Capitulo
14: Guerreros
Sayu
––Sayu––escuché
la voz de Zarh irrumpiendo en mis sueños. Al segundo sentí como me
zarandeaban y abrí los ojos.––Vamos,
ven, Sayu.
Me
quedé mirando al elfo, al que llevaba desde que había empezado a
cazar sin ver y bostecé. Todavía no había amanecido. ¿Por que
había ido a buscarme? Me levanté, me puse la cota de malla y el
peto esmeralda y le seguí al exterior. El cielo seguía poblado de
estrellas, y no había ni una sola señal de que el sol fuese a salir
pronto.
––Zarh..––susurré
mientras me rascaba los ojos.––¿Que
estamos haciendo tan pronto? Ni
siquiera he desayunado.
––Shh––dijo,
mientras me hacía un gesto con la mano para que me callase.
Seguimos
andando sin decir nada, hasta el claro de entrenamiento. Por primera
vez en el tiempo que llevaba allí, no había nadie entrenando.
Escuché el canto de los pájaros, y me entraron unas ganas terribles
de volver a dormir: había estado soñando con Lurca. El beso de la
noche anterior había sido lo más mágico que me había pasado. No
pude evitar sonreír al recordarlo, y las mariposas volvieron a
revolotear por mi estomago.
––Toma––dijo
Zarh, lanzándome una espada y sacándome de mis pensamientos.
––¿Que?
¿Vamos a entrenar ahora?
––A
partir de hoy, si. Y no vas a salir a cazar.––sacó el su propia
espada del cinto y se puso en guardia. Le imité––a partir de
ahora vas a tener un nuevo horario de entrenamiento. No queremos que
te encasten como a una cazadora. Hemos pensado que te vendría mejor
el rol de guerrera.
Nada
más terminar de decir eso, y sin previo aviso, me lanzó una
estocada por la derecha, y tuve ue dar un salto hacia atrás para
pararlo.
––¿Y
en que consiste ese nuevo horario?––le pregunté, mientras paraba
otra estocada por la izquierda, que casi me hizo perder el
equilibrio.
––Pelear
hasta que no puedas mas.
Abrí
mucho los ojos y di un salto para evitar un barrido a la altura de
los pies, y paré el golpe que me lanzó al cuerpo. Chocamos las
espadas e hice fuerza para apartarlo de mi. Dio un salto para
retroceder y volvimos a ponernos en guardia. Empezamos a andar en
círculos, haciendo amagos de golpear. Dio un giro veloz de 360
grados hacia la izquierda, y me golpeó en el costado. Perdí el
equilibrio y caí al suelo.
––En
pie. Repetimos.
Le
obedecí y me levanté de un salto. Al instante nuestras espadas
volvieron a chocar, por encima de mi cabeza, y tuve que agacharme y
correr para no recibir el impacto. Me giré a tiempo para parar una
estocada en el estomago, y esquive un barrido contra mi cuello. Eché
el brazo derecho, que sujetaba la espada hacia atrás y golpeé con
todas mis fuerzas: no tuvo ningún problema en esquivarlo.
––Me
rindo––dije, sobre la hora de la comida, cayendo de bruces al
suelo y sintiendo el filo de su espada en mi garganta.
Tenía
todo el cuerpo dolorido, y ya apenas era capaz de sujetar el arma con
las dos manos. Aquel cambio de rutina iba a ser matador. Zarh se
guardó la espada al cinto y me tendió la mano. Me ayudó a
levantarme y me puso una mano en el hombro.
––Debes
mejorar. Mañana practicaremos los movimientos básicos.––Suspiré
y le miré a los ojos, en señal de fastidio.––¿algún problema?
––Pues
si, prefiero ir a cazar con tu hijo, la verdad
––No
te dejes llevar por la pereza––Me agarró del brazo y puso la
mano derecha sobre mi bíceps––eres débil, no tienes fuerza.
Pero tienes potencial.––me dio un empujó y caí sentada al
suelo.––Nunca te conformes. Busca siempre dar lo máximo de ti.
Si no aquí no pintas nada, nal.
Abrí
la boca para responderle de forma mordaz, pero me lanzó una de sus
miradas siniestras y me callé. Era mas borde de lo que recordaba. Le
vi alejarse hacia la zona de tiro con arco. Me puse en pie y me
dirigí hacia la cantina, donde comí sola. No sabía donde podían
estar Zurdha, y menos aun Lurca. Me moría por hablar con ella.
Después del beso no habíamos dicho nada, habíamos ido a dormir en
silencio. Salí a los caminos después de llenarme el estomago con un
buen estofado de carne de jabalí, y me puse a dar vueltas. Iba a
perder toda esperanza de encontrarme con alguno de mis amigos cuando
una voz me llamo.
––¡Sayu!––Me
giré con el corazón latiendo a mil, esperando ver a Lurca, pero era
Zurdha el que se acercaba hacía mi. Me cogió de las manos en cuanto
pudo y empezó a tirar de mi.––¡Mira, ven, corre!
Me
soltó al ver que no podía conmigo, y echó a correr. Le seguí.
Estaba más efusivo de lo que era normal en él. Mantuvimos aquella
carrera, a toda velocidad, hasta que llegamos al manantial de
curaciones, donde paramos en seco. Sonreí al ver lo que mi joven
amigo quería enseñarme. Un grupo de pequeño consejos jugaban y
saltaban por la hierba: no eran más que recién nacidos. Nos
agachamos y cogimos cada uno uno.
––¡Ser
preciosos!––dijo entusiasmado mientras le rascaba la barriga al
suyo.
––¿Sabes?––dije
tras un rato de silencio––cuando entré en el Bosque, mi única
compañía fue un conejo como estos. Él me ayudaba a encontrar
bayas.
––¿Y
como era?
––Era
marrón, y tenía mechones verdes. Era muy bonito.
––Vaya––me
contestó, y alzó la mirada al cielo. Tenía aquel brillo de
felicidad en los ojos, propio de cuando aún eres un niño––Ser
gracioso. Yo jurar que Lurca tener igual uno, mismo color. Buen día,
conejo desaparecer. Lurca no nombrar desaparición nadie, pero yo
notar porque yo ir a cabaña suya. Ella no parecer triste por marcha
de animal. Ella parecer feliz.
Fruncí
el ceño y me quedé mirando a la hierba. ¿Que Lurca había tenido
un animal igual, y de pronto había desaparecido? Que casualidad.
Tragué saliva y negué con la cabeza. Ere eso. Una casualidad. No
debía sacar conclusiones.
––No
me lo había dicho nunca.
––Ya.
Lurca no soler hablar de él––sonrió.––Y, ya que nosotros
hablar de ella. ¿Que tal anoche?––me hincó un codo en las
costillas y me sonrió de forma picara. Me aparté un poco y me
sonrojé. ¿Como lo sabía Zurdha? ¿Tanto se notaba, o es que ella
se lo había contado?––Jaja. ¡Mi saber que pasar algo! ¡Mi
notar Lurca y Sayu felices!
No
pude evitar sonrojarme más, y le di una colleja suave para que se
callase. El se rascó la cabeza y me miró, con gesto ofendido.
––No..
no es de tu incumbencia.
––¿No?
Mi ser amigo. Mi querer saber. ¿Haber beso?––preguntó. Su
sonrisa picara era cada vez mas grande, y le empujé y empecé a
hacerle cosquillas.
––¿Y
tu, que, a ti no te gusta nadie?––se apartó de mi y agachó la
cabeza. Parecía algo turbado.
––Si...
pero mi vergüenza.––suspiró, se encogió de rodillas y escondió
la cabeza: ya había notado que era una reacción muy común en él.
––¿Por
que te da vergüenza?
––¡Por
que mi gustar ella! ¡Mi no necesitar justificación! ¡Ser
simple!––gritó. Parecía algo molesto, y le pase el brazo
izquierdo por encima de los hombros y le di un pequeño abrazo.
––Pues
debes tragarte la vergüenza y hablarle––me puse en pie y tiré
de él––venga, vamos a buscarla.
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Zurdha
Sayu
me llevó casi a rastras hasta la plaza del pueblo, mientras yo le
suplicaba y le pedía que no quería hacer aquello. Me daba miedo.
Quería hablarla pero me daba mucho miedo. ¿Y si le parecía un
inútil, o un tonto? ¿Y si le caía mal? Prefería tener su sonrisa
cuando me veía que quedarme sin nada. Su sonrisa bastaba. Era
preciosa. Llegamos al centro de la plaza y empecé a mirar alrededor.
Me quedé paralizado cuando la vi.
––¿Es
esa?––preguntó Sayu, mirándola, y sonrió––¿Como se llama?
––Diarthia. Nombre precioso––susurré, embobado mirándola.
Sus ojos morados se posaron en mi y me sonrió y empezaron a sudarme
las manos y a temblarme las piernas de los nervios.––Sayu,
nosotros irnos. Venga, por favor.
––No,
no. ¡Eh, Diarthia!––gritó, y ella se acercó. Sayu le dedicó
una sonrisa.––Hola, soy Sayu, una amiga de Zurdha
––Si,
se quien eres––le dedicó una sonrisa, y al instante sus ojos
volvieron a posarse en mi. Brillaban de una forma preciosa con la luz
del sol
––Zurdha
se preguntaba si querrías ir a dar un paseo con él––Me puso una
mano en el hombro y se acercó al oído de Diarthia.––Es un buen
chico.
Ella
se sonrojó y asintió con la cabeza, en señal de que aceptaba mi
propuesta. Antes de que me diese cuenta, Sayu se había marchado. Nos
quedamos mirándonos en silencio. Abrí la boca un par de veces, pero
no me salían las palabras. Ella bajó un poco la cabeza, se apoyó
sobre su pie derecho, echó sus manos a la espalda y empezó a
zarandearse lentamente. Parecía que ella también estaba nerviosa.
¿Eso que quería decir? Tal vez le inquietaban lo raros que eran mis
ojos. Los cerré y suspire.
––¿Qui..quieres
ver el manantial?––dije, esforzándome porque mi idioma de los
humanos sonase perfecto.––Yo ver... bueno. Hay conejos. Nacer
hace poco y..
Ella
se rió, me cogió de la mano y echó a andar hacía donde yo había
dicho. Noté como primero mi corazón se paraba, y luego como se
aceleraba a toda velocidad. Sentí como mis mejillas empezaban a
arder y tragué saliva. Me estaba cogiendo de la mano. De forma
voluntaria. Y no había dudado en aceptar ir a donde yo había dicho.
Se me hizo un nudo en el estomago, y cuando logré reaccionar ya nos
estábamos sentando en el césped, mientras los pequeños conejos
correteaban a nuestro alrededor.
––¡Que
bonitos!––exclamo, mientras cogía en sus manos a dos y un
tercero empezaba a escalar por su brazo––¡Son súper suaves!
Sonreí, y con gran torpeza necesité tres intentos para coger yo a uno. Empecé a acariciarle la cabeza, y el animal me mordisqueó suavemente un dedo, en señal de agradecimiento. Me metí la mano en el bolsillo y saqué un puñado de bayas bajo la atenta mirada de Diarthia. Empecé a dar de comer con cuidado a los recién nacidos, y sentí como ella apoyaba su cabeza en mi hombro. Estiré mi espalda y abrí mucho los ojos.
––Jo,
Zurdha. Para ser cazador eres un tierno. No sabía que te gustasen
los animales.––me susurró al oído, y me giré para mirarla.
Debió notar el temblor de mi cuerpo, porque soltó una pequeña
carcajada. Miró el cielo y suspiró––Oye, me has pillado en mal
momento. Le prometí a mi madre que la ayudaría a tejer, se nos
están rompiendo las mantas. ¿Mañana quedamos para ir a ver las
estrellas al río del norte?
La
miré, e incapaz de decir ni una palabra, asentí con la cabeza. Le
brillaron los ojos ante la idea y se levantó de un salto. Escuché
sus pasos alejarse detrás de mi, pero de pronto se pararon. Sentí
su beso en la mejilla, y luego echó a correr hacia el pueblo. Me
quedé allí sentado. Acaricié la mejilla derecha con los dedos,
justo donde me habían rozado sus labios, y me tumbé en la hierba.
Era la primera vez que hablábamos. Y me había dado un beso. Me
sonrojé y sonreí como un tonto. Me había dado un beso. A mi. Al
raro. Al de los ojos extraños. De pronto sentí euforia, y me
entraron ganas de gritar. Me puse en pie y empecé a dar saltos de
alegría.
––Vaya,
eso es felicidad y lo demás son tonterías.––Me paré en seco y
me giré. Era Lurca. Suspiré aliviado y corrí hacia ella para darla
un abrazo––Si, esto es felicidad.
Me
separé de ella y le dediqué una sonrisa. Como siempre, Lurca
llevaba el pelo peinado en una trenza, por encima del hombro derecho.
Pero había algo distinto: el brillo de felicidad de sus ojos.
––Creo
que Sayu buscar tu
––Ya...
si––suspiró y se sentó en el suelo. Le rasco las orejas a uno
de los conejos y me senté a su lado.––He estado hablando con tu
padre. Vamos a intentar que Sayu pase las pruebas para guerrero el
mes que viene.
––¿Que?––dije,
y la miré perplejo––¿Pasar pruebas entrenando un mes solo? No
posible para humana.––Empecé a jugar con un trozo de césped. Si
ya hubieses sido difícil pasarlas para un elfo, para Sayu...
suspiré.
––Lo
se. Pero como cazadora Sayu no sera aceptada hasta dentro de tres
años mínimo. La forma más sencilla es esa.––suspiró. Parecía
verdaderamente preocupada. ¿Por que había tanta prisa en que los
demás la aceptasen?
––Pero...
no... no pasarla ella. No así. Ser muy difícil..
––Tu
padre le va a dar entrenamiento intensivo––me cortó y asentí
levemente. Luego negué.
––Aun
así..
––Zurdha––dijo,
y me miró de reojo.––¿Has pensado en hacerlas tu?
Me
levanté y me alejé un poco, nervioso. Sabía que aquella pregunta
llegaría en algún momento. ¿Por que el hijo de uno de los mejores
guerreros se había alistado con los cazadores? Era la pregunta que
seguramente se hacía todo el mundo sobre mi. Apoyé la mano derecha
sobre el tronco de un árbol y empecé a rascar un poco de la corteza
de forma inconsciente. Yo no valía para pelear. Me había costado
echar la solicitud para los cazadores por el pánico que me entraba
cada vez que escuchaba el simple aullido de un lobo en la noche. Lo
había hecho por mi padre, pero sabía que aún así el se había
quedado un poco decepcionado. Me giré para mirar a Lurca.
––Yo
no valer para eso––Me encogí de hombros y miré al agua. Un sapo
estaba entretenido intentando cazar una mosca en un nenúfar.
––Vamos,
Zurdha. No te infravalores. Ya cazas con naturalidad. Tal vez... tal
vez solo tengas miedo de hacerlo mal y..
––No.
Yo no valer. Tribu reír de mi si yo presentar a pruebas y no pasar.
––Las
pasarías. Si te entrenas con Sayu y tu padre si. Con ellos estas a
gusto. Solo tienes que controlar tu nerviosismo. De verdad, Zurdha.
La
miré a los ojos. De verdad creía en mi. Hacía eso que yo era
incapaz de hacer: confiar. Confiar en que era fuerte y todo saldría
bien. Miré al suelo. Si ellos supiesen lo que había visto... tragué
saliva. ¿Y si lo conseguía? Me acerqué a ella y la miré a los
ojos. Ya se reían de mi de todos modos.
––Vale...––suspiré.
Lo haré.
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Lurca
Me
tumbe en la hierba del claro y me quedé mirando al cielo. No la
había visto durante todo el día, y era mejor así, de momento.
Necesitaba concentrarse en entrenar. Tal vez debía decirle que tenía
que concentrarse en entrenar. De nada servía lo que sentíamos si no
la aceptaban. Bueno, si serviría para algo: que todos creyesen que
la había traído solo porque sentía algo por ella. Me incorporé y
miré la bóveda en la que ya no debía quedar ningún rastro de
aquel animal pacifico que ella había matado por error.
––¿Seguro
de que no hay nadie?––escuché a mi izquierda, aún dentro del
bosque, una voz que no me sonaba de nada.
Me
puse en pie rápidamente, salí del claro y me subí a un árbol no
muy lejano, desde el que podía observar lo que sucedía. De pronto
en el claro aparecieron dos hombres vestidos con túnicas, una morada
y la otra verde, y apreté los puños. El de morado no parecía tener
más de catorce años. Tuve que contenerme mucho para no saltar sobre
aquellos dos humanos. ¿Que demonios hacían ahí? ¿Y por qué el
Bosque no los atacaba o daba la señal de alarma en el pueblo?
––Si,
estoy seguro, Ighil––dijo el hombre de morado, y sacó algo de
debajo de su túnica––el retrato que hicieron los exploradores es
bastante exacto. Es quien buscamos.
El
hombre de verde agarró el papel que este le ofrecía, y llevado por
la ira lo hizo pedazos y lo tiró al suelo. Se acercó a un árbol y
estiro los brazos contra el, apoyando su cabeza en la corteza. Tenía
bastante arrugas de cansancio en el rostro, y parecía muy molesto
por algo.
––Debí
encargarme de ella, como hice con el otro, cuando aún estaba a
tiempo.––Su voz era potente y autoritaria, y no pude evitar tener
un escalofrío.
El
hombre de verde anduvo hasta el claro y miró al cielo. Me quedé de
piedra. Tenía la piel de la cara muy blanca. Tan blanca como la de
un elfo. Pero la de los brazos era morena. Era una mezcla extraña,
como si los puntos en los que la luna le rozase saliese a relucir su
verdadera naturaleza. Me mordí el labio y me quedé mirándolos con
ira.
––No
te culpes. Ninguno supimos verlo. Lo ocultó todo muy bien. Sin duda
sabe manipular a la gente––soltó una risa cargada de ira y miró
hacia donde yo estaba. De no ser porque estaba bien escondida, me
habría visto.
––Lo
se, Mir. Pero debimos sospecharlo con los antecedentes. Mandaré a
alguien que la conozca mañana. Tardará unos días en llegar hasta
el poblado de elfos, pero descubriremos la verdad.––Le dio una
patada a los trozos de papel y empezó a caminar hacia el lugar por
el que habían venido––vámonos antes de que llamemos la atención
de alguien.
Esperé
diez minutos para bajar de mi escondite, y en cuanto lo hice eché a
correr hacia el pueblo. ¿Quienes eran esos dos humanos? ¿Que
demonios hacían allí, y que era eso que estaban buscando y de lo
que habían podido hacer un retrato? Alcancé la cabaña del Maeru
pocos minutos después, y entré como un relámpago.
––¿Quien
dem..?––dijo Saderhi en cuanto me escuchó entrar, y se giró a
toda velocidad. Al verme se relajó––Lurca. ¿Que pasa?
––He
visto dos humanos en el bosque. Hablaban de que iban a enviar a
alguien, de que buscaban algo, no se que de creen que hacen pero el
caso es que..
––Lurca––me
interrumpió. Se acercó y me puso las manos sobre los hombros.––Más
despacio. No te entiendo.
––Perdón––me
disculpé, y respiré tranquilamente. Me sentía muy nerviosa.––He
visto dos humanos, en el lugar en el que enterramos al ciervo Sayu y
yo. Estaban buscando algo, tenían un dibujo con un retrato que no
pude ver.
––¿Dijeron
algo más?
––Que
enviarían aquí a alguien.
––Bien––dijo
el Maeru pensativo, y después me dedicó una sonrisa––No te
preocupes, Lurca. Ya me encargo yo. Ve a dormir.
Me
quedé mirándole unos segundos, pero no tenía ganas de reprocharle
nada. Salí de la cabaña y empecé a andar hacia la mía, donde Sayu
ya debía estar durmiendo. ¿Como era que al jefe de nuestro pueblo
no le parecía raro ni molesto que dos humanos anduviesen por el
Bosque a sus anchas?. Y mucho menos que este no les atacase ni nos
avisase. Todo era muy extraño. Primero la incursión de la que
Zurdha y Sayu habían sido testigos. Ahora eso. Y no parecía que
Sadheri hubiese tomado medidas ni que fuese a hacer algo. Las normas
eran sencillas. Los humanos eran nuestros enemigos, si entraban y se
inmiscuían en nuestros asuntos, debían morir. Me tumbé en mi cama
y me quedé pensando. Tal vez debía comentárselo a Sayu.
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El
humo le oprimía los pulmones. Sayu llevaba corriendo un buen rato
por el Bosque, en busca del lugar del que procedía el fuego. Llevaba
unas semanas con Lurca y Zurdha en las montañas, escondidos, cuando
se habían percatado de lo que sucedía. Les había perdido de vista
un rato antes, cuando decidieron separarse para buscar el origen de
las llamas. Alcanzó poco rato después el poblado y se quedó de
piedra. Estaba en llamas. El Bosque ardía entero, como si de un mero
tronco seco se tratase. Los elfos huían de sus casas, chillando, con
lo puesto. Nadie se paraba a coger nada, nadie se paraba a ayudar a
nadie: huían por sus vidas. Las lágrimas empezaron a resbalar por
la cara de Sayu, y sintió mas odio y culpabilidad de lo que había
sentido nunca. El Bosque que tan bien le había tratado moría preso
del calor que habían iniciado los humanos, y ella no podía hacer
nada. Se giró y echó a correr. Debía encontrar a sus amigos antes
de que el fuego lo hiciese.
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