lunes, 8 de junio de 2015

Capitulo 6: Venganza


Capitulo 6: Venganza

Dos meses es, más o menos, el tiempo que tardas en empezar a considerar un lugar como tu hogar. También es el tiempo que tardas en confiarte y que algo salga mal. Dos meses es lo que llevaba ya Sayu allí. Estaba agazapada en la rama de un árbol, a dos metros del suelo. En el cielo brillaba una luz tenue, tapada a ratos por las nubes blancas que anunciaban una gran nevada. Los árboles habían perdido sus hojas una par de semanas antes, y el frío era casi palpable. Lo único que la ocultaba de la vista del animal al que perseguía era el hecho de que este no miraba hacia arriba. Llevaba puesta la capa que se había hecho con la piel del jabalí que había cazado tiempo atrás, y llevaba en la mano izquierda el arco. Tenía la cara llena de rasguños por los roces de las ramas, que ya ni le importaban, y sus manos habían perdido su suavidad inicial por culpa de los callos. Tenia el pelo rubio varios centímetros mas largo, totalmente despeinado y con algún trozo de hoja enganchaba en él. Se puso en posición en cuanto el animal se colocó en su rango de vista, sacó una flecha y la tensó. En cuanto el ciervo que llevaba media hora persiguiendo salió de la maleza, disparó, acertando directamente en la cabeza. El animal cayó al suelo, con un ruido sordo. Bajó de un salto, se acercó y ató unas cuerdas alrededor del cuerpo de su presa, y la arrastró hasta el valle. Sus brazos ya no eran tan delgados, y se podía apreciar que sus músculos habían crecido bajo la piel, aunque no tanto como Sayu habría deseado.
––¡Mira lo que he conseguido hoy, Bola de Pelo!––dijo cuando estaba llegando al sauce, pero soltó al animal que arrastraba enseguida. Bola de Pelo no estaba en su raiz de siempre, ni en ningún lado. Vio como la cuerda guiaba hacia la espesura, y echó a correr hacía allí.––¿Bola de Pelo?
Cogió la cuerda y empezó a seguirla, buscando el extremo donde sabía que estaría su amigo. Se paró unos metros antes de llegar, y soltó la cuerda, que empezó a tirar. El corazón le dio un vuelco con lo que vio, y se le revolvió el estomago. Un lobo enorme, de casi un metro de altura, llevaba entre sus fauces el cuerpo inerte del conejo, mientras tiraba para intentar zafarse de la cuerda que lo ataba. Sayu soltó rápidamente el arco, agarró una de las lanzas que llevaba a la espalda y salió corriendo a toda velocidad contra el depredador, que soltó a Bola de Pelo y se giró hacía ella con un gruñido.
––¡Hijo de puta, no le toques!––gritó la joven en el momento en el que saltó contra el lobo, con la punta de la lanza por delante, apuntando a su cabeza.
El lobo fue más rápido y saltó a un lado, pero no vio venir el giro de caderas que hizo Sayu, y no pudo esquivar la patada lateral que esta le propinó. El animal rodó por el suelo, y la joven volvió a ponerse en posición de combate, ante la atenta mirada de odio de la bestia, que se levantó sin dificultad. El animal aulló, y se lanzó contra ella antes de que pudiese reaccionar. Consiguió esquivar el abrazo de sus fauces, pero la golpeó con las patas y voló medio metro, hasta estrellarse contra un árbol. Sayu se levantó justo cuando el lobo corría hacia el conejo, para intentar atraparlo y huir.
––¡Te he dicho que no le toques!
Sintió como la furia recorría todos y cada uno de los vasos sanguíneos de su cuerpo. Se abalanzó contra él, con la lanza por encima. La punta atravesó la espalda del animal, y la joven empujó con más fuerza, hasta que le atravesó por completo. Soltó el arma y corrió hacia el cuerpo de su amigo. Lo cogió con las dos manos e intentó tomarle el pulso: aún respiraba. Se puso en pie y corrió hacia el valle, tumbó a su compañero en la raíz donde se sentaban juntos y empezó a rebuscar entre sus cosas. 
 
––Aguanta, pequeño, aguanta. Venga, tu puedes. ¿Recuerdas, no? Podemos con todo, con todo. Un estúpido lobo no va a cambiar eso, vamos.––Sacó la aguja y un poco de hilo, pero cuando volvió junto al conejo ya era tarde, su corazón había dejado de latir. Lo rodeó con los brazos y lo apretó contra su pecho, sin importarle nada mancharse de sangre, y se echó a llorar––joder, no, no. Vamos, Bola, despierta. No me dejes, no, dios. Lo siento, lo siento muchísimo––acarició la cabeza del animal con su mejilla izquierda, y volvió a abrazarlo con fuerza––No debí dejarte solo, no debí salir a cazar, debí haberte metido en la jaula.. yo.. yo––se le hizo un nudo en la garganta y se quedó allí un rato, llorando, abrazando el cuerpo sin vida del único amigo que había tenido desde que había llegado al bosque.
Era casi de noche cuando empezó a cavar con las manos un agujero bajo la bóveda que formaban las raíces del sauce. Cuando el agujero fue lo suficientemente profundo, colocó dentro, con mucho cuidado, el cuerpo de Bola de Pelo, y volvió a taparlo con tierra. Sacó el bote de pintura que le quedaba, y escribió en el tronco del árbol con letras amarillas “Aquí yace Bola de Pelo, un gran conejo, y aún mejor amigo. Sin él no estaría viva. Descansa en paz”. Se quedó de rodillas, pensando que hacer ahora que volvía a estar sola, hasta que un aullido en la oscuridad la hizo reaccionar. Se puso en pie, y se echó a hombros los tres carcaj llenos de flechas que tenía, cogió el arco y echó a correr hacia el lugar del que provenía aquel sonido. Nada más internarse en el bosque subió a uno de los árboles, y continuó su camino saltando con cuidado de una rama a otra. Ya estaba completamente oscuro cuando alcanzó su objetivo. Era una manda de unos treinta lobos, más o menos del tamaño del que había matado. Estaban descansando en un pequeño claro, cerca de un arroyo que le resultaba bastante familiar. Sayu sentía como la sed de venganza la invadía por dentro. Se puso en pie sobre la rama, con cuidado de no hacer ruido, y se preparó para disparar una de las flechas. Apuntó hacia el macho más grande, y tragó saliva. Probablemente aquello iba a suponer su fin, pero ya le daba igual. Aquellas bestias habían matado a su única compañía, a lo único que la mantenía cuerda en aquel lugar. La flecha voló con elegancia hasta que se clavó en la yugular del animal, que cayó sin emitir ni un solo sonido, pero bastó para alertar a los demás. La manada se giró rápidamente, pero gracias a la oscuridad no la vieron, y tuvo tiempo para matar a un par más. Cuando lograron encontrar donde se encontraba su agresora, empezaron a gruñir, aullar y ladrar, mientras corrían hacía el árbol y empezaban a saltar para intentar atraparla. Consiguió acertar en la cabeza de tres más antes de que una zarpa le golpease la pierna y la tirase al suelo. Cayó de espaldas, y sintió un dolor sordo en el hombro derecho. Se levantó rápidamente, mientras le clavaba otra flecha en el corazón al lobo que tenía más cerca, y echó a correr. Avanzaba a una velocidad de vértigo, como la primera vez que había corrido por aquel lugar, salvo que ahora le perseguía una manada de lobos furiosos y hambrientos, que si que tenían motivos para matarla. Atravesó el valle en el que había estado viviendo más rápido de lo que lo había hecho nunca, mientras se giraba a ratos para lanzar alguna flecha a sus perseguidores, pero no lograba acertarles. Se internó en la espesura de nuevo, esta vez por el lado norte, perdiendo bastante velocidad al tener que saltar raíces y esquivar ramas. No paró hasta que llegó a un amplio claro, cansada, y se quedó quita, mirando a su espalda. Ni rastro de los animales. ¿Habrían dejado que escapara? Soltó un suspiro, y justo cuando creía que lo había logrado, una masa de pelo gris se lanzó sobre ella, empujándola y provocando que se golpease la cabeza contra una piedra. Se quedó completamente aturdida, sin ser capaz de moverse, y vio como aquel animal abría su boca para clavarle los dientes en el cuello. Iba a morir. Al fin había llegado, ese momento que llevaba esperando tanto tiempo. Siempre había pensado que sería por un despiste, pero, en aquel momento, supo que se lo había ganado a la fuerza. Sintió el aliento del animal en la piel, y lo siguiente que sucedió fue como una secuencia a cámara lenta. Algo salto del árbol que tenía encima, y golpeó con fuerza al lobo que había estado a punto de matarla, que soltó un quejido. Sayu logró levantarse un poco, y juró ver a una mujer alta, de pelo negro, con una cota de malla de color esmeralda y una espada corta en la mano derecha, defendiéndola de aquellos depredadores. Volvió a dejarse caer contra el suelo, le dolía demasiado todo. Lo único que hacía era escuchar. Rugidos, gruñidos, quejidos, y el sonido de una hoja cortando el aire. Después sintió como la cogían en brazos, y lo último que vio fue unos preciosos e intensos ojos de color verde, mirándola con gesto preocupado.

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