasar ni un
solo rayo de luz. Me levanté y suspiré. Lo había hecho de forma
inconsciente. ¿Había sido por aquel sueño, si es que era un
recuerdo, en el que mi padre lo había hecho para enterrar un pájaro?
––Ahora
tener sentido que Lurca traer tu a la tribu––dijo Zurdha en un
susurro, y le miré frunciendo el ceño. ¿Había sido por eso,
porque inconscientemente me había comportado como uno de ellos?
––Si...––contestó
Zarh, con gesto pensativo, mientras me miraba muy atentamente.
Sacudió la cabeza y se alejó del sauce.––Venid––Nos dijo,
mientras se sentaba en la arena de la orilla del lago.
Zurdha
y yo nos acercamos y su padre me dio la espada que portaba al cinto.
Acto seguido nos dedicó una tétrica sonrisa y nos señalo, primero
a él y luego a mi. Miré a mi amigo, y nos pusimos en guardia,
entendiendo el silencioso gesto. Alcé la espada y golpeé, Zurdha lo
paró y me echó hacia atrás. Andamos en círculos un segundo, y di
un giro de trescientos sesenta grados, agachándome un poco al final,
para hacer un barrido a los pies que el esquivo de un salto sin
problemas. Se echó hacia atrás y cargó, saltando contra mi, con la
espada por delante. Lo paré con la parte no afilada, usando la mano
izquierda apoyada en el otro extremo de la espada para que el peso de
Zurdha no hiciese que me golpease con mi propio filo.
––Vale––nos
cortó Zarh en el instante en el que lancé una estocada al pecho de
su hijos.––Tenéis el mismo nivel. Podríamos tirarnos así
horas.––Se puso en pie mientras decía aquello y se quitó las
botas para meter los pies en el agua. Se cruzó de brazos––meteos
hasta que el agua os llegue por la cadera, y practicad con enemigos
imaginarios todos los movimientos. Haced secuencias de varios golpes,
barrido, barrido y estocada.
Zurdha
y yo asentimos, nos quitamos las botas y nos internamos en el lago
hasta que las aguas cristalinas nos llegaron por la cintura. Nos
pusimos a hacer lo que el maestro había pedido. Era muy complicado.
Mover las piernas bajo el agua, con el peso añadido de la armadura
era lo más duro que había hecho en mi vida. Al cabo de menos de una
hora ya sentía como todos mis músculos empezaban a dejar de
responder. Me sentía mas una estatua de piedra que un ser vivo. Al
cabo de dos horas mis movimientos empezaron a ser muy torpes, y cada
cuatro intentos caía al agua. A la tercera hora Zurdha se unió a
caer conmigo, y a la quinta hora ya no podíamos ni mantenernos en
pie dentro del agua.
––¡Joder––gritó
él, y solté una pequeña carcajada. Le salpiqué con el agua y él
me sacó la lengua.––¿Donde estar padre?––preguntó de
pronto, y miré a la orilla.
Zarh
se había marchado, aunque no sabíamos exactamente cuando. Salimos
del agua y nos tiramos en la arena. Estábamos completamente
empapados. Me giré para mirarle y chocamos los puños. Me sentía
tan cansada que me entraban ganas de dormir. Nos quedamos allí
tirados hasta que se puso a nevar, y entonces echamos a andar hacia
el poblado: eramos incapaces de correr.
––Yo
buscar padre––me dijo Zurdha cuando nos acercábamos a la cantina
para comer, y asentí.
Entré
sola y cogí mi plato de guiso de carne y bayas, y lo devoré a una
velocidad de vértigo. Cada día que pasaba recordaba menos el sabor
de las comidas que hacía mi madre, y me gustaban mas las comidas que
hacían los elfos. Me levanté para preguntar si podía tomar un
segundo plato: me había quedado con hambre. Pero entonces entró
Zurdha a toda prisa, me agarró del brazo y me llevó hasta afuera.
––¿Que
pasa?––pregunté.
––¡Haber
humano en tienda de Maeru, por eso mi padre irse!––me gritó, y
echo a correr por las calles de tierra. Sentí como el corazón me
daba un vuelco y le seguí tan rápido como las agujetas me
permitían.
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Zurdha
Llegamos
a la cabaña del Maeru justo para ver como aquel humano salía de
ella. Nos escondimos detrás de un árbol, y cuando el hombre,
vestido con una túnica azul se giró, noté como Sayu se ponía en
tensión. La miré y vi que tenía los ojos abiertos como platos. Me
miró y tragó saliva.
––Es
mi tio.––dijo únicamente, y vi como sus ojos se llenaban de ira.
Sus
músculos se pusieron en tensión, y se puso en posición para salir
corriendo hacía el. Le puse la mano en el hombro, y negué con la
cabeza. Al instante eché a correr yo, bajo el grito de asombro de
ella. Al escuchar el sonido de las pisadas el hombre se giró hacía
mi. Tenía los ojos casi tan azules como los de Sayu, y el pelo igual
de rubio. Cuando me encontraba a apenas tres pasos de él di un salto
hacía delante, y en la caída le golpeé con el puño en la cara,
con todas mis fuerzas. El tío de Sayu cayó al suelo, y soltó un
grito de dolor. Me puse de pie delante de él y le dediqué una
sonrisa tan siniestra como las que solía utilizar mi padre con la
gente.
––Eso
por tu ser humano imbécil––le dije. Me giré y eché a correr de
nuevo, pero esta vez hacía donde estaba Sayu.
La
agarré del brazo y nos dirigimos a la plaza, alejándonos de allí.
Cuando ya estábamos lejos de la vista y los oídos del Maeru y de
aquel hombre nos paramos en seco, nos miramos y nos echamos a reír.
––Estas
loco, Zurdha––me dijo, y le dediqué una gran sonrisa seguida de
una carcajada. Caí al suelo de la risa y ella se sentó a mi lado,
agotada por la carrera.
––Él
no deber ver tu, pero él merecer golpe, así que yo dar por ti.
––Si
alguna vez necesitas golpear tu a alguien, pídemelo. Lo haré con
mucho gusto––Me miró y volvimos a reírnos.
Al
cabo de unos segundos la adrenalina se nos paso, y volví a sentir el
cansancio del entrenamiento. Suspiré y miré al cielo. Aquella noche
tenía una cita con Diarthia para ir a ver las estrellas. Sonreí
como un tonto. Llevaba todo el día pensando en ella y en el beso que
me había dado en la mejilla. Sayu irrumpió en mis pensamientos al
levantarse, bostezando, y la miré.
––Voy
a ir a descansar un rato, si no no aguantaré mañana.
Asentí
y me incorporé yo también. Me estiré cuan largo era y vi como mi
amiga se alejaba hacía la caseta de Lurca. Me puse serio. ¿Estaría
bien? El puñetazo que le había dado a su tío había sido
divertido, pero eso no implicaba que ella no fuese a sentirse mal por
haberle visto. Debía ser un golpe muy duro enterarte de que tu
familia te había abandonado en un Bosque a tu suerte cuando sabían
que allí existían criaturas pacificas, con las que al parecer si
tenían contacto, que podrían haberla aceptado si la hubiesen
entrenado un poco en supervivencia. Aunque, claro esta, ella había
conseguido aquello sin que nadie mediase a su favor. Suspiré y
recorrí el camino que me quedaba hasta la plaza, donde un elfo de mi
edad se me acercó. Le había visto alguna vez en clase, pero al
igual que todos, nunca me había hablado. Estaba en el grupo de los
cocinero novatos.
––Serh nis adú, Zurdha (Hola, Zurdha), ¿Laredhi nis bru adú?
(¿Que tal estas?)––dijo cuando llegó a mi lado, y le sonreí de
forma bastante fozada. ¿Por que de pronto me hablaba?
––Laredhi
nis bru (estoy bien) ¿ai adú? (¿y tu?)
––Laredhi
nis bru Dalht (tambien estoy bien). Cliraih Maeru adú (El jefe te
busca)––Me dedicó una sonrisa burlona y lo entendí todo. Había
venido él solo para cotillear y tener algo nuevo con lo que meterse
conmigo.
Me
alejé corriendo hacia la cabaña de Sadheri, dejando a aquel chico
del que no sabía el nombre con sus cotillas palabras en la boca.
Cuando entré me asusté al ver que mi padre también estaba allí.
––Zurdha.––dijo
el Maeru, y me acerqué más a ellos.––Se que lo hacías por tu
amiga––continuó, dándose la vuelta y acariciando un trozo de
tela que había sobre una de las mesas.––Pero no debiste haber
pegado a aquel hombre.
––Él
merecer––le reproché, y mi padre me dedicó una mirada
comprensiva.
––Que
alguien se merezca que le golpeen no quiere decir que deba hacerse.
––Pero
él no deber estar en Bosque.
––¿Y
tu que sabes?––dijo el Maeru de forma mordaz, y Zarh y yo le
miramos, sorprendidos. El jefe del poblado nunca perdía la
compostura, nunca respondía mal. Soltó un suspiro.––No vuelvas
a hacerlo. Si ves un humano, lo dejas en paz. ¿entendido?
Fruncí
el ceño y miré a mi padre. Él tampoco parecía comprender de que
iba aquello. Acabé por asentir y salí furioso de allí. ¿Por que
nuestro jefe defendía a aquellos horribles humanos? ¿Por que les
dejaba entrar en el Bosque? Nuestras normas eran muy claras. Si un
humano entra, muere, a menos que pase las pruebas de el Bosque y este
los acepte. ¿A caso aquellos humanos las habían pasado? Sacudí la
cabeza. Era imposible, lo habríamos sabido. El único caso
excepcional había sido Sayu. Y de ella ninguno teníamos claro si
era de verdad una humana. Su capacidad de adaptarse, su cambio físico
desde que había entrado... no encajaba. Simplemente no encajaba en
su raza. Aunque tampoco me importaba. Humana, elfo o lo que fuese,
era mi amiga.
Estuve
paseando por el pueblo durante varias horas, atento por si veía a
Lurca o a Sayu, pero no me encontré con ninguna de las dos. Cuando
cayó la noche me dirigí al río del norte, donde había quedado don
Diarthia para ver las estrellas. Me senté en una de las rocas altas
del río y esperé. A cada ruido que escuchaba me giraba para ver si
era ella, pero nunca lo era. Con la primera hora de espera empecé a
sentir miedo por si la había pasado algo explorando. Con la segunda
hora, las dudas empezaron a pasar por mi cabeza. A la tercera me
levanté y me fui: me había hecho ir allí para reírse de mi
después. “¿De verdad pensabas que iba a quedar contigo?”
escuché ya sus palabras en mi cabeza, y las risas de sus amigas
cuando me acercase a preguntarle por que no había aparecido.
Entonces algo me hizo salir de mis pensamientos.
Un
aullido. A mi espalda. Me giré a tiempo para poder esquivar al lobo
de pelaje rubio que saltaba contra mi. Saqué la espada del cinto y
me puse en guardia. El lobo volvió a soltar, y le hice un tajo en
una pata de un barrido mientras me apartaba. El animal empezó a
gemir, se giró y me enseñó los dientes. Empezamos a andar en
círculos, y le miré a los ojos. Me paré en seco. Eran tan azules
como los del tío de Sayu, y tenían un brillo de venganza. Me fijé
que aquel lobo tenía el labio de abajo roto y un escalofrío me
recorrió el cuerpo. Me quedé totalmente paralizado, y cuando volvió
a saltar contra mi dio en el blanco. Caí al suelo con el animal
encima y noté el mordisco en el hombro y sus zarpazos desgarrando mi
peto. Noté como no me soltaba la carne con sus dientes y empezaba a
arrastrarme. Sentí el desgarrón en el hombro y la sangre me salpicó
la cara. Solté el grito más fuerte de toda mi vida, e intenté
zafarme. Cogí la espada con el brazo izquierdo y le rajé el ojo con
la espada. El animal aulló de dolor y desapareció en la oscuridad
del bosque. Caí de rodillas y me miré la herida: me faltaba toda la
piel del hombro y se me veía el hueso. Me eché a llorar y se me
nubló la vista por la perdida de sangre. Escuché unas pisadas
detrás de mi y me giré. Me puse en pie y me acerqué a un árbol.
Lo abracé e Intenté levantar la espada, pero se me resbaló de las
manos y no pude evitar desmayarme.
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Lurca
––¡Zurdha!––grité
cuando llegué hasta él y le vi caer al suelo. Me acerqué corriendo
y le cogí en brazos. Le zarandeé un poco––¡Zurdha, despierta!
No
reaccionaba. Miré su hombro, del que solo quedaba el hueso y tragué
saliva. No tenía muy buena pinta. Me levanté con el en brazos, me
lo eché al hombro y corrí hasta el manantial de curaciones. Allí
ya me estaba esperando el médico. Le tumbamos sobre la hierba y
metimos su brazo en el agua. Las gotas empezaron a rodar hacia
arriba.
––¿Que
demonios?––dijo Hrate abriendo los ojos como platos. Cada vez que
el agua llegaba a la herida y empezaba a curarla, esta volvía
abrirse.––¿Que le ha atacado?
––Por
el aullido, un lobo.
––¿Que...?
No. Imposible, esto... esto no puede ser.––se acercó mas al
joven elfo y tocó el hueso.––esta caliente. El hueso esta
caliente.––Me quedé mirándole sin comprender. ¿Caliente? Los
huesos de los elfos no tenían temperatura.––no ha sido un lobo
normal.
De
pronto la piel empezó a cicatrizar alrededor del hueso, dejándolo a
la vista, y dejando de sangrar. Me puse pálida y noté como me
faltaba el aire. ¿Que era aquello que le había hecho una herida que
no permitía a la piel regenerarse? Miré a Hrate.
––¡Haz
algo! ¡Se le esta curando con el hueso a la vista!
––¡No
puedo hacer nada!––exclamó, furioso, y golpeó la hierba con los
puños.––¡El Bosque no puede hacer nada mas que cicatrizar
alrededor del hueso! ¡No es una herida normal, le han herido con
magia!
Me
quedé quieta. ¿Había sido un humano? Sabía donde encontrar la
respuesta. Me puse en pie y eché a correr. Encontré a Sayu varios
minutos después subida a un árbol cerca de la plaza. Cuando me vio
aparecer bajó de un saltó, y me sonrió. Le di un empujón, llena
de rabia, y la puse contra el tronco de aquella planta. Abrió los
ojos como platos, y me acerqué todo lo que pude, haciendo que
nuestras frentes chocasen.
––¿Como
se cura una herida mágica?
––¿Que?––preguntó,
perpleja por mi tono agresivo. Se mordió el labio y me miró sin
comprender que es lo que estaba pasando.
––¡¿Que
como se cura una herida mágica?!––le chillé, fuera de mi, y vi
como se ponía pálida. Sus ojos brillaban, confusos. Cogí aire e
intenté tranquilizarme. Me alejé un poco y me senté en el camino
de tierra.
––¿Que
he hecho?––preguntó, con la voz rota, y negué con la cabeza.
––Perdona,
Sayu...––la miré y se sentó a mi lado. Tenía los ojos llenos
de lágrimas y estaba asustada.––Han herido a Zurdha con magia.
––¿Que...?––se
quedó inmóvil, y empezó a balbucear cosas.––Es... es mi.. es
mi culpa, no debí dejarle.
––No
es tu culpa, Sayu. Perdón por haberte atacado, es que...
––Si
lo es––me cortó––Esta mañana resultó que mi tío estaba
hablando con el Maeru––continuó––Y Zurdha fue a darle un
puñetazo de mi parte. Debí haberle parado.
––Sayu.
No es tu culpa.––Me acerqué y la abracé. Todo el enfado con
ella se me había pasado en un segundo.––¿Pero, sabes como se
curan?
––No––me
contestó, a la vez que negaba con la cabeza––Nunca hay heridas
mágicas en la ciudad. Nadie ataca a nadie... la magia no la usan
para eso. Va.. va en.. en contra de su naturaleza. Yo.. no se por que
lo han hecho.
La
abracé aun con mas fuerza y le di un beso en la coronilla. Me sentía
mal. ¿Por que lo había pagado con ella? Vale, si, era su raza, pero
ella no era una maga. No era como ellos, y no tenía la culpa de
nada. ¿Zurdha no debió haber golpeado a aquel humano? No, pero,
¿eso les daba permiso a los humanos a herirle de aquella forma? Sin
duda estaban comprando todas las papeletas para tener una guerra. Se
internaban en el Bosque sin permiso y nos atacaban. ¿Por que parecía
que el Bosque les permitía el paso? ¿Era porque no atacaban ellos,
si no que embrujaban a animales para que lo hiciesen? Me aparté un
poco de Sayu y la cogí la cara con las manos. Me agaché y la besé
suavemente.
––Encontraremos
el modo de devolverle su hombro a la normalidad.––le sonreí––No
te sientas culpable, ¿vale?
––¿Como
le han herido?
––Un
lobo le arrancó la piel del hombro––Vi su mueca de dolor y
suspiré.––la herida se ha cerrado con el hueso fuera. Mañana
sabremos si puede moverlo o no aun así.
Echamos
a andar hacia la cabaña médica, donde ya debía estar descansando
Zurdha, y nos pasamos toda la noche sentadas en el suelo, dormitando
a ratos, esperando a que alguien nos dijese algo.
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