Capitulo
18: No se deja a nadie atrás
Zurdha
––Ha
demostrado más que cualquier elfo que merece ser parte de los
nuestros. Entrenando apenas un mes y algo ha pasado las pruebas para
guerrero, ¡y ni siquiera tiene nuestras aptitudes físicas!––sonó,
potente, la voz de mi padre por encima de todos. A diferencia que de
costumbre, llevaba puesto el peto negro que mostraba que tenía el
rango de general. Todavía recordaba el abrazo que me había dado al
llegar a casa, y la mirada de orgullo en sus ojos al ver a su hijo
convertido en capitán.
––¡No
es de nuestra raza! La entregaremos, es una orden, y punto––dijo
Sadheri, furioso y con el rostro visiblemente cansado. Era obvio que
no le gustaba nada la idea, pero que opinaba que no le quedaba otra
opción.
––¡No!––gritó
Ashel, uno de los generales más jóvenes––¡Los elfos nunca
dejan a nadie atrás, y ella se ha ganado el derecho a pertenecer a
nuestra tribu!––Todos asentimos y coreamos su opinión.
Era
mi primera reunión como capitán de un batallón del ejercito, y al
fin me sentía importante. Sadheri ya no podría ocultarnos nada a
Lurca, a Sayu y a mi mientras mantuviese aquella posición en la
tribu, y ya nadie me faltaría al respeto por el color de mis ojos.
Miré a mi alrededor y sonreí. Nos habíamos reunido en una de las
cabañas de entrenamiento. En total, además del Maeru, eramos seis
generales y doce capitanes. Llevábamos ya dos horas allí,
discutiendo el asunto que había traído a los humanos hasta el
Bosque: una joven humana llamada Dorian, que no era ni más ni menos
que Sayu. Lo habíamos deducido por la descripción física que nos
habían dado y, básicamente, porque era la única humana que había
entrado en el Bosque antes que ellos.
––Si
no la entregamos, nos aniquilaran. ¿Que, queréis eso, que nos maten
a todos? ¡Yo soy el jefe! ¡La entregaremos––Se puso en pie con
furia y nos lanzó una mirada desafiante, pero ninguno estábamos
dispuestos a dar nuestro brazo a torcer.
––No,
no buscamos eso––Esta vez quien hablaba era Nantel, que había
sido nombrado capitán el año pasado. Era un elfo de la edad de
Sayu, con el pelo morado y los ojos purpuras, y una constante
expresión de aburrimiento en el rostro.––Sayu es de los
nuestros. Si la quieren, tendrán que pelear. Son las normas. Lo que
acepta el Bosque pertenece al Bosque, y los humanos no deben entrar
en él ni atacarlo.
––Es
de los nuestros, y no hay más que hablar..––Volvió a sonar la
voz de mi padre desde la otra punta de la habitación.
Sadheri
volvió a sentarse y se cubrió la cara con las manos. Tenía mas
arrugas que hacía apenas un mes. Parecía viejo, muy viejo. Y no
llegaba a los cuarenta años. Asintió con la cabeza e hizo un gesto
con la mano, dándonos la razón. Nos pusimos en pie y nos dirigimos
hacia la puerta. Zarh se acercó a mi y me rodeó los hombros con el
brazo derecho.
––Ve
a hablar con Sayu y Lurca, no te cortes––me dijo al oído, con
una sonrisa––Creo que no hay nadie que se merezca más saber esto
que ellas dos.
Asentí
con la cabeza y eché a correr hacía el Bosque, hacia el claro donde
estaba la bóveda de la tumba del ciervo que, días atrás, me habían
contado que habían enterrado: se había convertido en nuestro lugar
favorito, aunque intuía que para ellas dos era un lugar mucho más
importante. Llegué al cabo de varios minutos y vi a Lurca recostada
contra el tronco de un árbol y a Sayu tumbada a su lado, con la
cabeza apoyada sobre las piernas de la elfa. Hacían una pareja
preciosa. En cuanto me escucharon acercarme giraron la vista hacia mi
y sonrieron.
––Hola,
capitán––dijo Sayu con un poco de sorna y después soltó una
carcajada. Llevaba toda la semana desde que nos habían nombrado
miembros del ejercito burlándose de mi por ello. A veces me daban
ganas de darle una patada en la tripa. Otras veces de mandarle a
hacer alguna misión peligrosa, pero siempre hacía lo mismo: reir
con ella.
––Tu
ser graciosa––le contesté, y me senté enfrente de ellas.
––¿Que
tal tu primera reunión?––preguntó Lurca con una sonrisa: ella
también se sentía orgullosa de mi, y no recordaba ya cuantas veces
le había dado las gracias en esos días por haberme instado a
presentarme a las pruebas.
––Bueno...
yo ya saber que hacer en Bosque los humanos––Las dos me miraron
con gesto entre serio e impaciente. Señalé con la cabeza a
Sayu––Ellos buscar tu.
Sayu
se incorporó rápidamente, y se puso de rodillas. Miró al suelo,
nerviosa, y empezó a agarrar trozos de hierba. Noté como me miraba
de reojo y abría y cerraba la boca, sin atreverse a preguntar lo que
se le pasaba por la cabeza. Entorné los ojos y carraspeé, para
hacerla entender que podía decirlo sin problemas.
––...¿y
que han decidido?
––Sadheri
querer entregar tu. Pero eso no ser novedad––dije primero, y
después puse mi mayor gesto de orgullo––Pero todos miembros del
ejercito negarse. Mi padre defender tu con buenos argumentos y todos
de acuerdo rápidamente: tu parte de tribu. Nosotros luchar si ser
necesario, tu luchar con nosotros. Tu buen miembro de ejercito.
Las
dos suspiraron de alivio y se dirigieron una mirada tierna. Era obvio
que no solo tenían pánico de que le hiciesen algo a Sayu, tenían
más miedo de que las separasen, de no volver a verse. No pude evitar
sonreír, y al instante sentí una punzada de dolor en mi pecho.
Diarthia. Yo sentía eso por ella, y no había tenido tiempo de
descubrir si ella sentía lo mismo por mi. Mis amigas debieron
suponer lo que pasaba por mi cabeza, y Lurca me levantó la cara con
sus manos, para que las mirase.
––La
salvaremos. Lo prometimos.––dijo Sayu con ternura, y alzó una
mano para acariciarme el pelo. Se notaba en sus ojeras que desde el
día que se desmayó apenas había dormido. También, desde ese
instante, me miraba de forma distinta.
Sayu
desde el principio me había tratado como parte de su familia, pero
ahora en sus ojos podía ver como sentía por mi ese amor que se
siente por un hermano. ¿Habría recordado algo más de su pasado, de
aquel chico llamado Josh que parecía su mellizo? Suspiré. Sentía
celos de que pudiese resultar que tenía un hermano de verdad. Para
mi ella, al igual que Lurca, era una hermana. Con la elfa nunca había
tenido que compartir ese puesto. Me daba pánico que si aparecía un
verdadero hermano de Sayu ella me diese de lado. Agaché un poco la
cabeza. Había tantos sentimientos en mi interior que parecía que
iba a estallar: al menos una vez al día me invadía aquella ira
lobuno. Sentía miedo de perder todo lo que había conseguido desde
que Sayu había aparecido en el Bosque, y tenía pánico de llegar
tarde a rescatar a Diarthia. Recordé sus ojos, y su beso en la
mejilla, y me sonrojé un poco.
––Ya saber, ¿Pero... cuando ir nosotros? ¿Si humanos enfadar
y estallar guerra? Ellos matarla, ya no necesitar y.. bueno. No
se.
––Esta
noche––dijo Sayu de pronto tras un momento de silencio. Lurca y
yo la miramos.
––¿Que?
––Vayamos
esta noche.––señaló en dirección a la ciudad––nos
colaremos sin que nadie nos vea. Apuesto a que la tienen en el
palacio, yo vivía allí. Podemos entrar y salir sin que nadie nos
vea.
Nos
volvimos a quedar en silencio, pensando. Esa misma noche. No era mala
idea. Me moría de ganas de saber si ella estaba bien, y de poder
estrecharla entre mis brazos. Me puse serio y asentí con la cabeza.
––Es
una locura––dijo de pronto Lurca––No vamos a tener tiempo
para planearlo.
––No
hay nada que planear. La Ciudad no tiene guardias nocturnos, no se lo
esperaran. Será entrar y salir.
––¿Y
si si se lo esperan? ¿Y si te atrapan? Ya te están buscando,
podrían hacerte daño.
Suspiramos.
Lurca llevaba algo de razón. Me sentía impaciente, pero si nos
precipitábamos iba a ser mucho más peligroso de lo que ya parecía.
––¿Han
puesto plazo para entregarme?––me preguntó Sayu.
––Una
semana.
––Vale––dijo
mientras cerraba los ojos. Al instante volvió a abrirlos y
continuó.––A ver que os parece. Mañana dibujo un mapa, por la
noche nos reunimos aquí y preparamos todo. Pasado mañana por la
noche vamos.
Sonreí.
Eso sonaba mejor, mas elaborado. Más eficaz. Lurca y yo asentimos.
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Lurca
Ya
era casi de noche. Me había pasado la tarde con Sayu en el claro,
intentando que ella consiguiese dormir, pero cada dos minutos se
despertaba sobresaltada por una pesadilla. Entré en la casa de
Zurdha, en busca de su padre. Estaba sentado en el suelo, recostado
contra la pared, con el hombro sobre el colchón y la cabeza apoyada
en su mano. Me senté a su lado y suspiré.
––Tu
también lo has notado, ¿no?––le pregunté, y él asintió.
––Esta
sufriendo como no he visto a nadie sufrir en mi vida––soltó un
largo suspiro y se incorporó un poco.
––No
se como ayudarla.
––No
puedes––me contestó enseguida y se puso en pie. Cogió un cubo
lleno de agua de color morado y sirvió un poco en dos vasos. Volvió
a su sitio y me ofreció uno.––Nadie puede. Solo podemos cuidar
de que nada más la dañe mientras, y esperar a que pase la tormenta
en su corazón.
––Que
poético.––dije y suspiré, él enseguida soltó una carcajada.
Miré mi vaso y tomé un sorbo. Tenía un sabor entre dulce y ácido.
Licor de Furhüi.
––Zurdha
también sufre.––Su gesto se tornó sombrío y me miró de reojo.
Quería una respuesta a todo aquello por lo que estaba pasando su
hijo, aunque, claro esta, lo de el lobo ya lo sabía. Sayu y yo le
habíamos prometido al joven elfo que no se lo contaríamos a nadie,
pero sabíamos que sus padres debían enterarse: no iban a juzgarlo,
pero tenían derecho a protegerle, era su hijo.
––Esta
enamorado de Diarthia, la chica a la que secuestraron.
––Mmm..––Se
quedó pensativo y dejó su vaso en el suelo. Se cruzó de hombros y
apoyo la cabeza en mi espalda.––¿Iréis a por
ella?––Asentí.––Tus padres estarían orgullosos de ti,
Lurca. Con diecisiete años ya eres más de lo que cualquier padre
podría soñar en su hija.
Fruncí
el ceño. Mis padres. Sentí de nuevo aquella profunda rabia por los
humanos. Había sido su culpa que yo no los hubiese conocido. Hacía
apenas quince años del día en el que habían secuestrado a mi padre
por culpa de negligencias élficas: mi madre había muerto de pena
poco después, y a mi me habían criado Zarh y el resto de generales
de la tribu. Me puse en pie de un salto y eché a andar hacia la
puerta.
––Lurca––sonó
la voz de aquel hombre que había sido siempre tan amable conmigo. Me
giré para mirarle.––Se negaron a devolvernos su cuerpo... sería
raro, pero existe una posibilidad. Si encontráis en la ciudad humana
una cárcel, busca. Pero no te hagas esperanzas.––Tragó saliva y
noté como las lágrimas empezaban a caer por sus mejillas––Como
mínimo tiene derecho a estar enterrado con mi hermana. Con su
esposa.
––Si,
tío––Y asentí con la cabeza. Se me hacía tan extraño llamarlo
así. Desde que había nacido Zurdha había dejado de hacerlo. No
habíamos querido inculcarle desde pequeño el odio hacia los
humanos: se merecía crecer libre, feliz, inocente. Él no sabía que
había tenido una tía, y que yo era su prima.
Salí
de la cabaña y me quedé mirando al cielo. La historia de mis padres
era trágica, eso sin duda. Suspiré. Antiguamente nuestro pueblo era
mucho más prospero. El Bosque estaba en auge, era más grande, mas
fuerte. Teníamos palacios de madera de todos los colores que se
alzaban por encima de las copas de los árboles, rasgando las nubes y
desafiando al cielo. Entonces al jefe de la aldea, a Sadheri, no se
le llamaba Maeru. Era un rey con todas las de la ley. El rey del
reino del Bosque, elegido por el propio Bosque. Y mi padre era el
príncipe. Se enamoró de mi madre, una simple cazadora. Nadie lo
veía mal, nadie salvo Sadheri. Se lo prohibió tajantemente, hasta
tal punto que no podían verse mas que en la espesura del Bosque.
Nací escondida. Sadheri jamás se enteró de que tenía una nieta.
Por esos encuentros fortuitos, cuando los humanos empezaron a
secuestrar elfos para vete tu a saber que, les fue tan fácil
cogerle. Tragué saliva y miré al suelo. Me lo había contado Zarh
hacía unas noches. Me lo contó para que entendiese que había
humanos buenos y humanos malos, elfos buenos y elfos malos. Sadheri
era uno de los malos. No le importó que se llevasen a su hijo. Es
más, no dejó que nadie fuese a buscar a los desaparecidos. Poco
después El Bosque empezó a perder territorio, a morir, y nuestro
reino paso a ser un poblado.
Anduve
un rato sin rumbo fijo por los caminos de tierra. Cuando entré en mi
cabaña Sayu estaba dormida. Me tumbé en mi cama y la miré.
Esperaba que aquel sueño si le durase mucho, y no tuviese ninguna
pesadilla. Cerré los ojos. El Bosque a día de hoy seguía muriendo.
Había elegido mal a su rey y por eso moría como moría él tras la
desaparición de todo lo que le era querido.. pero había algo más.
Desde que Sayu había entrado el Bosque parecía revelarse, latir con
fuerza, parecía volver a querer pelear y crecer. Poco a poco, con
aquellos pensamientos, me fui quedando dormida.
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Sayu
Fuego,
agua, aire, tierra, naturaleza. Todo en uno. Sonaban las voces en mi
interior, gritaban, peleaban por salir de mi cabeza. Me la agarré
con fuerza y cerré los ojos. Abrí la boca para gritar, pero de
pronto no tenía boca, solo tiras de carne pegando mis labios.
Intenté ponerme en pie, pero mis piernas estaban atadas con raíces
al suelo. Abrí los ojos y él estaba delante.
––Fue
tu culpa––dijo
Josh, y echó una carcajada desde lo más profundo de su alma.
––Debiste
morir tu––sonó
otra voz, mas grave, a mi izquierda. Era mi padre, me miraba con
odio––Tu
no tenías nuestra magia. Debiste ser tu.
––No
eres nada––Era
mi madre, y se agachaba ante mi y me limpiaba las lágrimas con
ternura––No
llores porque no eres nada ni nadie. Mírate. Tienes el nombre del
hechizo que te salvó cuando tu destino era morir.
––Nos
vas a matar a todos––sonaron
dos voces y miré detrás de mi. Zurdha y Lurca.
Mi
amigo tenía la cara casi lobuna, y tenía heridas por todo el
cuerpo. Lurca tenía los ojos en blanco y un montón de flechas
clavadas por su cuerpo. Volví a sentir la necesidad de gritar, de
correr, de abrazarla, de salvarla.
Abrí
los ojos. Me encontraba andando por el pueblo, por los caminos de
tierra. Iba a trompicones, y mi cerebro se mantenía en un extraño
estado entre el sueño y la vigilia. “¿Que hago?” me
pregunté. “Seguir tu destino, volver a casa” sonó
una voz que no era la mía como respuesta, y me encogí de hombros.
No sentía ganas de revelarme. Empezaron a pasar por mi cabeza las
imágenes de mi madre abrazándome, de mi madre cantando para que me
durmiese. “Ellos no son los malos, vuelve a casa, hija” me
decía tras terminar la canción. Sonreí de forma melancólica.
Josh
y yo corríamos por el camino, otra vez perseguidos por el lobo, pero
había algo distinto: era de día, y ninguno de los dos gritábamos.
Me paré y me giré. El lobo esta vez tenía el pelaje rojizo. Vi
como me sonreía, de forma burlona, y me miraba con aquellos ojos,
uno negro y otro amarillo. Me esquivó y se abalanzó sobre Josh.
––¡Sálvame!––gritó
él, extendiendo la mano hacía mi. Intente alcanzarlo, pero por más
que corría él no estaba más cerca––¡¿Por que
lo prefieres a él?!
Señalaba
al lobo, que ya no era un lobo, era Zurdha. Vi como ensartaba a Josh
con su espada y caí al suelo, llorando.
Volví
a abrir los ojos. Esquivé una rama y salté una raíz apenas sin
esfuerzo. “Zurdha no haría eso. Fue mi tío” se reveló
la voz de mi conciencia, y sentí ganas de retroceder. “No.
Zurdha mató a tu hermano.”
Nos
reíamos, con fuerza. Estábamos Zurdha, Lurca y yo en el lago,
sentados y con el agua al cuello. Alguno había dicho algo gracioso y
no parábamos de reír.
––¡Mirad
lo que he encontrado!––sonó por encima de nosotros
la voz de Josh.
Nos
levantamos y corrimos hacia él. Tenía en sus manos a Bola de Pelo,
que comía plácidamente unas pequeñas fresas. Nos reímos de
nuevo. La elfa se acercó y me besó. Notaba el roce de su cuerpo
contra el mio. Me entraron ganas de hacerle el amor.
Seguía
caminando. Cada vez estaba mas cerca del objetivo de aquella voz
extraña que me impulsaba a continuar. No sabía quien era ni adonde
me llevaba, pero sabía que ya estaba cerca, ya iba a acabar todo.
“¿Quieres eso? ¿Quieres estar con todos juntos? Ven, ven
conmigo”.
Josh
estaba lleno de sangre, tirado en el suelo y corrí hacia él.
Respiraba con dificultad y me miraba con lágrimas en los ojos. Alzó
la mano y me acarició la mejilla, llenándomela de su sangre.
––Se
fuerte, por los dos, siempre, ¿vale? Abre los ojos. ¡Ábrelos de
verdad! ¡No te dejes embaucar! ¡Corre! ¡Cooorreee! ¡Ahora!
––¡Corre!––gritó
de pronto una voz delante de mi, sacándome de aquella ensoñación.
Noté
un empujón y empecé a caer al suelo. Justo en ese instante una
flecha pasó volando por donde segundos antes había estado mi
cabeza: se me clavó en el hombro y sentí un dolor atroz. Sacudí la
cabeza al chocar contra la hierba y volví a la realidad. Estaba en
el Bosque, en el trozo de linde que daba con la ciudad. Delante de mi
había una sombra, alguien tan alto como yo, con una capa negra, que
se defendía con una espada de nuestros atacantes: cuatro magos de
túnicas moradas. Eché la mirada al cinto y vi que no me había
llevado la espada.
––¡Dorian,
corre!––gritó de nuevo aquella voz, y aún con la flecha clavada
en el hombro logré ponerme en pie y hacerle caso.
No
me paré a preguntarme quien era, como sabía mi nombre humano ni por
que me estaba ayudando. Simplemente corrí. Noté algo pegajoso en mi
mejilla, donde él me había tocado en aquel sueño, y me la rocé
con mis dedos: sangre. “¿Sangre?” Me giré y vi
que mi salvador me seguía: era mas veloz que yo. Al cabo de unos
segundos corríamos juntos. Se giró un instante, alzó la mano y
hubo un destello. Alguien gritó. Se paró en seco y le imité. Mi
respiración era entrecortada y el corazón me latía con rabia. ¿Que
había pasado, que había sido aquello?
––Creí
que con tu reputación serías más lista––Me miró de arriba
abajo––y mas alta. Eres un poco enclenque, ¿no?
Fruncí
el ceño y le dirigí una mirada de odio. ¿Quien se creía que era?
¿Como que mi reputación.
––¿Quien
eres?.––le pregunté, y el se quedó pensando.
––Puedes
llamarme Lobo Calavera.
––¿Que
tipo de nombre es ese?
––Preguntó
la niña que se puso el nombre de un hechizo para que los humanos no
pudiesen nombrarla nunca mas––su voz se había vuelto algo más
grave. Me quedé muy quieta. ¿Como sabía él el verdadero motivo de
que me hubiese puesto el nombre de ese hechizo? Di un paso hacía
él.––Es un nombre. Ya esta. A ti te vale con que yo tenga un
nombre, y a mi me vale con que tu sepas ese.
Abrí
la boca para replicar pero el posó un dedo sobre mis labios. Se
enderezó: en realidad me sacaba un par de centímetros. Se quitó la
capucha y sonrió. Tenía el pelo rapado y parecía calvo. Parecía
de mi edad. Tenía una cicatriz cubriéndole el ojo izquierdo, que
estaba tapado por un pequeño parche. El otro era tan negro como la
noche. Llevaba una capa azul oscuro, y por debajo una camisa de tela
rota y unos pantalones hechos jirones. De pronto se puso serio, me
empujó contra un árbol. Observó la flecha que tenía clavada, la
agarró y la arrancó de un tirón. Me esforcé mucho por no gritar.
Puso su mano sobre la herida, pronunció unas palabras y la herida se
cerro.
––Eres
un mago.––escupí aquellas palabras con rabia y el sonrió de la
forma más siniestra que había visto en mi vida. Mas siniestra que
la sonrisa de Zarh enfadado. Tal vez era porque solo tenía un ojo,
oscuro, no muy expresivo.
––Huye.
Vete. Lejos. Llévate a todo el que quieras salvar. El Bosque ya no
es lugar para nadie––dijo de pronto.
Agaché
la cabeza, mirándome a los pies, y cuando volvía a alzarla, aquel
chico, Lobo Calavera, había desaparecido.
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