Capitulo
20: Juego de almas
Lobo
Calavera
Les
había seguido desde las copas de los árboles mientras caminaban
hacia el pueblo de los elfos. También les había observado cuando
habían salido disparados hacia la ciudad. Nunca había visto a nadie
tan gilipollas. Atacar a los humanos de aquella forma era simple y
llanamente la mejor forma de asegurarte una tumba de raíces. Salté
a la copa del árbol que estaba encima del manantial y bajé la
mirada. Habían dejado al joven medio muerto y a la chica ciega allí
durante la noche, para ver si lograban que se recuperase.
––Que
imbéciles son, Calavera––sonó la voz de Lobo en mi
cabeza, y me gire para mirarle.
Estaba
subido conmigo a la rama, y al igual que yo, observaba a los elfos.
Tenía el pelaje completamente blanco, y los ojos rojos como la
sangre. Tenía las fauces abiertas y respiraba con dificultad por el
esfuerzo de saltar entre los árboles: le tenía mal acostumbrado a
tirarse el día durmiendo.
––Lo
se, pero me pregunto si lo son de verdad o hay algo que les haya
llevado a serlo. Los elfos nunca salen del Bosque.
––La
semihumana––me contestó, y me miró con gesto de burla.
Le
agarré el hocico con las manos y puse mi frente contra la suya,
mirándole directamente a los ojos, con el amor y la ternura propios
de un hermano.
––Se
lo advertimos.––Volví a mirar hacia abajo e hice un gesto de
desagrado––me largo.
––¿No
vas a hacer nada por esos dos?
––¿Por
qué debería?
Me
senté en la rama, mirando al tronco, pensativo, y coloque las manos
en la corteza. Cerré los ojos. “Hazlo por mi” sonó la
voz de El Bosque en mi cabeza. Sonreí de forma irónica. “¿Por
ti?” Suspiré. Salté al suelo y me acerqué a los cuerpos que
se encontraban dormidos sobre el agua. Metí la mano debajo de mi
camiseta y saqué el collar de pequeños arcos de hueso que llevaba:
ya casi no había sitio para más. Me quedé mirándolo.
––Apenas
tenemos sitio, no quiero desperdiciarlo con este––dije, mientras
le propinaba una suave patada a la pierna del elfo. Me giré para
mirar a la chica––Ni para ella. Ocupar hueco por una ceguera no
es justo.
“Los
necesito” volvió a pedir aquella voz en mi cabeza. Suspiré de
nuevo, me crucé de brazos y me giré. Lobo se puso delante de mi, se
colocó a dos patas y se apoyó en mis hombros, para mirarme
fijamente.
––No
seas capullo.
––Y
tu se mas lobo. Lo que deberías querer es comértelos.
Lobo
río, y no pude evitar esbozar una sonrisa dolida. ¿Por que siempre
se tomaba a broma todo lo que decía? Le rasqué el cuello y sacó la
lengua, como si fuese un perro manso y juguetón. Asentí con la
cabeza, y volvió a posar sus cuatro patas en el suelo.
––Esto
les va a traer de cabeza––dije, mientras me agachaba sobre el
elfo. Saqué un cuchillo de hueso y le examiné la herida del
pecho––puedo coger su alma. No puedo curarlo.
Agarré
el cuchillo en alto con las dos manos, y lo hundí súbitamente sobre
el pecho del muchacho, que abrió los ojos de golpe. Solté la mano
derecha del mango y le tapé la boca: noté su mordisco en los dedos
y me reí a carcajada limpia. Giré el cuchillo en el interior de su
cuerpo, y desgarré por completo su corazón, que se paró al
instante. Saqué uno de los arcos de hueso de mi bolsillo, tras
retirar el cuchillo, y se lo clavé en la herida, para que se
impregnase de sangre.
––Alma
areha ende ituri saneh.––dije en un susurro.
De
pronto una sacudida de electricidad recorrió todo mi cuerpo y caí
al suelo, convulsionándome de dolor. Me llevé las manos al pecho y
sentí como la sangre empezaba a florecer del lugar en el que el elfo
tenía la herida, aunque yo no tenía la piel rasgada ni rota. Sentí
el sabor de su sangre en mi boca, y con un gran esfuerzo, retiré el
arco de hueso de su pecho y lo clavé en la tierra. Sentí como aquel
furioso torrente de energía me recorría para acabar juntándose con
el alma del Bosque, alimentándolo, haciéndolo crecer. Me quedé
allí tirado unos segundos, respirando con dificultad, hasta que
conseguí tranquilizarme. Me puse de cuclillas , y con la mano
izquierda aun sujetando el arco de hueso clavado en la tierra, me
quite el parche del ojo. Cogí de nuevo el cuchillo y lo acerqué a
mi cicatriz.
––Bosque,
yo soy el humilde siervo de tu poder, con mi sangre y el alma de su
hermano, por favor, cura sus heridas y protégela.
Tras
decir aquello, acerqué el cuchillo a mi mejilla, y me hice un corte.
Solté el arma, me moje los dedos con mi sangre y acaricié los
párpados de la chica. Cerré los ojos y ayudé al Bosque
pronunciando un hechizo humano de curación simple. Cuando aparté la
mano y abrí los ojos, vi que la elfa había despertado y me miraba
con los ojos muy abiertos.
––¿Quien
eres?.––preguntó con un hilo de voz. Alzó la mano y me acarició
la mejilla.––¿por que sangras?
Sentí
el miedo recorrer todo mi cuerpo con el roce de sus dedos. La aparté
de un manotazo, arranqué el arco de hueso de la tierra y de un salto
sobrehumano subí al árbol y eché a correr. No paré hasta una hora
después. Me tumbé sobre la puerta de mi cueva y cogí aire. Al
instante Lobo apareció a mi lado y se acurrucó debajo de mi brazo
derecho. Trague saliva. Me había tocado. Lleve mis dedos a la
herida, que ya estaba cerrada casi por completo, y sentí un
escalofrío. Se había atrevido a tocarme. Me puse en pie, asustando
a Lobo, y empecé a darle patadas a las piedras. Me agaché y me
ensañé a darle puñetazos con ambos puños a la tierra, hasta que
tenía los nudillos con los huesos a la vista, llenos de sangre.
Sentí aquella ira en mi interior y me agarré la cara. Noté como mi
piel se deshacía poco a poco. Tambaleándome, me puse en pie, y me
acerque al riachuelo más cercano. Me acurruqué en la orilla y miré
mi reflejo. La piel de mi cabeza había desaparecido, y solo se veía
el blanco y brillante hueso de mi calavera. Trague saliva. Dolía. Al
cabo de unos segundos, mi cuerpo no era más que un esqueleto, con
los órganos a la vista. Hice un esfuerzo por rodar y me metí en el
agua. En cuanto los huesos se mojaron, empecé a sentir como la carne
volvía a crecer. Aguanté el intenso dolor con una mueca, y cando
terminó me levanté y volví a mirarme. Ahora tenía el pelo largo,
con flequillo, enmarañado, de color azul intenso: era casi idéntico
al elfo al que le había quitado el alma. Tenía un ojo negro, el
otro ahora era morado. Acaricié mi reflejo y el agua se volvió
turbia.
––Hoy
no pareces tan viejo––Dijo Lobo a mi lado.
Le
acaricié el lomo y le dirigí una pequeña sonrisa. Tenía razón.
Tenía el aspecto de lo que era, un joven de quince años que estaba
maldito. Un joven de quince años cansado de vivir, pero que no podía
morir de ninguna manera porque, además de maldito, había hecho un
pacto de servidumbre.
-----------------------
Garhio
El
dolor había desaparecido. Intenté mirarme el pecho, pero todo
estaba oscuro, no era capaz ni de ver mis propias manos por mucho que
sentía que me las acercaba a la cara. ¿Que estaba pasando? Intenté
andar, pero no sentía que me moviese. De pronto al fondo apareció
na lz cálida que se acercaba a mi.
––Bienvenido,
Garhio––dijo una voz, y miré a todas partes.
––¿Quien
anda ahí?
––¿Garhio?––escuché
de pronto otra voz, y la reconocí al instante.
––¡¿Mama?!––grité
con todas mis fuerzas, y sentí ganas de llorar.
¿Estaba
muerto? ¿Que, como, por que? No recordaba nada mas que el dolor en
el pecho, y a Diarthia. Quise tragar saliva, pero no tenía cuerpo
con el que hacerlo. Había fracasado. La había dejado sola.
––¡Garhio!––esta
vez era la voz de mi padre.––¡Ayuda a Diarthia!
––¡No
se como!––¿Por que se escuchaba mi voz si no tenía
boca con la que darle forma?––¡¡No se como!!
Aquella
oscuridad y aquel vacío empezaron a consumirme, y mas recuerdos
comenzaron a desaparecer de mi cabeza. En unos segundos, aquello que
acababa de suceder había desaparecido, y poco depsués no recordaba
ni mi propio nombre.
---------------------------------
Sayu
Abrí
los ojos y sonreí. Había conseguido dormir, no había tenido
ninguna pesadilla. Giré la cabeza y vi a Lurca tumbada a mi lado. Me
miraba. Sentí como me cogía de la mano y sonreí aun más fuerte.
El recuerdo de la noche anterior vino a mi cabeza y no pude evitar
sonrojarme.
––Buenos
días––me dijo con la voz más dulce que había escuchado, y me
giré para darle n suave beso. Le ardían las mejillas.
––Buenos
días––le contesté cuando se separaron nuestros labios.
Nos
sonreímos de forma tímida y nos incorporamos. Recogimos la ropa del
día anterior, que estaba esparcida por el claro, y nos vestimos
rápidamente. Miré al cielo. Apenas acababa de amanecer.
––¡Sayu!––me
sobresaltó de pronto la voz de Zurdha desde la espesura del Bosque.
Las dos nos giramos mientras nos atábamos el peto de escamas––¡Sayu,
corre! ¡Vosotras venir conmigo!––dijo en cuanto se puso a
nuestra vista, haciendo gestos. Tenía una expresión entre aterrada
y contenta, y temblé un poco.
¿Que
podía haber sucedido? Le seguimos a toda velocidad hacia el
manantial, y nos quedamos muy quietos cuando vimos lo que él quería
que viésemos. Encima de las aguas del manantial se encontraba el
cuerpo ya muerto de Garhio, y a su lado esta Diarthia, con los ojos
normales, mirándonos. ¿Mirándonos? Si, mirándonos. Sonrió con
tristeza al vernos.
––¿Que
ha pasado?––pregunto Lurca, y Zurdha y Diarthia se encogieron de
hombros.
Zurdha
se sentó al lado de la elfa, y le cogió de la mano. No pude evitar
sentirme feliz, y eso me hizo replanteármelo todo. Garhio había
muerto y yo solo podía sentirme feliz por aquella noche, y por ver a
Zurdha contento.
––Había
alguien––dijo de pronto Diarthia y todos la miramos.––Tenía
el pelo rapado y una cicatriz en el ojo izquierdo y... creo que
él...––miró a su hermano y se calló de pronto. Zurdha la
abrazó y ella se apoyo en su hombro.
Eran
tan tiernos. Sacudí un poco la cabeza y pensé en sus palabras. Al
escuchar esa descripción una imagen me vino a la cabeza y me mordí
el labio. ¿Aquel chico que me había salvado había matado a Garhio?
¿Por que? No tenía ningún sentido. Cogí de la mano a Lurca para
que me prestase atención.
––Lobo
calavera..––le susurré al oído, y ella asintió con la cabeza
––Zurdha,
vamos a hablar con tu padre. Luego nos vemos––dijo mi compañera,
y nos alejamos en dirección al pueblo.
No
me quitaba de la cabeza la imagen de Lobo Calavera matando a sangre
fría y por placer a Garhio. Había algo que no encajaba.
––¿Por que buscamos a Zarh?––pregunté, curiosa, y ella me dedicó una gran sonrisa.
––Antes de general era explorador. Se conoce todo el bosque.
Llegamos a
la casa de Zarh y Zurdha al cabo de unos minutos, y encontramos al
enorme elfo allí dentro. Nos miró con una sonrisa, pero se le borró
al ver nuestra expresión.
––¿Que
pasa, chicas?––preguntó, mirándonos alternativamente
––¿Conoces
a alguien llamado Lobo Calavera?––pregunté, y de pronto se puso
tenso y muy serio. Miró a nuestro alrededor y nos indicó que nos
acercáramos.
––¿Quien
os ha dicho ese nombre?
––Él.––contesté,
y me miró con gesto furioso, como si le estuviese tomando el
pelo––me salvó al otra noche en el Bosque...––se le borró
el gesto y se quedó impasible––Han matado a Garhio, y Diarthia
se ha curado milagrosamente, y le ha descrito a él como al asesino.
Zarh
se apartó de nosotros y miró por la ventana, pensativo, mientras se
rascaba la barbilla. Me miró de reojo y soltó un suspiro.
––Id
al norte. Él os encontrará.
––¿Que?––preguntamos
las dos al unísono, y el nos hizo un gesto de desdén para que nos
marchásemos: no parecía nada contento con aquella situación.
Lurca
y yo salimos de la cabaña y nos quedamos mirándonos, sin comprender
exactamente a que había venido eso.
––¿Vamos
con Zurdha?––pregunté. Ella negó con la cabeza y me dio un
pequeño empujón cariñoso en el hombro.
––Mira
que eres tonta. Déjale estar con Diarthia. Se necesitan.
Le
dediqué una sonrisa avergonzada y asentí con la cabeza. Obedeciendo
a lo que Zarh nos había dicho, nos dirigimos hacia el norte, sin
rumbo fijo, después de coger un par de espadas y unos arcos.
Estuvimos andando en silencio, con cautela, durante horas y horas,
sin encontrar absolutamente nada. Cuando cayó la noche, agotada, me
paré en seco y suspiré.
––Creo
que Zarh estaba equivocado––dije, algo enfadada, y Lurca me mandó
callar con el dedo.
Agucé
el oído y escuche como algo andaba por encima de nosotros. Alcé la
mirada, sacamos los arcos y empezamos a apuntar hacia aquello que se
movía por las copas de los árboles, en tensión, esperando que algo
nos atacase.
-----------------------
Lurca
––Soltad
las armas––dijo de pronto una voz detrás nuestra, y nos giramos
a toda velocidad.
De
pie, sobre la rama de un árbol, había un joven de pelo azul, el ojo
derecho negro y el otro morado. Tenia una cicatriz sobre el ojo
izquierdo, y nos miraba con una sonrisa burlona. Se parecía
demasiado a Garhio. Miré a Sayu de refilón y ella se encogió de de
hombros, en gesto de que se parecía pero no era como recordaba.
––¿Y
tu quien demonios se supone que eres?––pregunté en alto,
frunciendo el ceño. No portaba ningún arma, y aun así se creía
con derecho de amenazarnos.
––Preciosa,
yo soy tu peor pesadilla––dijo con voz grave y una sonrisa
diabólica que me puso los pelos de punta. De pronto, un pie le
resbaló, y cayó de bruces al suelo.
El
miedo que había dado segundos antes pasó a convertirse en risa, y
no pude evitar soltar una carcajada. Se puso en pie de un salto, y
nos miró, turbado. Sacudió la cabeza y volvió a adquirir aquella
expresión seria.
––Soy
Lobo Calavera––dijo al fin, y al fijarse en Sayu se quedó
totalmente paralizado.––Tu.
––Si
que has cambiado de aspecto––le contestó ella, mientras se
acercaba hacia mi y sujetaba con la mano derecha la empuñadura de su
espada que sobresalía del cinto: no se fiaba de él.
––Si,
bueno, son cosas que pasan cuando...
––Has
matado a Garhio––le dije en una voz pasiva pero interrogante, y
el encaró una ceja.
––¿Quien?––preguntó,
y de pronto sus ojos se iluminaron––Ah, el elfo moribundo. No,
bueno, si, bueno, no, bueno, no se.––De pronto giró la cabeza
hacia su izquierda y le sonrió a la nada.––¿Tu que opinas,
Lobo?––asintió con la cabeza y se río solo.
Sayu
y yo nos miramos, y supe que pensábamos lo mismo: Este tío esta
loco. Empezamos a andar lentamente hacia atrás, intentando que no se
diese cuenta de que queríamos marcharnos. Alzó una mano y se puso
muy serio.
––No
os mováis––le hicimos caso. Miró hacia arriba y olfateó el
aire, como si fuese una especie de animal salvaje.––¡Agachaos!––gritó
de pronto, a la vez que daba un salto hacia nosotros.
Le
obedecimos y de pronto unas bolas de luz atravesaron la espesura y se
estrellaron contra los arboles, invadiendo el lugar en el que nos
encontrábamos segundos antes. Nos giramos a tiempo para ver como
Lobo Calavera se sacaba un cuchillo de debajo de la capa y arremetía
contra dos magos que había detrás nuestra. Se me desencajó el
rostro al verlo en acción. Sus ojos habían pasado a ser
completamente negros, y sus dientes se habían alargado y afilado.
Danzaba entre ambos humanos a la velocidad del viento, cortándolos
aquí y allá como si fuesen mantequilla. Después de unos segundos,
apenas quedaba un montón de carne cortada de aquellos humanos.
Trague saliva cuando se giró hacia nosotros.
––Perdón.
Con los humanos no se controlarme.––se disculpó, mientras su
rostro volvía a la normalidad. Busque a tientas la mano de Sayu y se
la apreté con fuerza. No sabía si aquello había sido una amenaza
contra ella.––Bueno, ¿por donde íbamos? ¡Ah, si, el elfo! No
lo mate, ya iba a morir. Lo que hice fue hacer un ritual para
entregarle su alma al Bosque.
––¿Un...que
para que?––preguntó Sayu, levantándose: la imité.
––Ahora
eso da igual––le corto, volviendo a ponerse serio.––Volved al
pueblo. Evacuadlo. Huid, alejaos––sus ojos volvieron a ponerse
negros y soltó un gruñido––¡Nos encontraremos en las montañas
del norte en tres días! ¡Sacad a todo el que podáis, rápido! ¡La
guerra acaba de comenzar!
Nos
quedamos mirándole sin comprender, y al instante Lobo Calavera
desapareció en la espesura.
––¿Crees
que iba en serio?––me preguntó Sayu, y me encogí de hombros.
––Creo
que simplemente lleva tanto tiempo solo que esta desquiciado.
Empezamos
a caminar hacia el pueblo, en silencio. No salían de mi cabeza sus
palabras. ¿La guerra? ¿A que se refería? Me mordí el labio. ¿La
guerra con los humanos? Y entonces recordé las palabras de Sayu un
mes antes de ir a buscar a Diarthia. Eso era lo que buscaban. Que
fuésemos para tener una escusa para atacarnos. Tiré del brazo de
Sayu para que se parase, y entonces escuchamos los gritos y el sonido
del metal contra el metal. Sayu se puso aun más blanca de lo que
era. El sonido era aterrador. Se mezclaban los golpes de las espadas
con los gritos de la gente y los llantos de los niños. Nos miramos,
con los ojos muy abiertos.
––¡Zurdha!––chilló
ella
––¡Hay
que sacarles de allí, grité!
Y
echamos a correr en busca de nuestra gente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario