Capitulo
6: Venganza
Dos
meses es, más o menos, el tiempo que tardas en empezar a considerar
un lugar como tu hogar. También es el tiempo que tardas en confiarte
y que algo salga mal. Dos meses es lo que llevaba ya Sayu allí.
Estaba agazapada en la rama de un árbol, a dos metros del suelo. En
el cielo brillaba una luz tenue, tapada a ratos por las nubes blancas
que anunciaban una gran nevada. Los árboles habían perdido sus
hojas una par de semanas antes, y el frío era casi palpable. Lo
único que la ocultaba de la vista del animal al que perseguía era
el hecho de que este no miraba hacia arriba. Llevaba puesta la capa
que se había hecho con la piel del jabalí que había cazado tiempo
atrás, y llevaba en la mano izquierda el arco. Tenía la cara llena
de rasguños por los roces de las ramas, que ya ni le importaban, y
sus manos habían perdido su suavidad inicial por culpa de los
callos. Tenia el pelo rubio varios centímetros mas largo, totalmente
despeinado y con algún trozo de hoja enganchaba en él. Se puso en
posición en cuanto el animal se colocó en su rango de vista, sacó
una flecha y la tensó. En cuanto el ciervo que llevaba media hora
persiguiendo salió de la maleza, disparó, acertando directamente en
la cabeza. El animal cayó al suelo, con un ruido sordo. Bajó de un
salto, se acercó y ató unas cuerdas alrededor del cuerpo de su
presa, y la arrastró hasta el valle. Sus brazos ya no eran tan
delgados, y se podía apreciar que sus músculos habían crecido bajo
la piel, aunque no tanto como Sayu habría deseado.
––¡Mira
lo que he conseguido hoy, Bola de Pelo!––dijo cuando estaba
llegando al sauce, pero soltó al animal que arrastraba enseguida.
Bola de Pelo no estaba en su raiz de siempre, ni en ningún lado. Vio
como la cuerda guiaba hacia la espesura, y echó a correr hacía
allí.––¿Bola de Pelo?
Cogió
la cuerda y empezó a seguirla, buscando el extremo donde sabía que
estaría su amigo. Se paró unos metros antes de llegar, y soltó la
cuerda, que empezó a tirar. El corazón le dio un vuelco con lo que
vio, y se le revolvió el estomago. Un lobo enorme, de casi un metro
de altura, llevaba entre sus fauces el cuerpo inerte del conejo,
mientras tiraba para intentar zafarse de la cuerda que lo ataba. Sayu
soltó rápidamente el arco, agarró una de las lanzas que llevaba a
la espalda y salió corriendo a toda velocidad contra el depredador,
que soltó a Bola de Pelo y se giró hacía ella con un gruñido.
––¡Hijo
de puta, no le toques!––gritó la joven en el momento en el que
saltó contra el lobo, con la punta de la lanza por delante,
apuntando a su cabeza.
El
lobo fue más rápido y saltó a un lado, pero no vio venir el giro
de caderas que hizo Sayu, y no pudo esquivar la patada lateral que
esta le propinó. El animal rodó por el suelo, y la joven volvió a
ponerse en posición de combate, ante la atenta mirada de odio de la
bestia, que se levantó sin dificultad. El animal aulló, y se lanzó
contra ella antes de que pudiese reaccionar. Consiguió esquivar el
abrazo de sus fauces, pero la golpeó con las patas y voló medio
metro, hasta estrellarse contra un árbol. Sayu se levantó justo
cuando el lobo corría hacia el conejo, para intentar atraparlo y
huir.
––¡Te
he dicho que no le toques!
Sintió
como la furia recorría todos y cada uno de los vasos sanguíneos de
su cuerpo. Se abalanzó contra él, con la lanza por encima. La punta
atravesó la espalda del animal, y la joven empujó con más fuerza,
hasta que le atravesó por completo. Soltó el arma y corrió hacia
el cuerpo de su amigo. Lo cogió con las dos manos e intentó tomarle
el pulso: aún respiraba. Se puso en pie y corrió hacia el valle,
tumbó a su compañero en la raíz donde se sentaban juntos y empezó
a rebuscar entre sus cosas.
––Aguanta,
pequeño, aguanta. Venga, tu puedes. ¿Recuerdas, no? Podemos con
todo, con todo. Un estúpido lobo no va a cambiar eso, vamos.––Sacó
la aguja y un poco de hilo, pero cuando volvió junto al conejo ya
era tarde, su corazón había dejado de latir. Lo rodeó con los
brazos y lo apretó contra su pecho, sin importarle nada mancharse de
sangre, y se echó a llorar––joder, no, no. Vamos, Bola,
despierta. No me dejes, no, dios. Lo siento, lo siento
muchísimo––acarició la cabeza del animal con su mejilla
izquierda, y volvió a abrazarlo con fuerza––No debí dejarte
solo, no debí salir a cazar, debí haberte metido en la jaula.. yo..
yo––se le hizo un nudo en la garganta y se quedó allí un rato,
llorando, abrazando el cuerpo sin vida del único amigo que había
tenido desde que había llegado al bosque.
Era
casi de noche cuando empezó a cavar con las manos un agujero bajo la
bóveda que formaban las raíces del sauce. Cuando el agujero fue lo
suficientemente profundo, colocó dentro, con mucho cuidado, el
cuerpo de Bola de Pelo, y volvió a taparlo con tierra. Sacó el bote
de pintura que le quedaba, y escribió en el tronco del árbol con
letras amarillas “Aquí yace Bola de Pelo, un gran conejo, y aún
mejor amigo. Sin él no estaría viva. Descansa en paz”. Se quedó
de rodillas, pensando que hacer ahora que volvía a estar sola, hasta
que un aullido en la oscuridad la hizo reaccionar. Se puso en pie, y
se echó a hombros los tres carcaj llenos de flechas que tenía,
cogió el arco y echó a correr hacia el lugar del que provenía
aquel sonido. Nada más internarse en el bosque subió a uno de los
árboles, y continuó su camino saltando con cuidado de una rama a
otra. Ya estaba completamente oscuro cuando alcanzó su objetivo. Era
una manda de unos treinta lobos, más o menos del tamaño del que
había matado. Estaban descansando en un pequeño claro, cerca de un
arroyo que le resultaba bastante familiar. Sayu sentía como la sed
de venganza la invadía por dentro. Se puso en pie sobre la rama, con
cuidado de no hacer ruido, y se preparó para disparar una de las
flechas. Apuntó hacia el macho más grande, y tragó saliva.
Probablemente aquello iba a suponer su fin, pero ya le daba igual.
Aquellas bestias habían matado a su única compañía, a lo único
que la mantenía cuerda en aquel lugar. La flecha voló con elegancia
hasta que se clavó en la yugular del animal, que cayó sin emitir ni
un solo sonido, pero bastó para alertar a los demás. La manada se
giró rápidamente, pero gracias a la oscuridad no la vieron, y tuvo
tiempo para matar a un par más. Cuando lograron encontrar donde se
encontraba su agresora, empezaron a gruñir, aullar y ladrar,
mientras corrían hacía el árbol y empezaban a saltar para intentar
atraparla. Consiguió acertar en la cabeza de tres más antes de que
una zarpa le golpease la pierna y la tirase al suelo. Cayó de
espaldas, y sintió un dolor sordo en el hombro derecho. Se levantó
rápidamente, mientras le clavaba otra flecha en el corazón al lobo
que tenía más cerca, y echó a correr. Avanzaba a una velocidad de
vértigo, como la primera vez que había corrido por aquel lugar,
salvo que ahora le perseguía una manada de lobos furiosos y
hambrientos, que si que tenían motivos para matarla. Atravesó el
valle en el que había estado viviendo más rápido de lo que lo
había hecho nunca, mientras se giraba a ratos para lanzar alguna
flecha a sus perseguidores, pero no lograba acertarles. Se internó
en la espesura de nuevo, esta vez por el lado norte, perdiendo
bastante velocidad al tener que saltar raíces y esquivar ramas. No
paró hasta que llegó a un amplio claro, cansada, y se quedó quita,
mirando a su espalda. Ni rastro de los animales. ¿Habrían dejado
que escapara? Soltó un suspiro, y justo cuando creía que lo había
logrado, una masa de pelo gris se lanzó sobre ella, empujándola y
provocando que se golpease la cabeza contra una piedra. Se quedó
completamente aturdida, sin ser capaz de moverse, y vio como aquel
animal abría su boca para clavarle los dientes en el cuello. Iba a
morir. Al fin había llegado, ese momento que llevaba esperando tanto
tiempo. Siempre había pensado que sería por un despiste, pero, en
aquel momento, supo que se lo había ganado a la fuerza. Sintió el
aliento del animal en la piel, y lo siguiente que sucedió fue como
una secuencia a cámara lenta. Algo salto del árbol que tenía
encima, y golpeó con fuerza al lobo que había estado a punto de
matarla, que soltó un quejido. Sayu logró levantarse un poco, y
juró ver a una mujer alta, de pelo negro, con una cota de malla de
color esmeralda y una espada corta en la mano derecha, defendiéndola
de aquellos depredadores. Volvió a dejarse caer contra el suelo, le
dolía demasiado todo. Lo único que hacía era escuchar. Rugidos,
gruñidos, quejidos, y el sonido de una hoja cortando el aire.
Después sintió como la cogían en brazos, y lo último que vio fue
unos preciosos e intensos ojos de color verde, mirándola con gesto
preocupado.
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