miércoles, 10 de junio de 2015

Capitulo 8: Ciudad del Bosque


Capitulo 8: Ciudad del Bosque

Al día siguiente, Lurca despertó a Sayu con el amanecer, y le dio de desayunar un trozo de pan seco con un poco de carne. Cuando hubo terminado, la elfa la condujo por el interior de la cabaña, que resultó ser más grande que una pequeña habitación, y salieron al exterior. Lo primero que Sayu pudo observar la dejó atónita. Se encontraban en una pequeña aldea hecha enteramente de bóvedas de raíces y ramas, cubiertas por flores de tonalidades púrpuras y rojas. Había como unas doscientas casas, separadas a un lado y a otro por un camino de tierra sin hierba. Los árboles que las creaban eran tan inmensos que era imposible ver su final, y los troncos eran tan gruesos como los edificios de los humanos. Había desde bóvedas pequeñas, para una sola persona, a algunas tan grandes como estadios de música, que eran centros culturales, establos o zonas de entrenamiento. Lurca llevó a Sayu por toda la ciudad, indicándole el funcionamiento de todo.
 
––A diferencia de vosotros los humanos, aquí las clases no se dividen por la riqueza de los elfos, si no por sus habilidades. ¿Eres bueno luchando? Guerrero. ¿Además de ser bueno luchando eres sigiloso? Cazador. ¿Se te da bien cocinar?––preguntó parándose y mirando a la joven, que negó con la cabeza.––Entonces tendrás que hacer algo más útil. He podido observar que se te da bien el arco. Primero, vas a asistir a unas sesiones de entrenamiento, y por la tarde iras con los niños. Tienes que aprender nuestro idioma.––Sayu frunció el ceño, no le gustaba nada aquello. ¿Que tenía que ir con los niños, como si ella fuese uno?––No me mires así. Los guerreros, cazadores y exploradores conocemos tu idioma, pero el resto no. ¿O es que esperas comunicarte con señas?
 
Sayu soltó un suspiro, y continuaron andando por la aldea. No le hacía ninguna gracia todo eso. No solo iba a tener que esforzarse por demostrar que merecía estar allí, si no que encima tenia que asistir a clases. Iba a ser una tarea dura, apostaba lo que fuese a que aquel idioma no tenía nada que ver con el suyo. Llegaron a una de las enormes bóvedas que servían como establo, y Lurca dejó que mirase dentro. Sayu esperaba ver caballos, pero lo que encontró dentro casi le provoca un infarto.
 
––¿Que demonios es eso?––dijo observando boquiabierta a aquellas criaturas. Desde lejos tal vez podían parecer caballos, pero de cerca no tenían nada que ver. La primera diferencia es que medían casi tres metros. La segunda y la tercera, que tenían un pelaje rizado de color rojizo, y en las pezuñas de las cuatro patas lo que había eran enormes y puntiagudas garras metálicas. Las dos ultimas eran que de los lados de los lomos sobresalían dos inmensas alas de murciélago blancas, y en la cabeza, donde debían estar los ojos, solo había dos enormes fosas de color verde.
 
––Son Siu'rair. Son animales alados, bastante inteligentes, leales y obedientes, aunque solo con su dueño. A cada joven de la tribu se le regala una cría al cumplir los quince. Si demuestras que eres dign, tu también tendrás el tuyo.––Le dedicó una suave sonrisa, y Sayu sintió la necesidad de tener una de aquellas criaturas. Le encantaba montar a caballo, quería comprobar lo que era volar en uno de esos seres.––Vamos. Tenemos mucho que hacer.
 
Lurca guió a la joven hasta otro de los enormes recintos, que en este caso se trataba de la zona de entrenamiento. El interior estaba formado por cuatro enormes arenas separadas por pasillos de piedra. Las paredes de ramas y raíces estaban provistas de ganchos de las que caían todo tipo de armas: espadas, cimitarras, sables, arcos, ballestas, lanzas, guantes metálicos con garras, hachas, machetes, etc.
 
––Creo que jamás en mi vida me meteré con vosotros.––dijo Sayu observándolo todo con un toque de pánico en la mirada. Ella, con sus lanzas y arcos de madera se había creído bien provista, pero aquello era totalmente impresionante.
 
––Si te metes con nosotros, las armas no son lo que debe preocuparte––le contestó, señalando a una de las arenas. En ella había un hombre alto, curtido y esbelto, con una cimitarra en cada mano, peleando contra un niño de no más de diez años que había optado por los guantes. La velocidad de sus movimientos era alucinante. Era casi imposible seguirles con la mirada. Las cimitarras del hombre no eran mas que brillos cortando el aire, y el niño saltaba y daba volteretas, esquivando todos los golpes relámpago, y parando algunos sin problemas con sus manos.––Antes de que tuvieses tiempo para coger un arma ya te habríamos partido el cuello. La velocidad es lo importante, el sigilo, la destreza, no el arma que uses. Entrenamos a los que van para guerreros y cazadores desde pequeños, para que en cuanto lleguen a los dieciocho ya sean completamente letales.
 
Sayu asintió rápidamente, y siguió a su guía hasta la arena de al lado. Lurca sacó de un armario una armadura de color esmeralda, y ayudó a la joven humana a ponérselo. Primero la cota de malla, y los protectores de los brazos, después el pantalón de malla y los protectores de las piernas. Luego Lurca se puso otra, le puso a Sayu una espada al cinto y salieron de la zona de entrenamiento.
 
––Lo primero con lo que te entrenaras es simple. Tienes que acostumbrarte a llevar esta armadura como si fuese tu propia piel––le indicó mientras la llevaba fuera de los limites de la aldea, hacia un claro en el que había, por un lado, un montón de dianas y arqueros disparando, y por el otro grupos de espadachines peleando.––Desde el amanecer hasta el almuerzo correrás con ella por la aldea, nada de descansar, solo puedes beber agua cuando tu entrenador te lo indique. Del almuerzo a la comida, esgrima, de la comida al atardecer, arco. Luego asistirás a clase. ¿Lo has entendido?
 
Sayu asintió, y Lurca volvió a dedicarle una amplia sonrisa. Después se giró e hizo señas a un hombre algo más bajito que los demás, que estaba sentado entre la zona de tiro y la linde del bosque. El hombre se puso en pie y se acercó hasta ellos. A pesar de no ser tan alto como los demás le sacaba medio cuerpo a Sayu. Tenía el pelo rojo con mechas naranjas, y las manchas olivas de su piel se veían más que las del resto de elfos que hubiese visto. Tenía los brazos y las piernas musculosos, y llevaba la misma armadura esmeralda que el resto de gente en el claro, pero a él le sentaba mil veces mejor que a todos.
 
––Este es Zarh, va a ser tu entrenador, tienes que hacer todo lo que te diga, ¿entendido?––Sayu le tendió la mano al elfo, y él se la estrechó con una sonrisa. Después Lurca se despidió y se fue.
Zarh guió a Sayu hasta la zona donde estaba sentado antes, y le hizo un gesto para que se sentase con él. Sacó su espada e indicó a Sayu que lo imitase. Ambos la dejaron a sus lados. Después, el hombre sacó una libreta de debajo de la armadura, y una pluma y un tintero, y le dedicó una sonrisa a la joven.
 
––Vale. Lo primero que debo decirte––Su voz sonaba mucho más potente y feroz que la dulce voz de Lurca, pero seguía teniendo aquel tono melódico que hacía que no tuvieses mas opción que prestarle toda tu atención.––es que te entreno por Lurca. Si me hartas, me marchó, y si me marchó, tu estas acabada.
 
––¿Es una amenaza?––se atrevió a preguntar la joven, con un hilo de voz que indicaba el verdadero miedo que sentía.
 
––Si, lo es. Preocúpate por cumplir mis expectativas, y entonces todo ira bien.––paró unos segundos para rascarse el cuello y soltar una pequeña tos para aclararse la garganta––No quiero que entiendas esto como que le hago un favor a Lurca. Ella es cazadora y no puede encargarse de ti, yo soy guerrero. Los guerreros tenemos una norma de que tenemos que tener al menos un aprendiz. Yo no considero a nadie digno de ser mi aprendiz, pero Lurca me ha dicho que tu mereces la pena, a pesar de ser una humana. Tomate esto como que tu me estas haciendo el favor de que no tenga que enseñarle a un niño torpe e incrédulo de ocho años.––tras decir eso, apuntó algo en la libreta y le miró a los ojos. A diferencia del color verde que tenían los de la joven elfa, los de aquel hombre eran de color amarillo ámbar––Voy a llevar todos tus avances aquí, si no mejoras cada semana, fuera. Si no obedeces todo lo que te diga, fuera. El jefe me ha pedido que... en fin. Te de una estúpida charla sobre que somos los elfos. Sabemos la idea que tenéis los humanos sobre nosotros. ¿Tienes alguna pregunta?
 
––¿No puede entrenarme Lurca como cazadora? Se supone que estoy aquí porque ella me estuvo observando cazar. ¿No sería eso lo lógico?––El hombre soltó una carcajada, y después volvió a ponerse muy serio.
 
––Creo que Lurca no te lo ha explicado bien. No te ha traído aquí porque seas buena cazando. Eres un desastre cazando. Eres buena con el arco. Eres buena con la lanza, y eres buena con el cuchillo. Pero eres pésima cazadora, pero todo se puede mejorar.––Sayu soltó un suspiró y rechinó los dientes. No le gustaba ese cambio, y no le gustaba que la dijesen que era pésima cazando. Había sobrevivido gracias a ello dos meses estando sola, ¿a caso eso no indicaba que se le daba bien? Tal vez la estaban juzgando por el incidente de los lobos... era imposible que alguien, por muy elfo que fuese, pudiese hacerlo mejor. Tampoco le gustaba no estar con Lurca. Una de las cosas que le apetecía más de quedarse era estar con ella. Le había caído bien desde el principio.––Que pasa, ¿no te caigo bien?
 
––¿Sinceramente?––Zarh asintió––Así de buenas a primeras, no. Eres borde.––Y volvió a reírse, pero esta vez no fue solo una carcajada. Su risa sonaba casi como un canto gutural, era de esas risas que te hacían temblar. Era un sonido sobrecogedor y aterrador al mismo tiempo.
 
––Voy a admitir que tienes valor, muchacha––dijo cuando logró calmarse––supongo que eso es lo que ha visto Lurca en ti. Los humanos sois unos estúpidos cobardes, siempre con vuestros truquitos, detrás de vuestra magia. Nunca dais la cara––Sayu frunció el ceño y abrió la boca para responderle, pero Zarh levantó la mano y negó.––Deberías tomártelo como un cumplido. Antiguamente tu raza era valiente. Bueno, ¿mas preguntas?––la joven negó con la cabeza, y el le dedicó una sonrisa––En ese caso, empecemos a entrenar––dijo a la vez que se levantaba.
 
––¿Que? ¿Pero no ibas a explicarme que sois los elfos?
 
––Ya te he dado la oportunidad de preguntar sobre tus dudas. Corre hasta la hora de la comida. Después tienes el día libre. Ah––añadió girándose mientras se alejaba––estaré paseando. Si veo que no corres...

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