lunes, 15 de junio de 2015

Capitulo 12: Semejanzas


Capitulo 12: Semejanzas
Zurdha
Diarthia era preciosa. La primera vez que la había visto había sido en la escuela, cuando ambos teníamos seis años. Recuerdo que llovía:
 
>>El agua me golpeaba la cara con fuerza, mientras corría por los caminos rumbo a la cabaña donde nos daban clase. Iba mirando el suelo y me tapaba la cabeza con una enorme hoja morada de uno de los grandes arboles.
 
––¿Pero, que..? ¡Au!––escuché una voz en cuanto choqué con algo y caí al suelo. Alcé la mirada y la vi. Estaba tirada en el suelo, de espaldas, y se sujetaba el brazo izquierdo, mirándose el codo, donde tenía un pequeño raspón del que salía sangre. Sus ojos morados se llenaron de lágrimas.––¡Eres idiota!––gritó mirándome mientras lloraba.
 
––Yo... per..perdón.––fue lo único que pude decir.
 
Ayudé a levantarla, y sin hablar la acompañé al manantial de curación, donde el Bosque no tardo ni un segundo en cerrarle aquella herida.
 
––¿Ya estas bien? De verdad que lo siento––dije cuando se levantó. Ella sonrió como si no tuviese importancia, y entonces se fijo en mis ojos.
 
––Tu... tu eres el de los ojos de colores raros
 
––Tengo un nombre, ¿sabes?––le respondí, enfadado, y eché a correr.
 
––¡Lo siento!––escuché su voz mientras me alejaba, pero no me giré para verla, ni acepte sus disculpas. Siempre era lo mismo.<<

Solté un suspiro al recordar aquello. Ella era la única que me había hablado en la escuela, pero había sido tan tonto de no contestarla nunca, simplemente por vergüenza. Al cabo de unas semanas había empezado a ignorarme. Ahora nos limitábamos a mirarnos y a sonreírnos cuando nos cruzábamos. Me senté sobre una de las rocas del río y me abracé las piernas. Noté como las lágrimas empezaban a rodar por mis mejillas.
 
––No encuentro nada. Madre de dios, nos van a matar. Esta semana solo hemos cazado, los lobos el primer día y un jabalí el tercero––escuché la voz de Sayu a mi espalda. 
 
Me limpie la cara y me giré para mirarla. Tenía los pantalones llenos de barro, por culpa de la nieve que lo impregnaba y mojaba todo, y su pelo estaba lleno de hojas. Parecía un arbusto. Me eché a reír.
 
––¡Ahora si ser tu parte de el Bosque!––le grité mientras seguía riendo. Ella pasó por mi lado y me empujó al agua.––¡Joder!––chillé con una voz demasiado aguda, me levanté de un salto y corrí a tierra.––¡Agua fría!
 
––Te jorobas. Por llevar un rato vagueando––me replicó entre risas mientras yo tiritaba y me abrazaba los costados.––¿Volvemos o seguimos buscando?
 
––Vo..vol...volvamos––Mis dientes castañeaban por el frío. Me había empapado completamente, y me lo había ganado. El día anterior la había empujado yo por hacer lo mismo.
 
Sayu era, excepto mi familia y Lurca, la única persona que no me miraba como si yo fuese un monstruo. Es más, siempre recalcaba lo mucho que le gustaban mis ojos. Anduvimos lentamente hacia el pueblo: aquella parte del Bosque no era peligrosa, no había prisa ninguna ni teníamos porque tener un cuidado excesivo. Aquella chica humana se había hecho mi amiga desde el primer día, y daba gusto tener por fin con quien hablar.
 
––Sayu.––dije, y ella me miró mientras subía con cuidado la enorme raíz de uno de los árboles.––¿Puedo preguntar yo algo a ti?
 
––Claro, dime.
 
––Mmm.. esto..––Me quedé pensando. Llevaba aprendiendo su idioma tres años, como el resto de jóvenes que íbamos para la caza, pero me costaba aún bastante hablarlo con soltura. Con mis padres lo hablaba en délfico. Sayu, a pesar de que aquel era su idioma, era la única a la que no parecía molestarle que hablase mal, es más, intentaba ayudarme a mejorar.––¿Cual ser... diferencia entre raza tuya y nosotros?
 
––Pues... supongo que lo más notorio es la piel––me contestó lentamente, para que yo no tuviese problemas en entender todas sus palabras.––Supongo que ya te habrás fijado en que yo no tengo manchas. Además, aunque yo soy muy blanca, solemos ser mas morenos. También los colores de los ojos. Vosotros podéis tenerlos de cualquier color. Nosotros solo verdes, azules o marrones.––Se quedó pensando unos segundos mientras seguíamos caminando: ya se empezaba a escuchar el barullo del pueblo al mediodía.––Somos más bajitos. Pocas veces alcanzamos el metro setenta. Según mis libros de historia hubo una época en la que eramos más altos.––suspiró y siguió hablando––Creo que también las orejas. Vosotros las tenéis puntiagudas, nosotros las tenemos muy redondas.
 
Me paré en seco y carraspeé. Ella se paro y se giro hacía mi, con cara de desconcierto. Alcé la cabeza, miré las orejas que sobresalían de su pelo y fruncí el ceño. 
 
––Pero... Sayu. Tu no tener orejas redondas. Tu tener orejas bastante puntiagudas.
 
Se quedó mirándome y levanto las manos, tocándose las orejas. Abrió mucho los ojos y se quedó completamente en silencio, como si nunca hubiese caído en aquello. Nunca había visto un humano, pero la única diferencia entre Sayu y nosotros era el color de piel. Era cierto que Sayu era más baja que un elfo de su edad, pero tenía quince años y ya media uno setenta: aún podía crecer bastante más. Tragué saliva al ver que se había quedado paralizada y se me hizo un nudo en el estomago. ¿Y si había metido la pata y ya no volvía a hablarme?
 
––Sayu, yo sentir. Yo no querer ofender.. yo..
 
––Tranquilo––dijo rápidamente––no.. no importa, ¿vale?
 
Se giró de nuevo y seguimos andando hacia el poblado. Llegamos a los pocos minutos, y Lurca, que estaba en la plaza, vino corriendo nada más vernos.
 
––Voy a dar un paseo––dijo Sayu cuando la vio acercarse, y se escapó rápidamente. Lurca se me quedó mirando.
 
––¿Que le pasa?
 
––Yo ser un bocazas...––suspiré y me dirigí hacia el claro de entrenamiento.
 
Lurca me siguió, en silencio, sin preguntarme que había pasado. Alcanzamos rápidamente el claro, y me senté en la hierba, recostándome contra uno de los arboles. Se sentó a mi lado y seguimos en silencio un buen rato.
 
––Diarthia me ha preguntado como te iba en el grupo de caza––dijo Lurca, rompiendo el silencio, y no pude evitar sonrojarme. Ella me miró de reojo y soltó una carcajada––¡Sabía que te gustaba!
 
––¡No!––grité, y la di un empujón. Cayó sobre la hierba y siguió riéndose. Me crucé de brazos, cogí aire y dejé de respirar.
 
––Vamos, Zurdha. No hay nada de malo––me consoló mientras volvía a sentarse, cuando pudo dejar de reír. Me puso una mano en el hombro y volví a respirar.––Es solo que no la quitas el ojo de encima.
 
––Bueno.––le contesté––como tu y Sayu. Siempre juntas. Siempre mirarse. Siempre sonreír––Vi como se sonrojaba y sonreí con gesto triunfal.
 
––¿Que ha pasado hoy? ¿Por que se ha enfadado?

––Yo decir que ella tener orejas puntiagudas––dije tras unos segundos. Me encogí y escondí la cabeza debajo de los brazos. Me sentía fatal por haberla molestado.
 
––Zurdha, tranquilo. No creo que esté enfadada contigo, es solo que...
 
––¿Y si si? ¿Si lo esta? Única amiga mía. Única que no juzgar por mis ojos. Única que no reír de como yo hablar.
 
No pude evitar echarme a llorar y Lurca me abrazó. Noté como suspiraba. Mis padres y Lurca siempre se habían sentido fatal por como me trataban. Por eso me habían conseguido un hueco entre los cazadores, para que pudiese demostrar que era digno de confianza. Pero era débil. Me asustaba con todo, y a la mínima me echaba a llorar. Sayu no sabia lo mucho que le agradecía que no se lo hubiese contado a nadie.
 
––Sayu no es como nosotros. No es como nadie. No se ha enfadado contigo. Estará molesta con ella por nunca haber caído en algo tan simple como la forma de sus orejas. Ya veras como mañana va a buscarte como siempre.––me dijo cuando dejé de llorar.
 
Me aparté de ella y la miré a los ojos. Tenía la mirada fija en el cesped, pero se notaba que sus pensamientos estaban muy lejos de allí, y sonreí por dentro. Lurca había sido como una hermana mayor, y la conocía bastante bien: no era a mi a quien quería abrazar ahora mismo. Le dí un pequeño empujón y me miro.
 
––Ve a buscarla. ¿Por que no llevar tu a Sayu a claro hoy? Es Luna Roja.
 
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Lurca
Era de noche cuando la encontré subida en un árbol, cerca de mi cabaña. Estaba encogida, con los codos sobre las rodillas y se acariciaba las orejas con las manos. Tenía la vista perdida en algún punto del cielo, y no pude evitar sonreír.
 
––Pareces un pájaro ahí arriba––le grité. Sayu dio un brinco del susto al escuchar mi voz y cayó al suelo. Corrí hacía ella y la ayudé a levantarse. Tenía el pelo lleno de hojas y parecía una especie de druida o ermitaño.––¡Lo siento! ¿Estas bien?
 
––Si, si...––dijo sacudiendo la cabeza para despejarse. Se quedó en silencio y me miró a los ojos.––Perdón por lo de antes.
 
Negué con la cabeza y le sonreí. Noté como se sonrojaba. Era tan adorable. Le cogí de la mano y eché a correr hacía el bosque. Soltó un alarido de sorpresa y me siguió. Llegamos a un enorme claro varios minutos después y me paré en el centro, tirando de ella para situarla justo delante de mi. Alcé la cabeza y ella me imitó. El cielo estaba despejado, perlado de estrellas, y en lo mas alto, en el centro, estaba la Luna más grande del año, roja como la sangre. Parecía más un sol que una luna. Todo el claro brillaba con aquellos tonos rojizos, y apenas había sombras. Era casi deslumbrante. Bajé la cabeza y la miré.
 
––Vuelves a tener la boca abierta, Sayu, nal.
 
––Es tu culpa––me contestó, cerrando la boca y mirándome––por enseñarme cosas preciosas.––nuestros ojos se cruzaron y nos quedamos así, en silencio. Su mirada brillaba más que nunca, y note como empezaba a acercarse––cosas preciosas... como tu.

Seguía acercándose. Sentí como me cogía de las manos, y mi corazón empezó a latir más deprisa. Sentí como rozaba con su nariz la mía y como sus ojos se fijaban en mis labios. Las manos empezaron a temblarme de los nervios. “No la dejes, no, no. ¿que hace? ¿Que pasa? ¿Por que me siento así? No, no, no. No esta bien. Te lo advirtieron. Os haréis daños. Y ella no debe sufrir mas. Apártate, no, no, no. Lurca, apártate” Sonó una voz gritándome en mi cabeza, y tragué saliva. Mi cuerpo estaba paralizado, hipnotizado. Bajé la mirada a sus labios. Seguían acercándose hacía los mios. Parecían tan suaves. El pánico siguió invadiéndome con cada centímetro que la tenía mas cerca.
 
––Sayu...––conseguí decir.
 
––¿Si?––dijo ella sin parar de acercarse y comenzando a ponerse de puntillas para besarme.
 
––Yo... esto... es que...––tragué saliva. ¿Que iba a decirle? ¿Que me daba miedo aquello? ¿Que no quería enamorarme? Dije lo primero que se me pasó por la cabeza––Tienes hojas en el pelo––Cerré los ojos, solté sus manos y di un paso para alejarme. 

Mi corazón dio un vuelco y sentí un impulso de besarla, pero me limité a revolverle el pelo, y solté una risa nerviosa.
Se alejó rápidamente para que no le tocase más el pelo y se quedó mirándome, muy seria. Vi como sus ojos empezaban a humedecerse. Agachó la cabeza.
 
––Ya, bueno, es que llevo todo el día en el bosque––su voz estaba rota, y se me encogió el corazón. Me acerqué para abrazarla, pero me dio la espalda.––Tengo sueño, voy a dormir.
 
Acto seguido echó a correr hacia el pueblo. Me mordí el labio y me tiré en la hierba, mirando al cielo. ¿Que había hecho? ¿Que había sido esa voz interna? ¿Por que la había hecho caso en vez de dejarme llevar? Me acerqué las manos a la cara y noté que estaba llorando. Yo. Llorando. Era la primera vez en mi vida que lo hacía. Me dolía tanto el corazón y la cabeza.
 
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Sayu
Entré corriendo en la cabaña de Lurca y le di una patada a una de las paredes. Me tiré boca bajo sobre el suelo, puse la cabeza sobre los brazos y me eché a llorar. ¿Por que se había apartado? ¿Me había imaginado yo todo? Si, seguramente. ¿Entonces porqué lo había hecho en el último segundo, y porque había dicho aquella idiotez en vez de ser sincera? Le di un puñetazo al suelo con la mano derecha y mordí la manga de mi camiseta para no gritar. Solo sonaban porqués en mi cabeza. Intentaba hallar una respuesta. Estaba nerviosa, el corazón se le había disparado a mil por hora, no había duda de aquello. ¿Entonces..? Giré la cabeza hacia su cama y me quedé de piedra. Me puse de rodillas y me acerqué, metí la mano debajo y saqué la chaqueta con la que yo había entrado aquel fatídico día en el bosque. ¿Por que la tenía ella? Y caí. Todo el tiempo me había sentido observada, había sentido a alguien cerca cuando me desmayé con las bayas. Y entonces caí en ello. En el porque ningún animal me había matado todas las veces que me había quedado inconsciente, en quien me había sacado del río tras caer por la cascada. No podía estar del todo segura, pero algo me decía que había sido ella. Abracé la chaqueta y me quedé mirando al suelo. ¿Entonces por qué se había apartado? Escuché un ruido y volví a meter la prenda debajo de la cama, me levanté, me quité el peto y me tumbe en la cama. Como antiguamente, en el bosque, volví a llorar hasta quedarme dormida.
 

Dorian corría persiguiendo a Josh por la ciudad, mientras sus padres les seguían a paso lento, parándose en las pequeñas tiendas del mercado.
 
––¡Dorian, Josh, venid!––gritó su madre, y los niños no dudaron en obedecer.
 
––Venid, pequeños niños de los bosques––dijo su padre, y ambos se quedaron mirándole.
 
––¿Niños de los bosques?––preguntaron al unísono, e Ighil se rió.
 
––Si, tenéis las orejas puntiagudas, parecéis unos elfos.
 
––Ighil. No le digas esas cosas a los niños. No les metas cuentos de hadas en la cabeza––le riñó la madre. Y la conversación no volvió a tener lugar nunca más.

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