Capitulo
8: Ciudad del Bosque
Al
día siguiente, Lurca despertó a Sayu con el amanecer, y le dio de
desayunar un trozo de pan seco con un poco de carne. Cuando hubo
terminado, la elfa la condujo por el interior de la cabaña, que
resultó ser más grande que una pequeña habitación, y salieron al
exterior. Lo primero que Sayu pudo observar la dejó atónita. Se
encontraban en una pequeña aldea hecha enteramente de bóvedas de
raíces y ramas, cubiertas por flores de tonalidades púrpuras y
rojas. Había como unas doscientas casas, separadas a un lado y a
otro por un camino de tierra sin hierba. Los árboles que las creaban
eran tan inmensos que era imposible ver su final, y los troncos eran
tan gruesos como los edificios de los humanos. Había desde bóvedas
pequeñas, para una sola persona, a algunas tan grandes como estadios
de música, que eran centros culturales, establos o zonas de
entrenamiento. Lurca llevó a Sayu por toda la ciudad, indicándole
el funcionamiento de todo.
––A
diferencia de vosotros los humanos, aquí las clases no se dividen
por la riqueza de los elfos, si no por sus habilidades. ¿Eres bueno
luchando? Guerrero. ¿Además de ser bueno luchando eres sigiloso?
Cazador. ¿Se te da bien cocinar?––preguntó parándose y mirando
a la joven, que negó con la cabeza.––Entonces tendrás que hacer
algo más útil. He podido observar que se te da bien el arco.
Primero, vas a asistir a unas sesiones de entrenamiento, y por la
tarde iras con los niños. Tienes que aprender nuestro idioma.––Sayu
frunció el ceño, no le gustaba nada aquello. ¿Que tenía que ir
con los niños, como si ella fuese uno?––No me mires así. Los
guerreros, cazadores y exploradores conocemos tu idioma, pero el
resto no. ¿O es que esperas comunicarte con señas?
Sayu
soltó un suspiro, y continuaron andando por la aldea. No le hacía
ninguna gracia todo eso. No solo iba a tener que esforzarse por
demostrar que merecía estar allí, si no que encima tenia que
asistir a clases. Iba a ser una tarea dura, apostaba lo que fuese a
que aquel idioma no tenía nada que ver con el suyo. Llegaron a una
de las enormes bóvedas que servían como establo, y Lurca dejó que
mirase dentro. Sayu esperaba ver caballos, pero lo que encontró
dentro casi le provoca un infarto.
––¿Que
demonios es eso?––dijo observando boquiabierta a aquellas
criaturas. Desde lejos tal vez podían parecer caballos, pero de
cerca no tenían nada que ver. La primera diferencia es que medían
casi tres metros. La segunda y la tercera, que tenían un pelaje
rizado de color rojizo, y en las pezuñas de las cuatro patas lo que
había eran enormes y puntiagudas garras metálicas. Las dos ultimas
eran que de los lados de los lomos sobresalían dos inmensas alas de
murciélago blancas, y en la cabeza, donde debían estar los ojos,
solo había dos enormes fosas de color verde.
––Son
Siu'rair. Son animales alados, bastante inteligentes, leales y
obedientes, aunque solo con su dueño. A cada joven de la tribu se le
regala una cría al cumplir los quince. Si demuestras que eres dign,
tu también tendrás el tuyo.––Le dedicó una suave sonrisa, y
Sayu sintió la necesidad de tener una de aquellas criaturas. Le
encantaba montar a caballo, quería comprobar lo que era volar en uno
de esos seres.––Vamos. Tenemos mucho que hacer.
Lurca
guió a la joven hasta otro de los enormes recintos, que en este caso
se trataba de la zona de entrenamiento. El interior estaba formado
por cuatro enormes arenas separadas por pasillos de piedra. Las
paredes de ramas y raíces estaban provistas de ganchos de las que
caían todo tipo de armas: espadas, cimitarras, sables, arcos,
ballestas, lanzas, guantes metálicos con garras, hachas, machetes, etc.
––Creo
que jamás en mi vida me meteré con vosotros.––dijo Sayu
observándolo todo con un toque de pánico en la mirada. Ella, con
sus lanzas y arcos de madera se había creído bien provista, pero
aquello era totalmente impresionante.
––Si
te metes con nosotros, las armas no son lo que debe preocuparte––le
contestó, señalando a una de las arenas. En ella había un hombre
alto, curtido y esbelto, con una cimitarra en cada mano, peleando
contra un niño de no más de diez años que había optado por los
guantes. La velocidad de sus movimientos era alucinante. Era casi
imposible seguirles con la mirada. Las cimitarras del hombre no eran
mas que brillos cortando el aire, y el niño saltaba y daba
volteretas, esquivando todos los golpes relámpago, y parando algunos
sin problemas con sus manos.––Antes de que tuvieses tiempo
para coger un arma ya te habríamos partido el cuello. La velocidad
es lo importante, el sigilo, la destreza, no el arma que uses.
Entrenamos a los que van para guerreros y cazadores desde pequeños,
para que en cuanto lleguen a los dieciocho ya sean completamente
letales.
Sayu
asintió rápidamente, y siguió a su guía hasta la arena de al
lado. Lurca sacó de un armario una armadura de color esmeralda, y
ayudó a la joven humana a ponérselo. Primero la cota de malla, y
los protectores de los brazos, después el pantalón de malla y los
protectores de las piernas. Luego Lurca se puso otra, le puso a Sayu
una espada al cinto y salieron de la zona de entrenamiento.
––Lo
primero con lo que te entrenaras es simple. Tienes que acostumbrarte
a llevar esta armadura como si fuese tu propia piel––le indicó
mientras la llevaba fuera de los limites de la aldea, hacia un claro
en el que había, por un lado, un montón de dianas y arqueros
disparando, y por el otro grupos de espadachines peleando.––Desde
el amanecer hasta el almuerzo correrás con ella por la aldea, nada
de descansar, solo puedes beber agua cuando tu entrenador te lo
indique. Del almuerzo a la comida, esgrima, de la comida al
atardecer, arco. Luego asistirás a clase. ¿Lo has entendido?
Sayu
asintió, y Lurca volvió a dedicarle una amplia sonrisa. Después se
giró e hizo señas a un hombre algo más bajito que los demás, que
estaba sentado entre la zona de tiro y la linde del bosque. El hombre
se puso en pie y se acercó hasta ellos. A pesar de no ser tan alto
como los demás le sacaba medio cuerpo a Sayu. Tenía el pelo rojo
con mechas naranjas, y las manchas olivas de su piel se veían más
que las del resto de elfos que hubiese visto. Tenía los brazos y las
piernas musculosos, y llevaba la misma armadura esmeralda que el
resto de gente en el claro, pero a él le sentaba mil veces mejor que
a todos.
––Este
es Zarh, va a ser tu entrenador, tienes que hacer todo lo que te
diga, ¿entendido?––Sayu le tendió la mano al elfo, y él se la
estrechó con una sonrisa. Después Lurca se despidió y se fue.
Zarh
guió a Sayu hasta la zona donde estaba sentado antes, y le hizo un
gesto para que se sentase con él. Sacó su espada e indicó a Sayu
que lo imitase. Ambos la dejaron a sus lados. Después, el hombre
sacó una libreta de debajo de la armadura, y una pluma y un tintero,
y le dedicó una sonrisa a la joven.
––Vale.
Lo primero que debo decirte––Su voz sonaba mucho más potente y
feroz que la dulce voz de Lurca, pero seguía teniendo aquel tono
melódico que hacía que no tuvieses mas opción que prestarle toda
tu atención.––es que te entreno por Lurca. Si me hartas, me
marchó, y si me marchó, tu estas acabada.
––¿Es
una amenaza?––se atrevió a preguntar la joven, con un hilo de
voz que indicaba el verdadero miedo que sentía.
––Si,
lo es. Preocúpate por cumplir mis expectativas, y entonces todo ira
bien.––paró unos segundos para rascarse el cuello y soltar una
pequeña tos para aclararse la garganta––No quiero que entiendas
esto como que le hago un favor a Lurca. Ella es cazadora y no puede
encargarse de ti, yo soy guerrero. Los guerreros tenemos una norma de
que tenemos que tener al menos un aprendiz. Yo no considero a nadie
digno de ser mi aprendiz, pero Lurca me ha dicho que tu mereces la
pena, a pesar de ser una humana. Tomate esto como que tu me estas
haciendo el favor de que no tenga que enseñarle a un niño torpe e
incrédulo de ocho años.––tras decir eso, apuntó algo en la
libreta y le miró a los ojos. A diferencia del color verde que
tenían los de la joven elfa, los de aquel hombre eran de color
amarillo ámbar––Voy a llevar todos tus avances aquí, si no
mejoras cada semana, fuera. Si no obedeces todo lo que te diga,
fuera. El jefe me ha pedido que... en fin. Te
de una estúpida charla sobre que somos los elfos. Sabemos la idea
que tenéis los humanos sobre nosotros. ¿Tienes alguna pregunta?
––¿No
puede entrenarme Lurca como cazadora? Se supone que estoy aquí
porque ella me estuvo observando cazar. ¿No sería eso lo
lógico?––El hombre soltó una carcajada, y después volvió a
ponerse muy serio.
––Creo
que Lurca no te lo ha explicado bien. No te ha traído aquí porque
seas buena cazando. Eres un desastre cazando. Eres buena con el arco.
Eres buena con la lanza, y eres buena con el cuchillo. Pero eres
pésima cazadora, pero todo se puede mejorar.––Sayu soltó un suspiró y rechinó los
dientes. No le gustaba ese cambio, y no le gustaba que la dijesen que
era pésima cazando. Había sobrevivido gracias a ello dos meses
estando sola, ¿a caso eso no indicaba que se le daba bien? Tal vez
la estaban juzgando por el incidente de los lobos... era imposible
que alguien, por muy elfo que fuese, pudiese hacerlo mejor. Tampoco
le gustaba no estar con Lurca. Una de las cosas que le apetecía más
de quedarse era estar con ella. Le había caído bien desde el
principio.––Que pasa, ¿no te caigo bien?
––¿Sinceramente?––Zarh
asintió––Así de buenas a primeras, no. Eres borde.––Y
volvió a reírse, pero esta vez no fue solo una carcajada. Su risa
sonaba casi como un canto gutural, era de esas risas que te hacían
temblar. Era un sonido sobrecogedor y aterrador al mismo tiempo.
––Voy
a admitir que tienes valor, muchacha––dijo cuando logró
calmarse––supongo que eso es lo que ha visto Lurca en ti. Los
humanos sois unos estúpidos cobardes, siempre con vuestros
truquitos, detrás de vuestra magia. Nunca dais la cara––Sayu
frunció el ceño y abrió la boca para responderle, pero Zarh
levantó la mano y negó.––Deberías tomártelo como un cumplido.
Antiguamente tu raza era valiente. Bueno, ¿mas preguntas?––la
joven negó con la cabeza, y el le dedicó una sonrisa––En ese
caso, empecemos a entrenar––dijo a la vez que se levantaba.
––¿Que?
¿Pero no ibas a explicarme que sois los elfos?
––Ya
te he dado la oportunidad de preguntar sobre tus dudas. Corre hasta
la hora de la comida. Después tienes el día libre. Ah––añadió
girándose mientras se alejaba––estaré paseando. Si veo que no
corres...
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