martes, 9 de junio de 2015

Capitulo 7: Aliados


Capitulo 7: Aliados

Se despertó sobre un cómodo colchón de plumas, en una cama de madera. Pensó por un instante que estaba en su cuarto, en su casa, y que todo había sido una pesadilla, pero su cama no era de madera, ni su colchón de plumas. Se incorporó de golpe, con el corazón acelerado, y miró a su alrededor. Estaba en una especie de cabaña, creada del mismo modo que la bóveda del sauce que había usado como casa. Era una enorme cúpula de ramas y raíces entrelazadas, creando un techo perfecto que apenas dejaba huecos por los que se filtraba la luz de la luna.
––¿Laredhi adú bru?––escuchó decir a su lado, y giró la cabeza, lo que provocó que todo se volviese borroso durante unos instantes. Al ver que la miraba la voz volvió a sonar––¿Laredhi adú bru, nal?
Era un hombre alto, muy muy alto. Por lo menos medía dos metros. No tenía nada de vello facial, y llevaba el pelo canoso recogido en una larga trenza por encima del hombro derecho. Su cara era fina, muy fina, y su piel era blanca con brillos de color oliva, como manchas. Llevaba una camiseta blanca que le llegaba hasta las rodillas, y unos pantalones marrones de tela que terminaban junto a unos pies descalzos, con dedos largos y huesudos. Si hubiese podido se habría puesto en guardia, y habría saltado contra aquel ser, para después huir, pero sus músculos no respondían a sus ordenes.
––Jalsher nis nis-ai––dijo una segunda voz, mas suave, aguda y dulce, y una joven apareció por detrás de aquel hombre. También era muy alta. Tenía el pelo castaño, y unos potentes ojos verdes. Le resultó familiar. El hombre asintió con la cabeza, y salió de la cabaña. La chica se sentó en la cama, a su lado, y le acarició con dulzura el pelo. Sayu apartó la cabeza de inmediato––Estas a salvo, tranquila. Ahora descansa.
Sayu tragó saliva. La voz de aquella mujer tenia un acento extraño, dulce, como melódico. Sus palabras sonaban como una canción, y de pronto sintió que estaba muy cansada, y no tuvo más remedio que hacer caso.  
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Se despertó cuando ya había amanecido, al notar como algo le acariciaba el hombro. Instantes después sintió una punzada de dolor, y se revolvió a la vez que habría los ojos.
––Sssh, calma. Solo te cambio las vendas, nal.––Era aquella chica otra vez, y era cierto lo que decía. Le estaba curando y vendando el hombro derecho. Sayu se fijó en sus orejas puntiagudas, y levantó el brazo izquierdo para acariciarle una, pero se paró a medio camino. ¿Y si aquello era una farsa y aquel ser solo quería curarla para después comérsela? No debía darle más motivos.
––¿Nal?––logró decir. Tenía la boca pastosa y su voz no fue más que un susurro. Se sentía muy aturdida. ¿Por que la habían salvado? ¿Quienes eran? ¿Había sido casualidad que llegasen en el momento oportuno para que no se la comiesen los lobos? No debía confiarse, pero por otro lado... que usasen el lenguaje, que la estuviesen hablando, le hacía sacar su lado más humano, le hacía tener ganas de expresarse––No me llamo Nal.––La chica sonrió y soltó una pequeña carcajada. Negó.
––Pequeña, significa pequeña en nuestro idioma.––dijo, aun con aquella melodía tras sus palabras, mientras terminaba de atarle la venda. Se levantó, cogió de una mesita un vaso de agua y se lo acercó––bebe.––Sayu se quedó mirando el vaso. ¿Y si era veneno? Negó con la cabeza. ¿Por que iban a curarla para después darle veneno? Lo cogió con ambas manos y se lo bebió de un trago. No sabia a agua, aunque por el color lo parecía, y le sentó bien, increíblemente bien. No se había percatado de la sed que tenía. ¿Cuanto tiempo llevaba ya allí tumbada? La chica volvió a dejar el vaso donde estaba, y se quedó observando a Sayu.––Me llamo Lurca.
––Yo soy.. Sayu––Había estado apunto de decir su nombre viejo. Aquel que le habían puesto sus padres tiempo atrás. Aquel que ya no era su verdadero nombre. Ya no quedaba nada de Dorian en ella, ya no era aquella niña que había entrado en el bosque.
Se quedaron en silencio un rato, mirándose. Lurca era preciosa, y su color de piel tan extraño la hacía aún más atractiva. Era delgada y esbelta. A diferencia del primer hombre que había visto, llevaba una camiseta verde de manga corta y unos pantalones que le llegaban por las rodillas, de color plata. Parecían telas totalmente distintas de las que ella conocía. En el brazo derecho tenía un tatuaje precioso. Eran un conjunto de ramas entrelazadas que llegaban hasta la muñeca, donde se abría, imponente, una flor morada. Lurca siguió la mirada de Sayu y sonrió, luego volvió a mirarle. Esta vez en sus ojos había curiosidad.
––No lo entiendo––dijo la joven de orejas puntiagudas.––Llevo observándote semanas. Podrías haber sobrevivido sola sin problemas, pero... ¿por que atacaste a esa manada de lobos?––Aquellas palabras se le clavaron como puñales. Llevaban semanas observándola, y ni siquiera se había dado cuenta. ¿Si una simple muchacha lo había logrado, como iba a ser casualidad el ataque del lobo a Bola de Pelo? Probablemente el animal llevase esperando días, analizando su comportamiento para saber cuando atacar a su compañero. Sayu pensó en no contestar, pero sus ansias de comunicarse con alguien que la entendiese la superaron.
––Mataron a mi amigo––Tragó saliva, antes de continuar, intentando evitar echarse a llorar.––Sin él no estaría viva, yo... no se.
––Es una extraña forma de agradecerle que te haya ayudado a sobrevivir yendo a suicidarte a un montón de dientes con mucha hambre, ¿sabes? Ya habías matado al lobo que lo mató.
Sayu se quedó mirándola. Aquella chica tenía razón. ¿Por que había actuado de aquella forma tan imprudente? ¿Por que había surgido en ella toda aquella rabia interior? Suspiró. No sabia la respuesta, pero si que tenía tantas preguntas en la cabeza que no sabía ni por donde empezar. Tenía tantas cosas que decir. Llevaba dos meses hablando con Bola de Pelo, sin obtener respuesta, y ahora podía volver a escuchar la voz de alguien. Era una sensación extraña, cálida y reconfortante, pero extraña. También despertaba en ella un sentimiento oscuro que no sabía identificar. Era recordar que era un ser racional, y también el porqué había dejado de serlo. Lurca la miró, con gesto sombrío, pero al cabo de unos segundos volvió a sonreír. Las palabras empezaron a revolotear por la mente de Sayu, y abrió la boca para hablar.
––¿Por que tienes las orejas puntiagudas?––Fue lo único que salió de su boca, y Lurca se echó a reír. No fue una carcajada corta como la de antes. Se pasó un rato riendo, y era un sonido que le gustó. Sayu apartó la mirada y se ruborizó. Lo que acababa de preguntar era una auténtica gilipollez. Le había salvado la vida y a ella solo se le ocurría preguntarle por sus orejas. A la muchacha le costó un rato dejar de reír.
––Soy una elfa. O al menos así nos conocéis los humanos.––Sonrió, con gesto amistoso, y cogió la barbilla de Sayu con la mano izquierda, girándole la cabeza para que volviese a mirarla a los ojos.
––Pero... los Elfos no existen––Frunció el ceño, y la elfa volvió a estallar en carcajadas, mientras Sayu se tapaba la cara con ambas mano, alejándose de ella. Nunca se había sentido tan imbécil e impertinente.
––Eres adorable. Claro que existi...
––¿Hay mas humanos aquí?––Le cortó antes de que pudiese terminar la frase. El gesto de Lurca se volvió serio, y dejó de sonreír de golpe––Se que nos echan a todos los que no somos magos, ¿los rescatáis? ¿Hay mas como yo?––El silencio apenas duró unos minutos, pero se le hizo eterno.
––No. Nadie ha llegado tan lejos––Sayu la miró sin comprender.––Todos se suicidan al segundo día.––Abrió la boca para responderle, pero Lurca le puso el dedo índice sobre los labios.––La cuerda, ¿no te la dieron?––Asintió.––Pues era para eso.
Ahora todo tenía sentido. Su padre no la había intentado ayudar a vivir, había intentado que se matase ella sola, que aceptase que no merecía vivir. Apretó los puños con fuerza sobre las sabanas que la cubrían, y apartó la mirada para que la elfa no viese las lágrimas que empezaban a brotar de sus ojos, pero ella se le adelantó, se tumbó a su lado, la rodeó con los brazos y la abrazó. Fue la sensación más extraña que había sentido nunca. No se sentía incomoda porque una desconocida le abrazase, pero a la vez su instinto le pedía a gritos que huyese de allí, que aquello no podía ser bueno. Luego estaba aquel sentimiento oscuro que afloraba de su corazón, y que ahora era más potente y fácil de reconocer. Ira. Sentía ira. Por su civilización, por lo que le hacían a la gente como ella que no tenía magia, pero también por aquellos elfos. Sabían que expulsaban a los humanos a un bosque en el que no podían sobrevivir, y aun así nunca se habían acercado a ayudar a nadie, pero ahora la ayudaban a ella. ¿Por que? ¿Y por que tan tarde? ¿Por que habían dejado que Bola de Pelo muriese? Tragó saliva. Se sentía mal. Por primera vez desde que había llegado se sentía mal y furiosa, no asustada y confusa. Aceptó el apoyo que la Elfa le daba, apoyó la cabeza en su hombro y se quedó en silencio, mirando al techo, sin importarle la cantidad de lágrimas que caían por sus mejillas..
––Ya ha pasado todo lo malo––su voz ahora sonaba muy tierna, y se le encogió el corazón. ¿Todo lo malo? Si, puede, pero todo lo malo que los seres inteligentes del continente le habían obligado a pasar. Tuvo ganas de liarse a puñetazos con algo.––Aquí estas a salvo. Puedes quedarte, siempre que ayudes en la tribu.
Escuchar esas palabras la hicieron sentir rara. ¿Quedarse si ayudaba? ¿Es que a caso la habían salvado de forma interesada? ¿A caso solo querían utilizarla? Suspiró, no podía ser así. ¿Que tenía ella de especial? Nada. Era torpe, se comportaba casi siempre de forma irracional y se enfurecía con gran facilidad. No sabía controlarse, y menos ahora. Tenía sentimientos contradictorios. Por una parte tenía ganas de odiar a aquellos seres por haberla estado observando sin ayudar, pero por otra... eran las palabras que había deseado escuchar siempre, aunque se había imaginado que vendrían de su padre, en su casa, al descubrir que no era maga. El que no hubiese sido así, que el “puedes quedarte” hubiese venido de una desconocida, de una raza que se suponía que no existía, la hizo sentirse fuera de lugar. ¿Por que la aceptaba una raza que no era la suya, y la suya no? No tenía sentido, pero si sabía una cosa. No tenía ninguna gana de volver a vivir sola en el bosque. Se quedaría aunque tuviese que tragarse el odio que sentía ahora por aquellos seres. Se quedaron un rato así, en silencio, hasta que Sayu dejó de llorar, y entonces Lurca se separó y volvió a sentarse en la silla.
––¿Por que me habéis salvado?––Logró preguntar después de un rato, y miró a la elfa con un brillo de furia en sus ojos.––¿Por que ahora y porque no antes?
––Sayu, nal, tu no eres como los humanos. Tu no eres débil, ni dependiente de eso que llaman magia. Tu no ERES como ellos, ni lo serás nunca, y eso te hace mejor. El jefe te quiere en la tribu. Observamos a todos los que entran, si, pero ninguno tiene la capacidad, de aceptar el destino que se les ha dado. ¿Como iban a aceptar que nosotros existimos? Nosotros no tenemos vuestro estilo de vida, vivimos como llevas tu haciéndolo este tiempo. No podemos meter a todos los humanos lastres que expulsáis.––se puso en pie tras dedicarle una última sonrisa, y se dirigió hacía la puerta––descansa, mañana te enseñaré como funciona todo.––dio un paso más y se giró––Esto no lo haríamos con cualquiera, de verdad. Eres una excepción, y eres cosa mía. Yo te encontré, te observé y decidí salvarte porque creo que vales la pena, pero si resulta que no, la culpa será mía. No decepciones.
Tragó saliva. Aquel tono había sonado completamente amenazador. Había sonado como un “mete la pata y te mato”, y su instinto le dijo al instante que aquella era una amenaza totalmente seria, que si no cumplía con lo esperado, moriría, y no tendría la opción de escapar como de las criaturas salvajes del bosque. Cuando se quedó sola soltó un suspiro, y se dio cuenta de lo cansada que seguía estando. Por su cabeza rondaba toda aquella conversación. Los elfos existían. ¿Serían como en los cuentos de hadas que le contaban de pequeña? ¿Serían mucho más fuertes, rápidos, ágiles y serían capaces de controlar la naturaleza? Recordó de nuevo los ojos de Lurca, que se le habían quedado clavados en lo mas hondo de su ser, y supo que sin duda alguna, que aunque no fuese así, aquella criatura era fascinante.

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